Rigoberto López se convirtió en el principal animador de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe, cuya novena edición acaba de tener una magnífica estación en La Habana, en la que se honró la memoria del siempre recordado realizador y promotor.

La noche parecía más noche aún por el calor, la humedad y la oscuridad circundante. El único sitio alumbrado en aquella parte de la ciudad, el centro de la capital haitiana, era aquel cine de amplia capacidad, cuya iluminación se hizo posible por el préstamo de un generador portátil. No faltó nadie a la cita y nadie permaneció impasible luego de que transcurrieran los 52 minutos de proyección de la película. Pocas veces se da el caso de que, en medio del paso de las imágenes por la pantalla, el público prodigara tantas interjecciones y comentarios a viva voz. Acababa de salir del horno de la creación Puerto Príncipe mío y su realizador Rigoberto López Pego no podía estar más orgulloso del estreno de su filme entre los habitantes de la ciudad filmada por él.

A mí, más que la película en sí misma, me llamó la atención la respuesta de Rigoberto a la pregunta de un colega haitiano: «¿Cómo referirme a ella? ¿Digo que es una película cubana rodada en Haití, o una coproducción entre los dos países?». El cineasta fue contundente: «Si fuera tú, diría que es una película caribeña y eso bastaría».

Sus palabras desbordaban la razón y la pasión de Rigoberto por pensar el Caribe como una cultura en permanente ebullición, diversa y a la vez con tantos vasos comunicantes como para sentirla como una unidad, que debía tener cine propio. En esto insistía: hacer de las islas y los territorios ribereños un espacio para soñar imágenes de identidad y no simplemente un referente escenográfico para aventuras o tramas románticas o de espionaje rodadas por directores europeos o estadounidenses. Un cine que contara nuestras historias con nuestro lenguaje. Un cine de integración, que desde las cinematografías particulares, llegara algún día, más temprano que tarde, a ser uno solo.

Para no quedar en la formulación y avanzar hacia la práctica, Rigoberto se convirtió en el principal animador de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe, cuya novena edición acaba de tener una magnífica estación en La Habana, en la que se honró la memoria del siempre recordado realizador y promotor.

Reunir 12 títulos entre materiales de ficción y documentales nunca es tarea fácil, teniendo en cuenta la precariedad y dependencia de las industrias culturales de la región y la herencia y persistencia del subdesarrollo. No deja de ser interesante cómo en República Dominicana, país representado en la Muestra con dos obras de ficción, Mañana no te olvides, de José Enrique Pintor, y Tiznao, de Andrés Farías, esta última con participación cubana, se está intentando muy en serio, durante los últimos años, fomentar un cine de fuertes raíces nacionales y alcance popular, como también lo han hecho algunos de los más avanzados realizadores puertorriqueños.

Por cierto, Rigoberto seguramente hubiera coincidido con un concepto que Farías rescató de la filosofía estética del brasileño Glauber Rocha, válido desde una perspectiva caribeña: «Mientras América Latina lamenta sus miserias generales, el extranjero cultiva el sabor de esa miseria, no como síntoma trágico, sino como dato formal de su campo de interés. Ni el latino comunica su verdadera miseria al hombre civilizado, ni el hombre civilizado comprende verdaderamente la miseria del latino». De ahí que Farías plantee: «Debemos, como caribeños, emprender una búsqueda a algo, aunque la palabra parezca ingenua, más revolucionario».

No es menester especular con la trascendencia. El lenguaje se va puliendo en el camino. Fue inevitable evocar a Rigoberto ante una obra pequeña, pero sustanciosa, como Short drop, de la trinitaria Maya Cozier, retrato desde una subjetividad cómplice del entramado social que aflora en la vida cotidiana de ese territorio antillano. O ante Mi ta hasi mi kos (Hago lo mío), de Wilma Ligthart, que pone de relieve la audacia quijotesca de la gran dama del teatro curazoleño Rina Penso, por crear y creer en una escena posible para los suyos.

Ya se está pensando en la próxima Muestra Itinerante de Cine Caribeño, con la mira puesta en temas ambientales. Cómo no hacerlo cuando los territorios insulares están amenazados por el cambio climático. Rigoberto, de quien esperamos el estreno de su última obra, El Mayor, sobre Ignacio Agramonte, pondría su corazón en el empeño.

Fuente: Granma

Por REDH-Cuba

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