El viernes 14 de junio murió Marta Harnecker, ejemplo de mujer revolucionaria, de mujer nueva de todos los tiempos. Dicen que nos mandó un último mensaje a todas y todos por ella publicado el 24 de abril pasado: “Bueno, amigos, eso es todo por hoy. Hay que vivir en la incertidumbre y salir adelante cueste lo que cueste. Un abrazo como siempre lleno de sueños y esperanzas”.

Había nacido en Chile en 1937 y se podría decir que fue ciudadana de este continente, porque vaya si tuvo vida activa y valerosa esta compañera. Periodista, socióloga, intelectual marxista destacada con más de 80 trabajos en más de 5 décadas incansables. A principios de los 60 estudió con Althusser, militó en el Partido Socialista de Chile. Sus textos para la formación obrera en filosofía y Economía Política marxista recorrieron los años convulsos del continente. Vivió muchos años en Cuba desarrollando allí gran parte de su trabajo. Tuvo allí a su hija, junto al Comandante Piñeiro, que en aquellos tiempos estaba al frente del Departamento América del Comité Central, desde dónde se expresaba la solidaridad más pura que he conocido con nuestras luchas. Comandante que muchos años después supimos que fue fundador de los órganos de la seguridad del Estado. Es que ella era realmente una mujer impresionante, así viene a nuestra memoria una y otra vez con más de 40 años de edad, pero sin dejar el estilo de muchacha de otros tiempos. Continuó más adelante su vida de pareja con el economista marxista Michael Lebotwiz, destacado intelectual naturalizado en Canadá. De Chile a Cuba, de Cuba a Venezuela, a Canadá, viviendo en uno y otro lado, su trabajo expone las distintas experiencias del continente y en diversos lugares del mundo, donde la experiencia revolucionaria requiriera de su agudo pensamiento.

Su pluma recorrió las experiencias participativas y descentralizadas de Porto Alegre en Brasil, de Caracas, del Gobierno de Montevideo, de Yugoslavia, de Cuba dónde el nuevo modelo podría estar pautado por el mayor desarrollo de la autogestión y propiedad obrera en las distintas formas colectivas de la producción y los servicios. La planificación participativa le quitaba el sueño, la socialización de la producción así lo requiere, cuando la democracia se entiende como social y sobre todo económica. Planificar delineando el rumbo mientras más pobres sean los recursos se volvía una urgencia en cualquiera de nuestras experiencias. En una entrevista realizada por el periodista Tassos Tsakiroglou para el periódico griego Efimerida ton Syntakton en enero de 2017, Marta Harnecker decía “La gran pregunta podría ser: ¿por qué si nuestro proyecto favorece a la inmensa mayoría, esto no se traduce en un apoyo social y electoral equivalente? La explicación que damos a menudo es que las fuerzas conservadoras usan los medios de comunicación para diseminar una visión deformada de nuestro proyecto. Pero muchas veces nosotros mismos somos los responsables de cómo es éste percibido: no hemos sido capaces de explicarlo en términos sencillos que puedan ser entendidos por los más amplios sectores. Y lo peor de todo, nuestras vidas no han sido coherentes con nuestro proyecto. Predicamos la democracia, pero actuamos autoritariamente; queremos construir una sociedad solidaria, pero somos egoístas; propugnamos la defensa de la naturaleza, pero somos consumistas.” Es que tal vez detrás de nosotros actúe el sistema mismo, y su hegemonía cultural. En definitiva, podíamos compartir o no a pie juntillas su obra, pero no podíamos dejar de reconocerla.

Fidel estuvo presente en gran parte de su vida y obra, desde la selección de lecturas sobre la deuda externa que hiciera Marta del líder latinoamericano, hasta aquella carta póstuma dónde le decía: “No quiero hablar de ti sino hablar contigo, porque tú sigues estando presente entre nosotros y lo estarás siempre.” La defensa incansable de la Revolución cubana en los duros años del “período especial”, su propuesta constructiva constante, la crítica a la burocracia y la temática infaltable de la cuestión de género, abordada desde la conflictiva situación de la mujer-dirigente, todos temas tratados con la altura que ella solía tener, con una madurez o razonamiento dialéctico adquiridos con los años de práctica y teorización activa.

Así quedaba manifiesto en sus escritos y exposiciones la vigencia del marxismo a pesar de la incertidumbre que pudiera haber creado en otros la caída del muro en la Europa del Este y la cruda vivencia del período especial mencionado. Decía “Pienso que es increíble cómo Marx previó lo que sucedería en el mundo en relación al desarrollo del modo de producción capitalista. Para mencionar sólo algunas cosas: anunció la tendencia a la concentración de la producción cada vez en menos manos (la actual transnacionalización de la economía), la aplicación de la ciencia en los procesos de producción (la actual robótica y agricultura transgénica), el entrelazamiento de todos los pueblos en las redes del mercado mundial, y con esto, el crecimiento del carácter internacional del régimen capitalista (la actual globalización), y suma y sigue. Él pudo adelantar todo esto porque fue capaz de descubrir la lógica del capital, y al lograr esto, buscaba dar a los trabajadores los instrumentos teóricos para su liberación. No tenemos entonces que confundir el estudio del modo de producción capitalista: un objeto teórico abstracto, con el estudio de formaciones sociales concreta históricamente determinadas y el estudio de la lucha de clases que en ellas se da. No tener en cuenta estos diferentes niveles de abstracción y aplicar mecánicamente ciertos conceptos de Marx como si la realidad no hubiese cambiado en estos 150 años, llevó a muchos de nuestros intelectuales y cuadros políticos marxistas latinoamericanos a encasillar nuestra realidad en las nociones clásicas, incapacitándolos para comprender los nuevos fenómenos que estaban ocurriendo en nuestra región que escapaban a esos parámetros (…) El acento puesto en forma acrítica en la clase obrera industrial nos condujo a los marxistas latinoamericanos a no tener en cuenta las especificidades de nuestro sujeto social revolucionario, ignorando las reflexiones que habían realizado al respecto pensadores latinoamericanos como Mariátegui y Haya de la Torre. Durante muchos años no fuimos capaces de percibir el papel que podían jugar los cristianos y los indígenas en nuestras revoluciones.

La última vez que la vi, fue acá en Uruguay, en nuestro antiguo local de Tristán Narvaja, en 1990. Un conversatorio, Cuba y América Latina, mi madre y su amistad entrañable de viejas historias compartidas, el abrazo fraterno, la sonrisa alegre y una puerta abierta que nunca se cerró. Hasta siempre, querida compañera.

Fuente: Mate Amargo

Por REDH-Cuba

Shares