La pregunta la formuló a modo de reflexión el Presidente cubano, a propósito de la peligrosa engañifa que significaría su aplicación en Cuba


Lleno de dobleces al punto de usarse para la injerencia y la muerte y no para la salvaguarda de las poblaciones concernidas —como mentirosamente proclama—, el manejado concepto de asistencia humanitaria ha resultado tan abusivo y ha puesto tan en riesgo los principios de la Carta de la ONU que, para justificarlo, desembocó después en la aprobación de otro postulado cuya sola enunciación es preocupante, por resultar aún más lesivo a la soberanía de las naciones: la doctrina llamada derecho de injerencia, aprobada en los años de 1980.

Unos diez años después de aprobarse, la intervención «humanitaria» de la OTAN en Serbia en 1999  —apenas uno de los operativos deleznables aplicados, supuestamente, para socorrer a ciudadanías en riesgo que más bien culminaron en su escarnio— mostró al mundo, quizá como ningún otro de su tipo, las consecuencias nefastas de ejercer por la fuerza el «derecho humanitario».

Los 78 días de bombardeos salvajes de los aviones de EE. UU. y la Alianza Atlántica golpearon primero a Belgrado y luego arrasaron Kosovo, con un saldo de 2 500 civiles muertos, de ellos, 87 niños y más de 6 000 heridos, —fue el triste precedente de la luego en boga clasificación de «daños colaterales»—. Además, avivaron el conflicto étnico serbio-albanés en el que supuestamente intervinieron para proteger a los segundos, y dejaron daños materiales valorados en más cien mil millones de dólares.

Pero lo más jugoso para los atacantes fue la ganancia política que había animado, precisamente, su intervención, sin consulta ni aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, como requería la norma, al desgajar de Yugoslavia la primera pieza que conduciría, más tarde, al desmembramiento yugoslavo incluyendo, por medio, el apresamiento del presidente yugoslavo, Jaroslav Milosevic, y su enjuiciamiento ante un tribunal de La Haya.

Implementado mediante bombardeos a los que solo faltó un soldado en tierra para convertirse en brutal invasión, el propósito balcanizador de EE.UU. y la OTAN no resultó difícil en medio de la desarticulación del entonces llamado campo socialista, que se había iniciado con el derribo del muro de Berlín.

Después de Yugoslavia

Otras intervenciones con el mismo falso cartel de humanidad han sido aplicadas en épocas recientes y dejado páginas trágicas en países como Granada (1983), acción que inició con el golpe de Estado que defenestró el proyecto encabezado al líder Maurice Bishop y lo asesinó, e hizo desembarcar 1 200 marines de Estados Unidos bajo el pretexto «humanitario» de que se proponían salvar las vidas de estadounidenses en la isla.

Iraq y Libia son otros ejemplos más cercanos en el tiempo. En el primer país, la invasión estadounidense y de los aliados se quiso justificar con el falso argumento de que allí se violaban los derechos humanos, y con la nada humanitaria ni real «razón» de que existían arsenales de armas químicas. Mucho después, los expertos de la Organización Internacional de la Energía Atómica certificaron lo contrario. La operación enroló a más de 150 000 soldados y dejó al país ocupado hasta hoy.

En Libia, la intervención de Occidente condujo al asesinato del presidente Muammar El Khadaffi y provocó la muerte o las heridas a más de dos centenares de civiles como resultado de misiles y bombas: todo, precedido por el calentamiento de los calles mediante la promoción, desde afuera, de las diferencias que condujeron a una virtual guerra civil y permitieron incluir a ese país en lo que se denominó «la primavera árabe».

Propósito fallido contra Venezuela

Hacer llegar a los venezolanos, por la fuerza, «asistencia humanitaria», era el anunciado propósito de la intervención que Washington planificaba contra Venezuela hace apenas dos años, con el apoyo de algunos satélites de la región y la servidumbre de la oposición derechista violenta.

La jugada se puso en práctica una vez fracasados distintos intentos de deponer al Gobierno bolivariano como parte de una guerra multidimensional, y condujo a «líderes» y «dignatarios» cercanos a Washington a protagonizar un bochornoso show en la frontera con Colombia, que los efectivos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana debieron frustrar sin disparar un tiro.

Al condenar ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en reunión acerca del asunto, la peligrosa operación, la embajadora Ana Silvia Rodríguez Abascal, representante permanente alterna y encargada de negocios a.i. ante la ONU, advertiría que «el intento de ingresar a Venezuela mediante la fuerza, con el pretexto de entregar y distribuir una supuesta ayuda humanitaria, constituye una grave violación del Derecho Internacional y de los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, que debe ser denunciado».´

Y agregaría: «Quienes alegan preocupación por la llamada “crisis humanitaria” en Venezuela son los mismos que aplican y refuerzan de forma creciente, medidas económicas coercitivas unilaterales y, por lo tanto, ilegales, contra la hermana República Bolivariana de Venezuela, embargando o congelando sus activos financieros en terceros países; presionando a gobiernos que realizan suministros a Venezuela, a la industria petrolera venezolana y a bancos de terceros países para impedir que realicen transacciones financieras legítimas, incluso en terceras monedas; así como confiscando y robando a la subsidiaria de PDVSA en los Estados Unidos».

Similares argumentos asistirían hoy a Cuba, asediada hace más de 60 años por las medidas unilaterales y extraterritoriales de EE. UU., y abierta a la ayuda humanitaria y solidaria ante las escaseces que el bloqueo magnifica, pero sin injerencias que menoscaben su soberanía.

Conceptos: de la «ayuda» a la injerencia

A propósito del caso venezolano, un artículo publicado por Resumen Semanal en 2019, apuntaba que ese mecanismo «de intervención y guerra contra naciones soberanas» era promovido por el alto mando oficial del Pentágono y sus «socios» europeos de la OTAN.

«Se trata de una herramienta geopolítica usada en algunas regiones del mundo, en el marco de la estrategia conceptualizada por asesores militares de inteligencia como Thomas Barnett y apoyado en la burocracia estadounidense de la mano del almirante retirado Arthur K. Cebrowski», denunció.

De cualquier modo, las amargas recetas de falso humanitarismo han sido cuestionadas por expertos que sufren escalofríos al reparar en que la aplicación tal principio humanitario se sustente en la injerencia, la intervención, y violaciones reales a los derechos humanos de amplias comunidades, que constituyen un desconocimiento flagrante a los principios de la Carta de la ONU.

Un estudio publicado en 2006 por la revista Derecho Uned alertaba que «la injerencia humanitaria, aun incluyendo  la asistencia humanitaria, es más amplia» y «(…) puede requerir la utilización de múltiples  y variadas  medidas como pueden ser la creación  de corredores de seguridad, la implantación de cuerpos policiales internacionales que garanticen  el mantenimiento  de la paz o la reconstrucción  de Estados fallidos e, incluso, la instauración de un gobierno democrático».

Y agrega: «(…)desde esta perspectiva parece difícil hablar de consagración de una posibilidad de injerencia por  razones humanitarias, cuando la noción misma de injerencia  supone una intervención agravada en los asuntos internos  de un  Estado».

Incluso un ente experto en tales asuntos como el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha expuesto sus dudas al reconocer en algún momento que «Desde el punto de vista del derecho internacional humanitario, existe una contradicción inmanente cuando se habla de “intervención” o “injerencia” “humanitarias”, pues el término “humanitario” debe reservarse a la acción encaminada a mitigar el sufrimiento de las víctimas. Ahora bien, la “intervención humanitaria”, tal como se entiende hoy, es una intervención armada que implica a menudo un programa político».

Por REDH-Cuba

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