En la diatriba del actual comediante-presidente Donald Trump, los Estados Unidos tienen como destino manifiesto «iluminar» a la humanidad en sus ansias de libertad y emancipación.
De ahí el simbolismo de la estatua de Nueva York con el faro de la libertad iluminando el mundo —con una de sus principales réplicas en la Ciudad Luz, en otra pequeña isla parisina en el río Sena—, ícono inequívoco de la pretendida idea sobre la existencia de un «sueño americano», en una nación que se hace juzgar indispensable, emprendedora y pragmática.
Y en unos Estados Unidos con ínfulas paradigmáticas, las escenas diarias contradicen cualquier propaganda sobre el «modo de vida americano» (american way of life). Es una paradoja que la gran prensa transnacional silencie la realidad de ese simulado reino de la libertad que cuenta con la mayor población encarcelada del planeta: 2,2 millones de reos. Es una singularidad que Estados Unidos tenga menos del cinco por ciento de la población del orbe, pero casi un 25 por ciento de la penitenciaria mundial.
Esta situación resulta anormal, cuando nos percatamos que casi uno de cada cien adultos está tras las rejas, tasa entre cinco y diez veces más alta que las de Europa y otras sociedades del dominador eje norte-oeste en las relaciones internacionales. El racismo sigue muy presente, pues, de los encarcelados, el 60 por ciento pertenece al sector afroestadounidense o a latinos.
La situación de la juventud se encuentra condicionada por las coordenadas determinantes del sistema capitalista en los órdenes socioeconómico y político: el neoliberalismo y el neoconservadurismo han pautado el desarrollo de esa sociedad, a partir del último decenio del siglo XX. Es conocido cómo ese sistema ha generado una polarización en grado extremo de la sociedad, al concentrar la riqueza en manos de unos pocos mientras reparte la pobreza entre los sectores mayoritarios de trabajadores. Por su esencia, es un modelo inhumano, en crisis sistémica, entre cuyas víctimas figura la juventud, a la que excluye sin contemplaciones de ninguna índole.
En el país considerado un «modelo de democracia» —o sea, de un Gobierno electo y que gobierna en nombre del pueblo—, la población tiene escasa influencia sobre sus representantes. En los últimos años, aunque la opinión pública está abrumadoramente a favor de un incremento del salario mínimo —más del 75 por ciento lo apoya—, el Senado, del que más de la mitad de sus integrantes son millonarios, ha impidido esa medida. El panorama político y económico concebido por la plutocracia está validada en profundas investigaciones sobre los procesos de toma de decisiones políticas en los últimos 30 años, en las cuales puede apreciarse que los intereses de los más ricos siempre prevalecen sobre la voluntad e influencia de las mayorías, creando agudas desigualdades de riqueza y desequilibrios sociales.
Como ha ocurrido muchas veces en la historia, en la actual maniobra imperialista jamás se revela ni al pueblo norteamericano, ni al mundo los objetivos reales como son las apetencias por los recursos naturales de Venezuela, además no hay espacios en Estados Unidos para informar sobre los verdaderos problemas sociales que padece el pueblo estadounidense, como la pobreza, la violación de los Derechos Humanos como al de una vivienda digna, a la salud, entre otros, así como abusos policiales.
El capitalismo imperialista estadounidnese nunca ha protegido a los pobres ni se propone trabajar a favor de los desposeidos. En el libro del economista francés Thomas Piketty, «El capital en el siglo XXI», se valida que Estados Unidos está en camino hacia algo muy parecido a lo que se vivió en esa nación a finales del siglo XIX, pues la desigualdad económica ha llegado a los índices que imperaban hace más de un siglo.
Estados Unidos está en evidente decadencia civilizatoria y negado a un diálogo entre civilizaciones. Solo le interesa la imposición de un pensamiento único que preserve la dominación imperialista en el sistema capitalista. Su política exterior agresiva e imprevisible es un síntoma del proceso de erosión en el centro hegemónico mundial, en un escenario que se vislumbra de anarquía y revoluciones-contrarrevoluciones en un sistema internacional de asimetrias multipolares, proliferación nuclear y fluctuaciones económicas desordenadas hacia el 2050.
Fuente: Blog del autor