Y cien años después, con sus diferencias de enfoque y práctica, somos muchos millones los que seguimos pensando en la validez y la permanencia de las ideas de justicia social para todos. No para minorías, sino para que cada ser humano se sienta útil y seguro, amparado en la desgracia y solidario con los otros.
Fuente: Cubadebate
En 1985 terminé mis estudios. Tuve el privilegio de ser el primer cubano en graduarse en la Facultad de Orientalística (más o menos así se traduce) de la Universidad Estatal de la entonces llamada Leningrado. Y hasta el 4to año de la carrera era el único estudiante de la Isla en la Facultad, hasta que se incorporó una compañera, Carmelina Ramírez, que hoy es Embajadora de nuestro país en el exterior.
Me tocaron los años en que hubo cuatro líderes soviéticos. Tres murieron y el cuarto, Gorbachov, asumió en abril del 85 con un estilo nuevo, diferente. Recuerdo a la prensa de esos días cómo alababa los encuentros del nuevo Secretario General con el pueblo y su estilo a la hora de tratar los problemas de la URSS. En Julio de 1985 cuando partí de regreso a Cuba, no podía imaginar que seis años después, ese mismo Gorbachov ponía fin a decenas de años de esfuerzo y heroísmo, con una simple firma que decretaba la desaparición de la Unión Soviética.
Mucho se ha escrito, investigado y dicho sobre ese proceso destructivo. Para mí, en lo personal, fue extremadamente doloroso. En los pasillos de la Facultad y del albergue estudiantil compartía con colegas y amigos de muchas nacionalidades que integraban ese enorme país en aquellos años. Conocía de sus inquietudes, palpaba las diferencias nunca borradas por entero entre ellos, pero nunca en la magnitud que después fuera exaltada por la traición de Gorbachov a la Patria que forjaron sus antecesores.
Cien años se cumplen de la Revolución de Octubre de 1917. Un cambio radical que llenó de ilusiones a millones de personas en el mundo. Por primera vez en la historia se abrieron las puertas para que aquellos que nunca tuvieron la más mínima oportunidad en la vida, pudieran estudiar y soñar, trabajar por un bien común, y llevar su ejemplo a otros lares.
Como toda Revolución no estuvo exenta de errores. Algunos de ellos tan negativos que es imposible ocultarlos en los libros de Historia. Pero el pueblo soviético siempre supo enfrentarse de manera unida a los que intentaban ocuparlos, invadirlos o cercenar las bases del país. Y la epopeya de la Gran Guerra Patria siempre es recordada como el eslabón fundamental de la gran victoria sobre el fascismo. Nadie puede olvidar a los más de 20 millones de soviéticos que perecieron en esa lucha.
Y cien años después, con sus diferencias de enfoque y práctica, somos muchos millones los que seguimos pensando en la validez y la permanencia de las ideas de justicia social para todos. No para minorías, sino para que cada ser humano se sienta útil y seguro, amparado en la desgracia y solidario con los otros.
Una y otra vez vienen a mi mente los recuerdos de esa etapa que me tocó vivir en Leningrado. Y que me perdonen los que difieran, pero me niego a cambiarle el nombre a la ciudad donde disfruté años de especial importancia en mi vida. Una ciudad que fue creada por Pedro el Grande, pero magnificada por los soldados y obreros que en Octubre de 1917, según el calendario juliano, supieron ponerle fin a la esclavitud y servidumbre, y escribieron una página de honor en la historia de la humanidad.
Para ellos, y para los amigos que aún mantengo después de tantos años, va mi recuerdo. Esa memoria que nadie puede borrar, a pesar de los intentos. Y a ellos les envío este poema de Mayakovsky, que me ha acompañado desde que, con solo 18 años, pasé mi primera Noche Blanca en el eterno Leningrado:
…Somos iguales.
Camarada de la clase trabajadora.
Proletariados de cuerpo y espíritu.
Solamente unidos
solamente juntos podremos engalanar el universo,
acelera el ritmo de su marcha,
ante una oleada de palabras, levantemos el dique.
¡Manos a la obra!
¡Al trabajo, nuevo y vivo!…