«¿Y las generaciones venideras qué les pedirán a ustedes? Podrán realizar magníficas obras artísticas desde el punto de vista técnico. Pero si a un hombre de la generación venidera le dicen que un escritor, que un intelectual –es decir, un hombre dentro de cien años– de esta época vivió en la Revolución indiferente a ella y no expresó la Revolución, y no fue parte de la Revolución, será difícil que lo comprenda nadie, cuando en los años venideros habrá tantos y tantos queriendo pintar la Revolución y queriendo escribir sobre la Revolución y queriendo expresarse sobre la Revolución, recopilando datos e informaciones para saber qué pasó, cómo fue, cómo vivían».
Así hablaba el joven Fidel –hacia las ideas finales expresadas en la intervención que luego se recogería bajo el título de Palabras a los intelectuales– a la vanguardia del gremio reunida en 1961 en la Biblioteca Nacional José Martí, a propósito de las expectativas que tenía la Revolución Cubana, con apenas dos años de fundada, para con sus creadores.
Después de tres jornadas de acalorados debates correspondía al Comandante en Jefe mostrar sus puntos de vista. Con extraordinaria modestia ofrecía sus razones para encauzar las fuerzas del bien, mediante el desarrollo del arte y la cultura, los que debían convertirse en patrimonio del pueblo.
Tonos moderados, pinceladas jocosas, natural cortesía, cadenas de preguntas que buscaban el razonamiento colectivo, ejemplos y argumentos convincentes, entre otros rasgos de su oratoria, caracterizaban aquella invitación de Fidel para (re)construir espiritualmente un país condenado hasta entonces a subsistir de espaldas a la cultura.
«La Revolución no pide sacrificios de genios creadores», expresaba, y explicaba que su llamado era a poner ese espíritu creador al servicio de ella, porque ella significaba más cultura y más arte. Y exhortaba: «vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas».
Mucho ha llovido desde entonces y no precisamente sobre mojado, sino sobre miles de escuelas, áreas transformadas en centros recreativos, instituciones culturales de todo tipo…, que dan fe de una realidad delineada desde el mismo triunfo revolucionario y desde entonces permanentemente enriquecida. El escenario actual es otro, pero el país, con su Presidente Miguel Díaz-Canel a la cabeza, continúa apostando por la cultura, como brújula orientadora en pos del beneficio de la nación.
Consciente de que la cultura contribuye a enaltecer la calidad de vida del pueblo, y debe ser prioridad permanente de quienes buscan acrecentarla y hacer más decorosa su condición humana, la Uneac celebró el pasado junio su IX Congreso.
Tras los enjundiosos debates que tuvieron lugar no solo en los días del evento, sino mucho antes, desde las secciones, filiales y comités municipales de todo el país, el Presidente se dirigió a los artistas y escritores en un discurso largamente ovacionado, cuyas principales ideas retomamos en estas líneas.
Con la misma humildad con que se dirigiera Fidel a los intelectuales en 1961 («nos ha tocado (…) nuestro turno; no como la persona más autorizada para hablar sobre esta materia»), lo hizo en la sesión conclusiva del Congreso Díaz-Canel, donde también afirmó: «Permítanme sentirme uno más de ustedes: en la insatisfacción y también en el compromiso, soy un apasionado del arte y de la cultura en sus más diversas expresiones, sea de Cuba o universal».
De tales pasiones dio fe el Presidente al asegurar que «la emoción más profunda, junto con la gloria patria, nos la provoca constantemente el contacto con la creación artística» y refirió no poder separar el sentido de plenitud y de felicidad, de un disfrute estético determinado. «Y si es cultura cubana, el goce se multiplica», dijo entonces.
Al singular modo de que Cuba es y debe seguir siendo reconocida en el mundo «por pelear cantando, bailando, riendo y venciendo», aludía el Jefe del Estado cubano, y recordaba que la Revolución siempre ha puesto al ser humano en el centro, herencia de los fundadores, desde Céspedes a Martí, a los continuadores y a Fidel, esencialmente, quien «junto con la entrega de la tierra y las fábricas a los que las trabajaban, alfabetizó al pueblo, universalizó la enseñanza, creó poderosas instituciones culturales y en los momentos más difíciles nos enseñó que “la cultura es lo primero que hay que salvar”».
A un auditorio visiblemente conmocionado, Díaz-Canel recordó que hace seis décadas «fue vencido el intento de fracturar la unión visceral entre aquella vanguardia y su Revolución, es decir, ella misma y su pueblo», y que posterior y repetidamente el enemigo ha continuado pretendiéndolo, sin que haya conseguido que la vanguardia dejara de nutrir la espiritualidad del país.
A hacer lecturas nuevas y enriquecedoras de las Palabras a los intelectuales, a traer los conceptos contemplados en ellas y defender su indiscutible vigencia llamaba el Presidente, para lo cual es preciso evaluar adecuadamente el contexto actual donde tratan de imponernos plataformas neocolonizadoras y banalizadoras.
Significativas fueron las ideas reiteradas por Díaz-Canel, entre ellas, que en el sector estatal y en el privado, para los que la política cultural es la misma, tiene que promoverse, defenderse y dárseles espacio a los que hacen arte verdadero. En el caso específico del turismo, remarcaba, «la cultura es un eslabón fundamental en los encadenamientos productivos que nos interesa promover».
Que las instituciones culturales existen «por y para los creadores y su obra», y que la creación puede ser ahogada por el burocratismo y la falta de profesionalidad, fue otra de las más subrayadas aseveraciones que realizara entonces el mandatario, quien destacó el rol esencial de la Uneac frente a esas realidades.
«La cultura puede y debe aportar al Producto Interno Bruto del país y para eso están sus empresas», explicaba, y refería situaciones que conciernen a la organización, como la necesaria reacción que deben sus miembros tener frente a los que figuran como mercenarios culturales, «dispuestos a linchar a cuanto artista o creador exalte a la Revolución o les cante a las causas más duras y a la vez más nobles en que están empeñadas las fuerzas progresistas de nuestra región y del mundo».
Entre los más valiosos mensajes, Díaz-Canel disponía que si bien no se va a limitar la creación, «la Revolución que ha resistido 60 años por haber sabido defenderse, no va a dejar sus espacios institucionales en manos de quienes sirven a su enemigo», y subrayaba respecto a los límites, que «estos comienzan donde se irrespetan los símbolos y los valores sagrados de la Patria».
De los ingenuos frente a los nuevos contextos dijo que hacen tanto daño como los perversos, y aseveró que no son estos tiempos propicios para negar ideologías ni descontextualizar, por lo que como en época de Fidel y aquellos primeros desafíos, la Revolución hoy «insiste en su derecho a defender su existencia», que no es otra que la del pueblo y la de sus creadores.
Poco antes de recordar el país que va a seguir siendo Cuba, el que quiere la mayoría de sus hijos –libre, independiente y soberano; fiel a su historia; que garantice justicia social y justa distribución de la riqueza; respetuoso de la dignidad; con identidad cultural; con derecho a estudiar gratuitamente; próspero; invulnerable militar, ideológica, social y económicamente; sin discriminaciones, ni crimen organizado, ni trata de personas ni terrorismo; democrático y en el que prime la paz, entre otras noblezas posibles–, Díaz-Canel habló de sus propósitos de reunirse periódicamente con los directivos de la Uneac y los exhortaba a trabajar por el bien de la nación.
En su apretada agenda, el Presidente cubano ha dado seguimiento a los acuerdos del IX Congreso. El más reciente de los encuentros acaeció la pasada semana, cuando se analizó la necesidad de transitar del diagnóstico de los problemas a la concreción de acciones para que la programación de la radio y la televisión consiga tener saltos de calidad.
Durante el intercambio, entre muchas otras coordenadas, el Presidente señaló la necesidad de que los medios aporten todo lo posible a la enseñanza de la Historia, así como a la transmisión de valores, contando con la presencia en ellos de valiosos pensadores e intelectuales. Para continuar debatiendo en torno a esos puntos, solicitó con los directivos un reencuentro.
Por su parte la Uneac puso sobre el tapete las puntuales preocupaciones al respecto, para las que ya sostiene propuestas y soluciones; mientras que la
reactivación del grupo de trabajo conjunto del Ministerio de Cultura y el ICRT, con incidencia también de la Uneac, figura como un elemento necesario para la aplicación creativa de la política cultural en los medios.
Así, unidos en un mismo bando donde prima la voluntad de avanzar en la construcción del socialismo –que es también acción y bríos en pos de la salud espiritual de la sociedad– van gobierno e instituciones, contribuyendo, desde el diálogo fluido, a dilucidar ese sentido del momento histórico del que hablaba el eterno guía de la intelectualidad cubana. Ya lo dijo Don Fernando Ortiz: «la cultura no es un ornamento, ni un lujo, es una energía creativa. Y el signo mayor de la Patria».
Fuente: Granma