En un esfuerzo por revelar la verdad, el periodismo en tiempos de información superabundante requiere discriminar lo insignificante y superfluo, valorar, jerarquizar y verificar. El trabajo del periodista es rehacer historias y devolver a los hechos su valor informativo, enmarcados en un determinado contexto presente, retomando su pasado y adelantándose a escenarios posibles en un futuro. Timothy Garton Ash (2017) se refiere al buen periodismo como aquel que “comprueba los hechos y hace juicios explícitos acerca de la calidad de las pruebas (…) después, el buen periodismo trata de contar la historia, de escribir, mostrar, explicar y analizar, tan clara y vívidamente como sea posible, haciendo que la materia sea accesible a públicos que de otra forma no la conocerían”.

Hace 90 siglos, la tradición oral conformaba la visión propia del mundo. Esto cambia con la introducción de la escritura. La palabra escrita es muy importante por su precisión, al transmitir conocimientos, al permanecer y dar acceso a más personas, gracias a la imprenta. Posteriormente, el descubrimiento de la radio permite una extensión informativa. Le siguen el cine y la televisión, con cuyas imágenes se interpreta de manera diferente la realidad. Comienza a ser más determinante el efecto que el significado. “El significado de un mensaje es el cambio que produce en la imagen”, apunta Kenneth Bouling, en The image (McLuhan, 1969 ). Los grandes cambios tecnológicos brindan la capacidad de compartir significados y producen una comunicación de masas.

Con el surgimiento de internet se incrementa la posibilidad de divulgar información hasta alcanzar volúmenes estratosféricos. Cada pieza informativa nos llega, una tras otra, en milésimas de segundos, en una dinámica de la inmediatez: fragmentada y descontextualizada. Somos arrastrados por un caudal informativo con constantes actualizaciones en las páginas web, donde se pierde la verificación de los hechos y donde lo valioso pasa a ser lo emotivo, aquello que llega al corazón y es sensacionalista. Su condición es lo novedoso, por lo que las redes sociales premian la difusión viral urgente. El escándalo pasa a ser uno de los grandes incentivos de los medios de comunicación para hacer y deshacer imágenes públicas. “El cotilleo digital en red constituye un amplificador de enormes proporciones que difunde acusaciones de escándalo en cuestión de horas”, apunta el estudioso de la comunicación, Manuel Castells (Castells, 2012).

Escribimos y leemos en la era digital, en tiempos en que un lenguaje multimedia satura los sentidos. El discurso pierde importancia y los medios moldean el pensamiento, con lo cual adquiere certeza lo dicho por Marshall McLuhan: “el medio es el mensaje, debido a que es el medio lo que conforma y regula la escala y la forma de asociación y la acción humanas” (McLuhan, 1969 ). Y por supuesto, hay una extensión en términos de poder, explicado por Castells (2012), como aquél que construye significados por medio de las redes multimedia globales-locales de comunicación de masas.

En esta infinidad de información, los fragmentos informativos nos alejan de lo esencial, del entendimiento del desarrollo de historias, aunque el bombardeo informativo dirigido puede tener otra aplicación. Así lo descubrió el sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, al aplicar a los medios de comunicación la teoría psicoanalítica a principios del siglo XX, con la finalidad de controlar a las masas a voluntad, sin que ellas siquiera se enteraran, como lo expone en su libro Propaganda (2008). A partir de él adquiere forma el uso de la mercadotecnia en las relaciones públicas, convertido a la postre en marketing político. La propaganda insertada en los medios de comunicación es ajena a la ética y desvía la finalidad de informar. Al navegar en un caos informativo, la intencionalidad propagandística hace uso todo tipo de manipulación de datos, de la historia, de sentimientos y de la opinión pública. Inmersos en la dinámica de la inmediatez y lo sensacionalista, los hechos se juzgan con valores morales, mientras las pasiones sustituyen al razonamiento. Al irse perdiendo el oficio de hilvanar historias, la idea de una prensa comprometida con la verdad, se va relegando a lo utópico.

Además, en estos tiempos hay un encanto por el entretenimiento, por coberturas tipo show, conocido como infotainment, también alejado de la ética periodística.

Asimismo, los medios de comunicación tienen la capacidad de cambiar los sistemas de valores y generar consensos. Naief Yehya (2003) nos recuerda el papel que jugaron los medios para justificar la guerra de Estados Unidos contra Irak en 2003, a pesar de que el programa iraquí había sido desmantelado por la Organización de las Naciones Unidas. El mundo de las imágenes estuvo controlada e hicieron sentirnos testigos de una supuesta defensa de la paz regional y mundial.

Es necesario para nuestra sociedad volver al periodismo puro y de calidad, basado en la integridad ética y en la sistemática comprobación de datos. Los medios de comunicación deben apegarse al ideal de servir al bienestar social y de reproducir verdades.

Es imposible regular todas las prácticas, más aún las sutilezas en el uso del lenguaje -como apunta Hugo Aznar (1999)-, en imágenes distorsionadas, incompletas, en estereotipos o en la ignorancia misma. Sin embargo, los códigos deontológicos son muy importantes, como lo son también los estatutos de redacción, los códigos internos y hasta los defensores del público, agrega Aznar. Las normas pasan a manos de la audiencia, misma que no debe ser complacida, sino bien informada.

Resulta importante que una práctica periodística sea la de sistematizar la información. La mayoría de los periódicos cuentan con bases de datos y proporcionan búsquedas a los usuarios para encontrar noticias en cierto periodo de tiempo, por actor o alguna frase. La recuperación de las notas es por palabras clave. Sería de gran utilidad contar con noticias debidamente clasificadas a fin de poder extraer información temática, como en los grandes campos: político, económico, social, cultural y sus subdivisiones. Cualquier noticia de importancia puede ser acompañada de una investigación de sus antecedentes y posturas de actores importantes. Una línea de tiempo sin duda sería de gran ayuda para una lectura más completa de los acontecimientos. La discriminación y selección de la información, sus antecedentes, su contextualización, el ordenamiento sistemático de las piezas informativas y su reconstrucción en el todo, es un proceso que podemos denominar “defragmentación de la información”. Con esta metodología se puede rescatar el espíritu de búsqueda de la verdad con que todo buen periodista debe contar. La defragmentación de la información y la verificación son un contrapeso al caos informativo, a la inmediatez, al sensacionalismo y a la manipulación. El periodismo debe retomar su verdadero ritmo y su ética con la verdad.

La selección, primero, de los hechos relevantes para la sociedad. Su orden, en segundo momento, para apreciar cómo se tomaron decisiones políticas o económicas, como sucedieron actos pensados o fuera de control, cuáles las reacciones. Todo debidamente clasificado en los temas político, económico, social, cultural, medioambiental, para proceder en un tercer momento a la interpretación lo más objetivamente posible. Abstenerse en un primer momento de opinar, como sucede actualmente en la dinámica de las redes sociales, es un deber del periodista. Estamos llenos de opiniones en el ciberespacio, requerimos periodismo de investigación para aportar más a la comprensión de los acontecimientos. La reconstrucción de historias es la defragmentación de la información, el espíritu cartesiano de descomponer el todo en las partes y reconstruirlo resignificado. No importa, como nunca debió de haber importado en materia de información, la inmediatez. El manejo de la información en nuestra era, si bien es y debe ser acelerado, el ritmo de análisis y comprensión debe permanecer más pausado. Invertir en un segundo y tercer esfuerzo redituará en certezas en la información e interpretación que el periodista comparte con la ciudadanía.

– Hugo Augusto es director de Pulso Glocal

Bibliografía

Aznar, Hugo

La autorregulación de los medios, Barcelona: Paidós, 1999

Bernays, Edward

Propaganda, España: Editorial Melusina, 2008

Castells, Manuel

Comunicación y poder, México, Argentina: Siglo XXI Editores, 2012.

Garton Ash, Timothy. (2017) ¿En qué consiste el buen periodismo? Revista Nexos, año XIX (220), 8-11.

McLuhan, Marshall

La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, México: Editorial Diana, 1969.

Ramonet, Ignacio

El periodismo del nuevo siglo. http://www.cabuenes.org/03/documentos/cursos/globalizacion/bloque2/glob_blq2_04.pdf

Yehya Naief

Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos, México: Editorial Paidós Mexicana, 2003.

Fuente:  ALAI

 

Por REDH-Cuba

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