Salvado por la acción torticera de tres Gobiernos –el británico, el español y el chileno–, los defensores de Pinochet tomaron aliento y recuperaron fuerzas. Sus acólitos respiraron tranquilos, podían seguir reivindicándolo. Adquirieron carta blanca para archivar sus violaciones de los derechos humanos.

En Chile, el vicepresidente del Gobierno de Michelle Bachelet, Alejandro Foxley, tomó la delantera. Será recordado por su lapidaria frase: “Augusto Pinochet pasará a la historia de Chile por haber cambiado la vida de todos los chilenos, para bien, no para mal, y eso sitúa a Pinochet en lo más alto de la historia”.

Pero quienes lo han alzado a la categoría de héroe han sido los empresarios. En México, durante la ceremonia de entrega a Joan Garcés – jurista y abogado de la acusación particular y popular contra Pinochet– de la Orden Ignacio de Loyola por su contribución a la defensa de los derechos humanos, fui testigo de un hecho execrable.

Uno de los invitados, empresario acaudalado, exdeportista y abanderado olímpico, preguntó quién era el galardonado, a lo cual respondí con orgullo. La réplica del empresario fue una retahíla de improperios al homenajeado, al tiempo que profería insultos contra Salvador Allende a la par que adjetivaba a Pinochet como un ser visionario, defensor de las libertades, del cual los chilenos debían sentirse orgullosos. Un auténtico héroe y mártir. El empresario regiomontano, colérico de rabia, obvió sus vínculos con el dictador y trapicheos financieros en biotecnología y transgénicos. Lo que tampoco le impidió estafar al dictador, esquilmándole más de un millón de dólares. Así lo recoge Mary Anastasia O’Grady, editorialista de The Wall Street Journal, en dicho medio. Información que más tarde recoge Carlos Fernández Vega, en su columna de “México SA” (La Jornada, 28/3/2005).

El empresario al que me refiero es Alfonso Romo Garza. Pero su actitud beligerante y defensora del tirano no ha sido la única. He vivido esa circunstancia en España y América Latina. Empresarios y políticos no tienen empacho para transformarlo en mártir. Elevarlo a la condición de estadista y político visionario. Cuando sucede, solo cabe levantarse e irse por decencia, dignidad y respeto a las víctimas, a lo cual estoy acostumbrado.

Si la democracia alguna vez cotizó entre los empresarios, hoy es un valor sin rédito. Ellos no invierten en democracia, y si lo hacen es para asesinarla. Sienten odio visceral cuando se mencionan propuestas de justicia social e igualdad. Una animadversión rayana en el delirio psicótico. Sucedió con los empresarios en el Tercer Reich, financiando al partido nazi. El banquero Kurt von Scröder, el rey del acero Gustav Krupp, las empresas Bayer, Mercedes Benz, BMW, Hugo Boss, Kodak o Telefunken lo auparon para satisfacer sus ansias de poder.

En España fue Juan March y su banca quien financió el golpe de Estado de Francisco Franco. En Chile, los Edwards, Yarur, Matte o Alessandri, sentían una inquina personal contra Allende y el programa democrático. En Argentina Videla contó con el apoyo de los grupos financieros y empresarios. En Paraguay hicieron a Stroessner más fuerte. En República Dominicana, Trujillo les fue útil. Batista en Cuba fue un mantenido de los grupos azucareros y la mafia estadounidense. Sin olvidar las trasnacionales que aborrecen todo anhelo de justicia social. IBM, Coca-Cola, Ford o Nestlé, en Alemania; United Fruit Company, en Guatemala; ITT, en Chile, o Repsol en Bolivia. Los casos se multiplican.

La desafección de los empresarios hacia la democracia forma parte de un argumentario cuyo principio la define como una conspiración de pobres, marginados que mendigan beneficios sociales. Ellos pagan y otros holgazanean a su costa. En pocas palabras, la democracia es un proyecto de gentes incapaces de tener iniciativa, que atentan contra la libertad de mercado, la iniciativa empresarial y la propiedad privada. Son recurrentes sus críticas a la inversión pública en sanidad, educación, vivienda, cultura o al pago de impuestos sobre el capital.

Es ya habitual escucharles decir, nada más triunfar un proyecto democrático: “Te quitarán la casa, se llevarán a tus hijos y los educarán en consignas comunistas; te expropiaran tus empresas; tus ahorros pasarán a manos del Estado; todos vestiremos igual; no tendrás derecho a elegir tu futuro; quemarán iglesias, fusilarán sacerdotes, violarán mujeres; manipularán tu cerebro con drogas”.

¿Cómo rebatir sus diatribas? Cualquier argumento sensato es desechado. Así justifican el asesinato, la tortura y la desaparición de personas. Ellos o nosotros. El bien contra el mal, y el mal siempre es la democracia. Los derechos humanos, para ellos, son una cuestión estética perfectamente prescindible.

Los empresarios del mundo sienten un verdadero amor hacia Pinochet. Algunos por rubor, lo ocultan. Pero todos mencionan el éxito del modelo chileno y el lugar que ocupa Pinochet en su triunfo. Fue su determinación por transformar Chile en el edén del neoliberalismo, su obra culmen. Todo es perfecto, pueden campar a sus anchas. La pobreza, la desigualdad y el hambre no van con ellos, menos aún la tortura, el asesinato y la desaparición de personas. Son los dueños del país; el resto, sus esclavos. La democracia no les concierne. Da igual Chile, México, Colombia o Estados Unidos. Para los empresarios, Pinochet encarna su proyecto de ley y orden. Sean regiomontanos, chilenos o estadounidenses.

Fuente: Correo del Alba

Por REDH-Cuba

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