Liliane Blaser es una artista con letras mayúsculas. Su obra documental ha inmortalizado la historia reciente de las luchas de las y los humildes en Venezuela, América Latina y el Caribe y el resto del mundo pobre. Con su calidez habitual nos recibe en Caracas y dedica parte de su tiempo para compartirlo con Correo del Alba. Indagamos en sus gustos artísticos y nos remontamos a los orígenes y evolución de su filmografía.

¿Qué es el cine para usted y cuáles son sus preferencias?

Como contemplación, me gusta que el cine sea fuente de placer estético, de experiencia transformante, que te ponga a pensar, sentir, reflexionar, que enriquezca tu experiencia propia con otras, que no te deje salir de la sala tal como entraste. Igual me interesa el cine político, filosófico, psicológico, la crítica social, si se pudieran dividir estas categorías. En ficción soy espectadora, me gusta compartir las vidas y recorridos que se ofrecen y su incidencia en mi subjetividad.

Pero en el hacer, es el documental el que me entusiasma, lo que llamaba John Grierson “el tratamiento creativo de la realidad”. Se me han dado más ideas en documental que en ficción, aunque algunas planean en la pista de aterrizaje, pero voy dando prioridad a las que vienen en forma de documentales.

Me gusta trabajar con la realidad directamente, y me parece, además, que hay que metabolizarla y entregarla, como punto de vista y punto de análisis, para la reflexión colectiva, que forme parte de tantos insumos que se están produciendo, también en forma de artículos, reflexiones, y que se están discutiendo, en esta búsqueda de caminos en que andamos.

¿Cómo se originan esas ideas?

A veces sin saberlo, como en el caso del primer trabajo sobre el 27 de febrero, la cinta “Venezuela, febrero 27: De la concertación al desconcierto”.  Cuando después de semanas y meses grabando hechos y secuelas, me planteé la necesidad de devolver esa parte dolorosa de nuestra historia a quienes la vivieron, la pensaron y nos la contaron, fue complejo, sobre todo recoger tantas cosas en 28 minutos. Hubo tres versiones, con modificaciones pequeñas pero sustanciales, surgidas de comentarios de compañeras y compañeros. Como práctica, pocas veces pasamos los trabajos sin foro posterior; a veces los comentarios aconsejan hacer modificaciones.

Otros documentales han surgido de manera muy distinta, por ejemplo, “La otra mirada (de cómo vivimos el 27F)” surgió de las intervenciones de unos niños de 9 a 13 años, en un videoforo sobre aquellos hechos, después de la proyección de “Venezuela…” Los comentarios de estos niños sirvieron de base para otro documental.

¿Recuerdas cómo nació “1992: El descubrimiento (Jugar o ser jugados)”?

Provino de un intento de organizar el relato de dos años de luchas populares, después del 4 de febrero, grabadas día tras día, y  establecer los ríos profundos, las concatenaciones, los sentimientos que motivaron al pueblo a continuar el camino de ese proceso aún con los protagonistas del 4F presos: marchas cotidianas por la liberación de los presos, de Chávez y sus compañeros, y la del país. Mientras la mediática quería colocar esa lucha como de destrucción de la democracia, en contraposición, el borrador primero, de urgencia y para el exterior, se llamó “Venezuela, Febrero 4: en busca de la democracia” y la versión definitiva, que es la que mencionas, señala en su título la apertura de la mirada del pueblo sobre la política y los políticos –ya esbozada en el trabajo sobre el 27F– y el comienzo de la participación protagónica de esa parte del pueblo que vio en el 4F la oportunidad de su liberación que, ojo, aún estamos construyendo.

En el mismo tenor, ¿qué nos puedes comentar de “El último panfleto”?

Nació en una conversación con Lucía Lamanna, correalizadora y en varias oportunidades codirectora de prácticamente todos nuestros trabajos documentales. Fue en torno a una foto relativa a la hambruna en Biafra. De allí hice un guion y fui transformándolo, hasta llegar a un montaje construido con Lucía, en base a materiales de archivo, personales, de noticieros, publicidades. Buscaba contextualizar los procesos del 27F y del 4F, reflejando el proyecto neoliberal y las luchas que se plantean contra este, que son, aún dentro de sus particularidades, las luchas de los oprimidos por el sistema global. De hecho, los tres trabajos conforman una trilogía y son bastante solidarios entre sí para entender la época en la que nacen las raíces de lo que estamos viviendo.

¿De qué otras realizaciones recuerdas su origen?

En “Vargas, las huellas del agua” el disparador lo aportó un llamado de la Biblioteca Nacional: “Vargas, pasado y presente” y nos dividimos segmentos construidos en torno al tema, que armaron la historia remota de esta zona, con la mirada escrutadora del pintor Armando Reverón, en un homenaje a él y a La Guaira, en su proceso de dolor y de reconstrucción.

“El fantasma de la libertad o cuánto pesan 3.000 toneladas de uranio empobrecido” comenzó planteándose como un reportaje sobre una marcha-concentración y misa ecuménica contra la invasión a Irak por los EE.UU., que de seguidas a nuestro viaje a Washington, apoyado por Vive, se convirtió en un documental de 33 minutos que intenta dar una visión más amplia de esta guerra imperial que sigue a tantas otras, pero que marca el avance del Imperio en el intento de remodelación de lo que ellos llaman Medio Oriente (denominación que coloca a Europa como centro del mundo).

Cada documental tiene un nacimiento diverso, una forma distinta de desarrollarse y estructuras disímiles, pero una intencionalidad común como es resaltar las fuerzas y acciones relativas de dos proyectos de mundo que se enfrentan: el de los opresores y el de los oprimidos que se rebelan. Tal como se manifiesta en “Honduras después del 28 de junio de 2009” y en “Palestina, cronología de una herida”. Quizás la excepción, en ese sentido, sea la de“Vargas…”, que quiso ser un homenaje y una reivindicación de la vida.

Revisitamos el 4F en “1992-1993: crónica de un pueblo en la calle” y el 27 de febrero con “El 27: yo me acuerdo”, y el trabajo sobre la violencia contra el pueblo “1492-2017. Agora Violenta (Barbarie en la Civilización)”, aún en proceso de revisión.

Hemos recibido 21 premios con estos documentales, pero nuestro premio mayor es el aporte que han hecho por las luchas de los pueblos y los comentarios que se pueden recibir en la calle, acerca del efecto que pueden haber hecho sobre la memoria, la identidad, la consciencia de las personas.

¿El cine es para ti básicamente un instrumento de lucha política?

Si se entiende la política como ese “asunto de la polis”, de todas y todos, sí.  En este mundo en el que dos proyectos chocan con la intensidad en que lo hacen, en el que el proyecto de vida y liberación resiste e insurge ante el proyecto de muerte, guerra, explotación, tanto de los seres humanos como de la naturaleza, no encuentro tiempo para el arte por el arte, sin desmeritar que el arte puede sensibilizar a los seres humanos, aún sin proponérselo. Sin embargo, prefiero proponérmelo e intentar que las cosas que hagamos ayuden en algo a evitar el triunfo de la muerte.

 

Por cierto, la lucha no es solo a través del cine, en mi caso, documental, la lucha incluye escritos, ensayos, poemas, conversatorios e incluso graffitis en las paredes, que salimos a hacer cuando la invasión a Afganistán y en ocasión de alguno de los permanentes ataques a Palestina. Lucha heterogénea, como la guerra híbrida con la que nos atacan.

Decía Dostoievski que la belleza salvaría al mundo. Para mí la función del arte es como mínimo mejorar al ser humano, como máximo, ayudar a transformar su/nuestro hacer y su/nuestro vivir en el mundo, y como un demiurgo que trata la arcilla que somos, cada obra que hacemos nos transforma a nosotras y nosotros mismos, y cada interacción, de las que está llena la experiencia de hacer documentales, nos enseña, nos moldea, nos afina. Es un proceso de transformación mutua: al proyectar un documental devolvemos los regalos  de vivencias, reflexiones, consciencia, que nos han ofrecido una cantidad de seres humanos.

¿Qué papel juega la docencia en todo esto?

Pienso que la comunicación es una forma de docencia, y viceversa. Nuestro trabajo ha sido paralelo, desde antes, con talleres, pero sobre todo, más formalmente,  desde la fundación del Instituto de Formación Cinematográfica Cotrain (IFCC), con Lucía Lamanna y Mylvia Fuentes.

La experiencia Cotrain de una escuela de documental está interrumpida por falta de recursos, sin embargo, el IFCC está por cumplir 33 años, le toca por tanto resucitar.

Habiendo participado del nacimiento de Unearte, de su currícula, tanto Lucía como yo estamos dando clases allí.

En la docencia, como en la creación, se aprende, se ponen a prueba los conocimientos en la interacción con otros seres en busca del conocimiento. Se transmiten y se comparten valores. Así como, según nos dice José Martí: “hacer es la mejor manera de decir”, creo que “enseñar es una de las mejores maneras de aprender”, y un programa de semestre es un acto de comunicación, tal como un documental, como tal lo estoy construyendo, con su alfa y omega, sus capítulos, su estructura narrativa y dramática. Se va poniendo a punto en su desarrollo, y en relación con las compañeras y los compañeros que siguen el proceso de enseñar a aprender y de aprender a enseñar.

¿Qué proyectos tiene en mente?

Cinematográficamente la trilogía “Agora…”, sobre tres aspectos importantes de este asedio: la violencia de los años 2014 y 2017 (cuya historia se puede remontar a 1492 en América), el asedio actual y la guerra psicológica; “La violencia como método (de Caín al Imperio)”, que probablemente constituya una serie sobre la violencia imperial, cuyo primer trabajo será sobre la situación actual en Bolivia; y “Buscando a Lenin”, un rastreo de la Revolución bolchevique, recorridos de una revolución que nos puede servir de espejo en sus meandros para nuestro proceso. Todo eso, por ahora.

A nivel de escritura, publicar los cuentos y otros escritos trabajados a lo largo de la vida, especialmente un libro con el aprendizaje adquirido en el hacer y en la docencia: “Estrategias narrativas en el documental”; y uno sobre guion de ficción. Y, en desarrollo, un PFGA en Unearte: “Documental político creativo”.

¿Qué garantías tiene una mujer, documentalista, de izquierda, en la cultura en este país –protección social, acceso a bienes y servicios, subvención para adquirir equipos y realizar películas–?

Bueno, las garantías las suspendieron desde el Norte y hay dificultades para todo, pero creo que esto lo compartimos muchas y muchos en el país y vamos respondiendo con mayor organización popular en sinergia con un gobierno que apoya de muchas formas y necesidades.

Hay numerosas dificultades para adquirir equipos y para realizar, pero no cejamos en la batalla por producir. En estos momentos, por una iniciativa de unos compañeros de Avedoc, que es la Asociación Venezolana de Documentalistas, que formamos hace unos años, que presido y que llevamos adelante con Jorge Solé, Guido González y otras y otros, se aprobaron 10 proyectos de 10 minutos, que comenzarán a realizarse prontamente, y que probablemente puedan presentarse en los cines, obedeciendo a disposiciones de la Ley de Cine de proyectar cortometrajes antes de las películas.

¿Qué piensa que debe cambiarse con respecto a las políticas culturales? ¿Cuál sería su aporte en la construcción de esas políticas?

Creo que hay avances innegables, aún en medio de la crisis provocada, pero en particular siento que el cine está sufriendo más que otras expresiones el efecto de la misma. Es verdad que los costos son mayores y todo es más complejo, pero hay necesidad de hacer memoria, de trabajar consciencia, de elaborar cinematográficamente nuestros procesos políticos, sociales, psicológicos. Lenin decía que “de todas las artes, el cine es la más importante”. No llegaría a tanto, creo que todo es importante y no solo las artes, y, ojo, la cultura va mas allá de las artes, pero creo, y en eso estamos y pugnamos cada vez que podemos incidir, dentro de este proceso participativo, en estimular a la realización de todo lo que ayude a la memoria, a la reflexión, al desarrollo de la consciencia transformadora, de la identidad. Es demasiado importante, diría que indispensable, en un proceso como este.

Tony González, cineasta.

Fuente: https://correodelalba.org/2020/03/10/blaser-la-funcion-del-arte-es-como-minimo-mejorar-al-ser-humano-video/

Por REDH-Cuba

Shares