Muchos años han pasado ya desde que, en 1950, al terminar sus estudios de doctorado en la Sorbona de París, Pablo González Casanova (donde obtuvo la mention très honorable) solicitó su ingreso al Partido Comunista Francés. Los comunistas galos le respondieron que, ya que no iba a vivir en ese país, mejor se incorporara al partido de la hoz y el martillo de México.

Más allá de la formación y los valores éticos que adquirió en el seno de su familia, su conocimiento del marxismo era anterior a su estancia parisina. “Cuando estaba yo estudiando en la Escuela Bancaria y Comercial –le contó a Claudio Albertani–, recuerdo que una vez pusimos, un amigo tranviario y yo, un letrero que decía: ‘El comunismo os salvará de las garras asquerosas del capitalismo.’”

Sin embargo, sería cursando la carrera de historia en El Colegio de México, como profundizó su conocimiento de este tema, de la mano de Wenceslao Roces (el traductor de El capital al español) y del cubano Julio Le Riverend, un marxista-leninista que lo acercó a José Martí, una de las influencias seminales en la formación política de don Pablo.

En Francia, González Casanova estudió dialéctica con Jean Hyppolite y conoció la obra de Antonio Gramsci, cuando Vicente Lombardo Toledano le obsequió las obras del autor de Cuadernos de la cárcel en italiano. El teziuteco era tío de su primera esposa, Natacha, y los visitaba en París, camino a Moscú o Roma. Pero su influencia en el escritor de La democracia en México –libro que el Fondo de Cultura Económica se negó a publicar– fue mucho más allá de las relaciones familiares. Lo consideraba un hombre brillante, que le dio al nacionalismo revolucionario mexicano una política exterior universal impulsando las relaciones con la Unión Soviética y el apoyo a los movimientos de liberación en América Latina.

Sin embargo, su visión del materialismo histórico poco tenía que ver con la de Lombardo o con la de la izquierda ortodoxa de aquellos años. Para él, el quid del pensamiento crítico y del marxismo no está en la economía, la dialéctica o en otra estructura de la sociedad, “la clave –asegura–, desde el Manifiesto el Partido Comunista, es la categoría de relaciones de explotación. No hay que dejarse marear: toda la diferencia con las ciencias y el pensamiento capitalista radica en asumir las relaciones de explotación en el centro de la acción y del pensamiento”.

Pese al consejo de sus camaradas franceses, a su regreso a México en 1950, el doctor Casanova no ingresó al Partido Comunista Mexicano (PCM), que en aquellos años vivía una crisis interminable. Por el contrario, entabló con sus dirigentes una larga y difícil relación, que duraría hasta la disolución del partido. Lo descalificaban considerándolo demócrata, no revolucionario.

El partido desempeñó un papel importante en la crisis en la UNAM de 1972, que llevó a don Pablo a renunciar a la rectoría (ante la inminencia de la entrada de la policía a la institución), por su negativa a reconocer al sindicato de trabajadores de esa casa de estudios la cláusula de exclusión (figura que permitía pactar en los contratos colectivos la facultad para pedir al patrón la separación del empleo del trabajador expulsado del sindicato al que pertenece).

A principios de la década de 1980, Arnoldo Martínez Verdugo, desde los 60 el más importante dirigente de los comunistas mexicanos, propuso a don Pablo ser su candidato a la Presidencia de la República. Él no aceptó.

–Ahora que estamos haciendo lo que tú nos dijiste, nos dices que eso está mal –le reprochó en una ocasión un comunista amigo suyo.

–Perdóname –le reviró– yo no estaba hablando de que ustedes renunciaran a los proyectos socialistas.

Siempre –explica el autor de Sociología de la explotación, libro que fue prohibido en Argentina– había sostenido la necesidad de combinar el socialismo con la democracia. Incluso, consideré la democracia como la primera lucha, pero no como la única. Pensaba que podíamos comenzar por ella –y tal vez era lo mejor, porque en un país como éste sin democracia era muy difícil– o por los pueblos indios. Pero no podemos olvidar, y no como una muestra de eclecticismo, que para la solución de todos los problemas –sean del socialismo o de la democracia– tiene que eliminarse la explotación, vinculada a la opresión.

A diferencia de su rechazo a ser candidato a la Presidencia por la izquierda institucional, el 21 de abril de 2018, González Casanova, con 96 años en ese momento, se convirtió en el comandante Pablo Contreras del CCRI-EZLN. Para ser zapatista –explicó el comandante Tacho– hay que trabajar y él ha trabajado para la vida de nuestros pueblos. No se ha cansado, no se ha vendido, no ha claudicado.

Cuando, hace dos años, en la presentación de uno de sus libros pidieron a don Pablo que compartiera su receta para llegar a los 96 con tal fuerza intelectual, respondió: Luchar y amar. Participen. Nos toca un periodo sin precedente en la historia de la humanidad. Nuestra lucha ya no es sólo por libertad, justicia y democracia, es de hecho por la vida misma.

Lo nuevo –explicó hace años el ex rector– no es ser moderado, de izquierda o ultra. Lo nuevo es la coherencia. Si algo ha sido don Pablo en la vida es ser un hombre nuevo, es decir, coherente.

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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