Fuente: Juventud Rebelde
La política se apuntala en el diseño estratégico orientado al dominio o a la emancipación y en el empleo de tácticas ajustadas a las demandas de cada coyuntura.
En el siglo XIX, a poco de su nacimiento, Estados Unidos disponía de un inmenso territorio virgen. Desarrollaron entonces su etapa de colonización y conquista, en un proceso de rápida acumulación de riqueza. En ese contexto, se sembró la imagen del cowboy, el héroe depredador que utilizaba el gatillo sin miramientos. En ese periodo, fue escasa la participación del país en la arena internacional, aunque se configuraba ya el proyecto expansionista hacia el sur, en los territorios que habían alcanzado su independencia de España y Portugal. Para Cuba, se enunciaba la expectativa de la fruta madura.
Mientras tanto, las potencias europeas proseguían su expansión colonial en Asia y África. Con el amanecer del siglo XX, las contradicciones desembocaron en las guerras más sangrientas que hubiera conocido la humanidad hasta aquel momento. Por su extensión, se llamaron mundiales. Sin recibir rasguño en su territorio, Estados Unidos intervinieron en la primera y en la segunda guerras mundiales. Proporcionaron armas y soldados. Se sentaron en la mesa de negociaciones, como ya lo habían hecho en el conflicto de Cuba con España y establecieron las reglas del juego. En la Europa reconstruida, se imbricaron los intereses de unos y otros. Comenzó entonces la Guerra Fría, cuando el llamado a la descolonización recorría gran parte del planeta. En este panorama, emergió la Revolución Cubana.
Intencionalmente, con propósitos propagandísticos, el lenguaje empleado en Miami por el presidente Donald Trump se remite a los tiempos de la Guerra Fría. Es un modo de enmascarar el origen de los conflictos entre Estados Unidos y Cuba, inscritos en proyectos de liberación nacional de larga data. El triunfo y la consolidación de la Revolución Cubana se produjeron de manera autónoma, a partir del creciente compromiso del pueblo que llevó al derrocamiento de la tiranía batistiana. No hubo entonces ayuda exterior de ningún tipo. La raíz de nuestro proyecto se encuentra en la independencia frustrada por la intervención estadounidense en los asuntos internos del país. La plataforma cubana se vincula con las realidades que han marcado el destino de América Latina y de los países históricamente sometidos al dominio colonial. De ahí que, en este debate, el respeto a la soberanía nacional resulte factor clave, fundamento irrenunciable en cualquier negociación. Las evidencias documentales demuestran que esta última nunca ha faltado, aunque sometida a los altibajos propios de las intermitencias de la política norteamericana al respecto.
Cuando concluye la campaña y el presidente electo asume su alta investidura, la nueva circunstancia impone modificaciones sustantivas en el lenguaje y en el comportamiento público. Desde ese momento, quiéralo o no, su proyección internacional se asocia a la imagen del país. Al ocupar el cargo, el presidente Obama tuvo que afrontar, así lo expresaban las encuestas de opinión, un serio descrédito en la visión del papel desempeñado por Estados Unidos, muy lesionado por las consecuencias de la intervención en Iraq y por las violaciones contra los derechos humanos cometidas en ese contexto. Sin modificar los objetivos estratégicos, en sus iniciales recorridos por el mundo, adoptó un lenguaje que procuraba ejercer influencias mediante la seducción. Preconizó una conducta civilizada, en cumplimiento de las normas establecidas. De esa manera, en el caso específico de Cuba, se encaminaron negociaciones que condujeron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y reafirmaron las modificaciones tácticas con su breve visita a La Habana. Coherente con su propósito, privilegió la relación con el sector cuentapropista, al que consideró un aliado potencial.
Reflejo de un malestar creciente en la sociedad norteamericana, la elección de Donald Trump señala un retroceso hacia una etapa que se remonta a los días en que Estados Unidos asomaban como potencia emergente. Apareció otra vez la imagen del garrote mondo y lirondo. No se trata tan solo del caso cubano. La ruptura de las normas de convivencia internacional se manifiesta en el abordaje de algunos de los problemas que afectan a la humanidad en su conjunto. Uno de ellos, de singular importancia para la supervivencia de nuestra especie, se vincula con la urgencia de tomar medidas para paliar los efectos del cambio climático. Semejante a lo ocurrido respecto a Cuba, en este tema crucial, la prepotencia ha pasado a ocupar el sitio que corresponde al diálogo. Convertida en espectáculo, la política pasa de la seducción al portazo. El choque con los aliados de la Unión Europea ha sido frontal y ha conducido a la ruptura del diálogo. Similar actitud se ha manifestado respecto al Sumo Pontífice, el Papa Francisco, de indiscutible autoridad moral, atinente a los valores que representa y a su acción en favor del intercambio constructivo entre culturas y creencias religiosas. Este modo de proyectarse de Trump no concuerda con las aspiraciones profundas de la sociedad norteamericana. En un mundo plagado de tensiones e incertidumbres, una chispa puede incendiar el pajar.
Los cubanos hemos construido una cultura de resistencia. Los pronunciamientos de nuestro Gobierno y de nuestro Canciller constituyen una muestra de serenidad y se adhieren al espíritu, ampliamente compartido, de establecer formas de convivencia civilizada, dialogantes y sostenidas en el respeto mutuo, así como a la consideración de las esencias de la dignidad humana. En estas circunstancias nos toca mirarnos hacia adentro y sostener en la práctica concreta la defensa de nuestros valores. Lejos de encerrarnos en el espacio delimitado del territorio que nos corresponde, tenemos que seguir trabajando de conjunto para llevar adelante la tarea mayor. Del trabajo de todos y cada uno, de la lucha por obtener mejores resultados en el orden cualitativo y de la intransigencia con lo mal hecho, depende paliar las dificultades que afrontamos. En esta tarea común, a cada cual toca un pedacito, porque de la conjunción de la voluntad y el trabajo en lo pequeño, nace la edificación de lo grande.