A los 30 años de edad, y tras una década de lucha incesante por la libertad de su pueblo y la soberanía de su patria, fue el Ministro de Educación más joven de nuestra América en aquel momento.

Y al dejar el cargo a los 35, Cuba estaba libre de analfabetismo y adelantaba la construcción de un sistema educativo de enorme calidad y completa cobertura hasta hoy.

Este hombre no dejó nunca de servir a su pueblo, desde la política como desde la cultura, siempre con una extraordinaria capacidad de convocatoria, que trascendió ampliamente las fronteras exteriores de su país, y las interiores de su generación.

Fue sin duda un martiano cabal, y un maestro de martianos.

A mí me enseñó que había en el pensar y el hacer de José Martí tres principios fundamentales: la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en el poder transformador del amor triunfante.

Esos tres principios animaron su vida. Ellos animarán su memoria en la de cada uno de nosotros.

 

Por REDH-Cuba

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