El pensamiento político del general Omar Torrijos no vino de fatigosas elaboraciones ideológicas. Él era un revolucionario honesto y “tenía un norte” para elaborar sus concepciones, en diálogo con la realidad y la gente en quienes más confiaba: campesinos, sindicalistas, ex líderes estudiantiles e intelectuales comprometidos con recuperar la soberanía del país e impulsar su desarrollo socioeconómico[1]. Esto se reflejaba en las cualidades de los líderes que él más admiró, como Sékou Touré, Samora Machel y Amílcar Cabral, así como el mariscal Tito.

Cuando supo del asesinato de Amílcar, dijo: “la bala que extinguió físicamente a Cabral hirió profundamente los sentimientos de todos los que luchamos por una patria entera, dueña de sí misma”[2]. Años después, cuando hablaba del líder de un país pobre con gran dignidad, destacaba a Samora Machel, deseando que ojalá los líderes latinoamericanos actuaran como ese. Poco antes de su sospechosa muerte, Omar planeaba alargar hasta Mozambique un próximo recorrido internacional, para conocerlo personalmente[3]. A tales simpatías correspondió su temprana ayuda a los sandinistas cuando estos aún eran poco conocidos, así como su apoyo a los insurgentes de Guinea-Bisáu.

Rómulo Escobar Bethancourt, veterano asesor político del general Torrijos –y quien además dirigió el equipo que negoció frente a Estados Unidos los Tratados del Canal de Panamá‑‑, fue su mensajero personal para establecer contacto con uno de sus principales interlocutores, Fidel Castro, con quien Omar llegó a compartir genuina amistad. Como Rómulo cuenta, la fraternal relación de Torrijos con Fidel surgió de su rápida comprensión mutua, expresiva de las características de uno y otro, y de los procesos políticos que dirigían.

Desde finales de los años 60 ya todos los gobiernos latinoamericanos ‑‑salvo el de México‑‑ habían claudicado ante la presión norteamericana y roto relaciones con Cuba. En esas circunstancias, a fines de 1971 la marina cubana apresó dos los buques de bandera panameña cuando desembarcaban agentes y equipos de la CIA en la Isla. Esos barcos pertenecían a un conspicuo contrarrevolucionario, antiguo magnate maderero, y ninguno de sus tripulantes era panameño.

Las autoridades estadunidenses presionaron para formar un escándalo y hacer que Panamá reclamara la entrega de ambos capitanes. Omar hacía poco que controlaba el poder político y no deseaba una querella con Cuba, lo que implicaría asumir una actitud hostil a su Revolución. Estuvo muy atento a lo que Fidel diría, y junto con Rómulo lo escuchó por onda corta. Lo impresionó que Fidel estaba dispuesto a darle explicaciones al gobierno panameño, pero no al de Washington. Al oírlo exclamó: “este es el momento de enviar una delegación a Cuba”, y comisionó a Rómulo para ello.

Rómulo Escobar era a la sazón Rector de la Universidad de Panamá, y se ocupaba de recomponer las relaciones entre el incipiente torrijismo y las organizaciones estudiantiles. La impronta de la delegación la marcaron los universitarios, no los militares. Fidel explicó el asunto de los barcos y ofreció entregarlos al gobierno panameño, a condición de que este no los devolviera a su anterior propietario. Además, dialogó sobre todos los demás asuntos que los panameños quisieron.

Le expresó a Rómulo que, aunque él no conocía a Torrijos, tenía la impresión de que ese hombre creía de veras en lo que estaba haciendo y estaba dispuesto a morir por la liberación de su país. Pero en un aparte le pidió decirle a Omar que este corría el riesgo de quedar atrapado en un callejón sin salida, y que los norteamericanos podían masacrar al pueblo panameño como lo estaban haciendo en Vietnam. Que como dirigente tenía la responsabilidad de actuar de tal forma que, si podía evitar la violencia, la evitase.

Cuando Rómulo le transmitió ese mensaje a Omar este exclamó: “¡Eso fue lo que te dijo!”, y lo hizo repetir el recado. Y comentó: “Yo estaba convencido de que ese hombre me iba a mandar una ametralladora”. Le impactó que Fidel no le enviara un mensaje de violencia revolucionaria sino de amistosa preocupación. Según Rómulo, ahí nació el aprecio que Omar le tomó a Fidel, y desde entonces quiso ir a Cuba a conocerlo, aunque no fue hasta inicios de 1976 que lo pudo hacer.

Sin embargo, dos años antes, al hablar ante el Consejo de Seguridad de la ONU, insólitamente convocado en Panamá para examinar la controversia con Estados Unidos por la cuestión del Canal, Omar aprovechó esa tribuna para resumir su pensamiento anticolonialista, y ahí destacó que “Cada hora de aislamiento que sufre el hermano pueblo de Cuba constituye sesenta minutos de vergüenza hemisférica”.[4]

Torrijos recibió reiteradas presiones estadunidenses para que rechazara relaciones con Cuba, pero nunca se prestó a hacerlo. “Se me caería la cara de vergüenza”, dijo, al calificar la actitud de otros gobiernos latinoamericanos, que contrastó con la de México. Creía preferible discutir con Cuba cualquier desacuerdo que prestarse a ser un peón del imperio. Como Rómulo lo reseñó, en los siguientes años Omar y Fidel discreparon sobre distintos asuntos. “La franqueza de esas discrepancias demostraba el gran vínculo de cariño entre los dos. Nunca se trataron con hipocresía ni con actitud de protocolo. Se hablaban, se comunicaban con mucha sinceridad”.[5]

Esa relación se desarrolló dialogando sobre un asunto de común interés: la determinación, sagacidad y solidaridad que implicaba la lucha por la liberación y la soberanía nacionales. Liderada por Fidel, la Revolución Cubana había fusionado dos corrientes históricas: la de la lucha por la liberación nacional y el desarrollo social ‑‑prefigurada en el siglo XIX por José Martí‑‑ y la de la lucha por el socialismo, como cabía asumirla entonces, a comienzos de la segunda mitad del siglo XX. En Cuba, el proceso de liberación nacional se consolidó y sostuvo gracias a esa proyección socialista, mientras que en otros países el aliento progresista de la liberación después se desmoronó, al faltarle este segundo motor.

Como Fidel pronto lo señaló, en las condiciones de los años 60 la ayuda soviética a la Cuba asediada y amenazada por Estados Unidos mostraba que la correlación de fuerzas entre las superpotencias había cambiado, lo que parecía iniciar una nueva época: la cooperación de la URSS ya podía ayudar a otras revoluciones latinoamericanas, a este lado del Atlántico. Eso posibilitaba superar las adversidades que poco antes habían frustrado la Revolución Boliviana y aplastado la guatemalteca. Por consiguiente, tocaba llamar a los verdaderos revolucionarios de Latinoamérica a emprender la revolución, como en 1962 lo proclamó un texto tan enjundioso y movilizador como La Segunda Declaración de La Habana.

A la cabeza del Kremlin estaba alguien que compartía ese optimismo. En el ámbito de la desestalinización, Nikita Jruschov avizoraba una economía soviética pujante y un sistema político que ya podía prever la transición al comunismo, pese a que el “deshielo” del régimen comenzaba a destapar nacionalismos centrífugos en ciertos parajes del campo socialista y hasta en algunas repúblicas soviéticas.

No me detendré aquí a recontar los intensos debates político‑ideológicos que esa tesis de Fidel despertó en Latinoamérica, entre las izquierdas revolucionarias y quienes aún permanecían anclados en la concepción inmovilista entronizada por el estalinismo. En esos años, en Panamá lo que luego fue el proceso revolucionario no se previa y Omar aún era un joven oficial desconocido.

Lo que aquí toca rememorar es que aquel período de optimismo revolucionario perduró hasta poco más allá de la gesta del CheGuevara en Bolivia. Pero, más que decaer por lo que ese revés significó, lo hizo porque la correspondiente estrategia soviética para América Latina se retrajo enseguida de la defenestración de Jruschov, como parte de la política de Coexistencia Pacífica que el Kremlin adoptó bajo la presión de las crecientes dificultades económicas de la URSS.

Luego del giro contrarrevolucionario de los acontecimientos derivados del “deshielo” en Hungría (1956) y del extravío del intento democratizador del socialismo en Checoslovaquia (1968), el gobierno de Leonid Brézhnev tuvo más interés en preservar el régimen heredado que en renovarlo para promover nuevas formas de desarrollo socialista. Con ello, la perspectiva del respaldo soviético a otras revoluciones latinoamericanas se canceló[6]. La URSS aún sustentó las grandes operaciones militares en las que los combatientes cubanos defendieron la Revolución etíope, salvaron la liberación de Angola y provocaron el derrumbe del apartheid en Sudáfrica, pero con ello Moscú reconoció de hecho la dominación estadunidense sobre América Latina.

Fue claro que la ventana entreabierta por aquel temporal cambio de la correlación de fuerzas se había cerrado. Tras el final de la guerrilla del Che en Bolivia, distintos revolucionarios latinoamericanos empezaron a explorar otros medios para cambiar la amarga situación de sus pueblos. Entre 1968 y 1969 la dirección política cubana percibió cómo entraban nuevas fuerzas a la lucha revolucionaria de América Latina. Incluso algunas que no eran movimientos guerrilleros, sino militares nacionalistas, como en Perú y Panamá. Por consiguiente, hubo un reajuste en el concepto de la solidaridad de la Revolución Cubana con América Latina. La política internacionalista de la Revolución evo­lucionó junto a la evolución del movimiento democratizador y antimperialista de América Latina.

En Latinoamérica fueron surgiendo nuevas corrientes sociales, estudiantiles, sindicales, barriales que muchas veces iría organizándose sin vinculación con las organizaciones de la izquierda. En consecuen­cia, también se fueron dando ajustes en la política internacional cubana. Antes y después del sangriento derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular chilena, se fueron am­pliando sus relaciones con los nuevos gobiernos de Argentina, Colombia, Panamá, Perú, Venezuela y otras naciones.

Un activista cubano de esos años recuerda que

En la medida que fue disminuyendo la lucha guerrillera […] en Améri­ca Latina se requería respaldar los nuevos procesos políticos en el continente. Des­pués se consolidó el gobierno nacionalista militar de Panamá encabezado por Omar Torrijos. Más tarde comienzan a instalarse gobiernos ‑‑como los de Cámpora y Perón en Argentina, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, López Michelsen en Colom­bia, Michael Manley en Jamaica‑‑ que pudiéramos calificar como “progresistas” en la medida en que rechazaron la política de bloqueo y las agresiones de los Estados Unidos contra Cuba y que, por tanto, tenían diversas contradicciones con las políti­cas emprendidas por la Casa Blanca y el Departamento de Estado.[7]

Como Fidel lo razonó en ese contexto, al considerar la región desde una perspectiva de largo plazo, continuaría sobresaliendo la cuestión de la lucha por el desarrollo y de las opciones para vencer los obstáculos que lo dificultaban. En ese ámbito, la cooperación y eventual integración con Latinoamérica y el Caribe “es fundamental”, puesto que “solo unidos podremos renegociar las condiciones de nuestro papel en este hemisferio” y el mundo, frente al poderoso e insaciable club de los ricos”. Lo cual solo sería factible mediante el entendimiento y cooperación incluso entre países con diferentes regímenes políticos.[8]

Lejos de mitigar su perfil antimperialista, Fidel pondría el acento en la necesidad de animar el movimiento anticolonial y alentarlo a ir más allá. Esto es, en promover acciones colectivas en defensa de las reivindicaciones y derechos de los pueblos para enfrentar colectivamente las peores manifestaciones de la voracidad neocolonial de los países más desarrollados.

Como en 1976 él resumió ese modo de pensar ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, en los siguientes términos:

La liberación, el progreso y la paz de la Patria están indisolublemente unidos en nuestra concepción a la liberación, el progreso y la paz de toda la humanidad. La anarquía, las guerras, el desarrollo desigual, los fabulosos recursos invertidos en armas y los riesgos que hoy acechan a la humanidad, son frutos naturales del capitalismo. Solo una distribución justa de las fuerzas productivas, la técnica, la ciencia y los medios de vida; solo una utilización cada vez más racional de los recursos naturales; solo la coordinación más estrecha de los esfuerzos de todos los pueblos de la tierra […] puede salvar a la humanidad de los peligros espantosos que la amenazan: agotamiento de los recursos naturales que son limitados, contaminación progresiva del medio ambiente, crecimiento descontrolado de la población, hambres desoladoras y guerras catastróficas.[9]

No podía haber mejor convergencia entre este modo de comprender la situación global y aquel que, en 1973, el general Torrijos había planteado al Consejo de Seguridad de la ONU cuando, con robusta claridad, declaró que

Panamá entiende muy bien la lucha de los pueblos que sufren la humillación del colonialismo; de los pueblos que se resisten a aceptar el imperio del fuerte sobre el débil como norma de convivencia; de los países que están dispuestos a pagar cualquier cuota de sacrificio para no ser sometidos por los más poderosos; de los hombres que no aceptan el ejercicio del poder político de un gobierno extranjero sobre el territorio que los vio nacer; de las generaciones que luchan y seguirán luchando por erradicar de su patria la presencia de tropas extranjeras, sin el consentimiento del país ocupado; de los nativos que no admiten ser vistos como inferiores o como animales; de los que luchan por explotar sus propios recursos para su propio beneficio y no para subvencionar la economía de un país prepotente; de los países que no admiten ser exportadores de mano de obra barata; de las masas irredentas que pagan con su sangre la erradicación de la miseria, la injusticia, la desigualdad a las que las han sometido los poderosos, nacionales o extranjeros; porque la oligarquía no tiene nacionalidad.[10]

Omar reivindicó allí el derecho de cada nación a decidir por sí misma, sin injerencias extrañas; a escoger libremente sus amigos, sin que nadie le regateara el derecho de explotar y aprovechar sus propios recursos, y el derecho de elegir sus propias formas de vida. “Que se respete el sagrado principio de que cada país debe estar en condiciones de elegir […] el método de gobierno que quiera, en busca de su propio desarrollo”. Reclamo que él remató afirmando que:

El despertar de América Latina no debe ser obstaculizado, sino apoyado para poder propiciar la paz. Una nueva conciencia se está creando en el hombre latinoamericano y solo podrá haber paz si se permite que esta conciencia siga su propio cauce. Quien se opone a esta actitud está creando la hostilidad que propicia la existencia de convulsiones. Si se nos impide emprender cambios pacíficos, estamos empujando a nuestros pueblos a que propicien cambios violentos.[11]

En otras palabras, a comienzos de los años 70 ambos hombres estaban construyendo un razonamiento común. ¿Cómo podía Fidel Castro no quedar interesado en conocer a este hombre, cruzar ideas con él y colaborar en su propósito? Si bien el llamado de Omar no era a convocar a una revolución, sino a hacer las reformas estructurales requeridas para que los pueblos no se vieran en necesidad de emprenderla, los dos líderes coincidían en la exigencia de reclamar esas reformas, sin las cuales el camino al desarrollo seguiría plagado de impedimentos.

Aún pervive la idea maliciosamente ingenua según la cual el hecho de que Torrijos fuera una militar era incompatible con un proyecto político y socioeconómico dirigido a asegurar la paz satisfaciendo las reivindicaciones populares. Fidel nunca compartió esa idea. Años después escribiría, destacando no uno sino dos legados de Omar, al señalar que

Torrijos pasará a la historia de su patria y de América Latina como el protagonista principal y el más esforzado combatiente en la larga lucha por el rescate de los derechos de su pueblo sobre el Canal de Panamá y por la dignidad y soberanía plena de su patria.

Para nuestros pueblos de América, Torrijos constituye un símbolo de los esfuerzos por la unidad continental en el combate por su identidad y su integración definitiva.[12]

En la entrevista que Fidel concedió a Ignacio Ramonet en 2006, al hablar de la gesta de Hugo Chávez el periodista observó que en Europa, e incluso en Latinoamérica, muchos reprochaban que ese venezolano fuera un militar, y preguntó qué opinaba sobre la aparente contradicción entre el progresismo y lo militar. Fidel contestó: “Omar Torrijos, en Panamá, fue ejemplo de militar con profunda conciencia de justicia social y de patria. Juan Velasco Alvarado, en Perú, también llevó a cabo acciones importantes de progreso”. Y en rápido recuento, mostró que estos dos no fueron casos aislados.

Evocó la proeza de la larga marcha del capitán Luis Carlos Prestes; las valientes realizaciones del general Lázaro Cárdenas; a los militares que secundaron al coronel Jacobo Árbenz; los méritos del primer gobierno del general Juan Domingo Perón. Destacó al general Líber Seregni como “uno de los líderes más progresista y más respetados que he conocido en América Latina” y finalmente, hizo homenaje al coronel Francisco Caamaño, cuyo largo enfrentamiento a una fuerza de 40 mil invasores estadunidenses “constituye uno de los episodios revolucionarios más gloriosos que se han escrito en este hemisferio”. Y recordó que después Caamaño “volvió a su patria y entregó su vida combatiendo por la liberación de su pueblo”. Y después el teniente coronel Hugo Chávez quien a su vez inició “un proceso de tanta trascendencia histórica e internacional como el actual proceso revolucionario en ese país”.[13]

En ese apretado resumen faltó recordar, además, los militares cubanos que se alzaron contra Batista en Cienfuegos, y a los venezolanos que en Carúpano y Puerto Cabello se rebelaron contra la dictadura; a los tenientes Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa, que procuraron reiniciar la revolución guatemalteca, así como al general boliviano Juan José Torres, quienes junto a los anteriores suman un total demostrativo de que una significativa corriente nacional‑revolucionaria militar también fue parte de nuestras luchas.

La vida de esa corriente, necesariamente furtiva, ha sido riesgosa y difícil, lo que exige grandes cuotas de honestidad y dignidad. Como lo vio de cerca José de Jesús Martínez[14] ‑‑Chuchú Martínez‑‑, el más íntimo asesor de Omar, para el General Torrijos la dignidad nacional y personal “es mucho más que una cualidad moral. Es un arma de liberación. Y, además, un criterio político”. Para darle a las Fuerzas Armadas esa dignidad con contenido político hay que unirlas a una causa justa de gran contenido humano: nada que atente contra el ser humano o que rebaje su dignidad puede ser justo. Para alcanzar esa dignidad las Fuerzas Armadas “debían divorciarse de los intereses de la oligarquía y del imperialismo, cara y sello de la misma moneda”. Solo entonces podían unirse “en segundas nupcias” con los intereses populares.

Omar indicó: “Es diabólico el talento de los explotadores, que ha sabido armar al Pueblo contra el Pueblo mismo”. El papel que deben jugar las Fuerzas Armadas es “cambiar la dirección de sus fusiles”. Es decir, cambiarse de bando.[15]

Este modo de pensar tuvo en Torrijos algunas características que a la larga demostraron aciertos que en los primeros años 70 muchos no percibíamos. A Omar le preocupaba la prolongación de la guerra revolucionaria en El Salvador y Guatemala; conocía bien las realidades centroamericanas, incluidas las de la masa popular no organizada y la de la vida de los oficiales de sus ejércitos. Pensaba que esa guerra iba a prolongarse interminablemente ‑‑como ya sucedía en Colombia‑‑, sin que ninguna de ambas fuerzas pudiera derrotar a la contraria, a un sangriento costo de padecimientos sin alivio para la pobreza de sus pueblos.

En esas condiciones, el desarrollo de esos países, no podría lograrse. Más valía procurar la negociación de alternativas pactadas entre los contendientes más lúcidos, que garantizaran obtener reformas políticas y socioeconómicas de fondo. Reformas estructurales para mejorar la situación popular y establecer una institucionalidad enfocada a reducir la desigualdad social e impulsar el desarrollo. Para esto hacía falta superar el primitivismo de las oligarquías centroamericanas y el extremismo sectario de ciertas izquierdas. Respecto a la parte norteamericana, la mejor oportunidad para conseguirlo se daba durante el gobierno de Jimmy Carter pues, como era de prever, Reagan haría muy difícil lograr salidas progresistas.

Por eso las ayudas de Torrijos a revolucionarios centroamericanos se dirigían preferentemente a los grupos potencialmente más proclives a asumir un proyecto orientado a sumar a otros sectores en su lucha y aceptar posibles soluciones políticas. De ahí su aprecio a los sandinistas, cuya evolución él consideró ejemplar por la decisión de reunificar sus distintas corrientes e incorporar a otros sectores y agrupaciones, al asumir un programa más plural e inclusivo, lo que al cabo fue la clave de su victoria. Lo que, además, facilitó captar un arco muy plural de cooperaciones internacionales para deponer a Somoza ‑‑desde Fidel Castro a Jimmy Carter, pasando por Rodrigo Carazo y Carlos Andrés Pérez‑‑.

Para el general Torrijos, negociar nada tenía que ver con reducir los objetivos finales. Chuchú Martínez recalca que Omar concebía esta opción como un puente, un instrumento para acercarse por otro medio a la victoria, nunca como una finalidad. Por eso, recuerda,

Pocos han insistido tanto como Torrijos en la distinción entre medio y finalidad, táctica y estrategia, luces cortas y largas. Los Tratados Canal y la Guerra de Nicaragua para derrocar a Somoza, son instancias que demuestran cuán acertada es la definición que Torrijos hace de la negociación. La primera, muestra su naturaleza táctica. La segunda, su eficacia para el triunfo.[16]

En los años 80 ese modo de comprender las alternativas de la región daría importantes pruebas de acierto, aun después de la extraña muerte del general Torrijos. Estas fueron desde las negociaciones de Contadora ‑‑cuya acción contribuyó decisivamente a detener el proyecto de intervención directa del gobierno de Reagan‑‑ hasta la paz de Esquipulas, el cese de hostilidades mediante las negociaciones de reformas democráticas, desmilitarización y paz en El Salvador y en Guatemala, gestiones que contaron con el apoyo de la Revolución Cubana.

El fundamento de esa reiterada actualidad de Torrijos, observa Chuchú, “estriba en su concepción dialéctica de la realidad, por una parte. Y por la otra, en el convencimiento de que quien piensa y se mueve con la marea de la Historia, tiene el tiempo en su favor”. Una frase que sería igualmente aplicable al modo de actuar de Fidel Castro.

Esto, desde luego, debe entenderse según las particularidades que la historia le ha dado a cada pueblo. El pragmatismo dialécticode Fidel Castro era sobradamente capaz de entender y aprovechar esas experiencias. Con toda su formación filosófica, Fidel sabía valorar cómo las leyes generales de los procesos políticos se concretan a través de la diversidad de sus particularidades nacionales. Por ejemplo, unos años más tarde, al explicar a sus compatriotas la naturaleza de la recién triunfadora Revolución Sandinista, Fidel afirmó que

Cada país tiene su camino, tiene sus problemas, tiene su estilo, tiene sus métodos, tiene sus objetivos. Nosotros los nuestros, ellos los suyos. Nosotros lo hicimos de una manera, nuestra manera, ellos lo harán a su manera.[17]

Idea que él concluyó recalcando que “los sandinistas son revolucionarios […] pero no son extremistas, son realistas. Y de la madera de los realistas se hacen las mejores revoluciones”[18]. Concepto en el que Fidel insistiría en los siguientes años, como antídoto de los que llamó “errores de idealismo”.

De ese realismo Fidel había hecho gala tres años antes, en 1975, al presentarle al aguerrido pueblo de Santiago de Cuba al general Omar Torrijos. Empezó por advertir que esa vez sus palabras no serían radicales sino mesuradas, porque la lucha del pueblo panameño no se podía ver de manera simple. Aunque Panamá es un país pequeño en la dimensión geográfica, dijo, “es un país grande en la magnitud del problema que tiene sobre sí, en la magnitud de las dificultades en su propia lucha”. En Panamá había más soldados norteamericanos que panameños, acantonados en la Zona del Canal, que partía al país en dos mitades. Eso era ‑‑dijo Fidel‑‑ como “vivir con un enemigo en casa, en medio de la casa”, siendo este un enemigo muy poderoso. Así pues,

No sería muy difícil una arenga al general Torrijos, a la delegación panameña, al pueblo panameño desde aquí en términos muy radicales. [Pero] quiero trasmitirles a ustedes nuestra impresión de que el tipo de problema que enfrenta Panamá es un problema duro, difícil y complejo, y que por eso este es un tipo de lucha que se gana no solo con valor […], sino también con inteligencia, con talento.

Acto seguido, Fidel mostró no solo su comprensión de la naturaleza del problema, sino su coincidencia con el enfoque estratégico que Omar venía dándole, al preguntarse

¿Cómo compensar los factores adversos de esa lucha? ¿Cómo luchar contra un poderío tan grande, contra un imperio prepotente que hasta hoy se creyó dueño de este hemisferio? ¿Panamá sola? ¿Panamá en términos de fuerza? No. ¿Cuál es la fuerza que puede engendrar Panamá? No quiere decir que no la tenga, y no quiere decir esto que ningún pueblo renuncie a ella cuando no quede más remedio. Pero la fuerza es siempre el último remedio cuando no se pueden reivindicar los derechos por otros caminos.

La fuerza que Panamá puede darse ‑‑explicó Fidel‑‑ es la del apoyo latinoamericano y mundial. Por eso “necesita una política internacional dirigida a buscar apoyo y solidaridad de todos los países del mundo […] y tiene que trabajar duro para lograr ese apoyo, aun de gente que a nosotros no nos gusta”. Tras lo cual enfatizó: “nosotros debemos colaborar a que se fortalezca el apoyo universal a Panamá, es decir, el apoyo del mundo y el apoyo de América Latina”. Causa con la cual en los siguientes años Cuba sería muy consecuente, ayudando a potenciar ese respaldo tanto en el Movimiento de los Países No Alineados como en el entonces llamado campo socialista.

Palabras más adelante, Fidel abundaría en que la lucha de los pueblos oprimidos contra el imperialismo no se libra en un pedazo de tierra, como el de Guantánamo, sino a escala global, “con las armas adecuadas a cada caso”. Más que liberar un pedazo de tierra, una franja o una zona, “lo que importa es la liberación del continente, la liberación de Vietnam, la liberación de África, la liberación de Angola”. Porque en tanto el mundo se libere, los imperialistas no podrán seguir haciendo lo que les da la gana. Por eso “nuestra batalla no es ahí, en el terreno militar, en un pedazo de tierra, sino […] con el movimiento revolucionario mundial, para derrotarlos políticamente, para derrotarlos ideológicamente; y cuando son agresores y no queda más remedio, derrotarlos también militarmente”.

Recalcó que “cada situación y cada problema en concreto requiere una estrategia y requiere una política”, y esa política hay que hacerla mirando a largo plazo y luchando donde hay que luchar, con inteligencia. “Es por eso que cada país y de acuerdo al carácter de su problema, tiene que establecer su estrategia y su táctica de lucha inteligente, que lo conduzca a la victoria”, porque “cada pueblo hace lo que debe hacer, no necesita de los consejos de los demás, ni necesita de la agitación de los demás. Necesita apoyo, solidaridad, en cualquier circunstancia y en cualquier terreno. Y eso es lo que nosotros, incondicionalmente, le ofrecemos a nuestro hermano pueblo de Panamá”.

Le recordó a los santiagueros que en Panamá, como antes en Cuba, desde cuando el imperialismo les impuso la Enmienda Platt y el Tratado del Canal, Estados Unidos intervino muchas veces, decidía quién podía gobernar y qué debía hacer. Pero con la Revolución en Cuba eso se acabó, y que en Panamá también, con el movimiento revolucionario dirigido por el general Torrijos. Que por eso el imperialismo y la oligarquía daban cualquier cosa por descabezar ese movimiento. Pero, aunque ellos aún tenían la Zona del Canal y las bases militares, “ya hoy no pueden decir quién gobierna allí” ni prohibirle a Panamá tener relaciones con Cuba.

Además, continuó Fidel, en Panamá hay un proceso político, un proceso revolucionario importante. No es exactamente igual que el nuestro, no puede ser exactamente igual que el nuestro, porque ellos tienen el problema número uno: la soberanía del país. […] Pero aun en medio de ese problema número uno, han estado haciendo grandes esfuerzos sociales.

[…] Ahora, el pueblo de Panamá por primera vez conoció un gobierno que defiende realmente la soberanía del país, y conoció un gobierno que se preocupa por las masas.

Para terminar, señaló que ante lo que estaba ocurriendo en Perú y en Panamá, “tenemos que acostumbrarnos a ver todos estos procesos en su complejidad”. Aunque allá la situación no es como la de Cuba y no hay un gobierno socialista, “hay un movimiento de liberación nacional en Panamá; de rescate de la soberanía y de progreso social. Y ese es, en realidad, un buen camino, que tiene en cuenta las circunstancias peculiares del país”.

A su turno, Omar Torrijos empezó por manifestar la emoción de que él ya podía decirle a los panameños que no están solos, que pueden contar con “el respaldo de un pueblo que en la geografía de la dignidad de América constituye una alta cifra”. Relató cómo antes los militares de su país eran instrumentos de represalia del imperialismo y la oligarquía[19], pero que en su vida como jefe de tropas él no recordaba ni una sola intervención contra el pueblo panameño en la que este pueblo no tuviera la razón. Que por eso una generación de oficiales nuevos asaltamos el poder […], como el Comandante Castro asaltó el cuartel Moncada. En todos los asaltos hay que ver cuál es el contenido del asalto. Hay veces que se asalta porque es la única respuesta a la situación existente. Y entonces nos propusimos trabajar en beneficio de ese pueblo al que tanto habíamos perseguido antes.[20]

En esa Patria nuestra ‑dijo Omar- el nivel de corrompimiento, de descomposición moral era muy parecido al que antes se vivió en Cuba, que hizo que una generación de buenos cubanos arriesgara todo y cambiara la sociedad y la nación. Cuando nosotros decidimos trabajar para el pueblo, decidimos que la clase dominante y el imperialismo no seguirían más enfrentando pueblo armado contra pueblo sin armas. Pero Panamá es un país ocupado ‑‑recordó‑‑ y aunque repudiamos la enmienda Platt y sus similares, en la Zona del Canal ellos tienen catorce bases militares, “prepotentes y omnipresentes”. Miren este caso ‑exclamó‑, el de la quinta frontera: “Panamá limita al norte con el Atlántico, al sur con el Pacífico, al oeste con Costa Rica, al este con Colombia, y en el centro con los gringos. ¡Abrase visto! ¡Qué situación es esta!”

Es verdad que somos un país chico y ocupado, “pero no hay colonialismo que dure cien años, ni panameño que lo resista”.

Pero en Panamá ellos tienen el Comando Sur, tienen armas, aviones, son prepotentes, provocadores. Nos han hecho de todo; nos han tratado de comprar, nos han tratado de dividir.

Nos provocan hasta el extremo de que casi muerdo el anzuelo, “y si no lo mordí es una de las grandes cosas que tengo que agradecerle al Comandante Castro, que desde acá nos dijo: “Cuidado, no muerdan el anzuelo”. Nos provocan para que nosotros irrumpamos, hartos de tanta humillación, y paralicemos el Canal, para enseguida acusarnos ante el mundo de que los que estamos gobernando en Panamá somos un sindicato de locos que conspiraba contra el libre tránsito, el libre transporte y la economía mundial. “Si no es por ese consejo, yo iba como la corvina, el peje detrás del anzuelo, que yo iba a morder”.

Ya los dirigentes de la Revolución Cubana tenían mucha experiencia de las provocaciones, y me dijeron lo que había detrás de eso. Entonces empecé a actuar de forma más razonada, “con el convencimiento de que nos vamos a liberar; pero que una lucha de liberación no se hace en un año y yo quería hacerla, la paciencia se me estaba acabando”. ¡Oiga! Es duro ver una bandera extranjera en el corazón del país. “Y ahora la han hecho más agresiva y más arrogante, como para que uno pierda la calma y poder justificar un acto de fuerza”.

Comenzamos un proceso de liberación. No lo digo porque ahora estemos negociando la cuestión del Canal, sino al contrario: “la negociación es parte de un proceso de liberación”. A lo cual Torrijos agregó una advertencia:

Yo no le voy a dejar a las futuras generaciones un país ocupado; entonces tendremos que ir a la lucha de liberación […] Si hay una situación colonial allí, Panamá no tiene, el pueblo panameño no tiene vocación de colonia. No la tenemos ni la tendremos nunca.

El Comandante Castro dijo aquí una de las grandes verdades, añadió Omar. Que ellos creen que todo lo pueden comprar con dinero, pero los idealistas no tenemos precio. El precio de los idealistas es el recibimiento caluroso que este pueblo me ha dado. ¡Ese es mi precio! Pero esas cosas no las puede tener quien no sea un idealista.

Para finalizar, señaló que ningún proceso revolucionario se da por combustión espontánea. Para eso tuvo que haber la lucha de otros pueblos. Yo siempre he admirado y he reconocido al pueblo cubano y a sus dirigentes, “porque pagaron todo el costo social que nos hemos debido prorratear entre todos los pueblos de América”. Y concluyó:

Nosotros nos sentimos muy orgullosos de haber contribuido en algo a desbloquear al hermano pueblo cubano.

Porque hay una cosa: Es más vergonzoso bloquear que ser bloqueado. Y ellos les hicieron un gran bien, porque ustedes han formado un nivel de conciencia digno de que cualquier pueblo del mundo imite […]

Porque sin pedirle permiso a nadie, buscaron el rumbo que ustedes querían. Y eso, en la geografía de la dignidad del mundo, constituye una cifra muy alta.

Ambos discursos documentaron una solidaridad fundada en lo que Fidel denominó, respecto a Panamá, “el problema número uno”. Esto es, encontrar formas y medios eficaces para lograr la independencia, integridad territorial y soberanía nacional de un país pequeño, cuyo principal recurso natural y económico es la franja interoceánica que lo cruza por el centro y hace posible navegar entre ambos océanos, hasta entonces secuestrada por una potencia extrajera.

Para ambos, esto era expresión específica de un problema global, que debe verse como parte del movimiento anticolonialista mundial. Uno que por un lado puede afectar al comercio internacional, y por el otro representa una causa capaz de movilizar la solidaridad latinoamericana. A diferencia del caso de Vietnam, ser un país chico y poco poblado puede ser fuente de fortaleza: ello ponía a Panamá en el plano ético del paradigma de David y Goliat. El punto central es que, para robustecerse frente al reto de negociar con Estado Unidos, Panamá nunca debe estar sola; es necesario dimensionar el problema en la opinión pública y la agenda política del mundo.

Como muchos años después Fidel iba a recordarlo, Existían en ese tiempo fuertes tensiones entre Panamá y Estados Unidos. Omar Torrijos, líder de ese país, era un militar honesto, nacionalista y patriótico. Pudo ser persuadido por Cuba de no adoptar posiciones extremas en su lucha por la devolución del territorio del Canal que, como un cuchillo afilado, dividía en dos a su patria. Tal vez por eso pudo evitarse un baño de sangre a la pequeña nación, que sería después presentada al pueblo de Estados Unidos y al mundo como agresora.

Más tarde, y sin hablar con nadie en Estados Unidos, pude vaticinarle que tal vez Carter fuera el único Presidente de ese país con el que podía alcanzarse un acuerdo honorable, sin derramar una gota de sangre.[21]

Negociar un acuerdo implica intercambiar concesiones necesarias para alcanzar el objetivo estratégico. El “problema número uno” se resolvió pactando unos tratados que de hecho constituyeron un programa de descolonización a varios años plazo, que metódicamente revirtieron atribuciones, territorio e instalaciones materiales a Panamá, mientras este país a su vez formó su propia organización y cuadros técnicos para asumir la totalidad de las funciones, jurisdicción y soberanía, en tanto que la potencia colonial retiraba hasta el último de sus soldados y funcionarios.[22]

Aun así, faltaba la cuestión de cómo, al propio tiempo, evolucionaría el desarrollo político panameño. Alguna vez, observando que en el campo interno el proceso revolucionario liderado por Velasco Alvarado avanzaba más audazmente que el nuestro, le pregunté a Omar en qué difería el gobierno panameño del peruano. Contestó que en Perú todos los ministros eran generales pero en Panamá eran civiles, pues el proceso panameño debía desmilitarizarse para que el pueblo organizado fuese quien sostuviera su continuidad. Si el perfil político del proceso depende del que tenga el Comandante de la Fuerza Armada, el futuro del país pendería de quién lo remplace.

La idea más relevante de Omar luego de la ratificación de los nuevos Tratados del Canal fue lo que él llamó “el repliegue”. En la implementación de esa idea se jugó el futuro del país. Se jugó y, con la muerte de Omar, se perdió.

De acuerdo con la misma, junto con la aplicación de los Tratados los militares debían replegarse a sus cuarteles, es decir, dejar las funciones políticas que aún retenían y dedicarse a su profesionalización, como la fuerza que sería responsable de velar por la seguridad del Canal. A la correspondiente apertura democrática concurrirían los viejos y nuevos partidos políticos, y el proceso revolucionario debía saber ganarse el poder con el suyo, construido con base en los niveles de organización popular y comunitaria ya alcanzados. Este partido se llamaría Revolucionario Democrático porque su misión sería defender y llevar adelante el proceso revolucionario por medios democráticos.

Pero tal proyecto estuvo lejos de entusiasmar a algunos de los coroneles que integraban el Estado Mayor[23]. Omar preveía pasar a retiro por haber cumplido sus años reglamentarios de servicio y, con él, retirar asimismo a los coroneles que igualmente ya estaban excedidos. Con esto al mando superior ascendería la siguiente generación de oficiales, crecida en los años del proceso revolucionario. Los retirados disfrutarían de sus respectivas jubilaciones, mientras el general Torrijos se dedicaría al partido. No obstante, su repentina desaparición dejó al repliegue sin concretar; ninguno de los coroneles tenía la perspicacia política de Omar ni ninguno se retiró. El partido aún estaba en pañales y en Panamá, como en Perú, el siguiente Comandante de la Fuerza Armada no sería un continuador del proceso.

Si hay que señalar una diferencia importante entre Omar y Fidel, está en la cuestión del partido. Faltó la incansable tozudez fidelista de construir un partido político del proceso revolucionario, su inteligencia colectiva y su vigilante moral ante los asaltos del arribismo y el clientelismo, y el motor de su continuidad.

¿Cayó el General Torrijos víctima de un accidente aeronáutico o de un atentado aéreo? De ser un atentado, ¿cuál era sería su objetivo si la anterior fuente de conflictos ‑‑la cuestión del Canal‑‑ ya estaba resuelta? Había y aún hay que pensar dos cosas: la primera, que esa cuestión se daba por resuelta para los Estados Unidos de Carter, no para los de Reagan ni Bush. La segunda, que el campo de conflicto se había desplazado a Centroamérica. Como observa Chuchú Martinez,

El Documento de Santa Fe y los Dissent Papers dicen bien clarito, hasta para quien no quiera oír, que el 31 de julio de 1981 había razones políticas de sobra para eliminar de la escena centroamericana al dirigente que con más fuerza, y eficacia, podía oponerse a la estrategia imperialista para la región.[24]

Mutatis mutandis, en los años que siguieron a esa fatídica fecha, la estrategia fidelista para la región centroamericana siguió avanzando en sintonía con las preocupaciones y la visión de Omar. Su constante acompañamiento externo contribuyó a mantener la iniciativa de Contadora, detener la invasión estadunidense, alcanzar los acuerdos de Esquipulas y finalmente a negociar la paz en El Salvador y Guatemala.

Pero en lo que toca a los panameños, el pensamiento y el método torrijistas siguen en tensa espera de su necesario desarrollo para el siglo XXI. Entre tanto, la oligarquía persiste en su empeño por desvirtuarlos y enterrarlos. No lo podrá lograr, porque ese pensamiento y método no vienen de un laboratorio teórico, sino de una indócil cultura patriótica.

 Notas

[1]. Luis Báez, entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, en 1982. Ver “Torrijos admiraba a Fidel”, en Prensa Latina, el 2 de mayo de 2014. También puede verse en ww.radiolaprimerisima.com/noticias/161991/torrijos-admiraba-a-fidel

[2]. Ver Luis Báez, “Desaparición física de Omar Torrijos, ¿accidente o asesinato?”, en Bolpress del 22 de julio de 2004.

[3]. Ver entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, antes citada.

[4]. Ver Dalys Vargas y Manuel Zárate, General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, 2da. Edición, Panamá, 2017, p. 103.

 

[5].  Ver entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, antes citada.

[6]. En busca de un modus vivendi más orientado a reanimar la alicaída economía soviética, Brézhnev adoptó una política exterior orientada a distender las relaciones con Estados Unidos y sus aliados. La solidaridad soviética con las causas revolucionarias del Tercer Mundo se contrajo. En 1967 Moscú hizo saber que no compartía la política de alentar guerras de liberación y Brézhnev incluso advirtió que la URSS podía reconsiderar el compromiso de defender a Cuba si esta persistía en apoyar guerrillas en Latinoamérica.

[7]. Se trata de Fernando Ravelo, vicejefe del Departamento de América, del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Citado por Luis Suárez Salazar y Dirk Keuijt en La Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, en RUTH Casa Editorial, 2015.

[8]. Ver entrevista a Fidel Castro por Federico Mayor, ex Director General de la UNESCO, publicada en el periódico Granma del 22 de junio de 2000.

[9]. Discurso en la sesión solemne de constitución de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 2 de diciembre de 1976.

[10]General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, cit., p. 101.

[11]. Mismo texto, p. 102.

[12]. Ver Fidel Castro, “Telegrama al  Dr. Aristides Royo, Presidente de la República de Panamá, julio de 1981, en Comandante de los pobres. Testimonios sobre Omar Torrijos de…, Centro de Estudios Torrijista, Panamá, 1984, p. 79.

[13]. Ramonet, Cien horas con Fidel, fascículo con el capítulo 24, pp. 24 a 26.

[14]. Poeta, narrador, ensayista y piloto aviador, doctorado en filosofía y en matemáticas en la Sorbona, era catedrático de la Universidad de Panamá cuando ingresó como recluta a la Guardia Nacional para poner a prueba al general Torrijos. Este lo incorporó a su escolta, donde paso a paso llegó al grado de sargento, como asimismo a la condición de habitual compañero de viaje y aventuras de Omar, de enlace con intelectuales foráneos ‑‑como Graham Green y Gabriel García Márquez‑‑, y a la de mensajero confidencial con algunos de los principales líderes guerrilleros centroamericanos.

[15]. José de Jesús Martínez, Prólogo de Papeles del General, Centro de Estudios Torrijistas, Panamá, 1984, pp. 13 y 14.

[16].  Prólogo de Papeles del General, p. 14.

 

[17]. Discurso en el aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Holguín, en 1979. Ver Fidel Castro, Victoria de las Ideas, Editorial Política, La Habana, t. 2, p. 166.

[18]. Ramonet, p. 174‑75.

[19]. “A pesar de que decir imperialismo y oligarquía es redundancia –acotó‑‑ porque es decir lo mismo, es idéntico”.

[20]. Ver Dalys Vargas y Manuel Zárate, Discurso en Santiago de Cuba, 12 de enero de 1976, en General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, 2da. Edición, Panamá, 2017, pp. 168 a 173.

 

[21]. Ver “El único expresidente norteamericano que conocí”, Reflexión del 8 de mayo de 2009.

 

No mucho tiempo después, en 1976, Carter suscribió con Panamá el acuerdo entre ambos países, en la sede de la OEA y en presencia de todos los Jefes de Estado del continente, con exclusión de Cuba.

[22]. Diez años después ya era evidente, para ambas naciones y para la comunidad internacional, que en manos panameñas el Canal era mucho más eficiente, servicial, seguro y rentable que en la época norteamericana. La conversión de las áreas de estéril ocupación militar en espacios de inversión marítimo‑portuaria y logística bien pronto hicieron vigorosa la economía nacional y solvente al Estado panameño.

 

Lo mal que esto se aprovecha desde que el imperialismo repuso a la oligarquía en el control político de Panamá ‑‑dándole rápido Incremento a la desigualdad e injusticia sociales, y a la corrupción‑‑ no es tema de estas páginas.

 

[23]. Según la práctica usual de la institucionalidad militar, ellos estaban allí por efecto de la precedencia de sus posiciones en el escalafón. Lo mismo Torrijos que Velasco Alvarado, como militares de carrera más que como dirigentes políticos, igualmente respetaron el respectivo escalafón.

Según Chuchu Martínez, el general Torrijos “nunca se engañó sobre la calidad de los cuadros que trabajaron con él y […] esperó de ellos ‘según los que eran. No lo que había querido que fuesen’, como lo dijo él mismo en un ensayo”.

Ver Mi general Torrijos, Centro de Estudios Torrijista, Panamá, 1987, p. 142.

[24]. Ver José de Jesús Martínez, Mi general Torrijos, p. 351.

Fuente: Revista Temas 

Por REDH-Cuba

Shares