Reseña de la autobiografía de Angela Davis
Fuente: Blog del autor
La activista y académica norteamericana Angela Davis (1944) emprende muy joven la escritura de este libro, publicado por primera vez en 1974, y lo hace a petición de sus compañeros en el movimiento de liberación negro. Asume el compromiso con la intención de dar a conocer, más allá de su peripecia personal, un episodio emblemático de aquellas luchas en el que la solidaridad nacional e internacional fue capaz de torcer la táctica represiva del estado. La versión española de Capitán Swing acaba de aparecer en 2016 con un prólogo de Arnaldo Otegi y traducción de Esther Donato.
Primeros años
Ángela Yvonne Davis nació en Birmingham (Alabama) en una familia de clase media negra. Un capítulo nos acerca a su infancia, marcada por la pesadilla de la segregación: “En el sur de Estados unidos muchos niños aprendimos a leer las inscripciones ‘Negros’ y ‘Blancos’ mucho antes que cualquier otra cosa.” En la escuela es educada en el culto al esfuerzo que ha de conducirla al triunfo, pero ella en seguida se da cuenta de lo injusto de un sistema racista que pone el listón mucho más alto a unos que a otros. Su sueño es llegar a ser pediatra, y con el apoyo de su familia no ve difícil conseguirlo. Ama la lectura y soporta las clases de piano y danza que le imponen. En la escuela y luego en el instituto, odia sobre todo la violencia que surge entre los chicos negros, y hace lo que puede por atajarla.
Con quince años, Ángela va a estudiar al instituto Elisabeth Irwin de Nueva York, una ciudad enorme y asombrosa, donde no es costumbre saludar a cualquier hermano negro que encuentres por la calle. En aquella institución, abierta al pensamiento de izquierdas, empieza a comprender lo que es el socialismo, y lee el Manifiesto comunista. Éste supone para ella “el resplandor de un relámpago” que le hace ver el final posible de la explotación y la miseria. Pronto entra en Avance, la organización juvenil del Partido Comunista. En 1961 ingresa en la Universidad Brandeis, en Massachusetts, donde se siente aislada y extraña. Un año después, en un viaje a París en plena furia anti-argelina, le impresiona ver la misma brutalidad racista que había vivido en el sur. En Helsinki asiste al VIII Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes. De regreso, se refugia en la cultura francesa.
En Brandeis, Ángela escucha a Malcolm X, ministro por entonces de la Nación del Islam. Admira su elocuencia, pero rechaza la componente religiosa de su mensaje. El asesinato de Kennedy la sorprende becada en Francia. Allí le llega también la noticia de la bomba en una iglesia de Birmingham que mata a cuatro amigas suyas. De vuelta en Brandeis asiste a las clases de Herbert Marcuse y se afianza en su deseo de estudiar filosofía tras graduarse en literatura francesa. Su destino es Frankfurt, donde las primeras lecciones magistrales de Theodor Adorno le resultan indescifrables, aunque se consuela al saber que a la mayor parte de los estudiantes alemanes les ocurre lo mismo. Durante dos años profundiza en la filosofía alemana, pero las noticias de las revueltas negras en su país la inducen a regresar. En 1967se establece en California y continúa sus estudios de doctorado con Marcuse en la Universidad de California en San Diego.
Activismo
Ángela participa en movilizaciones pacíficas contra la guerra de Vietnam, sobre las que la brutalidad judicial y policial no se hace esperar. Detenida y enviada a la cárcel por acudir a una comisaría a demandar información sobre unos compañeros arrestados, es liberada cuando arrecian las protestas de los activistas y a estas se unen las de la propia universidad. Pronto consigue organizar a la gente de color del campus, pero sus esfuerzos chocan con las diferencias ideológicas subyacentes y el conflicto resulta inevitable. En la discusión que sigue, Ángela debe combatir no sólo ideas erróneas, sino también prejuicios sobre su inadecuación como mujer para asumir un rol activo en el movimiento. A principios de 1968, comienza a militar en el SNCC (Student Non-violent Coordinating Comitee), y se concentra en el trabajo de concienciar a las masas negras del área de Los Ángeles. Para ella, lucha de clases y liberación racial son expresiones de una única batalla.
La muerte del joven Gregory Clark a manos de la policía de Los Ángeles, en febrero de 1968, da lugar a una movilización de la comunidad negra, que aún sigue, cuando Martin Luther King es asesinado el 4 de abril. Las masas encolerizadas están próximas a estallar, mientras las provocaciones policiales se suceden buscando un baño de sangre. En esta situación de tensión, el SNCC de Los Ángeles entra en crisis y, al ser desacreditado por el poder central del partido, es abandonado masivamente por sus miembros. Como consecuencia, en el mes de julio, Ángela formaliza su ingreso en el Partido Comunista de Estados Unidos. Es la época en que supera los exámenes que la habilitan para realizar el doctorado y obtiene una plaza de profesora auxiliar en el Departamento de Filosofía de San Diego. No tarda en hacer compatible todo esto con la militancia en el Black Panther Party (BPP), al que se adhiere porque continúa preocupada sobre todo por el trabajo con la comunidad negra.
En los meses que siguen, Ángela participa en la lucha por aprovechar la remodelación del campus para crear la universidad Lumumba-Zapata para grupos sociales oprimidos; colabora también en la creación de un frente único contra el fascismo y en el verano de 1969 visita Cuba, donde trabaja duro en los cafetales y la zafra, pero con la felicidad de pisar la tierra prometida del socialismo. De regreso, contratada en la UCLA, ha de batallar con el gobernador de California, Ronald Reagan, que trata de expulsarla de la universidad por su filiación comunista. La solidaridad de muchos no se hace esperar, pero tampoco las amenazas de muerte y el hostigamiento a su familia. Poco después, el local del BPP en Los Ángeles es asaltado por la policía, provocando numerosos heridos, y cuando la izquierda negra unida llama a la huelga, la salvaje represión continúa, aunque la firmeza y magnitud de la respuesta consigue que ceda en unos días. Ángela participa luego también en las protestas contra procesos judiciales marcados por un racismo extremo, como el que se sigue contra tres presos del penal de Soledad, acusados sin pruebas de haber asesinado a un guardián.
Entre rejas
Ángela Davis se convierte en una fugitiva cuando el 7 de agosto de 1970 se produce un motín en el juzgado del condado de Marin (California) en el que se utiliza una pistola registrada a su nombre. Algunos amigos le dan cobijo, pero el 13 de octubre la policía la detiene en Nueva York. Su primer destino es la Cárcel de Mujeres de Greenwich Village, en la que pasa por diversas secciones y luego es incomunicada hasta que una huelga de hambre, logra llevarla al régimen normal. El 21 de diciembre, tras contemplar desde su ventana una manifestación que pide la libertad de los presos políticos, conoce con preocupación que se ha concedido su extradición a California, estado en el que se aplica la pena de muerte. Emprende viaje hacia allí, esa misma noche, con protocolo de enemigo público número uno: caravana policial y transporte entre bases aéreas del ejército.
En la cárcel del condado de Marin, que contrasta, aséptica y tecnológica, con la de Nueva York, el régimen de incomunicación sirve a Ángela para poner en orden sus ideas y diseñar la estrategia de defensa, que ha de basarse en la consideración del juicio como político y su coordinación con presión desde la calle. Ella misma participará en la defensa, pues lo que se está juzgando es su propio pensamiento, expresado en escritos y alocuciones. Con este espíritu se forma un equipo de abogados y comienza el trabajo. If they come in the morning, editado por Ángela, aparece en esa época con textos de diversos autores sobre los casos más recientes de persecución judicial de la lucha por los derechos civiles. En el verano de 1971, se logra un cambio de jurisdicción a San Francisco, justificado en la imposibilidad de un juicio justo en el racista y conservador condado de Marin. Así, Ángela es transferida en diciembre a la cárcel de Santa Clara.
Tras la abolición de la pena de muerte en California y presionado por la intensa campaña internacional que se está desarrollando a favor de Ángela, el 23 de febrero de 1972 el juez le concede la libertad bajo fianza. Unos días después da comienzo la selección del jurado, complejo proceso cuyos detalles nos sumergen en el racismo de la sociedad americana, y por fin el 27 de marzo arranca el juicio, marcado por una hábil defensa que pone de manifiesto a cada paso la debilidad e inconsistencia de las acusaciones. Aunque el FBI conspira hasta el último momento, el 4 de junio el jurado declara a Ángela Davis inocente de todos los cargos: “En su alegría, mi madre estaba tan hermosa que me recordó las fotografías de su juventud. Me sentía más feliz por ella que por nadie más, incluso por mí misma.”
Vida después de la autobiografía
La victoria conquistada impone el reto de luchar por todas las víctimas de un infame sistema racista que hace doloroso el sabor de la libertad. Convertida en un icono de este combate, Ángela viaja durante dos años por países como Cuba, Francia, las dos Alemanias o la URSS, muy activos en la campaña por su liberación. De regreso, continúa su militancia política, pero se vuelca sobre todo en sus estudios académicos sobre los condicionantes de raza y género en la economía capitalista, que realiza en diversas universidades norteamericanas. En 1991 abandonó el Partido Comunista, tras no condenar éste el Putsch del mes de agosto que trató de preservar las estructuras de la URSS.
La obra de Ángela Davis es un intento de descubrir en la sociedad americana el rastro de una esclavitud que sigue viva en la explotación económica de la población de color. Su lúcido análisis del “Complejo Industrial Penitenciario”, la pena de muerte o la sistemática violencia policial contra los negros persigue el esclarecimiento de unos mecanismos de opresión, pero trata también de provocar una toma de conciencia que permita alumbrar los movimientos de masas imprescindibles para que tanta ignominia tenga fin algún día.