Este 8 de octubre se cumplen 53 años de que el Che fuera capturado y ejecutado al día siguiente en tierras bolivianas por instrucciones de los Órganos de inteligencia de los Estado Unidos. Y hay dos maneras de recibir esta fecha: la primera, al Che muerto, como una pieza de museo o como parte de un libro, vetusto por los años, al que hay que desempolvar de vez en cuando para recordar con nostalgia su natalicio o el día de su muerte; la segunda, es al Che vivo que se encuentra en movimiento permanente en la más pequeña molécula orgánica de los millones de hombres y mujeres que luchan con prestancia por un mundo radicalmente distinto al de la dictadura del capital.

La primera forma de recordar al Che, cosificado, está presente, lastimosamente, en estrechos círculos de una cierta izquierda que ha convertido el pensamiento y obra de Guevara en una mercancía que, como toda mercancía, se fetichiza y provoca alienación. La segunda forma, del Che vivo, es pensamiento y ejemplo inagotables que no puede ser exterminada porque cuanto más buscan la manera de hacerlo más se multiplica por millones su querida presencia y su grito de lucha a muerte contra el imperialismo.

De nada ha servido que al Che se lo expusiera en la lavandería del hospital de Vallegrande, ese 9 de octubre, horas después de su cobarde ejecución, con la nefasta intención de mellar su dignidad de hombre y revolucionario. Y es que, como dijera el destacado intelectual boliviano René Zavaleta, “la hora de los asesinos es a la vez la hora en la que el Che entra como Che en la historia de América pero también en la historia de Bolivia con las características de un héroe nacional”[1].

Este 8 de octubre nos encuentra como especie humana en un momento particularmente complejo producto de la presencia de una pandemia que ha puesto aún más al descubierto la crisis multidimensional del capitalismo y de su orden civilizatorio: la modernidad. No es, sin embargo, de nuestro interés analizar cada uno de los escenarios en los que puede empezar a configurarse un nuevo orden mundial, del que no sabemos si será más justo o no respecto del vigente, ni mucho menos identificar hacia donde se desplaza la relación de fuerzas en una América Latina en disputa entre el irrenunciable proyecto de alcanzar la plena emancipación o el de la preservación y profundización de las relaciones de dominación y subordinación. Lo que no podemos dejar de decir es que Cuba, Venezuela y Nicaragua siguen heroicamente resistiendo los múltiples ataques de los Estados Unidos.

Nuestro interés se centra en Bolivia, donde este 18 de octubre se llevarán adelante unas elecciones generales en las que – a once meses de un golpe de Estado perpetrado contra la continuidad del Proceso de Cambio y la permanencia de Evo Morales-, se confrontarán dos proyectos claramente diferenciados: de un lado, la recuperación de una democracia labrada por los humildes, para los humildes y desde los humildes; y de otro lado, la consolidación de una democracia de excepción[2] que pretende ser aún más limitada para los pobres de lo que ya es la democracia representativa. En realidad, lo que se pretende es clausurar todos los espacios de participación política del pueblo con los nuevos tipos de golpe de Estado contenidos en el Lawfare y Fake News.

Pero anular la participación y el protagonismo del bloque indígena campesino, obrero y popular no será fácil. Desde su progresiva irrupción en la política boliviana y su evidente efecto estatal desde la década de los 40[3] del siglo XX hasta elevarse a la categoría de bloque en el poder a partir de la segunda mitad de la primera década del siglo XXI, el pueblo -como categoría social y política empleada por Fidel Castro para hacer referencia a los explotados y oprimidos en la que no figura la burguesía y sus fracciones-, ha confirmado en todos los meses posteriores al golpe de Estado que reconquistar la plena independencia económica y soberanía política es la condición y necesidad indispensables para edificar una perspectiva post capitalista.

El proceso de recuperación de los niveles de organización y conciencia de “los de abajo” no es fortuito. Hay dos razones que la explican: primero, la política general del gobierno de facto de Añez -basada en el racismo, la corrupción, el desprecio de lo popular y la sistemática represión física a través del uso del aparato de Estado y de sus financiados grupos paramilitares y el sometimiento absoluto a los mandatos de Estados Unidos-, y, segundo, es el resultado de la acumulación política, organizativa y de generación de conciencia acumulada por décadas, con sus reveces y victorias.

Y es en el segundo factor que nos interesa detenernos para ir más allá de la coyuntura boliviana a manera de comprender el enorme peso y la trascendencia histórica del Che en la historia de Bolivia. Podemos decir que son tres las fuentes de la revolución boliviana: las rebeliones indígenas contra la dominación del invasor europeo, las emergencias indígenas campesinas y populares en grado de rebelión contra dos décadas de neoliberalismo, y, finalmente, la influencia política y simbólica de la gesta guerrillera del Ñancahuazú.

1. Las rebeliones indígenas

El Che fue asesinado en la madrugada del 9 de octubre de 1967 en una escuelita de La Higuera, un humilde pueblito de Vallegrande, por orden del imperialismo estadounidense. Foto: Alejandro Azcuy Domínguez

Las rebeliones indígenas se desplegaron con inusitada fuerza entre los siglos XVI y XVIII por fuera de las actuales configuraciones político-estatales que surgieron en la primera mitad del siglo XIX. Todo el Abya Yala —que es el nombre originario del continente americano― fue escenario de masivos alzamientos indígenas contra la presencia del invasor europeo desde su llegada misma. De acuerdo a la múltiple historiografía disponible, se estima en más de 140 sublevaciones las registradas en la región andina, sin tomar en cuenta las otras decenas acciones militares y simbólicas del siglo XVI. De todas esas rebeliones indígenas en la región andina, entre el siglo XVI y XVIII, las que más se conocen son la de 1533 liderada por Manko Inka que concluyó con el cerco a Cuzco en 1535, la de 1534 conducida por el indio Guama y la tenaz resistencia de Tupac Amaru en 1572. Destacan, aun más, los levantamientos indígenas de Tupac Amaru y Tupac Katari en 1781, cuya fuerza se extendió desde lo que hoy se conocen como Bolivia y Perú hasta los territorios de Ecuador y Colombia.

La resistencia indígena era por demasía explicable. Si bien se trataba de sociedades estamentarias, antes de la llegada de los invasores —según apuntan cronistas como Bartolomé de las Casas― la propiedad de la tierra y el trabajo tenían características comunitarias o colectivas, se registraba una integración plena del hombre con la naturaleza y la forma de gobierno tomaba en cuenta varias opiniones, así como no se conocía en el lenguaje cotidiano las palabras «lo tuyo» y «lo mío». El tipo de comercio practicado entre los pueblos, guiado por la satisfacción de necesidades y no por la acumulación, utilizaba al trueque como a su forma más importante. Es el valor de uso lo que guiaba la producción y la tierra, para el indígena, era la prolongación del cuerpo, como afirmara Carlos Marx.

Está claro, por tanto, que las rebeliones indígenas a la invasión europea, estaban orientadas a preservar un determinado orden civilizatorio que no basaba su reproducción en la propiedad y la apropiación privada del territorio, de la tierra y de lo que se producía. De ahí que no sea extraño el carácter violento con el que los indios recibieron la práctica invasora de someterlos y de hacerlos trabajar por la fuerza en las minas y en el poco cuidado con el tratamiento de los alimentos, lo cual condujo a que millones de indígenas murieran en su condición de esclavos y por enfermedades traídas de Europa.

Con la invasión española, no solo Europa ingresa a la modernidad, sino que la tierra deja de ser la prolongación del cuerpo indígena, se impulsa un proceso en que el productor es separado de sus medios de producción y se pone en marcha distintas formas de control del trabajo y de apropiación del resultado de ese trabajo basadas en el criterio de la superioridad del blanco. El edificio social construido por los invasores se erigió sobre la base del color de la piel e incluso la mayor parte de la nobleza indígena fue sometida a las formas de explotación más inhumanas que demandaba el capital. Las leyes de indias, sancionadas con el objetivo de disminuir en algo el grado de explotación salvaje al que estaban sometidos los indígenas, no pudieron lograr su propósito.

Las gestas independentistas del siglo XVIII no modificaron sustancialmente esa realidad y la colonialidad del poder adquirió nuevas formas, a pesar del deseo de Francisco de Miranda y Simón Bolívar, por citar algunos, de modificar las condiciones de existencia de los indígenas y de los negros. En Bolivia, el indígena continuó excluido del Estado aparente. A fines del siglo XIX, los indígenas fueron utilizados por los liberales en su guerra contra los conservadores, para luego ser perseguidos y su máximo líder, Zarate Willka, asesinado. Y un acontecimiento tan relevante, aunque tardío a la vez, como Revolución Nacional de 1952 (democrática burguesa) representó algún grado de emancipación del neocolonialismo.

2. La emergencia indígena campesina y popular contra el neoliberalismo

Entre 2006 y 2019 se lleva adelante el proceso más profundo de la historia boliviana, caracterizada por una revolución política que elevó a “los de abajo” en bloque en el poder. Foto: Alejandro Azcuy Domínguez

La segunda fuente de la revolución boliviana, se registra a partir del año 2000 y culmina, desde fuera del Estado, en enero de 2006 cuando Evo Morales se convierte en el primer presidente indígena de Bolivia. La insurgencia de “los de abajo” adquiere calidad política en abril del primer año del siglo XXI en la llamada “guerra del Agua” que no solo derrotó los planes de privatización del agua sino que puso de manifiesto una crisis de Estado, la cuarta del país en toda su historia pero la primera que se resuelve a favor del campo nacional-popular-comunitario. El cerco indígena conducido por Felipe Quispe, el Mallku, tradujo un cambio real y simbólico en la potencia de lo indígena frente al Estado republicano.

La aplicación del modelo neoliberal, al influjo del consenso de Washington, atravesó por dos grandes fases. La primera, entre 1985-2000, con una combinación de la privatización y transnacionalización de la economía nacional, con sus nocivos y conocidos efectos: destrucción de la precaria industria nacional, enajenación de las empresas estatales, pírricas inversiones públicas (promedio 350 millones al año), incremento del desempleo, la desigualdad social, la pobreza y la extrema pobreza, la presencia estadounidense con el pretexto de la Guerra Internacional contra las Drogas que se tradujo en la represión del movimiento cocalero y la violación sistemática de la soberanía nacional. Todo eso con una fragmentación de las clases dominadas, debilitamiento de los sindicatos y una resignación ante el discurso del “fin de la historia”.

La segunda (2000-2005), el paso progresivo de la fragmentada lucha reivindicativa a niveles de mayor cohesión social, hasta transitar de la lucha social a la lucha política como tal. Es el momento en que “los de abajo” se convierten, como diría Gramsci, en bloque dirigente a pesar de no alcanzar todavía su condición de bloque dominante. Y entre 2006 y 2019 se lleva adelante el proceso más profundo de la historia boliviana, caracterizada por una revolución política que elevó a “los de abajo” en bloque en el poder.

En esta segunda fase se fue construyendo el programa revolucionario de la época —conocida popularmente como la «Agenda de Octubre»―, y que fue concretado por el gobierno liderado por Evo Morales: nacionalización del petróleo, recuperación de otros recursos naturales y empresas, sustitución del modelo neoliberal por otro social-comunitario que genera excedentes y los distribuye a favor del pueblo a través de distintos mecanismos, así como la recuperación de la soberanía nacional de la injerencia imperial.

Además de la estrategia imperial, siempre amenazante de los procesos populares en la región, ¿qué pasó con la llamada Revolución Democrática y Cultural para que el golpe de Estado no fuera derrotado? Esta y otras decenas de preguntas deben responderse a partir de un alto sentido de la crítica y la autocrítica, de la que el ejemplo del Che, tan hereje del marxismo como lo fue Fidel Castro, puede ayudar mucho.

3. La gesta del Ñancahuazú

En la vida hay muertos que nunca mueren, y el Che es uno de ellos. Foto: Alejandro Azcuy Domínguez

Pero volvamos a las fuentes de la revolución boliviana de horizonte post capitalista. Entre un acontecimiento histórico (rebelión anticolonial de los pueblos indígenas) y otro (resistencia y victoria contra el neoliberalismo) se encuentra la gesta del Ñancahuazú, cuyo valor histórico ha tratado de ser borrado por la historiografía oficial boliviana, aunque también minimizado por un cierto tipo de izquierda, vieja y nueva, bastante temerosa de los alcances históricos del triunfo de la Revolución Cubana, de la radicalidad del pensamiento guevarista y de la irrupción de los movimientos de liberación nacional.

La gesta guerrillera en el Ñancahuazú es, definitivamente, la tercera fuente de la actual revolución boliviana. Y cuando se dice Ñancahuazú, se dice presencia del Comandante Ernesto Che Guevara, quien ingresó a Bolivia —seleccionada como teatro de operaciones de un proyecto continental―, en noviembre de 1966, para organizar el proyecto emancipador al influjo de la victoriosa Revolución Cubana. El 23 de marzo se produjo, de manera inesperada y prematura, la primera batalla entre la guerrilla y el ejército regular del Estado boliviano.

Entre marzo y octubre, el movimiento guerrillero, que sería bautizado con el nombre de Ejército de Liberación Nacional (ELN), obtuvo victorias tácticas importantes aunque en el plano estratégico, debido a varias razones bastante estudiadas y polémicas, no logró incrementar su número de combatientes y ampliar la red de apoyo desde las ciudades, en parte por la calificada en ese entonces “actitud traidora” del Partido Comunista de Bolivia (PCB) que, a través de su primer secretario, no solo puso condiciones inaceptables sino que expresó una incomprensión de la proyección continental, o al menos regional, del proyecto emancipador.

De la experiencia guerrillera mucho se ha escrito para explicar las causas de su irrupción y de su posterior derrota militar. A los efectos de considerarla como una de las fuentes de la actual revolución boliviana, adquiere particular importancia política e histórica destacar lo siguiente: el efecto de la gesta guerrillera y la propuesta formulada para Bolivia del grupo insurgente.

El Che fue asesinado en la madrugada del 9 de octubre de 1967 en una escuelita de La Higuera, un humilde pueblito de Vallegrande, por orden del imperialismo estadounidense. Pero en la vida hay muertos que nunca mueren, y el Che es uno de ellos. Las clases dominantes y las balas imperialistas, al influjo de la Doctrina de la Seguridad Nacional estadounidense, se esforzaron por destruir el significante del comandante guerrillero y del horizonte por que luchó hasta la muerte con sus compañeros.

Pero los aparatos ideológicos de Estado no lograron nunca destruir la fuerza de su pensamiento revolucionario y su incidencia en los pueblos oprimidos del mundo. No cabe la menor duda de que la decisión de terminar cobardemente con la vida del argentino-cubano obedecía a una certeza que tenía el imperialismo: la desaparición del Che iba a opacar y destruir la proyección de su pensamiento y acción. Su muerte iba a ser el ejemplo de que no hay fuerza alguna en la tierra capaz de derrotar al poderoso, al único amo del mundo.

El imperialismo se equivocó. La clase obrera boliviana salió de su aislamiento, el movimiento campesino empezó un acelerado camino de ruptura con el nacionalismo, particularmente de derecha, y amplias capas urbanas se alinearon en el campo militante del antiimperialismo y la apuesta por el socialismo.

El Che se convirtió en un símbolo de lucha, resistencia, humanismo y antiimperialismo. Su ejemplo empujó a Inti Peredo, quien sobrevivió a la guerrilla de Ñancahuazú, a reorganizar aceleradamente el ELN con la participación de los más destacados jóvenes de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, con el objetivo de cumplir con la promesa hecha manifiesto de “Volveremos a las montañas”. La promesa fue cumplida en 1970. El teatro de operaciones fue la localidad de Teoponte, al norte de La Paz. Inti no lideró la columna guerrillera debido a que meses antes fue asesinado en la ciudad de La Paz y le correspondió a Oswaldo Chato Peredo asumir esa responsabilidad.

El intento guerrillero fracasó, pero dejó, aunque de manera menos clara que la de Ñancahuazú, lecciones políticas y militares que el movimiento progresista y revolucionario incorporó en su memoria histórica. Hay un efecto colateral de las experiencias guerrilleras de Ñancahuzú y Teoponte, pero no menos importante, y es la aprobación del Manifiesto de Tiahuanaco, en 1973, donde el movimiento indígena rompe con el Pacto Militar-Campesino, se forja de nuevo como fuerza social autónoma y en 1979 da nacimiento a la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) que, en noviembre de ese mismo año y en alianza con el proletariado minero (FSTMB), forma parte del bloque popular que derroca en quince días al gobierno militar instaurado el primer día de ese mes por el Coronel Natusch Busch.

El Che, convertido en símbolo de lucha, también estuvo presente en la resistencia a la dictadura del general Banzer (1971-78), y no es una exageración afirmar que la mayor parte de los asesinados por uno de los gobiernos más sangrientos de la historia boliviana fueron militantes del ELN.

El Che fue asesinado en la madrugada del 9 de octubre de 1967 en una escuelita de La Higuera, un humilde pueblito de Vallegrande, por orden del imperialismo estadounidense. Foto: Alejandro Azcuy Domínguez

A pesar del resultado militar de las experiencias guerrilleras de Ñancahuazú y Teoponte, y de la máquina de matar que la dictadura de Banzer puso en marcha en la década del setenta, el pensamiento y la acción del Che llegarían a incorporarse definitivamente en amplias capas medias urbanas bolivianas y en muchos dirigentes sociales y políticos que, desde sus posiciones, se aprestaron a sembrar lo que el pueblo boliviano hoy está empezando a cosechar. Muchos de los militantes elenos fueron parte de la construcción del Instrumento Político que luego se convirtió en MAS e incluso algunos desempeñaron cargos de importancia en la gestión de Evo Morales. Entre los más importantes podemos mencionar a Antonio Peredo, en su calidad de senador; a Nila Heredia, que desempeñó la titularidad del Ministerio de Salud; José Pimentel, que fue ministro de Minería, Osvaldo “Chato” Peredo, concejal en el departamento de Santa Cruz, y otros.

Un segundo aspecto a destacar de la gesta guerrillera del Ñancahuazú, es la propuesta formulada por el Che y el ELN para Bolivia, y que hoy adquiere una importancia histórica poco conocida que es necesario revertir. Treinta y un años después de que el Che fuera asesinado, el entonces periódico paceño Bolivian Times publicó un documento manuscrito registrado en una pequeña libreta que estuvo todos esos años en poder del general retirado Jaime Niño Guzmán.

Como sostiene el historiador boliviano Carlos Soria Galvarro, el manuscrito programático es de “puño y letra”[4] de Ernesto Guevara y redactado poco antes de librarse el primer combate. El documento publicado en 1998, titulado “Pueblo de Bolivia, pueblos de América” tiene una introducción de tres párrafos y una explicación de la causa del levantamiento armado a través de cinco puntos programáticos bien concisos, de los cuales en el punto cuarto se desarrollan seis incisos.

Con una mirada que toma en cuenta el contexto en el que fue escrito el documento programático, de los más importantes señalemos: luchar por asegurar la plena independencia de Bolivia, el dominio sobre los medios de producción a través de la nacionalización de toda propiedad imperialista, una sociedad nueva (socialista) con la participación combatiente de campesinos y obreros (en ese orden, subrayado por el autor de la presente nota) y la culturización y tecnificación del pueblo boliviano “utilizando en la primera etapa alfabetización en lenguas vernáculas, entre otros.

El manifiesto ratifica el pleno compromiso del Che con su mirada anticolonial y antiimperialista, pero sobre todo su legado para Bolivia. La primera consigna del punto cuatro, cuando se propone la “democratización de la vida del país con participación activa de los núcleos étnicos más importantes en las grandes decisiones de gobierno, podría ser leída a la luz del Proceso de Cambio como Estado Plurinacional, hegemonía indígena y obrera en el poder y una democracia más allá de las limitaciones de la democracia representativa.

Si bien hoy podría cuestionarse el concepto de núcleos étnicos, también es evidente que no hay lugar para desconocer la manera rápida en la que el Che asumió el carácter de indianitud plurinacional de Bolivia. Criticar a Guevara por el uso de ese concepto, sin apreciar su dimensión y proyección histórica, es como criticar a Aristóteles, considerado por Marx como el filósofo más luminoso de la antigüedad, por no haber descubierto en su tiempo la Ley del Valor.

Notas:
[1] Zavaleta, René. El Che en el Churo. Plural Editores, La Paz, 2013. Obra completa, t 2, p. 632
[2] Para el autor, lo que EEUU está poniendo en marcha en países como Bolivia y Ecuador es una democracia de excepción, como nueva forma de dominación.
[3] En la década de los 40 se producen tres hechos bastante complejos: la masacre en el distrito minero de Catavi, en diciembre de 1942, que es la forma como el proletariado minero boliviano entra en la política, como sostiene Zavaleta; luego la aprobación de la Tesis de Pulacayo, en noviembre de 1946, que marca un hito en la lucha de los trabajadores del subsuelo contra el capitalismo; y, finalmente, la conformación de una poderosa brigada parlamentaria proletaria que hace escuchar su voz en el Congreso Nacional.
[4] Carlos Soria Galvarro: Andares del Che en Bolivia, Editorial Ministerio de Trabajo, Empleo y Previsión social, La Paz, 2016, p. 30

Por REDH-Cuba

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