Cuba puede estar orgullosa de su dignidad, solidaridad y resistencia ante las continuas agresiones externas, y sin duda alguna vanagloriarse de la prestigiosa y humanista Escuela de Medicina que ha creado durante sus más de 55 años de Revolución, en beneficio de su pueblo y del mundo entero.
Hace escasas horas acompañé a una colega amiga, aquejada de un dolor precordial, al Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La Habana, un hospital que constituye un ejemplo de cómo en la mayor de las Antillas son protegidos con esmero los derechos humanos fundamentales, en este caso el derecho a una atención médica gratuita, y de excelencia.
Desde que uno se adentra en ese centro sanitario, se observa el ir y venir de doctores y enfermeras enfrascados con profesionalidad en la asistencia a pacientes cuyas vidas pueden correr peligro por una eventual afectación en el corazón.
Inmediatamente después de nuestra llegada al hermoso y lustrado Instituto, una joven doctora nos pasó a su consulta para reconocer a mi amiga cubana, quien tras sentir la amabilidad y la delicadeza de su interlocutora parecía ya tener alguna mejoría, al menos ello se dibujó en su rostro.
Sin preguntarle si tenía algún seguro médico o dinero antes de auxiliarla, como suele ocurrir en la mayoría de los países que he tenido la oportunidad de visitar, la joven le tomó la presión arterial, las pulsaciones, y luego le indicó un electrocardiograma, que le fue realizado en pocos minutos en un local anexo.
A su regreso a la consulta, la paciente recibió una detallada explicación de la doctora sobre otras causas posibles que pudieron provocarle el aparente dolor precordial, y con una sonrisa le concluyó diciendo que en su caso no existía problema alguno, que podía estar tranquila, pero al mismo tiempo le recomendaba en lo adelante hacerse un estudio.
Entre agradecimientos y placidez por la noticia, pregunté entonces a la médico si era cubana, pues noté en su hablar un acento que no era de este archipiélago antillano, lo que había despertado mi curiosidad.
Para orgullo de esta nación caribeña y de toda Nuestra América, nos respondió que era boliviana, de Cochabamba, y que había cursado sus estudios en Cuba, donde se han graduado de Medicina y diferentes especialidades de esa carrera, incluida Cardiología, miles de jóvenes de este hemisferio y del mundo.
En una consulta contigua del mismo hospital otro joven lucía su bata blanca con una bandera de Ecuador en uno de sus hombros, mientras examinaba con atención los electrocardiogramas de varios pacientes.
Doctores cubanos, latinoamericanos, caribeños y de otras regiones del mundo graduados en la mayor de las Antillas tienen un sello que los distingue, su consagración a salvar vidas y un humanismo extraordinario.
Con ese propósito el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, creó la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), e hizo de su país, junto a su pueblo, una reconocida potencia internacional en la esfera de la Salud, a pesar del bloqueo económico, comercial y financiero que Estados Unidos le ha impuesto desde hace más de cinco décadas a la bautizada Isla de la Dignidad.
Al cierre de este hermoso relato, mi amiga me narró que en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de La Habana fueron atendidos hace algunos años su padre y su suegro.
Al primero, me dijo, le colocaron tres stend en arterias coronarias que tenía dañadas, y al segundo un marcapasos, sin costo alguno para ellos ni sus familiares. Ambos, con ya más de 80 años cumplidos viven felices en Cuba, gracias a Fidel y a la Medicina cubana, exclamó orgullosa mi colega.