Mientras en medio de un confinamiento cuasi global de masas, las grandes corporaciones mediáticas y de la tecnología digital nos suministran a diario el macabro conteo de los muertos por y con el COVID-19, en las sombras, un puñado de oligopolios de las industrias financiera y bancaria se frota las manos con el “negocio del rescate”.

Ante la emergencia del “año de la peste” con su caótica danza de las cifras (Mike Davis dixit), el papel de un reforzado Estado interventor ha vuelto a ocupar un lugar central y muchos economistas avizoran que a la salida de la pandemia ya nada será igual. Que sucumbiría el Estado “nana” neoliberal −como lo llamó Noam Chomsky hace 20 años− que privatizó y concentró las ganancias en el llamado 1% y socializó los costos; que ante la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, ese ­po­deroso Estado de bienestar al servicio de la plutonomía (Citicorp), que sujeta a la disciplina del mercado a los pobres y los trabajadores, mientras redistribuye la riqueza de abajo hacia arriba, tendrá ahora que cambiar.

La gran transformación fue el lema del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, en 2012, que según su entonces presidente, Klaus Schwab, obligaba a buscar nuevos modelos de poder político, económico y social, un crecimiento sostenible y la creación de empleo, mientras continuaban los efectos de la crisis financiera de 2008-09. Viniendo de Schwab, y dado que Davos es el centro neurálgico de la ideología que sustenta al sistema capitalista neoliberal, no dejaba de ser un cínico guiño intelectual a Karl Polanyi, quien en 1944 escribió La gran transformación.

En su obra, Polanyi predijo una “crisis de civilización” y refirió que tras la Gran Depresión (crac de 1929), todos los regímenes de la época –fuera la Alemania nazi, el estalinismo soviético o el New Deal de Roosevelt− coincidieron en descartar el laissez-faire (la doctrina de “dejar hacer, dejar pasar” caracterizada por una abstención de dirección o injerencia gubernamental en los asuntos económicos), y lo que siguió fue la Guerra Civil española, las invasiones a Etiopía y a China y la Segunda Guerra Mundial, con su deriva, la caída del patrón oro, el equilibrio de las potencias, el Estado liberal y el mercado autorregulado, que habían regido el mundo durante los anteriores 100 años.

Tras la crisis del COVID-19, ¿qué caerá ahora? ¿El dólar? ¿El capitalismo financiero? ¿La hegemonía de Estados Unidos en el mundo? ¿O la reforzada intervención del Estado llevará a una reorganización hegemónica del capitalismo tutelada por EU, China y Rusia, con una criptomoneda global y una nueva élite financiera trasnacional? ¿A un reforzado Estado panóptico digital, de vigilancia y castigo masivo militarizado urbi et orbi y con el distanciamiento social como paradigma? ¿De la mano de próximas pandemias surgirán nuevas tesis ­reaccionarias neomalthusianas?

Según el Instituto de Finanzas Internacionales, el endeudamiento mundial alcanzará 265 mil millones de dólares en el primer trimestre de 2020. Y debido a que las medianas y pequeñas empresas nacionales son los últimos eslabones de grandes cadenas industriales y de suministro global, profundamente integradas e hiperespecializadas, la actual desconexión intracadenas de valor generará miles de quiebras.

Así, de la gran depresión de 2020 −que venía incubándose desde 2018 y el COVID-19 sólo vino a agravar− emergerá un nuevo fenómeno que cobrará muchas vidas: la “pandemia del desempleo”. Para el gran capital, el desempleo masivo significa población “sobrante”, no funcional y que puede “desaparecer”. Sólo de febrero a abril se perdieron en Estados Unidos 15 millones de empleos formales y la Reserva Federal (Fed) estima que otros 47 millones de puestos de trabajo se perderán en el segundo trimestre del año; lo que de manera conservadora significaría una tasa de desempleo de 32 por ciento.

A su vez, los Estados, las instituciones y el ciudadano de a pie dependen en gran medida de la banca privada para desarrollar tareas básicas, como pagar (o cobrar) salarios, pensiones y prestaciones por desempleo o recaudar impuestos, establecer una empresa, ob­tener una tarjeta de crédito o acceder a una vivienda mediante alquiler o hipoteca.

Es previsible que en la inmediata pospandemia las bancarrotas estarán a la orden del día, y para que las grandes corporaciones financieras davosianas y los megabancos de la plutocracia puedan seguir acumulando vía la economía de casino, los Estados “nana” utilizarán fondos públicos para salvarlos –socializando las pérdidas y privatizando las ganancias una vez más− y la “industria del rescate”, con sus malas prácticas y conflictos de interés, volverá a hacer su agosto.

Es el caso de BlackRock, la mayor firma de gestión de activos del mundo −que además opera a dos bandas como consultora de bancos y gobiernos, el de México incluido−, que ha sido llamada por la Reserva Federal para gestionar de 6 a 10 billones de dólares de bonos y compras de activos respaldados por hipotecas. La división Financial Markets Advisory, que realiza labores de consultora, actuará como gestora de inversión de dos vehículos respaldados por la Fed que comprarán deuda corporativa y un programa que comprará activos respaldados por hipotecas, emitidos por agencias gubernamentales. Con lo que Black­Rock y su director, Larry Fink –que controlan más de la mitad de las cuentas de pensiones en México− se beneficiarán (ya que podrían invertir en esos activos), cayendo en un virtual conflicto de interés, como sugirieron The Wall Street Journal y el Financial Times.

Por REDH-Cuba

Shares