José Martí, poseedor del ideario más acabado del siglo XIX latinoamericano –con perspectivas ideológicas que sobresalían con mucho lo tradicional–, abogó, sin tregua, por hacer realidad la hora de la segunda independencia y frenar, de este modo, la expansión de EE. UU. sobre las tierras de nuestra América. En su estrategia continental, la liberación de Cuba y de Puerto Rico era un primer paso que decidiría la suerte del continente en materia de soberanía.
A partir de 1891, José Martí consagraría todos sus bríos a fundar una institución de nuevo tipo, que vertebrara una sólida unidad revolucionaria, única en la historia de América Latina: el Partido Revolucionario Cubano. Un partido para la emancipación definitiva, proyecto que ya Martí había anunciado a fines de ese año a los exiliados cubanos, y que hubo de compartir, el 3 de enero de 1892, con José Francisco Lamadrid, José Dolores Poyo Estenoz y el coronel Fernando Figueredo Socarrás, en el Club San Carlos, de Cayo Hueso.
A partir del 4 de enero de 1892 se inició un proceso de estudio y aprobación de las bases y estatutos secretos, por parte de la emigración de Cayo Hueso, Tampa y Nueva York. Cada agrupación existente en la emigración, o cada grupo de cubanos que pretendiese formar un club, examinó el manuscrito, propuso lo que estimó provechoso, y una vez aprobados, se notificó la aceptación al órgano supremo en Nueva York. El 10 de abril, a 23 años de la Asamblea de Guáimaro, el periódico Patria daba el alegrón a todos los pundonorosos cubanos.
Como el PRC tenía una acción histórica y una doctrina en función de los intereses del pueblo cubano, en la práctica se desempeñó como el partido de las masas populares cubanas, puesto que la gran burguesía se autoexcluyó y el Partido estuvo constituido, esencialmente, por obreros, campesinos y la pequeña burguesía. El carácter radical de los contenidos del PRC lo convirtió en promotor de la revolución más profunda y democrática en todo el siglo.
En el acta fundacional se apunta que el PRC no se proponía perpetuar, en la república cubana que aspiraba a fundar, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar un pueblo nuevo, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud. Y fue precisamente ese valladar ideológico el que salvó a la revolución de aquellos errores que hicieron comulgar a muchos combatientes de la Guerra Grande, con el Pacto del Zanjón.
El genio político de Martí supo disipar toda duda y fue su espíritu aglutinador, la fuerza capaz de unir el machete glorioso del Generalísimo, la poderosa fuerza de Antonio Maceo y el entusiasmo definitivo de todos lo que hicieron suyas, veteranos y noveles, la fórmula definitiva del triunfo: Con todos y para el bien de todos.
El 23 de diciembre de 1898 Tomás Estrada Palma disolvió el PRC y, poco después, hubo de cerrar para la historia el periódico Patria. Tan canallesca miopía política, como la calificara el eminente martiano Ibrahím Hidalgo, desmovilizó la genial idea del Apóstol y truncó, en su momento, el más hermoso sueño del cubano universal. Pero el Partido de los humildes renació como expresión sincrética del ideario martiano y la vanguardia política en la década de 1920, porque una revolución, sin un partido de avanzada, está sentenciada a sucumbir.