Con los progresos de la investigación histórica conocemos que, entre las culturas aborígenes y los imperios anteriores a la colonización europea de América Latina, hubo conflictos y enfrentamientos que explican sus dinámicas sociales. En la época colonial, asimismo, se registraron constantes choques entre las distintas castas o clases que formaron parte de una jerarquizada estructura, expresamente diferenciada por las leyes y las instituciones impuestas por las potencias colonialistas.

Las independencias latinoamericanas marcaron un proceso de aguda confrontación que, finalmente, dio lugar al surgimiento de la veintena de nuevos países y Estados que ingresaron a la época contemporánea en la historia de la región. Pero, sobre todo, la trayectoria iniciada con el siglo XIX -extendida hasta nuestro presente-, es la que ha suscitado singular atención en la ciencia social latinoamericana porque el conflicto político entre distintos sectores sociales ha acompañado, en forma dramática, la construcción de los Estados nacionales.

Ahora bien -tal como ahora podemos comprender el papel de la conflictividad en la historia de América Latina-, los filósofos y pensadores europeos del siglo XIX observaron la larga historia de conflictos sociales en su continente. El nacimiento del capitalismo, ligado a la revolución industrial; el surgimiento del proletariado y la evolución producida a partir de la Revolución Francesa de 1789 fueron objeto de especiales reflexiones.

Entre esos pensadores figura Karl Marx (1818-1883), quien enraizó su pensamiento en el examen riguroso de la historia, un rasgo que caracterizó todas sus obras e investigaciones. Con fundamentación histórica, pudo llegar a esa revolucionaria concepción teórica, según la cual “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual, en general” y, por tanto, la “anatomía” de la sociedad había que buscarla en la economía política, tesis resumida en su famoso Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política.

Como lo destaqué en un artículo anterior, la economía es un factor determinante de largo plazo, no todo hecho económico explica los acontecimientos sociales ya que debe tener fuerza condicionante y, sin duda, la explicación científica tampoco descarta los procesos de la “superestructura”, término que sirvió a Marx para explicar, en forma metafórica, el edificio social, en el cual la economía es la “base”. Sin descartar que la economía actúa como condicionante, los hechos de la vida social se explican por la lucha de clases, en su dinámica inmediata.

Este es un concepto marxista, basado en el examen de la historia humana, que demuestra que, a cierto nivel de su desarrollo, aparecen clases sociales que se diferencian por el lugar que ocupan en el proceso de la producción material (no por el nivel de rentas o ingresos, como suele confundirse); que las clases sociales se movilizan en función de sus intereses específicos y que, por tanto, cómo esos intereses chocan unos con otros, cabe hablar de “lucha”.

Quizás Marx no fue muy “diplomático” al crear esa categoría fundamental de su teoría, porque el concepto de “lucha de clases” ha servido para que se ataque al marxismo como una concepción que, supuestamente, fomenta el odio, la discordia y el enfrentamiento entre las personas o entre grupos humanos que bien podrían vivir en forma pacífica si se proponen resolver sus problemas en forma racional y sobre la base del diálogo. Bienvenida la paz humana, pero este ideal no puede ocultar la existencia de la lucha de clases.

Este es, por tanto, un concepto que refleja una realidad donde las clases sociales confrontan sus intereses sin necesidad de que exista un Marx que trate de hacer que todos se peleen entre sí. Además, el conflicto social fue examinado mucho antes de Marx. Todo científico social sabe bien que la conflictividad constituye un rasgo permanente y característico de las sociedades contemporáneas y, por lo mismo, una fuente para comprender la vida política.

En el Manifiesto Comunista quedó claramente retratada la historia de la conflictividad que Marx bautizó como lucha de clases: “hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta…”. Y es bien conocido que, de acuerdo con Marx, en la sociedad capitalista no se ha abolido la contradicción entre clases, sino que ha aparecido otra forma de opresión y confrontación que tiende a resumirse en la lucha entre la burguesía y el proletariado. El estudio de Marx en El Capital lo demostró en forma contundente.

Además, en estricto rigor histórico, el cambio social no proviene de las clases dominantes, siempre interesadas en preservar y mantener el sistema bajo su control o hegemonía. El cambio, la revolución, el movimiento histórico, siempre ha sido impulsado por las clases dominadas, a las que interesa liberarse de la opresión reinante.

La lucha de clases constituye, así, un proceso de larga duración en el tiempo porque la liberación social no se cumple de un momento a otro, sino que implica la acumulación de fuerzas, conciencia y voluntad para la “lucha”.

La lucha de clases es, entonces, una guía para la investigación social y para descubrir la naturaleza y raíces de los conflictos que se suscitan a diario y que, particularmente, se reflejan en la esfera de la vida política, en la cual, incluso, los individuos no actúan exclusivamente motivados por sus intereses personales sino como miembros -quiéranlo o no- de la clase social a la que se pertenece inexorablemente.

Al mismo tiempo cabe entender que el origen de clase puede ser negado por la posición de clase, como ocurrió en el caso de Federico Engels, inseparable compañero de Marx, quien siendo industrial y de origen claramente burgués, optó por la defensa de los intereses del proletariado, y renegó de su clase, para pasarse a las filas de otra.

Marx investigó el fenómeno de la lucha de clases, esencialmente referido a Europa. No estudió América Latina. Y, como teoría, al mismo tiempo que como método de estudio, el marxismo exige la investigación más rigurosa de las clases sociales y la lucha de clases en esta región, si se aspira a comprenderla en su propia historia y no a partir de los resultados a que llegó Marx examinando la historia europea.

El examen de la lucha de clases en América Latina ha sido la mayor guía en el marxismo de la región. Sin embargo, con demasiada frecuencia, ha servido para que predomine el análisis, en la esfera de la política, pero desde la óptica de los partidos marxistas que siempre privilegiaron los temas de la estrategia y la táctica para la toma del poder.

En ese campo, las discusiones partidistas se han centrado en la “correcta” interpretación del marxismo, en la “verdadera” línea revolucionaria, o en la idealización de las condiciones como “pre-revolucionarias”, o no. En ese mundo se explica esa amplia gama de estalinistas, trotskistas, “chinos”, “cabezones” (pro-rusos), “albaneses”, foquistas, comunistas, socialistas, renegados, revisionistas y hasta los sui géneris marxistas pro-bancarios que existen hoy en Ecuador.

De todos modos, el tema no puede agotarse en las posturas partidistas. En la América Latina contemporánea no sólo es necesario investigar qué clases sociales existen y cómo se concreta la lucha de estas; una exigencia que demanda esfuerzos intelectuales a fondo como el que el propio Marx realizó en su época. A la par, es necesario comprender que en nuestra región hay procesos propios para los cuales el concepto de lucha de clases se queda corto, lo cual no significa invalidarlo.

Es el caso, por ejemplo, de los pueblos y nacionalidades indígenas. El marxista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) fue pionero en tratar el tema indígena desde la perspectiva de clase, aunque él, precisamente por la época en la que vivió, lo vinculó al problema de la tierra, el “feudalismo” y la reforma agraria.

Hoy el tema indígena merece otro tratamiento, pues rebasa el concepto marxista de clase social, así como el problema de la tierra, a tal punto que, como puede investigarse en el caso ecuatoriano, ya existe un sector de burguesía indígena y también líderes políticos del movimiento indígena identificados con las posiciones de las derechas y las elites económicas.

Podría también destacarse el tema de los conflictos fronterizos entre países, que estallaron durante el siglo XIX, o los enfrentamientos regionalistas y localistas, derivados de las identidades territoriales, y hasta fenómenos aún más actuales como el narcotráfico, la corrupción, los movimientos ambientalistas, de género, o los grupos GLBTI.

Estos y otros procesos contemporáneos en América Latina exigen que el marxismo sea visto como método de investigación y análisis, que no se aplique dogmáticamente la categoría lucha de clases en forma indiscriminada, sin previo estudio de la estructura social, y que se insista en que la región tiene su historia propia y diferencias específicas, aún más con respecto a los análisis que Marx hizo para otro siglo y tomando como base las realidades europeas.

Por REDH-Cuba

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