16 de junio

El tiempo en estos días es un enanito que juega a las escondidas. Lo rutinario establece un orden: desayuno, almuerzo y comida en el hospital, y entre unos y otros, médicos y enfermeros que entran y salen de la zona roja, que llegan de la residencia o salen a descansar, que se reúnen en las tardes a discutir los casos más complejos o a estudiar lengua italiana; pacientes dados de alta, trasladados de hospital o que llegan al nuestro. Lo rutinario se vuelve invisible; no hay manzanas en el piso, hay que sacudir la mata para poder escribir. Casi todos los días termino cerca de la medianoche. El día se esfuma. Eso es bueno, pero es agotador.

Hace rato que quiero señalar algunos datos históricos relacionados con Turín. El amigo Luis Toledo Sande me había regalado uno realmente importante: en 1905 Gonzalo de Quesada y Aróstegui publicó en esta ciudad el tomo de las Obras de José Martí que convertía en libro por primera vez la colección de textos de La Edad de Oro. Desde entonces esa revista se publica en formato de libro. Y, en una nueva edición por supuesto, fue mi regalo para el hijo de Michele, que este domingo cumplió 6 años. Precisamente ese día conversamos con algunos de sus amigos alpinistas –deporte muy practicado en esta zona de Italia, que tiene a los Alpes como frontera natural con Francia y Suiza–, sobre un lugar al que tendremos que ir todos: el Pico Fidel Castro. Resulta que en uno de sus muchos viajes a Cuba Michele trajo una tabla de caguairán en la que encargó que se esculpiera el nombre de Fidel. Es tan fuerte esa madera –como su espíritu–, que en la Aduana pensaron que transportaba algún tipo de metal. En el primer aniversario de la desaparición física del Comandante, la subieron al Monte Arpone, que se encuentra encima del llamado Colle de Lys, donde en 1944 se produjo uno de los enfrentamientos más sangrientos entre partisanos de la Brigada Garibaldi (comunistas) y tropas fascistas. Los alpinistas subieron a uno de sus picos el día antes, para identificar una roca lo suficientemente limpia y lisa. Hasta allí llegó después un grupo de jóvenes de la AICEC (Agencia para el Intercambio Cultural y Económico con Cuba), de la Asociación de Amistad Italia Cuba del territorio, y de la Brigada Gino Doné, e instaló la tabla. Una vez hecho esto, le pidieron a las alcaldías de los alrededores que reconocieran el topónimo, lo cual ocurrió. Desde entonces, el Pico lleva su nombre.

Descubrí también en estos días una tarja curiosa. En un edificio de la Plaza Carlina vivió entre 1913 y 1920 el entonces estudiante Antonio Gramcsi. El inmueble es del siglo XIX y hasta 1890 fue llamado Albergue de la Virtud, porque en él se capacitaban en diferentes oficios los jóvenes pobres de la ciudad. Nada que ver con lo que es hoy: un lujoso Hotel de la cadena NH. Después de un día caluroso, de mucho sol, ha vuelto a llover en la tarde, y más que refrescar, ha traído de vuelta el frío.

Por REDH-Cuba

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