En septiembre de 1978, Fidel Castro convocó a una inusual conferencia con la prensa norteamericana, para tratar asuntos relacionados con la “comunidad cubana en el exterior”. Bastaba con el nombre para percibir que se trataba de cambio sustancial de lo existente hasta entonces, ya no se les llamaba “vendepatrias”, tampoco “exilio”, como le decían en Estados Unidos, el humor criollo describió el fenómeno como la metamorfosis del gusano en mariposa.

Los periodistas llegaban con la expectativa de que sería anunciada una amnistía de algunos de los miles de presos políticos existentes en el país, así como otros reclamos, entre ellos autorizar las visitas de los emigrados, ahora facilitada por la decisión de Jimmy Carter, de levantar la prohibición de los viajes de norteamericanos a Cuba.

Aunque eventualmente éstas y otras solicitudes fueron satisfechas, digamos que se decidió liberar a más de 2.500 presos políticos, casi todos los existentes, y más de 100.000 emigrados visitaron el país en 1979, todo parece indicar que Fidel Castro no quería reducir el proceso a la satisfacción de ciertas demandas, por muy importantes que fuesen. De lo que se trataba era de iniciar una nueva relación con los emigrados y ese fue el resultado del “diálogo con figuras representativas de la comunidad cubana en el exterior”, convocado unos meses después.

Esta nueva relación comenzaba por reconocer la existencia de la comunidad cubana en el exterior como un ente social, lo que ahora puede parecer obvio, pero en esos momentos significaba un progreso enorme por sus implicaciones políticas. “Esto implica un reconocimiento de la existencia de la comunidad, digamos un reconocimiento de que la comunidad existe y una disposición incluso a hablar con esa comunidad”, decía Fidel para explicar lo que estaba por delante.

Para esto era necesario romper con la visión estereotipada que existía sobre los emigrados y adecuar la política cubana a la realidad de ambas sociedades. Fidel recordaba que existían miles de cubanos que emigraron a Estados Unidos antes del triunfo de la Revolución y que, incluso la mayoría de los que lo hicieron con posterioridad, nunca había participado en actividades contrarrevolucionarias. “Porque siempre se empleaban aquí – todos nosotros los hemos empleado- términos injustamente genéricos al referirnos a la emigración”.

Aún no se habían producido los cambios sociales generados por el arribo de nuevos inmigrantes cubanos después de 1980, ni el impacto demográfico determinado por el crecimiento relativo de los descendientes en el conjunto social, mucho menos las transformaciones de la sociedad cubana respecto a su visión del fenómeno migratorio y las relaciones con los emigrados. No obstante, ya Fidel visualizaba la evolución de las percepciones y afirmaba: “se ha ido produciendo un cierto cambio de actitud tanto en la masa de la comunidad cubana en el exterior como en la propia opinión de nuestro pueblo y de la Revolución en general”.

Convocar al diálogo fue un acto contra el dogmatismo que podía primar en ciertos sectores de la sociedad cubana y en algunos de sus dirigentes, bastaría revisar las reacciones que provocó dentro de y fuera de Cuba, para calcular el alcance de la osadía fidelista. En una reunión con cientos de personas, concertada por Fidel precisamente para explicar la política hacia la emigración, le escuché decir que solo los conservadores de allá y de aquí se oponían a ella.

“No vaya a creer que esto es fácil –alertaba a uno de los periodistas-. Y nosotros necesitamos que el pueblo entienda eso, porque nosotros no podemos hacer nada a espaldas del pueblo (…) Si no se entiende, no se puede hacer”.

El otro ingrediente de la nueva relación era que los emigrados se sintiesen escuchados por el gobierno cubano. “Hemos tomado conciencia de que hay una serie de problemas que le interesan a la comunidad cubana”, dijo Fidel. “Y estamos dispuestos a analizar estos problemas con los cubanos que están en el exterior (…) tenemos una actitud amplia, dispuestos a discutir todas las cuestiones que interesen a la comunidad cubana”.

En el llamado “diálogo” estuvo representado un espectro muy amplio de tendencias políticas e ideológicas. Desde defensores de la Revolución Cubana hasta antiguos ministros de la dictadura batistiana, incluso participantes en la invasión de Bahía de Cochinos, estaban presentes en la reunión. Los únicos excluidos fueron aquellas personas aún activas en los grupos contrarrevolucionarios porque, según Fidel, “no estamos dispuestos a discutir con la contrarrevolución”.

Fidel Castro argumentaba que uno de los factores que indirectamente facilitaba la convocatoria a estas reuniones, había sido el cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba durante el gobierno de Carter, sobre todo la suspensión del apoyo a actividades terroristas. No obstante, enfatizaba que las relaciones con la emigración constituían un asunto interno de Cuba y que, por tanto, no eran objeto de negociaciones con Estados Unidos.

Quizás la más trascendente de las ideas expresadas por Fidel sobre la política migratoria cubana fue la que vino del concepto de que “no se trata aquí de una cuestión de clase, es un problema de tipo nacional (…) No importa que ellos no simpaticen con la Revolución, pero a nosotros nos satisface saber (…) que la comunidad cubana trata de mantener su idioma, sus costumbres, su identidad nacional cubana. Y eso –repito- despierta la simpatía y la solidaridad nuestra, aunque ellos no simpaticen con la Revolución”.

Con el diálogo se interrumpieron dos décadas de aislamiento y rechazo, para iniciar el camino hacia la convivencia con los emigrados. Efectivamente no ha sido fácil, la política norteamericana se ha mantenido casi inalterada, existe una derecha cubanoamericana empeñada en entorpecer cualquier contacto y tampoco fueron totalmente eliminados en Cuba, los estereotipos que limitan avanzar con mayor celeridad hacia metas posibles. Sin embargo, también es cierto que fueron superados obstáculos que parecían infranqueables.

Ahora, como previó Fidel en 1978, estamos abocados a la necesidad de un salto cualitativo en las relaciones de Cuba con la emigración. Ya no basta aceptar ciertos contactos con los emigrados, sino integrarlos orgánicamente a los destinos de la nación. Más que nunca, se trata de “un problema nacional”, que solo puede ser resuelto entre cubanos.

 Nota:  Todas las citas han sido tomadas de «Entrevista de Fidel con un grupo de periodistas cubanos que escriben para la comunidad cubana en el exterior y varios periodistas norteamericanos», Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978.

Tomado de Cuba en resumen

Por REDH-Cuba

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