Antonio Maceo fue el adalid que, 140 años atrás, lideró la Protesta de Baraguá, un hecho de la historia de Cuba que habla de la fibra rebelde y de la hidalguía de los hijos de esta tierra.
El suceso resultó reverso y respuesta al Pacto del Zanjón, firmado un mes antes e incluyente en su letra de una paz sin independencia y sin la abolición de la esclavitud. O sea, agua de borrajas para quienes sí creían en la posibilidad real de liberarnos de la coyunda española bajo la única premisa fidedigna del combate. «Los derechos no se piden, se conquistan con el filo del machete», para decirlo con las propias palabras de Maceo.
«No estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones, porque aquí no se aceptan», le espetó Maceo al representante español Arsenio Martínez Campos, en Mangos de Baraguá.
Al rechazar cualquier acercamiento con el enemigo, retomaban su esencia los presupuestos cardinales de la Revolución, consignados en el Manifiesto del 10 de Octubre y defendidos durante diez años de lucha.
El 15 de marzo de 1878, día épico, heroico y mítico de la nación, constituye referente de un modo de actuar e imagen de la valentía y el decoro de un gran hombre y de una gran nación. Cuba ha tenido, en cada etapa de lucha por la independencia, incluso antes, y hasta hoy, líderes y millones de personas con la misma actitud.
En el acto por el centenario de la Protesta de Baraguá, Fidel sostuvo: «Nosotros tuvimos nuestros reveses, duros; los tuvimos en el Moncada. ¡Ah!, pero nunca nos dimos por vencidos. Los combatientes del Moncada nunca se dieron por vencidos, nunca aceptaron la derrota. Era el espíritu de la Protesta de Baraguá. En la cárcel jamás se humilló ningún combatiente, jamás se aceptó la derrota. Era el espíritu de Baraguá. Después del desembarco del Granma los reveses fueron grandes, pero muy grandes, podrían parecer insuperables; pero nadie se dio por vencido. Los que sobrevivieron, decidieron continuar la lucha. ¡Era el espíritu de Baraguá!».
Y añadió el Comandante en Jefe en aquella ocasión: «Con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y… las banderas de la Patria y de la Revolución, de la verdadera Revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto».
El Juramento de Baraguá, inspirado en la gesta de 1878, sería una decisión a perpetuidad del pueblo cubano de continuar fiel a la prédica libertaria del General Antonio.