Una tarde, al salir del hostal, los brigadistas cubanos de Crema, en Lombardía, vieron a un niño de 4 años, solo, en la acera de enfrente, con una banderita cubana en las manos. Al día siguiente, a la misma hora, el niño volvió. Y al otro, siempre con su banderita. Indagaron. Los padres, en realidad, lo vigilaban de cerca, vivían a pocos metros. Su nombre es Alessandro. El niño, pudiera decirse, se convirtió en el líder de una generación de niños que empezó a reunirse a la misma hora todos los días frente al hostal. Traían a sus padres, no sus padres a ellos. Y les hacían portar banderas de Cuba y de Italia. Se convirtió en una tradición.

La Alcaldesa, Stefania Bonaldi, una mujer sencilla como su gente, me lo explica así: “Los pobladores de Crema, sorprendidos, agradecen que unos médicos hayan cruzado el Océano para venir a Italia a ayudar a su pueblo. Eso les ha infundido mucha esperanza”.

Hoy los brigadistas le hicieron un regalo. Cruzaron la calle, y le entregaron una bata de médico de su tamaño, un nasobuco (nunca lo llevaba puesto, ni él, ni los otros niños) y un estetoscopio. No sé qué se gesta, pero alguna sorpresa debe depararnos el futuro.

 

Por REDH-Cuba

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