Sidney Gottlieb, (1918-1999) fue jefe de la División de Servicios Técnicos de la CIA y a pesar de ser un hombre enjuto y padecer de una deformidad en un pie se dedicó a lo que mejor sabía hacer, concebir variantes de asesinatos encubiertos contra supuestos o reales enemigos de EE.UU., lo que cumplía sin atenerse a reglas morales de ningún tipo.

La “obra cumbre” de Gottlieb fue Study of Assassinations (Manual de Asesinatos), desclasificado en 1997, adoptado por la CIA como material de estudio de sus oficiales para que aprendieran cómo era mejor clavar un puñal en la zona carótida, o en el corazón, disparar siempre a la cabeza y uso de venenos, entre otros consejos que brindaba en su texto el también doctor en química graduado en la Universidad de Wisconsin, EE.UU.

Una de sus obsesiones era lograr la ficción de controlar la mente humana para convertir a las personas en especie de drones dirigidos por la central de inteligencia yanqui. Pero su gran frustración fue intentar afectar la salud y asesinar al líder cubano Fidel Castro, contra el que concibió los más alucinantes métodos.

En su carrera activa en la CIA, hasta la década de 1969, tuvo el total apoyo de la Casa Blanca y un amplio presupuesto que le permitió dedicarse a sus programas, antecedentes de las operaciones de las guerras no convencionales que realiza Estados Unidos.

Contrató a pitonisas para predecir el futuro de sus enemigos al estudiar sus huellas digitales y reclutó a hechiceros de ritos satánicos para que implicaran al anticristo en el éxito de las operaciones, entre otras extravagantes formas de malgastar el dinero de los contribuyentes.

El también conocido como Dr. Muerte fue revelado en toda su dimensión criminal también por documentos desclasificados e investigaciones realizadas por el Comité Selecto del Senado de los EE.UU. en la década de 1970, sobre operaciones encubiertas de la CIA que incluyeron los planes y acciones para asesinar a dirigentes extranjeros, en los que se incluyó la inoculación de una enfermedad letal al líder congolés Patricio Lumunba, quien fue muerto por sus enemigos en febrero de 1961 antes del plan de Gottlieb.

Después de la muerte de Lumumba , pasó al número uno de la lista el Primer Ministro cubano Fidel Castro, magnicidio para el cual Sidney Gottlieb se dedicó desde finales de 1960 a tiempo completo.

Gottlieb estaba directa e indirectamente vinculado a las primeras operaciones contra el archipiélago cubano, llevadas a cabo por una generación de oficiales y directivos de la central de inteligencia que se formaron una imagen de una Cuba republicana de rumberas y maracas habitada por un pueblo supersticioso e ignorante, solo así se explica lo alucinante de una de esas acciones para acabar con el nuevo poder.

En 1960 se puso a punto una operación que simularía la aparición de Cristo en La Habana para acabar con el “régimen castrista” y que se haría presente frente al malecón habanero, por medio de fuegos artificiales y luces originadas por un submarino que emergería en aguas cercanas a la ciudad con el fin de provocar una insurrección popular encabezada por el Dios hecho mediante los efectos especiales de la CIA.

Según el investigador Gordon Thomas, autor del libro “Las torturas mentales de la CIA”, Ediciones B. España 2001, la operación fue rechazada por la marina.

Aunque ese y otros fracasos no mermaron la imaginación de Gottlibed, quien consideró en 1960-61 ponerle talio en los zapatos del líder cubano Fidel Castro para provocarle la caída de la barba para reducir su carisma.

También proyectó inocular alucinógeno LSD en un estudio de la televisión cubana donde comparecería, para que le provocara extrañas conductas que afectaran su liderazgo.

Previamente el LSD desarrollado por el equipo de la CIA se probó en una fiesta de personas, sin su consentimiento y los resultados entusiasmaron a Gottlibed, cuando conoció que algunos de los asistentes inclusive intentaron lanzarse al vacío desde las ventanas al sentirse que podían volar a causa de una droga que afectaría toda una etapa del siglo XX a la juventud estadounidense.

Al fracasar estos primeros intentos se dedicó por entero a lo que creyó sería la solución final contra Fidel por medio de pastillas y tabacos envenenados; con la aplicación de bacterias letales a un traje de buceo que un visitante estadounidense supuestamente le regalaría; así como mediante el enmascaramiento de una carga explosiva en un caracol del fondo marino de tanta belleza que llamaría la atención del dirigente cubano cuando hacía inmersiones.

La oportunidad de experimentar en grande con seres humanos “desechables” se lo proporcionó el inicio de la guerra de Viet Nam, cuando en una cárcel del antiguo Saigón, en la década de 1960, le trepanaban el cráneo a prisioneros del ejército de Viet Nam del Norte, para aplicarles electrodos y antenas en sus cerebros y les facilitaban puñales.

Mientras, en una habitación contigua Gottlieb y sus cirujanos, accionaban las teclas del emisor de radio en esa ocasión y en otras múltiples oportunidades para provocar que los reclusos estimulados por lo electrodos se volvieran violentos y se apuñalaran entre sí, lo que sería el principal objetivo de su Operación MK Ultra, controlar la mente humana, llevada por más de diez años por la CIA desde la década de 1950.

Pero nada ocurría y las víctimas eran ejecutadas para no dejar rastros de los experimentos, como también se hizo en Corea del Sur y en Alemania Occidental con sospechosos de ser agentes de la inteligencia China o de la KGB, según recoge Gordon en el texto citado.

Sidney Gottlieb, murió el 7 de marzo de 1999 a los 80 años de edad en su país poco antes de comparecer ante un tribunal estadounidense bajo la acusación de homicidio por la muerte en 1953 de un colaborador, quien al parecer tenía intenciones de denunciar sus crímenes.

El fantasma de Gottlieb vuelve a nuestros días con el asesinato mediante un avión no tripulado en Irak, del general iraní Qassem Soleimani el 3 de enero de 2020, acción reivindicada por el presidente Donald Trump, lo que demuestra que el negro legado del crimen político tiene vigencia para la Casa Blanca, solo que el actual inquilino prefiere dejar claro su papel de verdugo que en el pasado sus predecesores casi siempre encubrían.

Por REDH-Cuba

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