Al compañero Luis Juárez que, mientras manejaba el tranvía, me hizo leerle los primeros capítulos del primer tomo, y a Julio Le Riverend Brusone, fraternal compañero que me dio las primeras lecciones de marxismo, con un estilo cubano.

Leer “El Capital: crítica de la economía política”.

Para entender mejor la problemática a que se refiere este ensayo es conveniente aclarar su sentido desde las primeras páginas.

Al conocimiento que tiene por clásico a Marx se le ha identificado de dos maneras: en una se le ha calificado, en otra se han destacado las distintas características innovadoras de su método y de su teoría, ambos muy vinculados a sus conocimientos y a sus luchas.

Por lo que respecta a la categoría en la que se inscribe la obra de Marx es necesario no emplear la expresión de “pensamiento crítico” porque el término “pensamiento” se refiere lo mismo a las “razones” que a las “pasiones”. Unas y otras no expresan lo que la obra de Marx es: un conocimiento y práctica de la verdad metódica, concretada, y comprobada tanto en la reflexión como en la lucha y la acción. Es cierto que con frecuencia, –sobre todo en sus polémicas– Marx se expresa con un estilo combativo que no por defender la verdad deja de precisarla.

En cuanto a la otra calificación que se da a la obra de Marx como “teoría crítica” es, a su vez, inexacta o imprecisa, pues por “teoría” habitualmente se entiende un conjunto de hipótesis o de construcciones hipotéticas, formuladas por un “sabio” o un “especialista”, quienes con datos, argumentos lógicos, o incluso con observaciones y cálculos matemáticos, las expresan sin haberlas necesariamente comprobado. Por lo demás en el uso común del término “teoría”, ésta se percibe como “mera teoría”, y como tal se le descalifica y desatiende. Que eso no sea así, siempre requiere aclaraciones o conocimientos de especialistas que permitan superar las dudas y comprender o actuar en consecuencia.

Al referirnos a la obra de Marx como “ciencia crítica” y sostener que tiene como su clásico “El Capital” buscamos afirmar que “El Capital” destaca en la explicación rigurosa de las causas de lo que ocurre en el sistema capitalista que hoy domina casi la totalidad del mundo. Además, “El Capital” no es la única de las aportaciones de Marx, que da una explicación científica y crítica de las causas determinantes de los fenómenos de opresión y acumulación que caracterizan al capitalismo a lo largo de su historia. Hay muchas más que le suceden y preceden, y cuyo carácter crítico y científico es indudable.

Marx integra a sus contribuciones lo que se llamaba en la filosofía clásica la “causa eficiente”, que hoy se identifica con el “atractor principal” de un sistema, y que en este caso, la que mueve al capitalismo, como “atractor principal” es la acumulación de poder, riquezas y utilidades.

Una investigación científica y crítica de las ciencias de la complejidad nos permitiría modelar, formalizar y escenificar, real o virtualmente, lo que hoy es el capitalismo, y lo que las ciencias de la corriente dominante ocultan, y es que con las relaciones económicas del sistema se dan las relaciones de dominación y despojo, características del sistema.

Si los objetivos científicos y críticos de Marx se centraron en las causas que la ciencia económica de su tiempo encubría, hoy la crítica de las ciencias de la complejidad y de las ciencias de la organización nos ayuda a comprender lo que a lo largo de la historia del capitalismo subsiste y lo que cambia, o todo lo que cambia para que el sistema subsista.

En cualquier caso, a través del propio cambio histórico de las ciencias no podemos menos que reconocer, tanto lo nuevo en el sistema como la ley o la esencia del sistema, que opera entre variaciones que se dan sin que cambie el atractor que lo caracteriza, y que también caracteriza a las organizaciones empresariales y estatales, objeto actual de nuestro conocimiento científico y crítico.

Esa es la mejor demostración –entre otras de parecido alcance–, tanto del carácter histórico del capitalismo como de la ciencia crítica que en nuestro tiempo contribuye a, conocerlo y a enfrentarlo a la vez en sus nuevas categorías conceptuales que lo que encubren, y también en sus categorías reales, que la ciencia crítica descubre en las estructuraciones, desestructuraciones y reestructuraciones del sistema.

Al usar las expresiones anteriores parece necesario aclarar enfáticamente, que tanto el sistema como las estructuras a que Marx se refiere y a las que nos referimos aquí, corresponden a un sistema hecho de estructuras de relaciones humanas a la vez subjetivas, instrumentales y contradictorias. Es decir no nos referimos a relaciones entre cosas o entre conceptos, sino a relaciones entre clases de seres humanos en que unos están en una clase y tienen objetivos o intereses afines de los que están concientes o de los que carecen de conciencia, no obstante los embates que hacen sufrir a la clase que dominan… Esa contradicción no es la única, pero es indudable que es la principal para comprender el estado y la evolución del sistema, y la más significativa, entre otras luchas que la concretan.

Algo más a aclarar en este punto es que al definir al marxismo como ciencia crítica, por un lado sostenemos que es una ciencia crítica del capitalismo, y de las corrientes científicas funcionales al capitalismo, las cuales –entre contradicciones– contribuyen a la dominación y/o a la justificación del sistema, mediante aportaciones que no siempre utilizan las “ciencias aplicadas” pero que pueden eventualmente usar, y que, en muchos casos, contribuyen al diseño de políticas funcionales al sistema, o a la mediatización, enajenación, represión y despojo, que sus beneficiarios realizan y que esas ciencias simplemente callan o acallan, ya sea en formas serenas y no polémicas, propias de investigadores respetables, o bien con toda suerte de apologías al sistema y de diatribas y acometidas que los expertos y publicistas del sistema lanzan contra los insumisos.

Por su parte, las ciencias críticas, en sus versiones más rigurosas y profundas, son autocríticas de los planteamientos que diciéndose marxistas muestran incomprensiones del marxismo como “ciencia”, cuando en realidad se trata de otra ciencia, “muy otra”, cuyas diferencias esenciales de lo que se entiende por ciencia en la “corriente principal dominante”, corresponde a las relaciones funcionales de aquella y a las relaciones dialécticas e históricas  en que éstas  se encuentran insertas, y contra las que se enfrentan implícita o abiertamente.

Ahora lo que queremos destacar es que aciertos y errores en la propia ciencia crítica no sólo se dan y reconocen con la práctica del conocimiento sino con la práctica de las luchas entre clases, estructuras, formaciones y organizaciones de seres humanos comprometidos con el proyecto emancipador.

La corrección de los errores que se cometen en la estructuración, organización y experiencia de las propias fuerzas insumisas no sólo ocurre en el observatorio, en el laboratorio o en el aula, sino en las luchas para la creación y construcción de alternativas.

La creación de alternativas se parece, tanto a los bosquejos que el artista va diseñando en un acercamiento a su obra principal, como a las prácticas de los matemáticos que formalizan un modelo o escenario tras otro, hasta que encuentran el más idóneo para entender o lograr sus objetivos.

Un problema más que se plantea a los lectores de esta obra es el del ir y venir del conocimiento del autor al del lector y el de éste a aquél. En las construcciones y creaciones de la ciencia crítica, al saber y acción de sus militantes se añade cada vez más no sólo el conocimiento teórico y práctico de los expertos, sino el saber, saber hacer, y saber ser de las masas.

Con ésta observación intento expresar el paso necesario que va de la lectura de la obra a la lectura del mundo, un paso que es y será indispensable dar, con otros que le sigan para juntar la relación del autor con la del lector y la de éste con la de aquél y con el mundo en que actúa.

La cultura histórica, moral y combativa de las masas significa tanto como la forma en que los líderes la enriquecen con su cultura y decisión  vital haciendo por su parte suyo el conocimiento y combatividad de las masas y sus líderes. A la clásica vinculación del líder intelectual y las masas se añade, por otra parte, una nueva modalidad, por la que no sólo se les muestra a éstas lo que los líderes no saben, sino la necesidad de recurrir a los expertos y especialistas en determinadas áreas de las ciencias naturales, de las ciencias de la vida y de las ciencias humanas, y la de consultar a los especialistas, para lograr un conocimiento eficaz en problemas concretos.

Al leer esta obra es necesario recordar siempre, que no es una obra de economía política sino de crítica científica al capitalismo, y a los especialistas al servicio del sistema, que encubren las relaciones de explotación que se esconden bajo el salario.

Algo diferente a la necesidad de recurrir a los expertos para resolver problemas de su especialidad ocurre cuando se advierte también la necesidad de recurrir al saber de los pueblos y a quienes dominan los conocimientos escolarizados o la crítica a los mismos.

El conocimiento científico y crítico implica deshacerse de las culturas autoritarias, tanto para escuchar y entender lo que los pueblos y trabajadores saben como lo que entienden y hacen cuando leen una obra o escuchan a quienes se refieren a la misma. En ese sentido para una buena lectura de “El Capital” se requiere vincular el saber de quienes han seguido estudios profesionales o universitarios, con el conocimiento que es necesario transmitir con fidelidad y claridad a “los pobres de la tierra”, ávidos de conocer. Para alcanzar ese objetivo es fundamental estudiar la pedagogía de la liberación, en que destacan, entre otros, Paulo Freire como pedagogo, y Fidel Castro, el sub-comandante Marcos, hoy Galeano, y el general Hugo Chávez entre los latinoamericanos.

Hoy, en todo caso, una buena lectura del conocimiento crítico y del mundo consiste en vincular lo que se sabe por la escuela y la profesión con lo que se aprende de los trabajadores y los pueblos y, en ambos puntos de partida, hacerlo de una manera crítica de quien busca saber más y, sobre todo, más precisa y profundamente, a fin de enriquecer los conocimientos adquiridos con los que se adquieren en la práctica y la lucha. Tarea como ésta es tan necesaria como la de traducir sin traicionar el sentido profundo de la obra para conocer y actuar.

El ineludible esfuerzo de transmitir a las masas, la esencia de lo que son los conocimientos científicos, en unos casos se logra haciendo una selección de aquellos textos de la obra que son más significativos para la acción colectiva, uniendo lo que las masas han vivido y sufrido, con lo que deben observar y pensar, más de lo que creen. En todos esos casos el diálogo pedagógico colectivo dentro de una comunidad, o red de comunidades, obliga a los que conocen un tema o terreno a aclarar su comprensión del mismo como lectores y como actores.

El problema se resuelve en un camino que va igualando unos conocimientos con otros, en el que los obstáculos que se encuentren tiendan a desaparecer tanto en el terreno de la especialización como en el de la cultura general. Igualar con la vida el conocimiento de quienes luchan por un mundo mejor es esencial para acercarse a la realidad que se vive y a la emancipación por la que se lucha.

El doble proceso de que quien sabe aprende y de que quien enseñe aprenda se define como la práctica generalizada de una junta de culturas que busca un creciente rigor y una mayor fuerza para la construcción y creación de la ciencia crítica de colectivos y colectividades.

El conocimiento de la ciencia crítica con la mayor profundidad posible ha de ser objetivo creciente de todos, y parte significativa de una cultura general, enriquecida y precisada con la propia. Tal es el objetivo a buscar –entre otros– en “El Capital”, la obra clásica del conocimiento crítico, cuyo contenido general en varios tomos, no impide hacer una síntesis de los mismos y dar al primero de ellos la atención del descubrimiento teórico principal que Marx hizo al des-cubrir, en su crítica de la economía política de la corriente principal de su tiempo, las relaciones de explotación que sufren, quienes son considerados por los apologistas del sistema y por connotados científicos del mismo, como “trabajadores libres”. Esa gran mentira la vivían en la teoría y en la práctica y la viven miles de millones de trabajadores y pueblos oprimidos, despojados y explotados.

El conocimiento científico y crítico esencial para comprender la esencia del sistema, tuvo como punto de partida a los economistas clásicos, que en su tiempo defendían al sistema, pero del mismo no derivaban todas las relaciones que son esenciales para el conocimiento del sistema, con lo que queremos decir que si sólo se lee el primer tomo de “El Capital” no se pueden sacar conclusiones de la toda la teoría y obra de su autor. En este caso a la lectura de otras obras fundamentales de Marx como “La ideología alemana“, “La crítica de la economía política”, “La guerra civil en Francia”, el “Manifiesto Comunista”, “El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte” es a menudo conveniente añadir la lectura de un buen conocedor que haga una buena síntesis de la misma y dé a conocer otras relaciones esenciales para el análisis del capitalismo, como las relaciones de dominación, despojo, acumulación, maximización de utilidades y enajenación.

En las numerosas páginas de “El Capital” Marx logró en las ciencias humanas el doble carácter crítico y científico de su empeño. En “El Capital” logró plasmar, con sus experiencias en las ciencias y en la lucha, el conocimiento científico y crítico del capitalismo industrial, que cada vez más dominaba en la Europa Occidental y que desde allí se extendía por el mundo, en variadas relaciones de dominación y explotación que corresponden a un vasto proceso de adquisición de los conocimientos científicos y críticos que se cultivaban en las universidades, y de muchos otros que se adquirieron en las luchas de los trabajadores.

Ese amplio recorrido llevó a Gramsci, entre los más notables sucesores de Marx, a calificar la conjunción de conocimientos como “filosofía de la praxis”. Y puede comprenderse que ese enriquecimiento diera lugar a que otros grandes pensadores revolucionarios consideraran como “filosofía de la praxis”, un conocimiento que se adquiere y enriquece con la lucha y creación de otro mundo y vida; pero en todo caso es necesario aclarar que esa “filosofía” lleva a  conocimientos concretos con la junta de los que vienen de la crítica a la filosofía y a las ciencias de la corriente principal, tanto con el saber de los pueblos, como con los conocimientos que pueblos y trabajadores adquieren en sus organizaciones y sus luchas.

La síntesis de filosofía, ciencia y lucha es la praxis del autor de “El Capital”. Se trata de una ciencia que no se queda ni en la filosofía ni en la práctica, ni en la ciencia convencional ni en el saber de los pueblos y trabajadores, sino de una ciencia que descubre lo que encubren las ciencias hegemónicas.

Tras el largo camino preparativo en la teoría y la práctica, Marx descubre, con la praxis, el saber necesario para crear otra organización del mundo y de la vida e investigar los mejores caminos, que en su tiempo se daban para alcanzar esos objetivos. Si en el curso de sus luchas y reflexiones Marx encuentra, entre otras, las limitaciones que en las ciencias “normales” sólo fueron superadas mucho más tarde con el uso de las matemáticas no lineales, no por ello sus reflexiones sobre un curso lineal ascendente al socialismo, dejaron de ser ciencias ni deja de serlo la ciencia crítica cuyo clásico es “El Capital”.

Más adelante nos referiremos a la superación de errores en una creación que al no ser infalible busca hoy, en el mundo de hoy y en las ciencias de hoy, las mejores formas de lograr los objetivos emancipadores.

De hecho estamos viviendo en un mundo en el que han fallado la Civilización, el Progreso y la Democracia anunciados entonces con bombos y platillos por los ideólogos y científicos del capitalismo, y mientras a las fuerzas dominantes se les plantea hoy el problema de que todas las soluciones a la crisis del capitalismo han entrado en crisis, a los teóricos e ideólogos del socialismo y la liberación se les abren nuevas y cada vez mayores posibilidades de lograr con otra democracia, otro socialismo, otra liberación y otra la libertad, con ésta que por supuesto incluya la libertad de pensar y opinar y una condición humana libre de la miseria, del hambre, de los enfermos sin médico ni medicinas, de los trabajadores sin trabajo, de los niños y jóvenes sin escuela, de los emigrantes sin asilo, y de la destrucción moral y material de la Humanidad y del Planeta.

Marx usó el concepto de praxis durante algún tiempo y luego dejó de usarlo, pero no es posible olvidar que en su obra, expresamente realizó la crítica, plenamente válida hasta hoy del conocimiento científico hegemónico de su tiempo sobre la economía, y que ampliándola y actualizándola se aplica hoy a las ciencias normales de nuestro tiempo, y a las realidades y causas o causa principal que encubren.

Así, no podemos menos de terminar estas observaciones, sin afirmar que hoy es plenamente válida la tesis de que el marxismo es mucho más que una filosofía de la praxis, pues el término “filosofía”, por lo común, corresponde a la búsqueda de un saber racional y especulativo, e incluso a un conocimiento que medita y de sus meditaciones y razones sobre las teorías y las ciencias de la naturaleza, de la vida, y de la humanidad deriva sus conclusiones.

El conocimiento crítico y científico actualizado, que tiene como su clásico a “El Capital” permite hacer más efectivas las luchas revolucionarias para el logro de las metas que se proponen los movimientos revolucionarios de los trabajadores y de los pueblos. En el proceso cognitivo, la praxis contribuye a enriquecer, precisar y concretar el conocimiento que surge de las ciencias y técnicas “normales” y que con  el suyo, somete a la crítica, para la acción más eficiente en las luchas  defensivas y ofensivas de los trabajadores y los pueblos cuyo propósito y problema principal sea fortalecerse para defender sus  intereses inmediatos y para crear “otro mundo posible” y necesario. En esos empeños pueblos y trabajadores hacen uso del conocimiento científico y crítico que viene de la academia y del que viene de la fábrica y de los pueblos oprimidos y despojados.

Queden estas observaciones aquí, a reserva de considerar las definiciones que destacan el carácter histórico y dialéctico que caracteriza al “marxismo”, apelativo éste que el propio Marx rechazó una y otra vez, y que sólo con la insistencia y el tiempo, cada vez más se empleó, al grado de que hoy aparece en los sitios, enciclopedias, diccionarios e historias que se refieren al pensamiento de Marx y sus sucesores. Aquí lo usamos relativamente poco por su brevedad, y ponemos un mayor énfasis en el carácter profundamente científico de, la ciencia crítica, la más rigurosa para la lectura del mundo actual y de las ciencias hoy dominantes, muchos de cuyos conocimientos, ya sometidos a la crítica, son plenamente válidos y necesarios para la explicación de la materia y de la vida, y para el conocimiento  actualizado de sistemas inteligentes destinados a alcanzar objetivos, frente a una “sociedad del conocimiento” que es también sociedad del desconocimiento, y no sólo de los horrores que vive la inmensa mayoría de la humanidad, sino de los que amenazan, con el actual sistema de dominación y acumulación, la propia vida de “los ricos y los poderos”, y la de sus hijos, así como la de las plantas y animales.

La sacralización de “El Capital” y del marxismo.

Es indudable que la influencia que “El Capital” ha alcanzado a un nivel mundial, se explica de un lado por la profundidad y rigor de los análisis científicos y críticos del sistema capitalista, y de otro porque es el primer gran esfuerzo para pensar y actuar, en términos de una ciencia crítica que supere dos problemas: no se quede en las utopías sobre una sociedad justa y libre, ni en los caminos ilusorios para alcanzarla.

Pero si la grandeza de las contribuciones de Marx queda fuera de toda duda, no por ello ha impedido que se le sacralice y lea su obra magna a la manera de un texto sagrado, es decir, como “fuente de la verdad”, hecho muy grave no sólo porque coloca el gran texto en el terreno de las creencias, y de las interpretaciones válidas o inválidas a cargo de sus nuevos popes, sino porque la contribución de Marx a las ciencias del hombre y a la emancipación humana da fin a un largo proceso de desacralización de todas las ciencias –las de la materia, las de la vida y las de la humanidad– y acaba con sus interpretaciones religiosas, explícitas e implícitas.

Ya en Francia, a poco de aparecido el texto, se decía que “El Capital” era “la Biblia de la clase obrera”, lo que inducía a buscar, en el texto mismo, tanto la verdad de lo que ocurre y de las causas que lo provocan, como lo que es obligatorio hacer para lograr la salvación de los fieles, y sobre todo de quienes en el libro buscan –como si de veras fuera la Biblia– su salvación y la salvación de los suyos.

Problema más grave aún es que la sacralización no se limitó a ese y otros textos de Marx. Ha llevado incluso a la sacralización o exclusión, pasajera o duradera, tácita o expresa, de grandes pensadores clásicos y contemporáneos, que se inscriben en esa inmensa corriente de pensar y luchar, y hasta de quienes, a lo largo de la historia, han sido líderes de importantes movimientos, partidos, uniones y estados en los que, no pocas veces, como líderes se han servido de la sacralización que los engrandece para la descalificación integral de sus opositores, a fin de que los razonamientos y propuestas de éstos pierdan toda legitimidad y fuerza.

En última instancia la sacralización es una manifestación del autoritarismo, tanto en el pensar como en el actuar, pues los argumentos de quien o quienes mandan se vuelven argumentos “sagrados”, y otro tanto ocurre con sus estrategias, tácticas y políticas. Éstas se escuchan y obedecen.

Allí no acaba el problema, sino que para mayores daños al conocimiento científico y a la acción revolucionaria, la sacralización de la cultura dialéctica y dialogal precisamente la convierte en su opuesto, en una ideología supuestamente revolucionaria o reformista, cuyos adherentes, lejos de someter a crítica los conocimientos científicos, prácticos y técnicos del sistema, rechazan actualizar sus propios conocimientos descuidando el paso del tiempo, y se quedan en una crítica que a menudo impide el des-cubrimiento de lo nuevo y de lo concreto en la historia, la geografía y la organización del trabajo y de la vida.

Para profundizar en nuestro objetivo crítico, vamos a apuntar una brevísima historia de la liberación de “las creencias”, de aquéllas que tras ser controladas por “los señores del poder y del dinero”, siguen apoderándose de las ciencias y hacen aún más difícil el triunfo de la liberación y de la vida humana.

Las fuerzas emancipadoras no sólo están obligadas a elevar la lucidez, la moral de lucha, la moral de cooperación y de compartición, sino la comprensión de un proceso emancipador que se enfrenta a las ciencias y técnicas de contrainsurgencia del imperialismo. La validez de rescatar este planteamiento crítico se mostró con toda claridad al triunfo de la Revolución Cubana encabezada por el “26 de Julio”, que a las experiencias históricas de rebelión y resistencia del pueblo cubano, añadió un conocimiento concreto y actualizado de las luchas de clases y de liberación, para que las masas no creyeran ni actuaran como obedeciendo lo que los líderes les ordenaran, sino razonando por su propia cuenta.

Entre masas y líderes se practicó un diálogo y una pedagogía política colectiva y de colectivos, que llevaba a razonar y aprender al dialogar sobre las luchas probables o necesarias, sobre las decisiones a tomar –con las ventajas y desventajas de cualquier opción– y sobre las organizaciones a construir o activar para conseguir el mejor logro de los objetivos.

Líderes y masas abandonaron el discurso de los creyentes, en que los líderes autoritarios asumen el papel de Dios en vano. La revolución cubana se convirtió así en un referente universal a seguir, sobre el fin de las creencias en el pensamiento concreto, esto es, en el que es efectivo para la emancipación, y en general, válido como pedagogía emancipadora a nivel universal.

Para practicar hoy el diálogo persuasivo y razonado es necesario conocer los difíciles obstáculos que se vencieron en los anteriores movimientos liberadores, a los que Marx sucedió con un planteamiento que en el terreno teórico y práctico sigue siendo fundamental para la ciencia crítica del sistema y de las falsas argumentaciones.

Aquí vamos a esbozar el proceso histórico occidental –hoy de alcance universal– por el que las ciencias se han ido liberando de las creencias. Se trata de un proceso de desacralización de las ciencias que –insistimos– precisamente culminó con Marx en las ciencias humanas.

De hecho, con los planteamientos del conocimiento crítico, científico y revolucionario, Marx descubrió las categorías fundamentales para comprender, actuar y luchar por la liberación y por la vida humana, a sabiendas de que el problema no es mejorar este mundo, sino construir otro mundo del trabajo y la vida.

Es precisamente en la historia de la desacralización de las ciencias en la que destaca El Capital: crítica de la economía política, como la obra que cierra toda una larga etapa del pensamiento y la acción, y que, en medio de los cambios históricos y geográficos de las ciencias, las tecnologías y las tecnociencias sigue siendo plenamente válida para conocer y reconocer las relaciones encontradas, dialécticas, que se manifiestan en las luchas de clases y de liberación, y en las organizaciones, que para seguir dominando y acumulando más y más poder, más y más utilidades y riquezas, actúan en forma, cada vez más autista, violenta e insensata mientras las de los pueblos y los trabajadores este momento, sólo son capaces de protegerse o enfrentarse a esta lucha mediante las redes y tramas de protección de colectivos y colectividades organizados para la resistencia física y moral, y que cada vez deben ser más fuertes y capaces de asegurar la victoria en sus proyectos defensivos y emancipadores. En ellos su saber y su conocimiento crítico y científico vinculado a una moral de lucha, y a una organización que tiende a crecer en su conocimiento y su fuerza revelan y revelarán ser un arma extraordinaria.

En las actuales condiciones “El Capital” les sirve para recordar que las luchas de los pueblos y los trabajadores tienen un carácter histórico en que han cambiado del pasado para acá hasta las categorías concretas de los propios pueblos y trabajadores en lucha, por lo que también tienen que ver lo que queda hoy de la cultura colectiva de la resistencia, así como cuáles son las nuevas formas de lucha que deben aprender si no lo han hecho.

La larga historia de la desacralización de las ciencias.

Galileo –en sus últimas palabras– inició la desacralización de las ciencias naturales cuando entre las llamas de la leyenda lanzó aquel famoso grito que se le atribuye “Eppur si Muove” (“Y sin embargo se mueve”). Con Galileo y sus des-cubrimientos, el Dios de Torquemada (y no el de Cristo y los carpinteros y pescadores que expulsaron a los comerciantes del templo y buscaron expulsar a los romanos de Palestina) empezó a desaparecer.

Galileo dio inicio a un proceso de las ciencias físicas que culminaría con los descubrimientos de Isaac Newton, y al que sucederían varios descubrimientos más vinculados a las matemáticas, a la observación y a la experimentación macro y microfísica. Otro tanto ocurriría con la biología y con sus descubrimientos desde Darwin y Spencer que, con sus sucesores en las ciencias biológicas, contradecían los orígenes divinos del hombre y sostenían los cambios meramente biológicos de las especies, incluida la especie humana.

La desaparición del Dios de Torquemada presentó dificultades mayores en las ciencias humanas. Tan resistentes fueron inquisidores y filósofos “tomistas” a la recuperación del Cristo rebelde y a su inserción profana en los nuevos movimientos revolucionarios, que muchos de los insumisos se volvieron ateos, y no fue sino hasta el siglo XX, con la iglesia social y la teología de la liberación, encabezadas entre otros por el padre Camilo Torres ayer, y hoy por Leonardo Boff y Frei Betto, con aquél que murió luchando al lado de los guerrilleros, y éstos que sostuvieron y sostienen a los movimientos revolucionarios, mientras por otra parte surgen líderes que afirman a la vez ser revolucionarios, creyentes y marxistas, como el general Hugo Chávez, quien empezó a reconocer y hacer suyo el valor del marxismo al tiempo que ratificaba su fe en el cristianismo, identificándose como católico, con numerosas expresiones que lo llevaban a vivir una fe arraigada en el Cristo liberador, y una razón, no menos vigorosa, adquirida en las luchas emancipadoras que vienen de Carlos Marx.

Al general Chávez, por otra parte, lo precedieron o acompañaron otros dos líderes revolucionarios que hicieron del respeto a los creyentes uno de sus más firmes valores cotidianos. Entre ellos destacó el comandante Fidel Castro y se inscribe el sub-comandante Marcos, hoy Galeano, con éste que manifestando su propio pensamiento, vive y respeta a quienes en “Los Caracoles” mayas son creyentes, y –que entre los comandantes cuentan desde el principio y hasta hoy– con el Comandante David, sabio en teología.

Pero volviendo a la desaparición de Dios en las ciencias humanas es indudable que ésta se dio a lo largo de varios siglos –y hasta el día de hoy–, en medio de poderosos obstáculos para expresar ese otro gran salto que requiere concebir y expresar los obstáculos que no sólo ocurren al nivel de la conciencia sino en el propio inconsciente personal y colectivo.

Entre los recursos retóricos con que los desacralizadores de la ciencia trataron de protegerse de la hoguera real, o de ser incluidos en el “índice de los herejes”, uno consistió en impulsar lo que hace cinco siglos era ratificar su creencia en la verdad, que Dios poseía en forma exclusiva, y en expresar en seguida sus pensamientos laicos, sin que por ello lograran que su nombre y obra no fueran incluidos en el “índice” inquisitorial.

Uno de ellos fue Descartes, quien firmemente sostuvo que sólo Dios alcanza la verdad, lo que le permitió formular su bella frase del “Pienso luego existo”, en la que seguramente los inquisidores vieron lo que es cierto, la separación del conocer y el creer, de la ciencia y la creencia, pues a diferencia de Santo Tomás que asignaba toda verdad a Dios, Descartes cayó en la herejía de que se podía conocer sin el recurso a Dios afirmando que el conocer del yo era prueba del ser. Descartes, con su inolvidable frase propuso al Ego como prueba, y como prueba de la existencia. Los inquisidores advirtieron, desde la escolástica, y desde la poderosa Inquisición, la diabólica pedantería de que el Ego fuera la prueba del ser y del conocer. Pero a pesar de los inquisidores, Descartes separó el conocimiento, de la “verdad de Dios”.

Muchos pensadores, filósofos, escritores y políticos, de toda una época, conocida como “la Ilustración”, fueron parte de un inmenso cambio ideológico y masivo, que incluyó toda la visión de la vida y del mundo. El Cielo bajó a la Tierra, y, a la Tierra subió el Infierno. Todo problema divino, o diabólico, se volvió un problema terrenal. Su derivada principal en la sociedad y en la economía planteó tres cambios primordiales, el del fin de los Monarcas y los señores feudales que pronto se aburguesaron, el de un predominio creciente de la revolución industrial que iba más allá de la mercantil y usurera, y el de una movilización popular que en la Revolución Francesa reunió muchos más ciudadanos, y “pobres” o proletarios, que cualquier otro levantamiento vivido en Europa.

En la Revolución Francesa se expresaron las nuevas fuerzas que pretendían dominar en sus países y en el mundo, ganando al final sobre todas ellas, una alianza encabezada por “la burguesía” que contó, tarde o temprano, con más o menos contingentes venidos de las aristocracias y los militares rebeldes, crecientemente aburguesados.

En el curso de esos tiempos ya se habían manifestado utopías o paraísos laicos a descubrir o a construir, con éstos que fueron la base del “socialismo utópico” representado en las incipientes ciencias sociales por Sismondi, y, en la lucha de clases por quienes se sentaron a la izquierda de la Asamblea General organizada por las fuerzas rebeldes, entre cuyas aportaciones hay por lo menos una que es válida hasta hoy. Al discutirse en una sesión de la Asamblea en quién debía recaer la soberanía, si en el Rey o en la República, la izquierda de la Asamblea sostuvo: “La soberanía no debe recaer ni en el Rey ni en la República. La soberanía debe recaer en el Pueblo”: Así dijo.

Desde entonces se escuchó ese clamor y ese proyecto que define hoy mismo lo más nuevo y vivo de los movimientos realmente radicales. La soberanía debe recaer en el pueblo, la soberanía debe constituir el poder supremo del pueblo, y no el poder de los esclavistas, como éstos quieren, ni el de los mercaderes, ni el de los romanos imperialistas de entonces y de ahora, sino el poder de los trabajadores, de los pueblos y de los ciudadanos, que en la definición de lo que es un ciudadano y de lo que es una democracia, incluyen al trabajador metropolitano y al colonizado, con sus respectivos pueblos y estirpes, que no “crías como de animales”, ni padres abierta o hipócritamente “animalizados”, como los tratan hoy quienes se dicen ciudadanos y demócratas, o cínicamente nazis y racistas, quienes, con una definición imperativa, declaran que su dictadura es “democracia” y que la de cualquier pueblo trabajador es “dictadura”.

Desde aquel rincón que se hallaba a la izquierda de la Asamblea General quedó muy claro que la lucha no es por la democracia de los esclavistas, no es por la democracia de Pinochet, como en 1972 pretendió un plumífero al servicio de los imperialistas y de sus aliados locales, que hoy siguen dominando, desde Estados Unidos de Norteamérica con sus aliados nativos reales y virtuales, mientras califican a Venezuela de “dictadura” por no practicar la democracia de los esclavistas y sus furibundos herederos.

Tras esta breve visión de las luchas de abajo y de los de abajo que se hicieron presentes en la Revolución Francesa y que las nuevas y viejas clases de la burguesía y la aristocracia le arrebataron al pueblo, es necesario irse al antiguo imperio austro-húngaro, y reparar en el idealismo crítico de Kant y sus sucesores para entender cómo se dio en la filosofía y en las ciencias en que Marx se educó, y a las que Marx se enfrentó en un creciente acercamiento a los proletarios víctimas de una revolución que se volvió burguesa.

La rememoración de ese ayer puede permitirnos entender mejor sus semejanzas y diferencias con la historia de este hoy.

Es el caso que Kant –y su importante escuela– cobró distancia de Dios al distinguir, los “fenómenos” de los “noúmenos” –palabras y conceptos ambos, que le sirvieron para afirmar que los seres humanos sólo pueden conocer los “fenómenos”, y no los “noúmenos”. Semejante tesis significaba también que el ser humano no puede conocer las causas, y tan sólo tiene la capacidad cognitiva de hacer la crítica de la razón pura, de la razón práctica, y del juicio. Es más, Kant declaró que no es ciencia la que para conocer no se funda en las matemáticas, a las que Newton había hecho nuevamente respetar como esenciales al conocimiento científico. Para Kant no hay ciencia si no hay matemáticas, cuando de hecho puede no haber ciencia bajo el manto de sofisticados modelos matemáticos. En realidad se puede mentir con los conceptos, con los números y signos del álgebra.

Con todo su nuevo idealismo crítico, Kant dejó a Dios tranquilo. Reflejó lo nuevo del mundo con la idea de que el ser humano, en su ciencia, sólo es capaz de criticar y contar. Eso sí en el orden de las creencias Kant aceptó la existencia de Dios, pero afirmó que no creía que Dios fuera la causa de todo. Y desde luego Kant, como gran filósofo, quedó sujeto a una creencia no reconocida, escondida. De su cepa surgió toda esa escuela del idealismo crítico en la que Marx se formaría y a la que enjuiciaría y derrocaría.

Hegel, discípulo de Kant, fue más lejos que Kant. Puso al descubierto una dialéctica de las ideas y de las categorías en que las relaciones contradictorias parecieron comprender al ser, al conocer y al resolver. En su gran revolución epistemológica y ontológica frente a “lo Unocomo “la causa”, Hegel planteó las contradicciones entre “Dos” como “relaciones dialécticas” propias de la confrontación, evolución y solución, características de lo que en el razonar son la tesis, la antítesis y la síntesis, es decir de lo que en la filosofía tradicional se conocía como la “causa eficiente” para lograr un objetivo.

La causa, el medio y el objetivo, como se ve, se volvieron producto de relaciones contradictorias en que la verdad –cuando aparece– no se encuentra en la tesis ni en la antítesis sino en la relación que en la síntesis se alcanza y que a su vez es contradictoria, con todo y sus logros, que pueden ser inmensos como lo fueron en Rusia, China, por ejemplo.

En la crítica de las ideas y los conceptos, y en la elaboración de la dialéctica idealista, Hegel constituyó un pensamiento que echaba abajo el monoteísmo cognitivo a que el dictador o líder autoritario invocan y cuyo pensamiento dicen representar. Hegel des-cubrió esa dialéctica en el curso de las ideas, de los conceptos, de los razonamientos que en su pensar idealista son los que determinan los fenómenos reales y materiales.

Pero, Hegel, con todo y mantenerse en el campo idealista, que se basa en la argumentación crítica de los conceptos, y que entre grandes diferencias de la metafísica y la filosofía, los cristianos heredaron de los griegos, hizo un gran descubrimiento que más tarde fue negado por el propio Hegel, cuando, ya viejo y conservador, atribuyó al Emperador de Prusia la facultad de resolver los problemas humanos… si actuaba como “un emperador bueno, moral”.

El lamentable recurso del anciano filósofo a “la autoridad” y a “la moral” del poderoso, del “Uno” –del Estado prusiano en su caso–, como capaz “, si era moral o bueno” de resolver los problemas de “los muchos” y hasta de “todos”, daría más tarde lugar al colérico ataque de buena parte de la izquierda, que pensando también en términos de “lo uno”, muy a menudo enfrentó la sociedad al poder en una dialéctica superficial, identificando la moral metafísica con el concepto metafísico del poder, y descalificando a la moral en todo y para todo. Muchas corrientes socialistas y anarquistas –con parecidos conceptos, explícitos o implícitos, separarían y debilitarán gravemente el actuar de todos y para todos aislado de la moral de las clases oprimidas y de los pueblos. Y si eso por supuesto no se debió a Hegel, obedeció a una creencia que muchos líderes de la izquierda no lograrían erradicar y que tanto daño hizo y hace a los movimientos emancipadores.

Es más, la visión de la moral como comportamiento del individuo llevó a Marx y a numerosos marxistas, a no emplear sino raras veces o nunca, esa palabra, ni a ahondar en su carácter fundamental de fuerza colectiva para consolidar el poder y lograr el triunfo en la lucha de los trabajadores y de los pueblos por un mundo en que florezcan y prevalezcan, la libertad de personas y colectividades, la justicia individual y social, y la democracia de los ciudadanos, los trabajadores y las colectividades, como objetivos y valores que –con la moral colectiva y personal, y su práctica indeclinable– corresponden al verdadero socialismo y comunismo.

El esencial planteamiento de la moral de lucha, cooperación y compartición lo haría Martí, a fines del siglo XIX, y Fidel en el XX, y a ellos seguirían los nuevos movimientos revolucionarios de los mayas zapatistas y de los verdaderos revolucionarios venezolanos. Desde nuestra América, la moral de todos como medio y meta constituye un referente universal.

Pero volviendo a Hegel en este ir y venir del descubrimiento de la dialéctica y de las relaciones contradictorias, el gran filósofo concretó más sus planteamientos teóricos al incluir en su filosofía las relaciones entre el amo y el esclavo. En estos análisis planteó los problemas del poder y de la libertad, del poder y de la fuerza de la persona y del pueblo, que no pueden ser libres sino esclavos, a menos que estén dispuestos a arriesgar su vida, decisión que en términos menos claros constituye el verdadero origen de la libertad concreta de un hombre o de un pueblo, y que Marx llevaría a la rebelión contra el estado y contra el sistema capitalista, que someten y explotan a los despojados.

El descubrimiento de Marx, de ayer a hoy.

Entre las múltiples variaciones que se dan en siglo y medio, tal vez una de las más importantes sea considerar en este ensayo la de las revoluciones y los levantamientos.

Un nuevo tipo de revoluciones, distintas a las esperadas en los países más desarrollados, y distintas a las marxistas-leninistas iniciadas en 1917, surgió en 1959 con la revolución cubana, a la que han seguido los extraordinarios movimientos emancipadores de los pueblos mayas del Sureste Mexicano y de la República Venezolana, que con la organización de la conciencia, los conceptos, las palabras, la moral y el poder del pueblo luchan por profundizar el proceso pacíficamente, en todo lo que puedan.

El nuevo carácter revolucionario muestra objetivos comunes, y otros que varían según tengan mayor o menor presencia los trabajadores agrícolas, industriales y de servicios. En general –y tomando como ejemplo el movimiento zapatista– se da una prioridad especial a la pedagogía de la liberación, a la cultura personal y general, a la moral y el poder organizado y distribuido entre pueblos y colectivos, con coordinadores del movimiento a distintas escalas, desde los parajes o barrios de la aldea o la ciudad, hasta la nación, los continentes, y el mundo.

En una perspectiva regional y, más amplia todos los colectivos desempeñan papeles de comunicación–información–organización, y se distinguen por tener pocas y múltiples interacciones y responsabilidades. Todos ellos ejercen entre variaciones funcionales, el “mandar obedeciendo” de los zapatistas. Toman variados “acuerdos” en forma dialogal, y en casos de disentimiento regional o nacional, buscan el consenso de los pueblos y los trabajadores, y de sus respectivas organizaciones, que en situaciones críticas delegan el mando en quien o quienes les parecen tener más conocimiento de los problemas y sus soluciones. En el caso de los países se combina el liderazgo continuo, con el que se da para varias acciones, o para una sola.

En cualquier circunstancia los líderes buscan cuidadosamente contar con el apoyo de “todo el pueblo” no sólo por coherencia entre sus discursos y sus actos, o por razones morales de distinto tipo, sino por razones políticas y militares pues las contradicciones internas son sistemáticamente usadas por el imperialismo y sus allegados, para recuperar o mantener bajo su dominio a países enteros, lo que logran con el apoyo variable de ricos y poderosos locales, y con miembros de las clases medias conservadores y hasta con marginados desmoralizados y delincuentes.

Desde Cuba, pasando por La Lacandona de los mayas del sureste mexicano hasta Venezuela en Sudamérica, para sólo mencionar los de América Latina, el poder y la soberanía distribuidos entre los colectivos de los trabajadores y los pueblos es –con la fuerza de la moral colectiva– y la preparación defensiva, una característica esencial de los nuevos procesos revolucionarios.

Cuba, como la pionera en el nuevo tipo de revoluciones, sin duda cuenta con el poder distribuido de trabajadores y pueblos articulados en toda la Isla y en los distintos sectores de las empresas, del ejército y las fuerzas armadas del pueblo, sus trabajadores manuales, intelectuales, muchos de ellos con un avanzado dominio de las más avanzadas formas de combatir. A ellos se añaden en número considerable, especialistas en las nuevas y las tradicionales formas de comunicación presencial y a distancia, como son las que realiza en casas, auditorios y plazas, o las que trasmiten en cursos y congresos, o las tradicionales de teléfono, l radio y televisión, o las que vinculan fuertemente comunicación y organización en redes electrónicas. Mediante todas ellas transmiten informaciones y mensajes –precisos para entender y hacer, o para considerar, debatir y aclarar conocimientos y  para la solución de problemas, requerimientos y amenazas internos y externos.

Al mismo tiempo se practica una pedagogía humanista, científica y crítica con la que se estimula la construcción y creación del ideal socialista y democrático enriqueciéndolo con los nuevos valores y metas que se plantearon en la segunda mitad del siglo XX y que los zapatistas por su parte han expresado como una lucha por la libertad, la justicia y la democracia, valores por los que todos los nuevos movimientos luchan, y a los que se añaden muchos otros, como los de respeto a todas las religiones y posiciones humanistas o laicas, así como a las diferencias de edad, raza, sexo e inclinaciones sexuales.

Es más, al hacer suyos los derechos humanos los nuevos movimientos incluyen los derechos de los trabajadores y los que conciernen a la autonomía de los pueblos dominados en las guerras de conquista interna y externa por las oligarquías vendedoras y las intervenciones imperialistas de vieja y nueva cuña.

Al mismo tiempo los nuevos movimientos emancipadores manifiestan su solidaridad con los del mundo y con la inmensa mayoría de ellos renuevan el ideal de la unión latinoamericana, que la revolución bolivariana ha puesto en un primer plano.

En frentes que en Cuba abarcan al país entero, las redes de colectivos estructuran un poder ofensivo y defensivo con comandos, organizaciones, estrategias y tácticas de respuesta rápida, para una guerra defensiva   del pueblo-gobierno, que se da y puede enfrentarse en todos los frentes, tanto para la defensa frente a los incesantes ataques del imperialismo y de la burguesía vendedora a él aliada. En tiempos de paz –por relativa que esta sea– pueblos y trabajadores se reestructuran para la construcción y creación permanente de una sociedad cada vez más libre, más culta y más organizada, que no por ello deje de enfrentar sus propias contradicciones, procurando disminuirlas o anularlas.

Con todo y los problemas, obstáculos y fuerzas a que Cuba, el EZLN y Venezuela se enfrentan, su poder emancipador distribuido es considerablemente superior al de otras revoluciones que se han dado en la historia universal. También es ejemplar el esfuerzo que los gobiernos-pueblos hacen para lograr: que los cambios obtenidos se consoliden y otros más se realicen, en forma pacífica si se puede.

La estructuración de poder, moral, conciencia, libertad y armas civiles y militares es sin duda el origen de que los trabajadores y los pueblos organizados de Cuba hayan alcanzado una fuerza gigantesca en un país pequeño, y lo que prueba la subsistencia, por más de medio siglo, del gobierno-pueblo trabajador de Cuba. En ese gobierno-pueblo trabajan en tiempos de paz los intelectuales y profesionales de las más distintas especialidades, muchos de ellos experimentados en toda clase de luchas pacíficas y violentas, defensivas y ofensivas que practican y renuevan constantemente.

Tal es el caso ejemplar de lo nuevo y lo permanente, de que descubrió Carlos Marx y de lo que al mismo tiempo que continuó cambió, y se enriqueció en sus valores y metas, en sus personas, colectividades y colectivos; medios y experiencias, estrategias y tácticas.

La relación dialéctica que precisó Marx en términos históricos y, no solo con el hilo de los razonamientos, y de las ideas, permite descubrir la propia historicidad  de la acción revolucionaria, y anunciar la historicidad por venir del sistema capitalista, y de una lucha revolucionaria que da cada vez más importancia a la democracia del pueblo trabajador y soberano así como a la justicia social y personal, y que respeta las diferencias de religión, edad, sexualidad, y hace de la libertad una bandera de carácter esencial, radical en el socialismo, sin que por ello deje de verse en contradicciones internas a enfrentar, y en las que el enemigo, esperando que por sí solas aumenten, las atiza con ocultamiento de bienes de consumo, inflaciones, devaluaciones, suspensión de vuelos, actos de protesta pacífica con asesinos a sueldo de “resistencia armada” que ponen en llamas a uno que otro  “ciudadano” atribuyendo sus propias fechorías al gobierno que pretenden derrocar. La versión del Imperio sobre estos hechos criminales atribuidos una y otra vez al gobierno es coreada por todos los canales y medios de información del mundo, los que al mismo tiempo, nunca o rara vez mencionan a los dictadores millonarios que por la fuerza derrocaron a gobiernos elegidos por sus ciudadanos.

El proyecto revolucionario de nuestro tiempo, desde el inicio de la Revolución Cubana, se ha enriquecido y continua enriqueciéndose con nuevos valores y metas, aportados por el hombre colonial o dependiente, por las minorías étnicas, por la juventud, por las mujeres, por los homosexuales y transexuales, así como por los intelectuales comprometidos con el nuevo movimiento creador que tiene como meta la participación de todo el pueblo –y que en gran medida la impulsa de día y de noche– para la defensa de lo alcanzado y para construir otra organización de la vida y el trabajo en el mundo, cuyo propósito es que sea  cada vez más libre, más justa y más estructurada como pueblo-gobierno.

En ella los nuevos movimientos liberadores están conscientes que sobre su futuro pesan las políticas contra-revolucionarias, des-estructuradoras de su moral e independencia, con unas que obedecen a necesidades elementales y otras que provienen de los negociantes del mercado negro, y de los publicistas y terroristas del imperio.

Ante peligros actuales y futuros los nuevos gobiernos-pueblos –como en Cuba– practican una política de información y diálogo que –sin servir al enemigo– fortalezca la comunicación, la información, la pedagogía y claridad de los mensajes para la organización y la acción de pueblos y gobiernos.

Desde estas experiencias, leer hoy “El Capital” nos lleva a una crítica del mundo en que vivimos, y a propuestas alternativas que no vamos a encontrar con la simple lectura de la obra, sino que nos inducen a concretar el método científico y crítico de ese y otros clásicos, desde Marx y su escuela, y al mismo tiempo nos llevan  a conocer y enjuiciar  las que la fuerzas dominantes emplean en su contra para seguir –como enfermos– acumulando y acumulando… Todos estos y muchos hechos más revelan la evolución dialéctica del conocimiento creador y crítico en la historia actual y las categorías, conceptos y modelos tecno-científicos que emplean las fuerzas dominantes en una nueva crisis que quieren resolver como las anteriores usando las técnicas y tecnociencias más avanzadas para sus más eficientes fines de dominación, depredación  y explotación de la Humanidad y de la Tierra.

Pero no sólo tenemos que analizar cómo ha evolucionado el sistema sino cómo es hoy en las distintas regiones del mundo y en la región del mundo en que vivimos y luchamos.

La lectura de “El Capital” y otras obras de Marx nos lleva también a concretar la situación en que vivimos profundizando más y más en las ciencias y técnicas que el capitalismo emplea para su dominación y acumulación, y que están relacionadas con las formaciones, estructuraciones, y organizaciones con que el capital cuenta para enfrentar sus crisis, mientras al mismo tiempo emplea políticas de gran alcance con las que busca des-estructurar, en todo lo que puede, a las fuerzas emancipadoras, empleando para eso efectos buscados y no buscados, abiertos y encubiertos, legales e ilegales, reales y virtuales, y también nuevos artificios de simulación, distracción y engaño, que combina con envenenamientos y violencias que tradicionalmente atribuye a los movimientos emancipadores.

La búsqueda de lo concreto nos convoca también a considerar lo que en la práctica secular de nuestros pueblos y trabajadores condujo a su emancipación. También nos obliga a profundizar de una manera prioritaria en las políticas de des-estructuración y reestructuración con que buscan dividirnos y debilitarnos.

Algo no menos importante son las relaciones, formaciones y organizaciones que de la lucha derivan en una dialéctica que entre interacciones, echa abajo muchas expectativas que predominaron en la teoría lineal de la emancipación, que en esos tiempos pensaba en términos de etapas progresivas cada vez más cercanas a las metas buscadas, lo que resultó falso, tanto en el pensamiento socialista como en el que dominó la teoría en boga de una creciente civilización y progreso que incluyó a las regiones coloniales o dependientes, a las que calificó de subdesarrolladas y cuya miseria y violencia crecieron, lo que ahora sus ideólogos y líderes se explican por  las diferencias biológicas de los seres humanos y pueblos “inferiores” ni inteligentes, ni eficientes, ni “morales” al defender sus intereses y su poderío.

El análisis de lo concreto –reclamado por el propio Marx– nos revela que en los hechos se alteraron las tendencias y expectativas del futuro esperado, con resultados y fracasos colosales que no se habían considerado ni previsto, y que llevaron a la restauración del capitalismo en el inmenso campo socialista, con excepción de Cuba, lo que indujo a muchos herederos de Marx a pasar de las creencias laicas al mundo del oportunismo intelectual y moral, o a refugiarse en “las opiniones”, y en las “modas” intelectuales, como las del neo-marxismo, el post-marxismo, y el cientificismo estructuralista que diciendo ser objetivo usa las palabras  conceptos de Marx sin atribuir la crisis al capitalismo sino a una situación caótica. En ellas hay críticas y argumentaciones que no dejan de ser acertadas pero por lo general carecen de una base teórica, metodológica y reflexiva que permita pasar de la ciencia crítica a la práctica de sus planteamientos par y por las organizaciones de pueblos y trabajadores. Una parte importante de sus escritos se queda en una especie de contiendas académicas de que se gozan autores y espectadores. Hay varias de ellas que en el terreno intelectual tienen un carácter deliberadamente lúdico, en medio de discusiones más o menos brillantes, y de otras a cuya seriedad añaden conocimientos invaluables del sistema actual y sus alternativas, por lo que no se les puede descalificar en bloque.

En esas circunstancias no hay duda que las más importantes contribuciones a la ciencia crítica provienen de los intelectuales orgánicos, especialmente de los que en América Latina están creando una teoría y una práctica revolucionaria a cuyo carácter científico, añaden el liderazgo intelectual y moral de un nuevo tipo de revoluciones, distintas de las marxistas-leninistas, tanto en sus conceptos y palabras, como en los actos, y las circunstancias concretas de pueblos cuya memoria colectiva de las luchas y prácticas emancipadoras pasadas se encuentra hasta en su subconsciente colectivo.

Si a los condicionamientos anteriores se suma un inmenso número de intelectuales y organizaciones de apoyo, que aportan sus reflexiones y fuerzas, los trabajos que realizan pueden tener un mayor peso en la concreción de las luchas de resistencia frente a quienes buscan seguir dominando y acumulado a costa de la inmensa mayoría de una humanidad, a la que día con día, y cada vez más y en mayor número, dejan en la miseria extrema, muchos de los cuales tratando de huir de los horrores que ocurren en su propio continente atraviesan, con sus niños y sus viejos, peligrosos mares y tierras en los que una gran parte mueren ahogados o de frío y hambre, con los niños y viejos que en el morir se les anticipan. En cuanto a los sobrevivientes son recluidos en campos insalubres, asquerosos, o perseguidos y esclavizados, prostituidos, y hasta destazados para la jugosa venta de sus órganos, que en grandes negocios transportan con aviones–hospitales refrigerados, para que al llegar, a los hospitales, muy bien pagados cirujanos los inserten en el cuerpo de los ricos que de no matar al otro estarían condenados a morir. A todo esto, y el terrorismo con la venta de armas, y con el narcotráfico, añaden una disminución legal de los impuestos a los pudientes y una colosal evasión de impuestos combinadas con los paraísos fiscales y los jugosos intereses de las deudas nacionales impagables, que legalizan las nuevas formas en que se esconde hoy la acumulación por despojo.

La destrucción global de la moral social afecta gravemente a países enteros en los que se levantan de vez en cuando mujeres y hombres de temple enloquecidos de coraje, o enfermos de dolor, o terroristas enloquecidos o a sueldo, cuyo comportamiento lleva cada vez más en metrópolis y periferias a un hasta aquí del “sistema” que ya no sólo afecta a la humanidad ni sólo pone un límite a la propia reproducción ampliada del capital, sino que vive una crisis de todas sus soluciones a la crisis.

Frente a ella los dirigentes y beneficiarios del poder imperante, con sus intelectuales y publicistas, guardan un comportamiento suicida, en que se niegan a reconocer el carácter terminal de un sistema cuyo atractor principal y cuyos valores e intereses son la maximización de poder, riquezas y utilidades. En su ciega codicia sólo piensan en términos de “su empresa” o “su función” y en nada les importa saber que de seguir dominando y acumulando a costa de la Humanidad y de la Tierra morirán todos ellos, junto con sus familias y sus hijos. En ningún momento les preocupa la humanidad ni sus hijos: primero son ellos…

El conocimiento prohibido, en la sociedad del conocimiento y del desconocimiento, descalifica en todo lo que puede el conocimiento de la verdad. Afirma que todos los horrores anunciados por la inmensa mayoría de las organizaciones científicas son inventos. Al mismo tiempo sus voceros o publicistas descalifican como “catastrofistas”, incluso a aquéllos que no luchan por otra organización del trabajo y de la vida.

Abandonar la persistencia en engañar y en engañarse les resulta imposible. Su apego al engaño que es también autoengaño los lleva a pagar por no decir la verdad, y a perseguir a quienes la dicen. Al mismo tiempo acusan a sus víctimas de protestar sin base y de “no ver sino lo que está mal”, o de ser frustrados “catastrofistas”. Así se ocultan a sí mismos –totalmente y con plena convicción– que están armando un mundo en que el narcotráfico y el terrorismo son las fuentes principales de ingreso mundial, junto con los jugosos y eficientes negocios armamentistas y financieros que vienen de las guerras que ellos mismo fabrican.

El Estado y el sistema de poder y negocios, llámense o no “complejo empresarial-militar-político y mediático” tienen una estructura abierta y otra encubierta que sus colaboradores cultivan en las ciencias normales de la dominación y de la acumulación por despojo y utilidades, que hasta con las crisis cíclicas a hacer grandes negocios. Es más con sus colaboradores técnicos y científicos diseñan las macro-políticas de estructuración y desestructuración que con la globalización-neoliberal o estatal están llevando el mundo al borde de una guerra que sus expertos coherentes llaman, desde hace más de cincuenta años, MAD por sus siglas en inglés: “Mutual assured destruction” o “Destrucción mutua asegurada” siglas que en inglés significan “loco”.

Hoy, el mejor homenaje a “El Capital” de Marx consiste en actualizar la crítica de las ciencias “normales” que el sistema emplea y que ocultan el nuevo curso de la plusvalía así como las nuevas formas de dominación, despojo, y expansión para el dominio de los recursos naturales y los mercados.

La dramática situación –a que semejantes políticas llevan– corresponde a la actual organización del trabajo y la vida, ya sin ninguna esperanza de Civilización y Progreso, mitos éstos que contradicen su incontenible vocación por la rapiña abierta y encubierta, legal e ilegal, que amparada por una ideología cínica o escéptica, con falsos argumentos biológicos, sostiene que “así es la vida”, atribuyendo en todo caso a “la naturaleza humana” virtudes y defectos innatos de los que dependen el éxito de unos y el fracaso de otros en lo empresarial, lo militar, lo político y lo mediático. En su argumentación central, que es apologética de la enorme parte del “sistema mundo”, ponen como modelos del éxito a las democracias que los ricos y poderosos impulsan para incrementar su poder y sus negocios, al tiempo que recurren a estrategias intervencionistas de golpes “duros” y “blandos”.

Todas sus políticas derivan en gobiernos parecidos a los fascistas y que con gran desparpajo se dicen democráticos. Es más, los amos del sistema atribuyen también los éxitos que tienen a su ejemplar “democracia”. En cuanto a sus intervenciones en todos los continentes sostienen que son defensivas y humanitarias, defensivas de “terroristas radicalizados” y solidarias con los pueblos que defienden la libertad y la democracia enfrentando a dictadores inescrupulosos y anticuados.

El colmo es que creen en sus mentiras y se las hacen creer a buena parte de sus pueblos, en todo lo necesario para –con la violencia y la corrupción– seguir dominando.

Hoy la mejor forma de pensar y actuar en la lucha de clases y en la lucha contra el imperialismo, consiste en enfrentar las luchas empresariales, políticas, militares, e informáticas, con las luchas por una más eficiente estructuración de las fuerzas emancipadoras y de desestructuración de las opresivas, que nos despojan y nos explotan y que en medio de una gran torpeza no quieren ver ni aceptar que están destruyendo con la vida, su propia vida y la de sus estirpes.

Hoy no se puede hablar o pensar en la lucha de clases sin la estructuración cada vez más efectiva de colectividades y colectivos entre los pueblos y entre los trabajadores, así como en las vinculaciones de unos y otros.

Hoy, la mejor forma de continuar los análisis e investigaciones de Marx buscando ser coherentes con su teoría y método, con sus luchas y militancia, es necesario repetirnos una y otra vez que él dedicó su obra magna a la crítica de la economía política porque esa era la ciencia más avanzada del momento y que hoy debemos aplicarla a las ciencias de la complejidad y de la comunicación –de ambas– con que el poder y la economía dominan.

En la investigación de los problemas humanos, y en el análisis de un sistema cuyo modo principal de explotación y dominación era en tempos de Marx el capitalismo industrial, y porque profundizar en las relaciones de dominación y explotación de hoy podemos enfrentar otro problema que Marx priorizó y que es actual; el del mejor camino para preservar la vida en la tierra y para hacer de ella una vida humana. Si en la crítica al socialismo utópico Marx destacó que la clase obrera, –que no había sido aún tan diferenciada y deslocalizada como hoy–,era la fuerza revolucionaria que permitiría construir ese otro mundo posible al que las utopías no sabían cómo llegar, o qué fuerza lo iba a impulsar. Pero si la clase obrera pudo parecer entonces la fuerza emancipadora principal en el creciente modo de producción del capitalismo industrial hoy, si no hubiera sido desestructurada de mil maneras, sí puede y va a desempeñar su papel liberador, en medio de sus diferencias reales y formales internas, formando un todo revolucionario en que se estructure a los pueblos y sus colectividades, y, más concretamente participe –con sus mineros más aguerridos y conscientes– en la organización de los colectivos de trabajadores y de pueblos.

Pensar y luchar para que los colectivos de unos y otros se articulen y estructuren cada vez más, y, que en todo lo que puedan, desestructuren a los órganos formales e informales, políticos y criminales de las corporaciones y complejos de un capitalismo en “crisis de las soluciones a la crisis”, que se encuentra en una situación terminal, amenazadora de su propia vida y de la vida en el planeta, hecho ampliamente comprobado, lo que hace del socialismo como democracia, tolerancia, respeto a las diferencias de religión, raza, sexo, edad, inclinación sexual, un “atractor” o “causa eficiente” del sistema alternativo que plantea la necesidad de un diálogo-debate, y de un proceso de conflictos y consensos en que se disminuyan al máximo posible los peligros a la vida y se llegue a acuerdos que se cumplan si quienes llegan a ellos, creen que no sólo su dignidad sino su vida están necesariamente amenazados de no cumplirlos, pues si la vida es posible en otra organización del mundo en que no domine, con la locura de la codicia – el atractor de las riquezas y las utilidades-, entonces y sólo entonces, la continuidad de la vida será posible.

No en vano hoy es necesario recordar que la esperanza es un valor teologal y que el pensamiento y la acción de los hombres íntegros ilumina, lucha y construye el camino de la libertad, la democracia y el socialismo, que en los derechos del hombre defiendan e incluyan no sólo los derechos de las personas sino los de los trabajadores, como derechos sociales, culturales, educativos y de libre expresión, y que terminen con los golpes blandos y duros, que hoy son expresión de una enorme decadencia del sistema capitalista, que no solo hacen deseable, sino indispensable pensar y luchar por un sistema en que la democracia sea socialista y el socialismo sea democrático, lo cual constituirá la verdadera revolución.

México, 05/10/17

Pablo González Casanova es Ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El presente ensayo es parte de un volumen en proceso de preparación editado por la Red en Defensa de la Humanidad y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales para conmemorar los 150 años de la publicación de El Capital».

Por REDH-Cuba

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