Hoy la naturaleza inhumana del capitalismo y su versión más obscena, el neoliberalismo, ha sido desnudada por el coronavirus. Su rostro satánico quedó expuesto, sin máscaras ni afeites. Se han abierto grietas muy hondas en el espejismo fabricado durante tantos años por la maquinaria de dominación informativa y cultural.


Cuenta Hans Christian Andersen que dos pícaros, que se hacían pasar por sastres y tejedores, prometieron a un rey confeccionarle el más bello traje imaginable. Todos admirarían su vestido, le dijeron, con excepción de los nacidos de relaciones adúlteras. El rey, entusiasmado, dio dinero a los charlatanes para comprar telas, bordados, hilos de oro, y decidió estrenar su traje nuevo en la próxima fiesta del pueblo.

Los pícaros simularon trabajar, encerrados en una habitación, hasta que anunciaron que el traje estaba listo. Vino el rey a probárselo, junto a un grupo de cortesanos; pero nadie vio traje alguno. Todos (incluido el propio rey) pensaron con angustia que eran hijos de padres desconocidos, fingieron apreciar la prenda y la alabaron teatralmente.

El rey se vistió el día de la fiesta con el supuesto vestido y, montado en su caballo, salió en procesión por las calles de la villa. Los pobladores se percataban de la realidad mientras desfilaba su rey; pero, por miedo a ser moralmente reprobados, callaban. Hasta que un niño inocente exclamó “¡el rey va desnudo!” y logró sin proponérselo que todos descubrieran la farsa.

Con el grito del niño de la fábula de Andersen se hizo pedazos, como por encanto, la mentira generalizada. Hoy la naturaleza inhumana del capitalismo y su versión más obscena, el neoliberalismo, ha sido desnudada por el coronavirus. Su rostro satánico quedó expuesto, sin máscaras ni afeites. Se han abierto grietas muy hondas en el espejismo fabricado durante tantos años por la maquinaria de dominación informativa y cultural.

Fidel lo repitió muchas veces: “el neoliberalismo conduce al mundo entero al genocidio”;“el capitalismo es un genocidio para el mundo de hoy”. Y lo dijo con un énfasis particular cuando se derrumbó el socialismo en Europa y el coro triunfal de la derecha celebró el advenimiento del Reino Absoluto del Mercado como sinónimo de “libertad” y “democracia”, mientras buena parte de la izquierda mundial se replegaba, desmoralizada.

Como el rey, “el sistema está desnudo, ya no es posible ocultar su realidad fatal con alienación cultural”, asevera Juan Manuel P. Domínguez.

Muchas otras evaluaciones de economistas, filósofos, periodistas, politólogos, reiteran que el coronavirus ha retirado bruscamente el velo de la supuesta bonanza neoliberal para descubrirla ferocidad del sistema, sus abismos de injusticia y desigualdad. Ha funcionado, al igual que el grito del niño de Andersen, como un instrumento que destapa, desenmascara, y nos enfrenta crudamente a la realidad.

Según Anne Applebaum, “las epidemias revelan verdades soterradas sobre las sociedades en que impactan”. El coronavirus “ya lo ha hecho a una velocidad aterradora”.  Y concluye:

“La crisis actual es el resultado de décadas de falta de inversiones en la función pública, de la burocracia despectiva en la sanidad pública y otras áreas y, sobre todo, de la subvaloración de la planificación a largo plazo.”

Franco «Bifo» Berardi considera que la pandemia estalló en un momento de crisis profunda del sistema:

“Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible. No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa.”

Y Marco Teruggi nos recuerda oportunamente que la tendencia antineoliberal promovida por el coronavirus “venía en crecimiento en América Latina, con los levantamientos del año pasado en Ecuador, Chile o la victoria electoral del Frente de Todos en Argentina”.

Este sí, este no

Uno de los rasgos del sistema que la pandemia ha sacado a la luz tiene que ver con el dilema ético en que se han visto los médicos obligados a elegir (ante la escasez de respiradores y medicamentos indispensables, de camas en hospitales y unidades de cuidados intensivos) entre enfermos que pueden considerarse “salvables” y aquellos “insalvables”, más viejos, más frágiles, con mayores complicaciones.

Ingar Solty advierte:

“…desde un punto de vista médico, la gran mayoría de muertes se podrían evitar. Los mecanismos de selección están rompiendo los corazones del personal sanitario, cuya misión consiste en salvar vidas.”

El médico neumólogo argentino Ricardo Gené publicó un texto perturbador titulado “Este sí, este no”:

“…a pesar de los avances del conocimiento, el desarrollo y la tecnología, veo y escucho absorto a médicos de España e Italia contar que hacen esto a diario: elegir por edad a quién ventilar o no; o peor aún, por expectativa de vida, dejarlos en su casa, con analgésicos potentes a morir en soledad, sin la atención necesaria y despidiéndose por teléfono de sus seres queridos.”

El doctor Gené resume su angustia con estas palabras estremecedoras:

“¿Qué ha pasado en este mundo, injusto, desigual y criminal? ¿Por qué han empleado políticas que ahora queda muy claro que son políticas que matan? Vivo a diario con temor de que la pandemia nos llegue con esa infectividad tremenda y que tengamos que pasar por ese límite maldito, por esa disyuntiva tremenda de decir: sí o no. De decir: Este sí, este no.”

La clasificación de “salvables” e “insalvables” se ha visto a otra escala, entre gobiernos, entre países, según Judith Butler. Y pone como ejemplo grotesco el esfuerzo de Trump de anotarse “puntos políticos” para su reelección con la compra de los derechos de la vacuna contra el coronavirus de una compañía alemana: “¿Imagina (Trump) que la mayoría de la gente piensa que es el mercado quien debería decidir cómo se desarrolla y distribuye la vacuna?”

Evidentemente sí. Para él la “racionalidad” del mercado es la única comprensible. Estaba seguro de que sería muy aplaudido con un golpe de efecto que le permitiera fanfarronear de haber obtenido de forma exclusiva la referida vacuna, ante las cámaras y en Twitter, como un Superhéroe, mientras el resto del planeta sufría el crecimiento del contagio y la humillación.

“La desigualdad social y económica (continúa Butler) asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.”

El íntimo conflicto, tan dramático y doloroso, que obliga hoy a los profesionales de la salud de muchos países a aplicar “mecanismos de selección” entre sus pacientes no llegó al mundo con el coronavirus.

Para Solty (como para todos los analistas que no están al servicio del sistema), es obvio que llegó mucho antes:

“El carácter privado y lucrativo de la atención sanitaria ha sido la garantía de que surgiera la Covid-19 tal como lo hizo. Hoy cosechamos los frutos de aquellas medidas económicas.”

La visión de los servicios de salud y de la industria farmacéutica como un lucrativo negocio, donde no hay pacientes sino clientes, sienta las bases quejustifican definitivamente la división entre “salvables” e “insalvables”.

David Harvey asegura que “la industria farmacéutica privada apenas tiene interés, si es que lo tiene, en realizar investigaciones no rentables sobre las enfermedades infecciosas”:

“La industria farmacéutica rara vez invierte en prevención. No está muy interesada en invertir en estar preparados para una crisis de salud pública. Le encanta diseñar remedios. Cuanto más enferma esté la gente, más dinero ganan. El modelo de negocio aplicado al servicio público de salud ha eliminado las capacidades excedentarias que harían falta en un caso de emergencia.”

Harakiri, malthusianismo, neoliberalismo

Hace apenas siete años,un viceprimer ministro y ministro de Finanzas de Japón solicitó ásperamente a los ancianos de su país que se hicieran el harakiri para aliviar de cargas innecesarias al presupuesto (El País, 26-1-2013). Es monstruoso; pero habría que agradecerle su didáctica franqueza. (Por cierto, el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, hizo el pasado 23 de marzo un comentario muy parecido.)

De hecho, la pareja siniestra de malthusianismo y neoliberalismo se ha venido denunciando desde hace años:

“Es común oír a los neoliberales diciendo que cuando se trata de salvar al cuerpo puede ser recomendable la amputación de una pierna. Socialmente eso equivale a la creencia maltusiana según la cual sobran cerca de 3.000 millones de pobres. Los neoliberales han sido muy claros en cuanto a sus propósitos: la justicia es la que el mercado va estableciendo mediante la competencia y las oportunidades que ofrece a los “eficientes”. Los “eficientes” triunfan, los “ineficientes” fracasan.”  (Julio Escalona)

“Da la impresión de que el sistema neoliberal y la economía de mercado han venido a reducir la población y frenar el crecimiento demográfico, como venía reclamando Malthus hace doscientos años. La fuerza que empuja las ideas malthusianas es la de los negocios, ni más ni menos. La ganancia está por encima de la gente, en especial de aquella cuya vida resulta descartable. (…) Cientos de millones de personas han dejado de importar. Han quedado excluidas. Sus vidas, su dignidad, ya no importan. Si algo debería sacralizarse en los tiempos que corren es a la persona humana, a hombres y mujeres aherrojados, devaluados por el sistema neoliberal. Pero, lo que se sacraliza en realidad, es al mercado por sobre la dignidad humana.” (Elías Neuman)

Este modelo implica, por supuesto, que el Estado abandone toda responsabilidad con respecto a la población y se convierta en un servidor de “los grandes consorcios financieros”.

Para Neuman:

“Se ha diluido el sentimiento ético con respecto a la vida y la seguridad. La inseguridad social constituye un paradigma del modelo de sociedad preconizado por el neoliberalismo de la mano de la globalización y el capitalismo financiero, que requieren en su voracidad debilitar al Estado. El Estado ausente de la vida de las mayorías excluidas y sin chance, hace abortar de modo violento la aspiración de justicia y deslegitima a la democracia.”

Ya en medio de la pandemia, Juan Manuel P. Domínguez subraya cómo se manifiesta ahora este bárbaro malthusianismo:

“…ante esta situación de aniquilación y muerte masiva (las élites) no ocultan su desprecio por las vidas de aquellos con quienes conviven en este mundo. Ni por los Estados que intentan tomar cartas providenciales en el asunto. En un momento de muerte inminente, el capital muestra de manera abierta su irracionalidad, histeria y egoísmo. No parece casualidad que, tres líderes políticos que en el continente americano tenían actitudes similares de desprecio por la gravedad de la situación, Trump, Bolsonaro, Piñera, fueran al mismo tiempo los máximos representantes de la ideología neoliberal en la región.”

Tiene razón: no es casualidad. Resulta totalmente natural que la primera reacción de los políticos neoliberales ante el brote epidémico haya sido restarle importancia y mirar hacia otra parte, sobre todo para no afectar la economía.Por supuesto, dentro de su lógica inspirada en Malthus y en el llamado “darwinismo social”, el coronavirus debía concentrarse en “los perdedores”, en “los menos aptos”, en gente “ineficiente”, sin seguro médico ni los recursos mínimos para sobrevivir, en las razas “inferiores”, migrantes o no, en el populacho “descartable”, en aquellos cuya vida y dignidad no tienen ningún valor para el sistema, en los que deben hacerse de una vez el haraquiri. Pero la epidemia, como sabemos, fue más lejos de lo previsto, podía traer consecuencias políticas yelectorales, y hubo que cambiar de manera oportunista el discurso.

David Gómez Rodríguez acude a un episodio de la Francia de la Restauración para ilustrar la filosofía malthusiana-neoliberal del presente. Nos recuerda la expedición hacia la colonia de Senegal en 1816 de la fragata “La Medusa” y la conducta de su capitán, el Vizconde Hugues Duroy De Chaumareys. Cuando encalló la embarcación, este aristocrático capitán decidió quiénes podrían acompañarlo en los botes salvavidas (una lista muy selecta) y dejó atrás, en una balsa precaria, a 147 tripulantes sin esperanza alguna. Estos “descartables”, en su desesperación, llegaron a acudir al canibalismo. Murieron 132 tras tormentos atroces.

“Trump hizo lo mismo que De Chaumareys (subraya Gómez Rodríguez), hoy EE. UU. sabe que perderán entre 100.000 y 240.000 vidas como mínino, el presidente se preocupa solo por la élite; es la misma actitud que toma el presidente Lenin Moreno en Ecuador, anunciando como un logro del gobierno, un plan para recoger cadáveres de la calle, luego de días de abandono. En tal contexto es importante recordar que, según la OMS, más de 100 millones de personas están en la pobreza, pues por no tener protección social se ven forzadas a pagar su atención sanitaria.La tripulación de esa balsa (…) es la humanidad a la que hoy están lanzando por la borda.  La verdadera crisis se manifiesta en el colapso de una estructura de poder piramidal sobre la base insostenible de una economía que pone como centro al capital y no al desarrollo humano, estructura a la que personajes como Trump pretenden seguir salvando a costa del canibalismo, ese será su naufragio.”

La cuarentena refuerza la injusticia, la discriminación, la exclusión social

Es demagógico y falso el discurso de las élites que asegura que el coronavirus “nos iguala”, ya que ataca a ricos y pobres por igual. “La pandemia sí entiende de clases sociales”, responde Carmen San José. Y añade: “No, no vamos a salir unidas y unidos de esta pandemia; porque no lo estamos, ni en esto ni en ninguna otra situación.”

Ingar Solty nos recuerda que “tal como sucedió durante la mortal gripe española de 1918-1919, las vulnerabilidades durante una crisis tienen un fuerte y marcado sesgo de clase”. Y pone varios ejemplos actuales muy amargos:

“La manera más evidente y directa en que las desigualdades sociales afectan de modo diferente a la clase capitalista y a la clase trabajadora durante una crisis sanitaria la muestra el nuevo fenómeno de los médicos-conserje. Se trata de médicos que solo prestan servicio a clientes particulares ricos que les pagan por su asistencia durante las 24 horas del día. Mientras cunde la crisis del coronavirus, la gente rica puede someterse a la prueba de detección del virus, aunque no tenga síntomas, recibe concentradores de oxígeno, máscaras respiratorias, etc., mientras que gente trabajadora con síntomas de Covid-19 ha de luchar por que le hagan la prueba y luego pagar la factura. Cuando todo el mundo tiene que optar por huir en vez de luchar, los capitalistas más ricos (…)huyen a su manera exclusiva. Los viajes en avión privado se han multiplicado por diez. Multimillonarios (…) se refugian en su segura segunda residencia en el país o en el extranjero, donde el mismo confinamiento se soportará de un modo muy distinto que el que ha de sufrir la clase obrera.”

Un reportaje de The New York Times (“Servicios de salud boutique, yates, aviones privados y escondites a prueba de gérmenes”), de Alex Williams y Jonah Engel Bromwich, explica en detalle cómo las élites “no reparan en gastos para minimizar su experiencia con el coronavirus”. Se construyen instalaciones aisladas, más inaccesibles que el búnker de Hitler, con máximo confort; pagan lo que llaman “consultas boutique”, con equipamiento médico y atención especializada a domicilio; viajan en yates o aviones privados a sitios adonde no ha llegado hasta ahora el virus; y se permiten curiosos caprichos y extravagancias.

Hay “famosos” que compran gel antibacterial de marca y nasobucos excepcionales y muy caros. Incluso, se hacen selfies en las redes para lucirlos. Uno prefiere un elegante “tapabocas urbano” de una compañía sueca llamada Airinum, que cuenta con cinco capas de filtración y un “acabado ultrasuave ideal para el contacto con la piel”. Otros adquieren los que fabrica Cambridge Mask Co., una empresa británica que usa lo que llama “capas de filtrado de partículas y carbono de grado militar”.

En las antípodas de estos millonarios, están los grupos que enumera Boaventura de Sousa Santos. “Tienen en común una vulnerabilidad especial que precede a la cuarentena y se agrava con ella”:

“Esos grupos conforman lo que llamo el Sur. En mi concepción, el Sur no designa un espacio geográfico. Designa un espacio-tiempo político, social y cultural. Es la metáfora del sufrimiento humano injusto causado por la explotación capitalista, por la discriminación racial y sexual.”

Mujeres, trabajadores precarios e informales, vendedores ambulantes, moradores en las periferias pobres de las ciudades (favelas, barriadas, slums, caniço, etc.), ancianos, internados en campos de refugiados, inmigrantes indocumentados, poblaciones desplazadas internamente, personas con discapacidad —con precisión de cirujano, Sousa Santos examina cada tragedia específica de estos grupos vulnerables.Y se hace (y nos hace) preguntas que son dardos:

“¿Cómo será la cuarentena para aquellos que no tienen hogar? Personas sin hogar, que pasan las noches en viaductos, estaciones abandonadas de metro o tren, túneles de aguas pluviales o túneles de alcantarillado en tantas ciudades del mundo. En EE.UU. los llaman tunnel people. ¿Cómo será la cuarentena en los túneles?”

Aunque el panorama que traza Sousa Santos es aterrador, él mismo nos aclara que “la lista de los que están al Sur de la cuarentena está lejos de ser exhaustiva”. Basta, sin embargo, para demostrar su tesis:

“…la cuarentena no solo hace más visible, sino que refuerza, la injusticia, la discriminación, la exclusión social y el sufrimiento injusto que causan. Resulta que tales asimetrías se vuelven más invisibles frente al pánico que afecta a los que no están acostumbrados al mismo.”

A los grupos vulnerables mencionados por Sousa Santos habría que sumar a latinos y negros de EEUU. Una encuesta que se conoció el 25 de marzo señala que los hispanos son más proclives que los estadounidenses en general a contagiarse con la Covid 19. El 8 de abril circularon unas declaraciones del cirujano general Jerome Adams, uno de los portavoces del gobierno en temas de salud:“Muchos estadounidenses negros (dijo) están en mayor riesgo ante la COVID-19”. Los hispanos son el 29 % de la población de Nueva York y representan sin embargo el 34 % de las muertes por el virus en la ciudad. La comunidad negra neoyorkina también se está viendo particularmente amenazada: acumula el 28 % de los fallecimientos pese a representar únicamente el 22 % de la población.

Preguntas sobre el futuro

¿Qué pasará después de la epidemia?, se preguntan muchos. Entre ellos, Slavoj Zizek, quien ha visto en el Covid-19 “un golpe de Kill Bill al capitalismo”, el arribo de “un comunismo renovado” o, en cambio, “la barbarie”. Otros, muy pesimistas, ven en la pandemia una oportunidad para el sistema de reforzar su control y de hacerlo más cruel. Muchos no se atreven a hacer predicciones; pero coinciden en que no resulta concebible volver al estado de cosas anterior.

El propio António Guterres, Secretario General de la ONU, ha sentenciado:

“Simplemente no podemos regresar a donde estábamos antes de que golpeara el COVID-19, con sociedades innecesariamente vulnerables a la crisis. La pandemia nos ha recordado, de la manera más dura posible, el precio que pagamos por las debilidades en los sistemas de salud, las protecciones sociales y los servicios públicos. La pandemia ha subrayado y exacerbado las desigualdades, sobre todo la desigualdad de género. Ha puesto de relieve los desafíos actuales en materia de derechos humanos, incluidos el estigma y la violencia contra las mujeres.  Ahora es el momento de redoblar nuestros esfuerzos para construir economías y sociedades más inclusivas y sostenibles, que sean más resistentes frente a las pandemias, el cambio climático y otros desafíos globales.”

Javier De Lucas declara tajantemente que no quiere “volver a la normalidad anterior”:

“…esa manera de entender la política que olvida o subordina siempre lo que realmente importa(…). No quiero volver a esa normalidad en la que los ancianos estorban, a los que lloramos hipócritamente después de haberlos confinado, confinado, sí, fuera de nuestra vista.”

Juan Manuel P. Domínguez escucha con atención “las voces críticas cada vez más presentes en las redes sociales y los medios alternativos” y abriga la esperanza de que la crisis las haga “cada vez más influyentes” frente a un neoliberalismo “inmovilizado por el virus”.

“Además, nadie quiere, salvo el puñado de magnates que se enriquecieron con la salvaje rapiña perpetrada durante la era neoliberal, que el mundo vuelva a ser como antes” —afirma Atilio Borón, en la más lúcida reflexión que se ha escrito en torno a esta crisis.

Para Atilio, “la primera víctima fatal” de la pandemia “fue la versión neoliberal del capitalismo”; aunque no cree “que el virus en cuestión haya obrado el milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también con la estructura que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional”. “Pero la era neoliberal (señala) es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar.”

El capitalismo, en cambio, como dijo Lenin, “no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”. Sobrevivió a la llamada “gripe española” y “al tremendo derrumbe global” de la Gran Depresión. Ha demostrado “una inusual resiliencia (ya advertida por los clásicos del marxismo) para procesar las crisis e inclusive salir fortalecido de ellas”:

“Pensar que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas señaladas por el revolucionario ruso (que de momento no se perciben ni en EEUU ni en los países europeos) ahora se producirá el tan anhelado deceso de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto.

Atilio nos propone como hipótesis de trabajo:

“…una transición hacia el postcapitalismo (…) con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo, y otros más vacilantes, tropezando con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso control del casino financiero mundial, la estatización de la industria farmacéutica (…), las industrias estratégicas y los medios de comunicación, amén de  la recuperación pública de los llamados “recursos naturales…”

Un mundo post-pandémico con “mucho más estado y mucho menos mercado” y masas populares más conscientes y politizadas (gracias a las amarguísimas lecciones del virus y del neoliberalismo) y “propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive socialistas”. En medio, además, de una nueva geopolítica, con el imperialismo estadounidense desacreditado, carente del liderazgo de otros tiempos, “y su prestigio internacional muy debilitado”:

“China pudo controlar la pandemia y EEUU no; China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla en Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad, envía médicos y medicamentos a los cinco continentes mientras que lo único que se les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000 soldados para un ejercicio militar con la OTAN e intensificar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de guerra.”

Fidel: “sembrar ideas, sembrar conciencia”

El escenario posterior a la pandemia representa, para Atilio, un “tremendo desafío” para “todas las fuerzas anticapitalistas del planeta” y “una oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable desaprovechar”. Hay que “concientizar, organizar y luchar, luchar hasta el fin”. Y evoca a Fidel en aquella reunión de la Red “En defensa de la Humanidad”, en medio de la Feria del Libro de 2012:

“…si a ustedes les dicen: tengan la seguridad de que se acaba el planeta y se acaba esta especie pensante, ¿qué van a hacer, ponerse a llorar? Creo que hay que luchar, es lo que hemos hecho siempre.”

Hace muy bien Atilio en recordar a Fidel ante la crisis, la incertidumbre, el horror y el espectáculo del neoliberalismo, desnudo y en ridículo como el rey de la fábula. Y también ante las esperanzas que pudieran abrirse.

Cuba, gracias a Fidel, a sus ideas, a su obra monumental, ha puesto la medicina, la ciencia y todas las fuerzas del Estado al servicio del ser humano y en particular de los más vulnerables, en su territorio y en todas partes. Si vamos a pensar en serio en un mundo futuro postcapitalista, hay que recordar, como Atilio, a Fidel y a Cuba.

Nuestros médicos y enfermeros internacionalistas anticipan día a día esa utopía con la que muchos sueñan ahora.

10 de abril de 2020

Fuente: Granma

Por REDH-Cuba

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