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Tiene cinco misiones y cinco hijos. Pero no, amigo lector, no enlace esos números, no guardan relación alguna. Norberto Pena Peña, licenciado en Enfermería, de Puerto Padre, Las Tunas, cumplió ayer en Turín 57 años. Su esposa, Mayelín Miguel Ávila, es también Licenciada en Enfermería y trabaja con él en los Servicios de Hemodiálisis del Hospital Docente de Puerto Padre. Es la madre de la menor, de 7 años. Son cinco hijos y cuatro nietos. La mayor tiene 37.

Su primera misión fue a los 19 años durante el servicio militar, pero ya era enfermero. Como tal vivió la guerra de Angola, de 1985 a 1987. Entonces, no trataba solo con virus o enfermedades extrañas, también con balas, metrallas, y esquirlas de granada. Estuvo en la Provincia de Malanche y luego en el Sur, en la Provincia de Lubango. Entre 2008 y 2010 cumplió misión en Zimbabwe, en la parte sur del país, y en el 2014 estuvo seis meses en Sierra Leona, enfrentado al ébola y su estela de dolor y muerte. Lo ubicaron en el Hospital de Port Loko, que administraba una ONG norteamericana. “Nos llevábamos bien –rememora–, hacíamos nuestras entregas de guardia, pero los que entrábamos a la zona roja éramos los cubanos, ellos hacían el trabajo administrativo, y llevaban las estadísticas. Un día nos dijeron: ‘los cubanos o son locos o son guapos’”. Después de haber colaborado en tres países africanos, en 2019 viajó a Bolivia, y permaneció allí  hasta que se produjo el golpe de estado, nueve meses después. Lo ubicaron en Santa Cruz de la Sierra, en un poblado mayoritariamente opositor a Evo Morales. Y brindó servicios por igual a opositores y a partidarios del Gobierno revolucionario. “Entre los seleccionados para integrar las brigadas que han enfrentado la pandemia de la COVID en diferentes países, estuvimos los que ya teníamos la experiencia del ébola. Ya está cerca el regreso a casa. Ha sido una gran experiencia.”

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 “Un día estaba yo en una casa de descanso y ella pasó en una bicicleta, la vi, y fue amor a primera vista”. La narración tiene visos cinematográficos, podría incluso ser una escena de una película italiana. Pero transcurre en Santa Clara. Es el punto cero de una historia de amor, entre el doctor santiaguero Mauro González Hernández, especialista en Medicina General Integral y en Endocrinología, y la hoy Ingeniera Industrial Yirenia Quintero López. “Todos me dijeron, no médico, ahí no, ¿por qué no?, bajé y la intercepté, me puse delante de la bicicleta y me presenté”, cuenta el todavía joven enamorado. “Después de muchos días comenzamos una relación, ya llevamos ocho años de casados y tenemos una niña preciosa de tres años. Es una relación sólida”. Hoy Mauro cumple 32 años. Ella tiene 27, cumple en noviembre, como la niña. A pesar de su juventud, mi entrevistado es uno de los especialistas más reclamados por los pacientes del Hospital COVID OGR de Turín, a donde llegó como integrante de la Brigada Henry Reeve, en su primera misión internacionalista.

Durante la adolescencia, no pensó que su camino sería la medicina. Era buen estudiante, participaba en concursos de matemática, de física y de química. Le gustaban las ciencias. “En el Pre mis padres insistían en que estudiara medicina, pero yo, entonces, no me veía médico. En 12 grado, me inclinaba por algo que tuviese que ver con la técnica, algo en lo que pudiera aplicar la ciencia. Mis padres siempre respetaron mi opinión, pero sin duda influyeron en la decisión final. Y es curioso, porque muchos de mis profesores del Pre también me veían como médico, hasta los de matemática y de física, y yo me decía, ‘no puede ser que todos estén equivocados’. Pero creo que lo que veían en mí era el hecho de que me gusta ayudar a la gente. Y creo que la primera virtud de un médico es esa: si no eres altruista, solidario, dejas de ser médico. ‘Dejarás de tener tu vida, para vivir la vida de los demás’, dice uno de los preceptos de Esculapios. Finalmente pedí y obtuve medicina. Pasamos los primeros 45 días de la carrera en un Policlínico, allí recibimos una ‘introducción’ de lo que sería la profesión, y fue impactante para mí, quedé profundamente enamorado de la Medicina”. Ya usted lo sabe: Mauro se enamora así, de golpe y para siempre. Sus dos amores lo corroboran: Yirenia y la Medicina.

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No puedo ignorar el hecho de que hoy evacuaron a Martina y a María, las amigas que estuvieron durante meses ingresadas en el Hospital, y que a pesar de que ya no presentan síntomas de la enfermedad, se mantienen positivas al virus. Habían conquistado el cariño de médicos, enfermeros y de este periodista. Todos las extrañaremos. Primero salió María, y unos minutos más tarde, en otra ambulancia, Martina. Ambas se despidieron llorando. Con Martina me ocurrió algo que me deja aún más triste. Estuve, por supuesto, tomando fotos. Pero ambas solo me habían visto antes con el traje protector. Le dije a Martina, a una distancia prudente, quien era yo. Entonces, impulsiva como es, se abalanzó con los brazos abiertos hacia mí. Tuve que retroceder y hacerle señas con las manos para que se detuviera. Todos los presentes gritaron también para que se detuviera. Ella de pronto comprendió su error, y rio como todos, pero sé que en el fondo se molestó consigo misma. Había olvidado que no tenía el traje protector. Hace ya un tiempo ella lee mis crónicas. Sé que leerá estas líneas, y quiero decirle que yo también hubiera querido abrazarla. Pero hay abrazos que no son físicos. Nosotros, todos, nos llevamos el suyo.

Por REDH-Cuba

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