De Trump se ha repetido que es un desequilibrado, a quien los grupos de poder en Estados Unidos utilizan para recuperar a cualquier precio su hegemonía mundial. Cierto o no, la comunidad internacional tendrá que actuar con urgencia y ponerle freno ya.
Las Naciones Unidas (ONU), las organizaciones internacionales, todos los gobiernos y pueblos del mundo, y los propios ciudadanos norteamericanos, deben poner freno de inmediato a las decisiones unilaterales, arbitrarias y desquiciadas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ponen en peligro la convivencia pacífica, los derechos humanos y la existencia futura de nuestro planeta.
El ahora “emperador” de Washington desbordó la copa al anunciar oficialmente hace pocas horas que reconoce a Jerusalén como la capital de Israel, hecho que ha recibido el rechazo de la mayoría de las naciones porque constituye una ofensa a musulmanes y cristianos, y una amenaza más para el Medio Oriente y el sitiado pueblo palestino.
La más reciente iniquidad de Trump denota una vez más su total irrespeto a la comunidad internacional, a la ONU y a todas las entidades regionales y mundiales, razón por la cual es perentorio que se contenga al perturbado actual gobernante de la Casa Blanca.
De alguna forma su régimen tendrá que ser condenado enérgicamente, sancionado y aislado, antes que Trump lleve a la humanidad a una conflagración de consecuencias nefastas para la vida en la tierra.
Las trastornadas y peligrosas actuaciones del “emperador” de Washington requieren incluso de un estudio serio de sus facultades mentales para gobernar, o de un proceso judicial que lo saque definitivamente de la silla presidencial por violar todas las leyes internacionales.
En menos de un año en el poder, Trump retiró a su país, uno de los más contaminantes de nuestro planeta, de los históricos Acuerdos de París sobre el Cambio Climático, además de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), al tiempo que la emprende sin cuartel contra los inmigrantes que residen en Estados Unidos.
A su vez, ha acrecentado las tensiones en la península coreana y en el Medio Oriente, entorpecido el término de la guerra sangrienta que vive Siria, e incrementado la beligerancia con Rusia, Irán y otras potencias emergentes que hoy se tornan contrarias al dominio unipolar de Washington.
Igualmente agrede y sanciona continuamente a Venezuela, poniendo en riesgo la paz en América Latina y el Caribe, y ha arreciado el ilegal bloqueo que Estados Unidos impone a Cuba desde hace más de 55 años.
Su afán de beligerancia sobrepasa al de sus predecesores inquilinos de la Casa Blanca y su menosprecio por los pueblos no tiene límite alguno. Un ejemplo de esto último fue su humillante lanzamiento de rollos de papel sanitario a los puertorriqueños durante su breve e irrespetuosa visita a esa isla antillana, tras ser devastada por el huracán María.
De Trump se ha repetido que es un desequilibrado, a quien los grupos de poder en Estados Unidos utilizan para recuperar a cualquier precio su hegemonía mundial. Cierto o no, la comunidad internacional tendrá que actuar con urgencia y ponerle freno ya.