Exactamente a cinco años, cinco meses y cinco días de las acciones del 26 de julio de 1953, grito de libertad que inauguró una nueva etapa de lucha independentista en nuestra patria, llegaba finalmente al poder la Revolución. Esta vez sí los mambises entraban a Santiago de Cuba. La victoria en esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido en 1898, no pudo ser usurpada, al cerrárseles el paso a las conspiraciones e injerencias externas mediante la movilización del pueblo.

Duro, difícil, lleno de obstáculos había sido el camino; los heroicos barbudos encabezados por Fidel no solo se habían enfrentado a una tiranía sangrienta, bien armada y apoyada por el imperialismo estadounidense, sino también a los pesimismos, derrotismos, prejuicios y dogmas de la época, que subjetivamente lastraban el empuje revolucionario.

La fe en la victoria de Fidel terminó irradiándose hacia toda una nación; se recuperó el orgullo de ser cubano y la confianza en que sí era posible construir un destino colectivo de manera soberana e independiente, que Cuba podía aspirar a ser algo más que una isla de corcho en el concierto de naciones del mundo.

Así, el imposible histórico se transformó en infinita posibilidad; los que habían sido tildados de locos soñadores resultaron ser los más cuerdos representantes de los intereses del pueblo. Quedaron sepultados los supuestos fatalismos históricos y geográficos, las teorías geopolíticas que señalaban la imposibilidad de una Revolución verdadera en Cuba.

Pero en aquella alborada del 1ro. de enero de 1959 no solo se consumaban los ideales de justicia y emancipación de una generación, sino también los de aquellos héroes y mártires que desde el siglo XIX venían luchando y muriendo en desigual contienda frente a la opresión colonialista e imperialista. Cuatro siglos y medio de dominación se venían abajo a partir de ese momento y se emprendía la construcción de una nueva herejía.

«La patria que estaba en los textos —escribió Cintio Vitier—, en los atisbos de los poetas, en la pasión de los fundadores, súbitamente encarnó con una hermosura terrible, avasalladora, el 1ro. de enero de 1959. La teníamos delante de los ojos, viva en hombres inmediatos e increíbles que habían realizado en las montañas y en los llanos aquello que estaba profetizado, lo que fue sueño de tantos héroes, la obsesión de tantos solitarios».

El triunfo de la Revolución Cubana tuvo a su vez un profundo impacto más allá de sus fronteras, marcando un importante punto de giro en el escenario de las relaciones internacionales y la historia de América Latina y el Caribe. Por el mismo punto geográfico en el que Estados Unidos había comenzado a construir con éxito su dominación imperialista en el hemisferio occidental desde finales del siglo XIX —consolidada después del fin de la Segunda Guerra Mundial—, se abría una significativa brecha contrahegemónica, cuyo ejemplo inspiró y aún inspira a otros pueblos del continente deseosos de sacudirse el yugo de la Roma americana.

Un pequeño país personificaría entonces en la vida real la conocida historia de los textos bíblicos del pequeño David venciendo con su honda al gigante Goliat. Jamás el Goliat del norte imaginó tal desafío a las puertas mismas de su imperio, y mucho menos que este sobreviviera por mucho tiempo a los embates de su poderío.

Eisenhower, Kennedy, Jonhson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y Trump, 12 administraciones estadounidenses han intentado todo, ya sea a través de la fuerza o la seducción, para destruir el ejemplo cubano. Una y otra vez han mordido el polvo de la derrota. Sí, han causado daño, muerte y dolor, pero no han podido quebrar la unidad y voluntad de lucha del pueblo cubano, que se asienta en una profunda raíz cultural de resistencia y emancipación.

Fueron realmente premonitorias las palabras de Fidel aquel 8 de enero de 1959 al hablarle al pueblo desde el antiguo cuartel de Columbia, hoy Ciudad Libertad, cuando dijo:

«La tiranía ha sido derrocada, la alegría es inmensa y sin embargo queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil, quizá en lo adelante todo sea más difícil».

La Revolución no se movería en aguas tranquilas, sino en aguas turbulentas a contracorriente de poderosos vientos y sorteando todo tipo de obstáculos; y así será mientras exista el imperialismo, nos empeñemos en construir un mundo diferente y superior al existente y en reparar cualquier injusticia, si fuera de otra forma tendríamos que dejar de utilizar el vocablo Revolución.

El año que terminó será recordado como uno de los más difíciles en la historia reciente de Cuba. Hemos tenido que enfrentar al mismo tiempo los terribles efectos de la pandemia de la COVID-19 junto a las consecuencias de otra pandemia —en este caso en el plano político— que hace 60 años pretende crear hambre y desesperación en el pueblo cubano y con ello el derrocamiento de la Revolución. Me refiero al criminal bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos contra Cuba, cuyo reforzamiento ha llegado a límites insospechados, envuelto en toda una maquinaria propagandística de manipulación, odio y perversidad. Sin duda, asistimos a los últimos coletazos del trumpismo y del lobby anticubano, en su desesperación por destruir el proyecto cubano. La exasperación y estridencia que vemos en nuestros enemigos es reflejo de sus profundas frustraciones ante el récord de fracasos acumulados.

Los que aspiraban a la llamada solución biológica, a que después de la partida física de Fidel la Revolución sucumbiría, han comprobado en la práctica su profunda ignorancia de la realidad cubana, pues la Revolución sigue en pie y Fidel se multiplica en un pueblo dispuesto a continuar haciendo historia en defensa de los más preciados ideales de justicia, para Cuba y el mundo, liderado por nuestro querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, el más fidelista de todos los cubanos y quien como excelente timonel continúa llevándonos a puerto seguro, junto a la continuidad genuina, creativa y brillante, esa que lleva el palpitar del pueblo en su pecho, y que vemos representada en nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

A los que buscan insistentemente una fractura generacional en nuestro país el destino seguirá reservándoles un espacio en las filas de quienes se han equivocado a la hora de leer las esencias de esta nación. Es cierto que todas las generaciones responden a un tiempo histórico, pero hay enlaces espirituales indestructibles que unen a todas las generaciones en una sola generación.

Los jóvenes revolucionarios de hoy nos sentimos indisolublemente ligados a la generación de Martí, Gómez, Maceo, Villena, Pablo, Mella, Guiteras, José Antonio, Abel, Frank, Almeida, Vilma, Melba, Haydée, Ramiro, Fidel, Raúl y tantos otros que han entregado su existencia a la causa de la libertad y justicia social. Esa es la generación de la creación histórica y a la que pertenecen también los jóvenes que escriben la épica revolucionaria de este tiempo, los que sostienen a este país en todos los frentes y nos enorgullecen con sus continuos logros.

Este 2021 será un año preñado de retos y desafíos, pero también de nuevos aprendizajes y triunfos para nuestro pueblo. Será además el año en que celebraremos los aniversarios 60 de la Campaña de Alfabetización, de la declaración del carácter socialista de la Revolución, de la victoria de Playa Girón y de las históricas palabras de Fidel a los intelectuales, así como el cumpleaños 95 del Comandante en Jefe. Y tendrá lugar un acontecimiento de especial trascendencia como el 8vo. Congreso de nuestro Partido Comunista de Cuba.

La epopeya de esta Isla rebelde, humanista y antimperialista continuará escribiéndose día tras día, protagonizando páginas verdaderamente gloriosas, para que Cuba viva.

Por REDH-Cuba

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