En 1929, y desde su columna de la revista “Variedades”, José Carlos Mariátegui nos advertía en torno a la manera cómo debíamos observar a los Estados Unidos, el poderoso vecino del Norte, caracterizado ya en ese entonces por Rubén Darío, como un cruel invasor“Debemos ser amigos –nos decía el Amauta-. No amigos de la ceremoniosa clase oficial, sino amigos en ideas, amigos en actos, amigos en una inteligencia común y creadora.  Estamos comprometidos a llevar a cabo una solemne y magnífica empresa. Tenemos el mismo ideal: justificar América, creando en América una cultura espiritual”.

“No es cierto -aseguraba–  que la tradición americana esté representada en nuestro siglo por Hoover, Morgan y Ford. Lo está, más bien, por Whitman, Thoureau, Emerson y Lincoln”Para José Carlos, ellos encarnaban la verdadera historia, esa representada por los migrantes, los perseguidos de Europa, que se habían visto precisados a cruzar el océano en busca de una tierra en la que les fuera posible construir una sociedad mejor.

Fueron las grandes corporaciones –consustanciales al régimen de dominación capitalista- las que introdujeron variables en la sociedad norteamericana. Al influjo del dinero, los poderosos acapararon los resortes del Poder y dieron rienda suelta a su voracidad mercantilista. Fue ese el signo del desarrollo que derivó en la consolidación de un régimen de dominación, expresado en la política imperialista del Tío Sam.

Hoy, en nuestro tiempo, esa es la Norteamérica del Pentágono, que encarna Donald Trump y el quinteto de la muerte que lo acompaña. Sus antecedentes más directos? Corea, y Vietnam, sin duda. Pero también el fascismo latinoamericano: Pinochet. Videla, Bolsonaro.

Pero la herencia de la Norteamérica buena, no ha muerto. Ella perduró en la cultura y se expresó en obras cumbres de la literatura mundial. “Viñas de Ira”, de John Steinbeck; “Espartaco”, de Howard Fast; “Por quién doblan las campas”, de Hemingwey; “Colmillo blanco”, de Jack London; o “Manhattan Transder”, de John Dos Passos; reflejan un espíritu distinto, que no tiene nada en común con los gritos de guerra ensayados en el mundo por los Gansos del Capitolio.

Esa tradición, se mantiene latente, y vive en el corazón de hombres y mujeres diseminados en todo el territorio de los Estados Unidos –un país con 50 millones de pobres-.

Esa tradición, a su manera, fue cultivada por Julius y Ethel Rosenberg, Martin Luther King, Angela Davis, o los célebres “Black Panters”; y se expresa hoy, alentando la candidatura presidencial de Berni Sanders, quien se proclama Socialista, y heredero de la levadura histórica que enarbolara también Waldo Frank.

Es por eso que la campaña electoral de Sanders, registra un tono distinto al que fluyera de los discursos presidenciales en los tiempos más recientes.

En los años de la “Guerra Fría” los aspirantes a la Sala Oval mostraban afán guerrerista y desconfianza de los gobiernos que no le eran afines; en suma, su odio a los pueblos y su empeño en apoderarse del mundo para satisfacer intereses de dominación imperial.

Hoy, las cosas han empezado a cambiar. La ofensiva electoral de Sanders registra otro ritmo, y un distinto sabor.  “es un movimiento del pueblo, que brota de la indignación y de la esperanza, con una columna vertebral de jóvenes”, dijo recientemente el vocero del Pre Candidato Demócrata José La Luz, en una entrevista concedida al diario mexicano “La Jornada”.

Hasta hoy Bernie Sanders está acumulando victorias en la lucha por alcanzar la postulación de su partido para los comicios de noviembre, en los que, finalmente, espera derrotar a Donald Trump y cambiar la política de su país.

Por lo pronto, ganó ya en las primarias de California, pero también en Utah, Colorado y Vermont, pero aún tiene un recorrido por delante.

No le será fácil, por cierto, porque incluso en el mismo seno del Partido Demócrata, pululan segmentos que hoy se sienten representados por Joe Biden, fuerte en Carolina del Sur, Virginia, Alabama y Ténnessee.

Finalmente es previsible que los otros pre candidatos demócratas -y los ricos- cierren files para bloquear el ascenso de Sanders, porque temen la polarización, y no suscriben las expresiones contestatarias de Bernie.

Este, por ahora, se ha proclamado “Socialista”, lo que resulta inédito en los Estados Unidos del Siglo XXI, pero que rememora a Henry Wallace, el hombre que amenazó el Poder de las capas tradicionales norteamericanas después de la II Guerra Mundial

Wallace también encarnó en sus inicios un mensaje de paz, y sembró semillas de solidaridad en el alma de muchos norteamericanos. Su discurso fue opacado por los tambores de guerra que sonaron azuzados por la CIA y por las grandes corporaciones.

Lideró el Partido Progresista de los Estados Unidos en 1948 y aunque, finalmente, se doblegó, dejó huella en mucha gente que tomó distancia de los partidos tradicionales de los Estados Unidos.

Veremos qué ocurre ahora con Bernie Sanders y sabremos a dónde conduce su bandera.

Por REDH-Cuba

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