La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbolizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo y especialmente del Titán de Bronce, la caracterizamos como la forma y el sentido con que la población esclava del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
Fuente: Revista Bohemia
La inmensa riqueza cultural acumulada en el siglo XIX llevó al erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo, desde posiciones reaccionarias, a escribir en 1892 estas líneas paradójicas que muestran muchas cosas contradictorias:
“Cuba, en poco más de ochenta años, ha producido, a la sombra de la bandera de la madre patria, una literatura igual, cuando menos, en cantidad y calidad, a la de cualquiera de los grandes estados americanos independientes, y una cultura científica y filosófica que todavía no ha amanecido en muchos de ellos”.
Incluso, el ilustre erudito hispano seguramente no conoció el crisol de ideas de José Martí. La paradoja se halla en que le atribuye a la permanencia de la dominación española durante todo el siglo XIX la enorme riqueza intelectual, científica y filosófica de esa centuria. Se aprecia cómo la más amplia cultura no pudo arribar a conclusiones certeras históricamente si no toma en cuenta el drama social y político. El fundamento del alto nivel científico y filosófico de la Cuba decimonónica está en que las minorías intelectuales asumieron la más alta cultura europea y universal en una sociedad cuya composición social estaba integrada por masas de esclavos y, en general, explotadas; y estas últimas la adquirieron, la elaboraron y la enriquecieron en función de los derechos del hombre, con un sentido genuinamente universal.
Las fuentes principales de la cultura cubana del siglo XIX son, entre otras, las siguiente:
– El inmenso saber de la modernidad europea, tal como la habían interpretado creativamente los maestros forjadores que nos representamos en Varela y Luz Caballero.
– La más pura tradición ética de raíces cristianas que, como he dicho, en Cuba nunca se situó en antagonismo con las ciencias.
– La influencia desprejuiciada de las ideas de la masonería en su sentido más universal y de solidaridad humana. La inmensa mayoría de los Presidentes de la República en Armas, empezando por Carlos Manuel de Céspedes, fueron masones. Lo eran también Martí, Gómez y Maceo. La epopeya de 1868 surgió con la influencia de la Gran Logia de Oriente y las Antillas.
– La tradición bolivariana y latinoamericana que Martí enriqueció con su vida en México, Centroamérica y Venezuela, de donde partió hacia Nueva York en 1880 y proclamó: “De América soy hijo y a ella me debo”.
– Las ideas y sentimientos antimperialistas surgidos desde las entrañas mismas del imperio yanqui. La presencia del Apóstol durante más de quince años en Estados Unidos, la cuarta parte de su vida, completó su inmenso saber y sintetizó el pensamiento político, social y filosófico desde la óptica de los intereses latinoamericanos, fue contribución decisiva a la conformación del pensamiento cubano. Martí se consideró siempre discípulo de Bolívar.
– La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbolizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo y especialmente del Titán de Bronce, la caracterizamos como la forma y el sentido con que la población esclava del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
Desde el triunfo de la Revolución sentí que nuestro país poseía una tradición que vinculaba o relacionaba las categorías ética, cultura y política de una manera extraordinariamente útil para los pueblos. Esta idea -como se sabe- la defendí durante mi gestión en el Ministerio de Cultura, pero al tener que ejercer responsabilidades estatales, administrativas y económicas en relación con el movimiento artístico e intelectual, resultaba muy complejo revelar con toda su fuerza y pureza el valor político de nuestra cultura. Sin embargo, me la confirmó el hecho de que el resultado positivo de la política que promovimos no está cuestionado.
Hoy, como se me ha otorgado el honor de promover las enseñanzas martianas y, por tanto, a los héroes y pensadores de nuestra América y del mundo, presentes en la cultura del Apóstol, podré explicar mejor los vínculos entre ética, cultura y política vivos y activos en la evolución espiritual del país.
(Continuará…)