El jueves 11 de febrero, en un encuentro con directivos y representantes de los trabajadores de la industria alimentaria, el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, empleó varios conceptos para explicar y precisar la magnitud de los desafíos planteados por la actual coyuntura, de los que solo queremos rescatar tres por su importancia universal y que, además, permiten comprender la fortaleza y la continuidad de la Revolución cubana.

Sin embargo, antes de continuar con este texto desearía aclarar que la intervención orientadora de Díaz-Canel está recogida no de forma literal ni en su totalidad, como es lógico, sino de lo que alcancé a retener en la memoria al seguir ese día el noticiario de Cubavisión y que me provocó una gran satisfacción por constatar las palabras convertidas en ejemplo cotidiano, pues no hay día en que no se vea al presidente de ese país trabajar incansablemente para resolver los problemas que enfrenta la Revolución apelando al método, legado por el comandante Fidel Castro, de diálogo directo con la gente, crítica y autocrítica permanentes, y dando orientaciones cortas y precisas.

Pero volvamos al tema central que nos motiva y explicitemos los tres conceptos desarrollados por Díaz-Canel y que sirvan de experiencia, sin que sea calco y copia, parafraseando a Mariátegui, para la gestión de otros gobiernos progresistas y de izquierda en la Región.

El primero, la importancia de la ideología. El jefe de Estado expresó, en el marco del seguimiento a las tareas derivadas del Ordenamiento Monetario –que ha supuesto varias medidas económicas transversales–, que en esta nueva etapa de la Revolución lo que no se puede perder de vista, como nunca se hizo, es abandonar el trabajo ideológico y que, al contrario, hay que fortalecerlo pues los técnicos del Estado, al igual que el resto de la sociedad, deben estar plenamente convencidos de las causas por las que en Cuba se hizo una revolución.

Las palabras de la máxima autoridad del Gobierno de la mayor de las Antillas se inscriben en la línea de la filosofía de la praxis alentada y materializada por Fidel Castro, quien desde la década de los 90, en plena vigencia del mundo unipolar hegemonizado por los Estados Unidos, hizo un llamado a desplegar “la batalla de las ideas”, y de la que el líder de la primera revolución socialista en América Latina fue un gran combatiente antes y después de dejar todo cargo de responsabilidad estatal y política.

Segundo, la eficiencia. Con una manera muy simple de transmitir sus conocimientos profundos de economía política, Díaz-Canel sostuvo que el trabajo ideológico no está reñido con la búsqueda de la eficiencia. El capitalismo busca desenfrenadamente alcanzar mayores niveles de eficiencia para fines particulares por la vía de ampliar el plusvalor y recortar el tiempo de trabajo socialmente necesario. En el socialismo también hay que buscar la eficiencia pero, a diferencia del capitalismo, no para enriquecer a unos cuantos, sino para favorecer a toda la población. Por ese camino transcurrió la intervención del presidente cubano, en una suerte de retoma, sin decirlo explícitamente, de la reflexión de los clásicos y de Ernesto Che Guevara, quienes insistían que en el socialismo se debe producir más que en el capitalismo y con fines distintos a este, pero que en el caso cubano –hay que subrayar– el bloqueo estadounidense desde la década de los 60 y su endurecimiento en la administración Trump ha puesto ese objetivo cuesta arriba, aunque, como muestra la historia de este país, es una meta irrenunciable.

Tercero, contacto directo y permanente con el pueblo. La gestión pública no puede estar separada del pueblo, hay que estar siempre en contacto directo con la gente. De las palabras de Díaz-Canel es que también se puede deducir la diferencia entre el carácter de una gestión pública en un país capitalista (la tecnocracia, la burocracia y el burocratismo de las élites respecto de la población) y de su naturaleza en un país socialista, o al menos de lo que debería lograr un gobierno progresista y/o de izquierda en la Región (el conocimiento técnico-científico y el servicio público para beneficio de todos y todas). Como buen discípulo de Fidel, conocido es del presidente cubano, posesionado en abril de 2018, su contacto permanente con la gente.

Es más, si bien el Che sostenía que no se puede hablar de economía sin hablar de política, Cuba ha demostrado, sin negar ese principio, que el trabajo político-ideológico, como campo con autonomía relativa, ha servido para que el pueblo comprenda las causas de las limitaciones existentes en la economía y, a la vez, para que el compromiso con la patria se consolide y profundice.

No hay duda que escuchar esta clase de marxismo, sin que haya sido una conferencia ni mucho menos el propósito de Díaz-Canel, a partir de la acumulación de experiencia en la gestión diaria del aparato estatal, inyecta la energía que necesitamos todos y todas en Nuestra América, y hace más comprensible la afirmación cubana, a menos de dos meses que se realice el VIII Congreso Ordinario del Partido Comunista de Cuba (PCC), de que “somos revolución” y “somos continuidad”.

Fuente: La Epoca

Por REDH-Cuba

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