Las menciones honoríficas que arrojan las investigaciones de la corte sur de Nueva York y que señalan al presidente de facto Juan O. Hernández Alvarado como co-conspirador cuatro (CC4) en la actividad del narcotráfico en el país en los últimos 17 años, siguen trascendiendo y aumentando en los medios de comunicación nacionales e internacionales. La esperanza de cambio de la población también aumenta en la medida que se evidencia más esa participación en el crimen organizado por parte del máximo representante de los intereses de la oligarquía en Honduras.
Ante la falta de información veraz, solo nos quedan hacer conjeturas con la poca información a la que tenemos acceso y de paso usar el retrovisor de la historia para más o menos imaginar hasta dónde podrían llegar estas acciones de los norteamericanos contra el que ha sido su principal aliado en la región y a quien han apoyado decididamente para consolidar los fraudes electorales y las violaciones a los derechos humanos, que se han cometido sistemáticamente contra la oposición política y social en el país.
En sus declaraciones a la prensa hoy, el mismo Juan O. Hernández insiste en un relato que intenta posicionarlo como el máximo combatiente contra el narcotráfico, la misma narrativa con la que pretende presentarse como una víctima por haber luchado contra poderosos criminales que ahora lo denuncian o “intentan involucrar” con la actividad ilícita. Su historia carece de rigurosidad y los hechos como la prisión de su hermano Juan Antonio Hernández en cárceles estadounidenses también por narcotráfico y el misterioso accidente de su extinta hermana Hilda Hernández, hacen pensar que se agota su historia de inocencia y se acerca su fin.
Sin embargo, frente a estos fenómenos no es posible tener mayores optimismos. El fin de Juan O. Hernández como individuo representativo del crimen organizado, la reacción política y la derecha hondureña será un aliciente para continuar la lucha por la transformación estructural de Honduras, tal vez un buen inicio para seguir bregando en esa dirección, pero de ninguna manera el fin de la estructura criminal de la oligarquía que controla el país y que también recibe todo el apoyo de los gobiernos norteamericanos.
Hemos hablado de la importancia que debe tener el año 2021 a doscientos años del primer intento de independencia que hubo en Centroamérica, luego de liberarse del colonialismo español; uno de los problemas centrales que enfrentamos es que sin el ejercicio de la soberanía y ante el poder que han adquirido los grandes capitales en el control de nuestra economía y la política nacional, las fuerzas internas que se oponen al modelo neoliberal podrían resultar insuficientes, sino logran conjuntarse para derrotarlo pero además sino elevan sus niveles de conciencia y compromiso para comprenderlo y superarlo.
Volviendo a la historia, en la región solo existe el caso de Noriega en Panamá, invasión con la que Bush padre comenzó a mostrar el verdadero rostro del “Consenso de Washington” y también con la que dieron inicio a la profundización del neoliberalismo, avance que se agudizó ante la derrota política y militar de las fuerzas de oposición en Centroamérica, después de la luchas heroicas de nuestros pueblos que se oponían al modelo que profundiza las asimetrías sociales, concentrando la riqueza que genera el trabajo de muchos y muchas, en poquísimas manos. El imperio en esta ocasión, podría llevarse a Juan O. Hernández o defenestrarlo del poder –al igual que hicieron con Otto Pérez Molina-, cambiando una figura presidencial pero garantizando que el sistema no sufriera modificación alguna.
Los cambios reales no vendrán sin el concurso de la lucha organizada del pueblo hondureño, la coyuntura marca una importante inflexión, los enemigos del pueblo tienen la peor imagen de su historia, la que evidencia más su naturaleza, crueldad y cinismo; pero también esta oportunidad se podría perder si la acción de “control de daños” que venga de la embajada y sus instrumentos oligárquicos en el país, logran actuar más rápido que la oposición.
Fuente: El Pulso