12 de junio

Su risa es sonora, franca, abierta como el mar que vive en ella. Iliana Jiménez Calá es una mulata jacarandosa, que el clima y las costumbres del Norte de Italia encierran en la horma equivocada de un zapato. “Cuando llego a Cuba –me dice–, vuelvo a ser yo, hablo más alto, gesticulo, me río mucho”. Se graduó de la ENA y luego del  ISA, como Licenciada en Música, con especialización en dirección coral. Fue una de las doce fundadoras del coro Exaudi, y profesora de la Escuela Nacional de Música. Pero en 1998 recibió una beca para estudiar música vocal de cámara en el Conservatorio Giuseppe Verdi de Turín. Era un sueño largamente deseado. Allí obtuvo la Licenciatura en esa especialidad, y conoció a quien es, desde entonces, su esposo.

“Cuando iba al Conservatorio –cuenta la Cecilia Valdés de aquellos días– tenía que pasar frente a su negocio, y según me dijo después, se sentía atraído por esa muchacha que iba y venía todos los días. Hasta que me preguntó y empezamos a conversar. En cuanto supo que estudiaba música me invitó al Teatro Regio, uno de los más importantes de la ciudad. Esa fue nuestra primera salida. Me llevaba a los museos, a los teatros. Y me conquistó. Fue entonces que decidí estabilizar mi vida aquí”.

Su carrera profesional sufrió, desde luego. El mercado impone sus leyes. Es una intérprete libre, a la que contratan los interesados; pero su especialidad establece marcos precisos: música vocal de cámara, esencialmente del siglo diecinueve, dominado por las escuelas alemanas y por lo tanto, casi siempre cantado en ese idioma. “Puedes estar estudiando cien años y al final, no eres reconocida –reflexiona–, y sin embargo, si te presentas en un programa de televisión, con una música más comercial, ya eres famosa. Es una pena, porque existen muchos buenos músicos. Aquí fue donde se inventó todo, la tradición del canto lírico se conserva, pero no es una prioridad para el gobierno. Las orquestas sinfónicas se pagan mal; un médico, un arquitecto, un abogado, están mejor pagados en Italia que un músico. Y nosotros estudiamos tanto como ellos, en cierto sentido nos pasa como al deportista, tenemos que entrenar todos los días. Es un músculo que tiene que ejercitarse. Y no son cinco minutos, es como mínimo una hora, no podemos parar. Tienes que practicar no solo la música sino el idioma, la pronunciación. Y prepararte. Hay temas: el amor, la naturaleza, las flores, la pareja, la luna, el sol, las estaciones, y hay que leer sobre ellos, y solo después pasar a la música. Es cuando escoges el programa y empiezas a ejercitarte, para llegar al final, que es el concierto. Es algo que necesita mucho estudio y no se nos retribuye debidamente”.  

Con su esposo, se inventó el Centro de Estudios Italia Cuba, para estar más cerca de la Isla, para difundir su cultura en todas sus manifestaciones, no solo la música, sino la literatura, el cine, y las artes gráficas, y acabar con los estereotipos que la definen: el ron, la mulata, el tabaco… “La Cultura también es Revolución”, afirma convencida. “Yo extraño mucho, mucho, mucho a Cuba, porque vivo en el Norte de Italia, que es un país frío, y a mí me gusta el sol… cuando voy a Cuba soy otra persona, aquí vivo muy concentrada en el estudio, en el trabajo. Necesito la relación con las personas, el cubano tiene algo que no te hace sentir triste. En fin, extraño la comida, la playa, la familia… En algún momento regresaré a Cuba, él lo sabe. Mi esposo es un hombre del Sur de Italia, aunque vive desde muy niño en Turín y está acostumbrado a relacionarse más con la gente”.

Su Centro se alió en 2019 a la Casa Editora Abril, presentó sus libros en el Salón de 2019 en Turín y la Editora cubana los invitó a la Feria de La Habana, en febrero de este año. Los amigos enviaron mensajes advirtiendo del riesgo de regresar, pero no lo tomaron en serio. Al llegar, comprobaron con horror que la pandemia era realmente mortífera. “Al principio todo esto ocurría en Milán, no pensábamos que llegaría a Turín. Veía cómo la cifra de muertos crecía por día, a las doce eran cincuenta muertos y a las seis de la tarde ya eran cien, y a las diez de la noche eran doscientos. Parecía imposible. Me impactó mucho ver por televisión el desfile de los carros militares que después de las doce de la noche trasladaban los cadáveres en silencio; como no había capacidad para cremar a tantos muertos, los llevaban para otras ciudades. Aquello me devastó. Me dije: ay, si yo pudiera hacer algo. ¿Pero cómo? No podía salir de mi casa”.

Entonces llegaron los médicos y enfermeros cubanos a Turín. “A los pocos días me llaman porque había necesidad de intérpretes. Mi esposo tomó el recado, nos miramos a los ojos, y dije: sí. Tomamos nuestras medidas de protección en la casa, dormimos en cuartos separados. Tuve que inscribirme en la Cruz Roja y pasar un pequeño curso para voluntarios. Llegué y parecía una niña en su primer día de escuela. Los compañeros que ya estaban, me explicaron lo que debía hacer. A los pocos días me preguntaron si estaba dispuesta a entrar en la zona roja, para traducir a los médicos. Eso mi esposo no lo sabía. Llegué a la casa y le dije, hay esta situación. Nos miramos a los ojos y le dije, yo voy. Entré una vez, fue una emoción tremenda. No he entrado más, no ha hecho falta, pero estoy aquí”. Nos interrumpe la llegada de un médico cubano. Se levanta y le toma la temperatura. Entonces ella, que es toda risa, y cordialidad, se torna seria:

“He cambiado mucho. Tengo que decírtelo: he cambiado mucho. Esto probablemente no es bueno que lo diga, pero lo tengo que decir: he cambiado humanamente, porque para mí ha sido una sorpresa. Yo estaba acostumbrada a ir a los hospitales solo si tenía un dolor, algo, nunca había tratado a médicos especialistas. Para mí, que vivo ya hace más de veinte años aquí, fue una sorpresa. Las pocas veces que he ido a un hospital la relación ha sido muy distante, ¿qué tú tienes? este es el tratamiento, adiós y paga. Verlos a ellos, en una situación tan difícil, dispuestos a todo, sin mirar si eres rico o pobre, sin pensar en lo que tienes que darme por estar aquí, que vienen a salvar vidas, eso me ha cambiado. Empecé a ver las cosas de otra manera, me ponía en la piel del enfermo y en la del médico, empecé a ver la gran disposición de esos hombres, su gran profesionalidad, eso también de manera inconsciente me dio seguridad, porque me dije sí, si a mí me pasa algo, sé que voy a estar en buenas manos, sé que ellos harían de todo por salvarme. He crecido humanamente. Cuando traduzco en las reuniones de especialistas que se hacen todos los días, veo cómo tratan también el aspecto sicológico del paciente, veo los problemas que existen en las familias, eso también te cambia. Me siento muy orgullosa de ser cubana”.

Por REDH-Cuba

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