En la madrugada se escuchó un rumor de combate. Era algo lejano, hacia el oeste de la ciudad. Salí al balcón. Desde lo alto del Vedado, algunos milicianos bajaban corriendo, mientras terminaban de abrocharse la camisa del uniforme. Muy pronto, empezó a circular la información. Habían bombardeado el aeropuerto de Ciudad Libertad. Estábamos en el preludio de una invasión inminente, previsible desde la ruptura de las relaciones diplomáticas por parte de Estados Unidos. Habíamos entrado en las vísperas de Playa Girón.

Movida por un impulso en lo más íntimo de mi conciencia, decidí interrumpir la convalecencia impuesta por una larga secuela de operaciones. Me incorporé al trabajo. Mi reacción individual fue también la de muchos otros, componentes de la gran mayoría de un pueblo que no habría de estar en la primera línea de combate. Desde la retaguardia, nos correspondía asegurar la marcha normal del país. Así ocurrió.

Con serenidad extrema, pendientes todos de las noticias del acontecer, la voluntad colectiva de defender la nación agredida se manifestó en el funcionamiento puntual de los servicios y en el aumento de la producción de bienes. En términos concretos, el espíritu de resistencia respaldaba a los combatientes que avanzaban bajo las bombas hacia Playa Girón y a los pilotos que asestaron golpes decisivos desde sus desvencijados aviones. Se levantó así la muralla infranqueable ante el invasor, derrotado en 72 horas.

Después del bombardeo a los aeropuertos, ante la masa miliciana con los fusiles en alto, Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución. Era el resultado orgánico de un proceso iniciado con el triunfo de enero de 1959 que engarzaba con la lucha centenaria por la liberación nacional. En las vísperas de Girón, habían transcurrido apenas dos años desde la derrota de Batista. Aquella victoria que a tantos pareció improbable frente a un ejército profesional respaldado por el imperio, devolvió la confianza al pueblo en sus propias fuerzas.

En lo más profundo de la conciencia moral colectiva, el triunfo de los rebeldes reverdecía las fuentes originarias que inspiraron el proyecto de nación en contraposición a las corrientes escépticas resultantes del impacto producido por la frustración republicana, por la intervención de Estados Unidos en la guerra de independencia y la consiguiente imposición de la Enmienda Platt. De hecho, el poder revolucionario cerró el paso a la tradicional interferencia de los embajadores norteamericanos en los asuntos internos del país, se pronunció con voz propia en los foros internacionales y fortaleció los vínculos con los países de América Latina que compartían un destino común.

Los bienes del país se habían revertido en favor de la nación. Con la Reforma Agraria, reivindicada desde la Constitución de 1940, el campesino recibió la propiedad de la tierra que trabajaba. Terminaban los tiempos del desalojo y de los dramáticos acontecimientos relatados por Pablo de la Torriente Brau en Realengo 18. En respuesta a las represalias tomadas por la administración norteamericana, las refinerías de petróleo y la banca, fueron recuperadas por el Estado.

Las instituciones de la cultura habían ido tomando cuerpo sobre la marcha. El diseño respondía a anhelos forjados a lo largo de la república neocolonial por el trabajo soterrado de las capas intelectuales que, a pesar del desamparo oficial, mantuvieron vivo un espíritu creador animado por búsquedas inspiradas en el rescate de las esencias de la nación, sin renunciar por ello a la asimilación provechosa de la renovación vanguardista gestada más allá de las fronteras de la Isla y al diálogo provechoso con su destinatario natural, el público potencial hasta entonces marginado. Las editoriales dieron cauce a los libros conservados en gavetas. Los teatristas salieron de sus minúsculos reductos para encontrar un público más amplio. Los espectadores aprendían a descifrar el lenguaje de la danza a través del Ballet Nacional y de la obra experimental de las corrientes modernas. El Icaic consolidaba la base industrial para el desarrollo de un cine propio. Las investigaciones folclóricas llevaban a la escena, con propósito legitimador, el legado vivo de nuestra herencia africana. Mostraban así, algunas de nuestras esencias históricamente marginadas. La Casa de las Américas establecía puentes para un diálogo de inédita intensidad con la América Latina toda.

Habían transcurrido apenas 72 horas desde el desembarco de Playa Girón. En la voz de la reconocida actriz Raquel Revuelta se daba a conocer el comunicado de la victoria. El invasor no pudo establecer la cabeza de playa requerida para solicitar la intervención de la OEA. Unido en la resistencia, el pueblo había tomado la medida de una fuerza que le permitiría afrontar otros combates. El espíritu de la nación reconquistada se había hecho carne. Con la mirada puesta en el porvenir, en medio de la pelea, proseguía la Campaña de Alfabetización.

Por REDH-Cuba

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