Hace apenas unos días, el mundo fue informado de un hecho que bien podría sorprenderlo: el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica se ungió como el Campeón de la Libertad, y, en nombre de ella, dio mayor impulso a una nueva agresión contra los pueblos situados al sur del Río Bravo.

En verdad este autoproclamado adalid de las naciones y presidente moral de todos los países; comenzó sus acciones antes, apenas instalado en la Casa Blanca a donde arribó luego de un oscuro proceso electoral en el que obtuvo menos votos que su ocasional contrincante, la señora Hillary Clinton, pero a la que pudo vencer gracias las triquiñuelas del sistema electoral de los Estados Unidos, que mucha gente no entiende.

Quizá uno de los primeros gestos de este democrático personaje fue privar del derecho a la salud de sus propios ciudadanos. Eliminó, el “Obama Kard”, una suerte de Seguro Médico puesto en marcha por su antecesor, Barack Obama quien procuró, con esa acción, aliviar las dificultades de los sectores más deprimidos de la economía yanqui.

Para el capital privado, las empresas de salud, los seguros, y otros, esta disposición resultaba perjudicial. Les privaba de la posibilidad de usar los requerimientos de salud de la población como una infinita fuente de riqueza y valerse de ella para alcanzar un lucro desmedido. Por eso buscaron deshacerse de ella a la primera de abastos. Y la posibilidad se las brindó este Donald que había llegado a la Casa Blanca ante el asombro de muchos.

Un segundo gesto de Trump estuvo vinculado al tema de los migrantes, pero alcanzó diversas aristas. La primera abordó el caso de los migrantes latinos que vivían en Estados Unidos y que no habían logrado regularizar su estancia en la patria de Walt Whitman.

Muchos, debieron huir, y otros fueron expulsados, pese a tener familia –incluso hijos- nacidos allí. El mundo pudo conocer así las fotos de menores esposados y vestidos con mamelucos naranja –el uniforme de los presidiarios en los Estados Unidos- que vivían en distintos penales de ese país antes de ser “reubicados” en establecimientos escogidos para “niños abandonados”.

La segunda arista tuvo que ver con México y la publicitada construcción de un muro fronterizo. Esta iniciativa deterioró los lazos entre la Casa Blanca y el gobierno mexicano aun en los años de Peña Nieto –uno de los mandatarios latinoamericanos más pro yanquis de las últimas décadas. La presión, la amenaza y el chantaje ejercidos sobre su gobierno hizo, finalmente, que hasta Peña Nieto cambiara el rumbo de su brújula que antes, solo miraba al norte.

El tema del muro en la frontera se ha prolongado hasta hoy, cuando parte del mismo ya ha sido erigido para asombro de muchos. La acción fue condenada incluso por el Primado de la Iglesia, el papa Francisco, quien recientemente, y de visita en Panamá, criticó a los que “levantan muros, cuando lo que hay que hacer es construir puentes”, para unir; y no separar a los pueblos.

Este tema asomó vinculado a un tercero: la ola de marchantes centroamericanos que partiendo de diversos países centroamericanos, se dirigieron hacia las tierras de Abraham Lincoln en busca de “un porvenir mejor”. La infantería de marina fue movilizada por disposición expresa de la Casa Blanca.

Donald Trump no quería -nunca quiso- que un solo latinoamericano pisara suelo de Estados Unidos. La represión contra los marchantes fue despiadada. Incluso niños murieron en esa circunstancia sin que las autoridades yanquis mostraran el más leve cambio en su política de desprecio por los migrantes hispanohablantes.

En otras latitudes también fue posible percibir los rasgos de la conducta del jefe de estado de los Estados Unidos. Palestina y Siria fueron las principales víctimas de su política.

En el primer caso, lo que primó fue su acercamiento al régimen sionista de Israel, que lo llevó, desde alentar la guerra contra los pueblos sometidos, hasta cambiar la capital del estado judío disponiendo que sea, en adelante, Jerusalén y no Tel Aviv. Y en el segundo, fue el fantasma de la guerra con todos sus horrores la que abatió Trump sobre diversas ciudades hoy casi totalmente destruidas en este país de origen milenario

Otros pueblos –como Irak, Afganistán o Libia- donde aún la huella del invasor orada la tierra, conocieron también de cerca la oprobiosa conducta de este presidente que hoy no es capaz de manejar su propio gobierno, y que ha caído estrepitosamente en la estima de los propios ciudadanos norteamericanos.

Lo de Venezuela es la otra señal de esta política. Trump “celebró” recientemente las “grandes protestas” contra el gobierno constitucional de Nicolás Maduro al que acosa por todos los ángulos. Digitó –a través de cipayos- el Grupo de Lima que fracasó ostentosamente en todas sus iniciativas orientadas a derribar al régimen de Caracas, y al que ahora alienta con las inscripciones de John Bolton. Su consejero –en efecto- ofrece cinco mil soldados listos a operar en la región bajo el mando de la OEA, la OTAN, o quien sea, pero operar para acabar con el Gobierno Bolivariano de Venezuela a cualquier precio.

No hay que olvidar que hace muy pocos días, el jefe Comando Sur de Estados Unidos, almirante Craig Faller, dijo orondo: “En 1989 nosotros sacamos a Manuel Noriega de Panamá. Y en 1994 depusimos al presidente de Haití”. Antecedentes, entonces, existen, sin necesidad de remontarse a Grenada, en 1983, o República Dominicana, en 1964. Como bien dice Evo, Trump quiere una Venezuela quebrada.

El Campeón de la Libertad, entonces, está en acción. Los creyentes, bien podrían decir: “Dios nos coja confesados”. El reto, no obstante, no es prepararse a morir, sino a vencer.

Por REDH-Cuba

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