Sin contar con suficientes aliados influyentes como alternativa para llenar la brecha, Israel se ha quedado, por primera vez, con opciones muy limitadas.
Fuente: Cubadebate
“La guerra de Siria, que ya cumple seis cruentos años, se mueve hacia una nueva etapa que tal vez sea la final. El gobierno sirio ha estado consolidando su control sobre la mayor parte de los centros poblados, mientras que ISIS, Isil, Daesh o como quiera que lo llamen, está perdiendo terreno rápidamente y en todas partes.
“Las áreas evacuadas por el grupo militante islámico en rápido proceso de desintegración están siendo disputadas por el gobierno de Bashar al Assad y sus aliados, de una parte, y los diversos grupos anti-Assad y sus seguidores, por el otro”.
Tal es la situación según la refleja un enjundioso artículo titulado ¿Está Israel perdiendo la guerra Siria? de Ramzy Baroud, periodista palestino, columnista internacional, consultor de medios y autor de varios libros quien hace más de veinte años escribe sobre el Medio Oriente, y publica en el Times de Jordania entre otros medios de amplia circulación. Baroud nació y creció en un campamento de refugiados en la franja de Gaza; ahora reside en Seattle, en el estado de Washington, Estados Unidos.
Pese a las múltiples garantías que ha dado en contrario, Israel siempre ha estado participando activamente en el conflicto de Siria.
Las declaraciones reiteradas de que Israel mantiene una política de no intervención en la guerra civil en Siria sólo encuentran eco en los medios estadounidenses aunque se reflejan en toda la prensa occidental que sigue a pie juntillas a Washington.
Según el experto, al ser derrotado el Daesh en Irak, con una alta cuota de bajas (40.000 solamente en Mosul), las partes beligerantes se mueven al oeste.
Las milicias Shiitas, envalentonadas por su victoria de Irak, han estado presionando hacia el oeste hasta la frontera con Irak y Siria, convergiendo con las fuerzas leales al gobierno sirio en el otro lado.
Simultáneamente, los primeros pasos de un alto el fuego permanente, en contraste con muchos intentos fallidos previamente, están dando frutos.
Tras el acuerdo de alto el fuego entre Estados Unidos y Rusia del 7 de julio alcanzado en la reunión del G-20 en Hamburgo, se ha logrado una relativa calma en tres provincias del sudoeste de Siria limítrofes con Jordania y el Golán ocupado por Israel y no se descarta la posibilidad de que el acuerdo pueda ampliarse a otros lugares.
Según Baroud, el gobierno israelí ha hecho conocer claramente a Estados Unidos su inconformidad con este acuerdo, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no ha escatimado esfuerzos por socavar el cese al fuego.
Quizás lo que más teme Netanyahu es que aparezca una solución viable para la guerra en Siria que propicie una presencia permanente de Irán y Hezbolá en esa nación.
En las primeras fases de la guerra, esa posibilidad parecía muy remota; pero ahora las cosas han cambiado.
Si las cosas siguieran moviéndose como van, pronto Irán habrá asegurado una ruta que conecte a Teherán con Damasco y Beirut.
El jefe del Consejo de Seguridad Nacional israelí, Yaakov Amidror, advirtió amenazadoramente, en una reciente conferencia de prensa, que su país está dispuesto a actuar por sí sólo en Siria contra Irán.
Al rechazar con vehemencia el cese del fuego, Amidror dijo que el ejército israelí “intervendrá y destruirá todo intento de construir cualquier forma de infraestructura permanente iraní en Siria”.
Varias declaraciones de Netanyahu durante su gira europea reflejan igualmente la creciente frustración de Tel Aviv, lo que marca un agudo contraste con la época en que los neoconservadores de Washington dejaban ver que su visión de la guerra se movía en gran parte, si no completamente, al compás de impulsos israelíes.
Por un fugaz momento, Tel Aviv tuvo la esperanza de que Trump significara un cambio a su favor en la actitud de Estados Unidos. De hecho, hubo un momento de euforia en Israel cuando la administración de Trump atacó a Siria. Pero la naturaleza limitada del ataque permitió ver que Estados Unidos no tenía ningún plan para un despliegue militar masivo comparable al de Irak en 2003.
En 1982, aprovechando conflictos sectarios, Israel invadió al Líbano e instaló un gobierno dirigido por sus aliados. Pero esos días son ya cosa del pasado.
Aunque Israel sigue siendo militarmente fuerte, la región ha cambiado e Israel no es ya el único poder con todas las cartas en sus manos.
Las autoridades israelíes están enfadadas y se sienten traicionadas por Washington.
Por otra parte, el retroceso del liderazgo global estadounidense bajo Trump hace menos eficaz al dúo israelo-americano.
Sin contar con suficientes aliados influyentes como alternativa para llenar la brecha, Israel se ha quedado, por primera vez, con opciones muy limitadas.