En una de las páginas de Crónicas del Derrumbe Soviético (Ocean Sur, 2014) narré el dolor y la indignación de ver rendida la bandera de la hoz y el martillo ante la de las barras y las estrellas, a manos de un presunto oficial de las Fuerzas Armadas rusas. Era el 9 de mayo de 2001, apenas 5 meses después de desaparecida la URSS, y el oportunismo, la confusión y la traición habían convertido la celebración en jornada luctuosa.

Tras estudiar y conocer mejor las formas de lucha no convencional del poderoso adversario, he albergado las sospechas de que aquello pudo ser un desmoralizante montaje, hecho con alevosía y premeditación, para golpear el orgullo nacional del gran país euroasiático, así como se han coreografiado después la represión y las manifestaciones en Libia, Siria, Venezuela, Nicaragua…

El modo guarda similitud con los simbólicos derribos de monumentos dedicados a los soldados soviéticos en los países de Europa del Este que aquellos ayudaron a liberar del fascismo. Va en paralelo con los empeños de universidades estadounidenses y europeas donde anida lo más rancio del pensamiento conservador contemporáneo, que se esfuerzan en reescribir la historia y lo difunden con la participación de los medios transnacionales.

Las respuestas ante hechos semejantes suelen ser diversas y heterogéneas, pero ninguna supera a lo que nace de las entrañas del pueblo. En 2012, hace seis años, la población de la ciudad rusa de Tomsk dio el ejemplo. La gente sacó de sus paredes, altares y baúles las fotos de sus padres y abuelos, se puso sus medallas, desplegó juntas las banderas tricolor y roja, y marchó por la calle cantando los himnos y melodías gloriosas de los años de lucha contra el fascismo.

No pidieron permiso a ningún partido, no se organizaron con ningún gobierno. Simplemente, salieron a reivindicar su historia y su derecho a la paz. “El Regimiento Inmortal”, llamaron a aquella masa de cinco mil rusos que levantaban como testimonio los rostros de sus seres queridos acompañados de una tela que proclamaba, como las letras de bronce de la tumba del soldado desconocido del Kremlin: “Nadie está olvidado, nada se ha olvidado”. Sacudieron a toda Rusia.

La iniciativa fue secundada inmediatamente por decenas de ciudades rusas y luego por todo el país. Hombres y mujeres de diversas ideas políticas la abrazaron, y ello unió aún más a toda la nación. Se le unieron los pueblos de Ucrania, Bielorrusia, Kazajstán y Kirguistán. El ejemplo ha sido imitado por los descendientes de rusos y por sus amigos en decenas de países del mundo.

En Moscú, el gran desfile militar que cada año celebra la histórica victoria, es seguido por la marcha del pueblo, que ha sido en todas las épocas el gran defensor de la capital rusa. El presidente Putin acude a ella como uno más, con la foto de su padre, marino defensor de Leningrado. Otra imagen que da vida a los 27 millones de caídos.

El Regimiento Inmortal ha vuelto a salir hoy 9 de mayo de 2018 a las calles de Moscú, de toda Rusia y del mundo. Los millones de rostros que se asoman entre la multitud son una advertencia para quienes atizan guerras, creídos de su mesianismo y excepcionalidad, como aquellos que hace 73 años se rindieron en Berlín. Los pueblos siempre son sabios.

El presidente Putin como uno más, con la foto de su padre, marino defensor de Leningrado..

En Moscú, el gran desfile militar que cada año celebra la histórica victoria, es seguido por la marcha del pueblo, que ha sido en todas las épocas el gran defensor de la capital rusa.

Por REDH-Cuba

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