La ciudad estadounidense de Miami, en el estado de Florida, es reputada en medios políticos de todo el mundo como sede de lo peor de la comunidad cubana en Norteamérica.
Como santuario seguro para algunos de los terroristas más peligrosos del país y el mundo, en ese pedazo de la nación norteña, han radicado muchas jefaturas de pandillas que controlan negocios ilícitos relacionados con el contrabando de armas, drogas y seres humanos.
Pero esto no siempre ha sido así. La historia que relata Mario Puzzo en sus libros y filmes acerca de los métodos violentos de las primeras familias mafiosas italianas de inmigrantes que fueron modificando sus procederes para adaptarse a la American Way of Life, incluso al nivel de la alta política de Estados Unidos, se puede comparar con la historia de la mafia cubana del Sur de la Florida.
Cuando en 1959 comenzaron a llegar a Miami centenares de corruptos políticos y servidores de la derrotada tiranía de Batista con sus maletas cargadas de dólares robados al tesoro público cubano, iban con ellos cientos de policías torturadores y asesinos. Ellos fueron reclutados y organizados por la CIA y otras agencias del gobierno de Estados Unidos para ser utilizados en actos militares y terroristas contra la revolución cubana y en otras fechorías de la extrema derecha estadounidense en el mundo.
Estos temibles “refugiados” constituyeron el germen de lo que llegó a ser la poderosa mafia cubana de Miami cuando a ellos se unieron otros factores de la posterior emigración cubana.
Entretanto, la extrema derecha estadounidense, valiéndose de sus organizaciones de inteligencia y subversión organizaba diversos grupos terroristas de cubanos reclutados en la emigración y en la isla con el propósito de subvertir el orden en Cuba y crear las condiciones para a invasión militar y ocupación de la isla.
Tras el estruendoso fracaso de la invasión de Playa Girón en la Bahía de Cochinos, la extrema derecha estadounidense intensificó cientos de otros proyectos terroristas que también naufragaron.
Optaron entonces por un cambio táctico que gradualmente convirtió a los terroristas cubanos, hábilmente maquillados, en políticos que llegaron a controlar la política exterior de Estados Unidos respecto a Cuba durante casi medio siglo y la administración de doce presidentes distintos. El proceso de legitimación de los representantes de la mafia cubana en el establishment político de Estados Unidos fue rápido y efectivo. Aprendieron el juego de la politiquería, el oportunismo, los fraudes y pronto tuvieron varios congresistas, altos funcionarios del poder ejecutivo y embajadores, así como un número de miembros del poder judicial en la Florida. Incorporaron a este aprendizaje sus experiencias metodológicas adquiridas durante la cruenta dictadura de Batista en Cuba.
Una parte de esos grupos fueron imponiendo desde 1959 métodos de presión comparables con los de los gangsters de Chicago en los años 30 o 40 del pasado siglo para manipular a la población de inmigrantes cubanos en Estados Unidos.
La mafia cubana del Sur de la Florida, ha realizado numerosos actos terroristas y ha participado en crímenes políticos financiados por la extrema derecha política estadounidense tanto en Cuba y Estados Unidos como en otros países de América Latina y Europa.
Han intervenido en trampas electorales y escándalos políticos en varios países latinoamericanos y, en los propios Estados Unidos, se les sabe protagonistas de los hechos de Watergate y del fraude comicial en Florida que dio la presidencia a George W. Bush en el año 2000. Se sabe que estuvieron involucrados en el asesinato del presidente John F. Kennedy.
No es que fueran políticos y funcionarios de origen cubano, no son sólo eso. Eran “cubanoamericanos” claramente alineados con la extrema derecha del país, recién desmarcados de las filas de connotados elementos terroristas con referentes en Miami.
Ha habido intentos por hacer que los cubanoamericanos lideren a los hispanos en el establishment político pero los intereses y ambiciones de ambos grupos se han mostrado incompatibles.
Los políticos cubanoamericanos, con honrosas excepciones, resultan un grupo más homogéneo y manejable que los de otros inmigrantes hispanos porque, como regla, responden de manera uniforme en su actuación a los intereses de quienes los promueven, porque son algo así como políticos de laboratorio, clonados y amamantados por las fuerzas neoconservadoras a las que deben sus ascensos.
Sin embargo, en la actualidad, hay que tener en cuenta que tres cuartas partes de los cubanos que emigraron a EE.UU. después de 1980 lo hicieron por motivos económicos. Por ello, son portadores de muchos valores éticos, morales y patrióticos de la revolución y acabarán por imponer, más temprano que tarde, la coexistencia con La Habana haciendo obsoleto el negocio de la contrarrevolución con que la mafia cubana hizo su fortuna.