Hace 97 años, el 21 de enero de 1924, en el Sanatorio Gorki, en las afueras de Moscú, dejó de existir Vladimir Ilich, Lenin. Tenía, en ese entonces, 53 años y era el Jefe del Estado Soviético que había sido capaz de construir a partir de la Revolución Socialista de Octubre conocida en el mundo desde 1917.

Amado por millones de hombres y mujeres  en todo el planeta, y odiado en todas partes por los enemigos de los pueblos, Lenin perteneció a lo que bien podría denominarse Categoría de los Inmortales. Y es que su nombre y su obra, vivirán por siempre, a través de los siglos.

Nació en 1870 en Simbirsk, una pequeña aldea rusa. Su hermano mayor, Alejandro, fue un activista de “La Voluntad del Pueblo”, una estructura terrorista que atentó contra la vida del zar. Por eso, fue capturado y ejecutado en 1887. Cuando el joven Vladimir conoció la suerte de su hermano, dijo con firmeza. “No seguiremos ese camino. No acabaremos con un Zar. Acabaremos con el Zarismo”.

Y así ocurrió en la gesta que se iniciara en la ciudad de Petrogrado el 25 de octubre de 1917 -en el antiguo Calendario Gregoriano- equivalente al 7 de noviembre en nuestro tiempo.

El Smolny -un antiguo internad para señoritas- fue el Cuartel General desde donde se dispuso la operación final. Los disparos del Crucero “Aurora”, la toma del Palacio de Invierno, el Congreso de los Soviets y la instalación del Primer Consejo de Comisarios del Pueblo liderado por Lenin; se trasmitió en imágenes sucesivas que asomaron  como  episodios inscritos en la historia.

El hecho marcó una etapa. El zarismo, como forma de dominación feudal, acabó para siempre;  y con él,  murieron todas las viejas formas de explotación humana en el inmenso país de los Montes Urales. El Poder Soviético, instalado esa noche, se trasladó a Moscú a la semana siguiente. Y la Plaza Roja quedó convertida en el símbolo de una experiencia inédita.

Nunca nadie habría podido decirle a Lenin cómo actuar. Ni él, podría haberle consultado a nadie que hubiese vivido antes esa experiencia. El Poder Soviético fue la primera vez que un pueblo se dispuso a construir un orden social nuevo, más humano, y más justo.

Fueron años extremadamente duros y difíciles. A la resistencia interna de la antigua clase dominante, se sumó la paz con anexiones que se le impuso en 1918, la agresión de 14 naciones, la guerra civil que desangró el territorio ruso, hasta 1921, la hostilidad manifiesta del mundo formal de ese entonces. Y en ese marco, los graves problemas del hambre, el atraso social, el abandono de los pueblos, la ignorancia heredada.

La gesta, se inspiró en antiguas batallas: La sublevación de los esclavos, en los años de Espartaco; la guerra de los pueblos originarios contra el dominio imperial romano; los ideales de la Revolución Francesa;  la lucha de los “Cartistas”, en la Inglaterra Isabelina; la Conspiración de los Iguales,  en la Francia demolida; la Comuna de Paris en 1871. Y, por cierto, los memorables escritos de Marx y Engels, fundadores del Socialismo Científico, el Manifiesto Comunista de 1848 y la esperanza de los pueblos, siempre movilizados.

Todas estas fueron lecciones del pasado que vivían en los libros, pero no podían aportar consejos concretos orientados a la construcción del futuro. Eso quedó en manos de Lenin y sus compañeros.

Lenin fue un hombre infatigable. Uno de sus adversarios más constante, el Social Demócrata Dan, dijo de él, que era imbatible porque solo vivía y pensaba en, y para, la Revolución. Perseguido, preso, relegado en la Siberia, acosado en la vida clandestina, desterrado en Europa Occidental; escribió, debatió, promovió y organizó la lucha de su pueblo sin descansar un instante, ni antes ni después de 1917.

Lector infatigable, se decía que si el gremio de libreros necesitara un Santo Patrón, debió escoger a Vladimir Ilich Lenin. Adán R.  Ulam, uno de sus biógrafos más críticos,  alude a la capacidad polémica de Lenin: “El adversario terminaba aturdido y se veía obligado a aceptar el evangelio revolucionario de Lenin, o a rebelarse irracionalmente contra el poder que emanaba de ese hombre”  

Trabajando esforzadamente, creó prensa revolucionaria y organización de combate; diseñó la táctica y la estrategia en la lucha por alcanzar sus más elevados ideales; forjó conciencia revolucionaria en millones de personas en todos los países; y abrió un camino de desarrollo que pudo convertir a la vieja Rusia de los Zares, en la Unión Soviética, primera potencia mundial en muy diversos órdenes.

En otras palabras, fue el mayor conductor de la Revolución de entonces. Legó a la humanidad una gloriosa herencia en la lucha por la liberación humana y por la construcción de una sociedad más justa.

Mariátegui lo perfiló nítidamente:  “la figura de Lenin –nos dijo-  está nimbada de leyenda, de mito y de fábula. Se mueve sobre un escenario lejano que como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas…”

Hoy Lenin vive en la memoria de millones de hombres y mujeres que, en todo el mundo, luchan por seguir su ejemplo.

Aunque la URSS temporalmente ha desaparecido, no se han extinguido ni los ideales ni los propósitos que la hieran posible

Por eso se dice que Lenin, a 97 años de su muerte, está siempre entre nosotros; es decir, en la historia.

 

Por REDH-Cuba

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