A la Revolución cubana hay que defenderla sin vacilación o condicionamiento alguno. Nadie dude, ni un solo instante, en apoyarla con toda energía y sin el más mínimo reparo. Esto es válido, tanto para las amigas y los amigos de otros países que siempre han sido solidarios con ella a sabiendas de que las condiciones y las características de sus propias luchas, correlaciones de fuerzas y/o concepciones programáticas son diferentes a las de Cuba, como para las cubanas y los cubanos que desean espacios de diálogo, debate, concertación y construcción de consensos sobre de dónde viene, dónde está y hacia dónde va nuestro socialismo.
Amplia repercusión tienen, y seguirán teniendo, las denuncias del macro ataque cibernético contra Cuba, realizado desde los Estados Unidos y con fondos de los contribuyentes de esa nación, a partir del 15 de junio de 2021, catalizador de los inusuales brotes de protestas violentas en diversas partes del territorio nacional, ocurridos el domingo 11 de julio y los días subsiguientes. Este es un «granito de arena» que la administración de Joe Biden «le pone» o «le deja poner» al endurecimiento sin precedentes de las agresiones contra todo el pueblo cubano que heredó del gobierno de Donald Trump.
Como tantas veces lo ha hecho a lo largo de más de 61 años, en las últimas semanas el imperialismo norteamericano hizo «una punción» en la sociedad cubana, para medir si su genocida política de agresión, amenaza, aislamiento político y bloqueo económico y comercial, había producido el «descontento suficiente» para asestarle un golpe de muerte a su sistema socialista, al estilo de las llamadas revoluciones de colores que hace más de tres décadas y media estallaron en Europa oriental. Esta vez la «punción» encontró más «descontento utilizable» del que yo calculaba, pero la correlación social y política de fuerzas sigue siendo mayoritaria y decisivamente favorable a la Revolución.
No hay espacio ni lugar para duda o confusión alguna. A la Revolución cubana hay que apoyarla con toda firmeza. Lo digo en forma explícita: ni las corrientes con remotos orígenes populares convertidas en funcionales a la democracia burguesa, como la socialdemocracia, escapan hoy del largo brazo de la concentración extrema de la propiedad, la producción y el poder político. Ninguna escapa de ser parte orgánica de la democracia neoliberal del capitalismo real, mucho menos en aquellas naciones donde se produjo el «efecto de rebote» de la restauración capitalista derivada del derrumbe del bloque euroasiático de la segunda posguerra mundial.
Aunque no hay relación ni comparación posible entre las «revoluciones de colores» y la historia pasada y presente de la Revolución Cubana, cabe recordar que, según el célebre historiador Eric Hobsbawm, cuando los gobernantes europeos orientales dejaron sus cargos:
Fueron reemplazados […] por los hombres y ([…] muy pocas) mujeres que antes habían representado la disidencia o la oposición y que habían organizado (o, tal vez mejor, que habían logrado convocar) las manifestaciones de masas que dieron la señal para la pacífica abdicación de los antiguos regímenes. […] Se habló mucho de «sociedad civil», es decir, del conjunto de organizaciones voluntarias de los ciudadanos o de las actividades privadas que tomaban el lugar de los estados autoritarios, así como del retorno a los principios revolucionarios antes de que los distorsionara el bolchevismo. Por desgracia, como en 1848, el momento de la libertad y la verdad duró poco. La política y los puestos desde los que se dirigían las cuestiones de estado volvieron a manos de quienes normalmente desempeñan esas funciones. Los «frentes» o «movimientos cívicos» se desmoronaron tan rápidamente como habían surgido.[1]
Y a ese párrafo, Hobsbawm le insertó una nota a pie de página que añadía:
El autor recuerda una de esas discusiones en una conferencia en Washington durante 1991, en que el embajador español hizo bajar de las nubes al recordar a los jóvenes (en aquel tiempo casi todos comunistas liberales) estudiantes y ex estudiantes que sentían poco más o menos lo mismo tras la muerte del general Franco en 1975. En su opinión, la «sociedad civil» solo significaba que los jóvenes ideólogos que por un momento se encontraban hablando en nombre de todo el pueblo se sentían tentados a considerar aquello como una situación permanente.[2]
Refundar el socialismo cubano es el único medio de preservar la soberanía nacional y crear condiciones para la emancipación plena y el desarrollo económico y social del país. Esta refundación tiene que basarse en el pensamiento antiimperialista, latinoamericanista, ético e incluyente de José Martí, y en la concepción de teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, que no solo se nutre de los aportes fundacionales de los clásicos, sino de toda la amplitud, diversidad, complejidad, riqueza y debate acumulados en la interminable marcha del viejo topo de la historia, con sus experiencias positivas y negativas pasadas y presentes. Eso presupone acabar de practicarle el exorcismo al marxismo‑leninismo soviético, aún resiliente en Cuba pese haber transcurrido más de tres décadas y media del estallido de la crisis terminal del socialismo real en Europa oriental, y tres décadas exactas de la disolución y desmembramiento de la propia Unión Soviética. Imprescindible es darles el lugar que les corresponde a todas las ideas emancipadoras y socialistas que labraron la historia de Cuba: a las de Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras, José Antonio Echevarría, Raúl Roa García y muchos otros luchadores y luchadoras de extraordinarios méritos.
La situación por la que atraviesa Cuba es, ante todo, resultado de la desestabilización de espectro completo,[3] que a partir de la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, en diciembre de 1998, azota a todos los gobiernos y todas las fuerzas políticas de izquierda y progresistas de América Latina, sin distinción alguna entre los objetivos, programas y políticas de cada uno de ellos. Esta estrategia no está solo destinada a derrocar o derrotar a la Revolución cubana y los gobiernos latinoamericanos y caribeños que quieran transformar revolucionariamente sus respectivas sociedades, sino también a los que, en forma moderada y gradual, se proponen realizar reformas sin afectar los fundamentos capitalistas del sistema político y social. El capitalismo realmente existente de nuestros días necesita que en América Latina y el Caribe impere una «democracia» basada en lo que Zemelman llamó la «alternancia dentro del proyecto»:[4] una «alternancia» entre Bolsonaro y sus pares en Brasil, entre Macri y sus pares en Argentina, entre Uribe, Duque y sus pares en Colombia, y así sucesivamente en todos los países.
Tanto en Cuba como en el resto de la región, la efectividad de la desestabilización de espectro completo es directamente proporcional a la cantidad y la gravedad de los errores, las deficiencias y las debilidades de cada gobierno, movimiento popular y fuerza política que dicha estrategia logra detectar y utilizar en contra de ellos, y esa efectividad se multiplica mientras más proyectos y procesos transformadores o reformadores logra derrocar, derrotar o colocar en situaciones extremas. Para los gobiernos, los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe, defender a Cuba es defenderse ellos mismos, mientras que para Cuba defender a esos gobiernos, movimientos y fuerzas políticas es defenderse a sí misma.
Solo así se podrá crear, defender y mantener un espacio de intercambio franco y respetuoso en el que Cuba socialice sus experiencias sobre la relación entre gobierno y poder, y sobre la necesidad de que el poder sea resistente a toda prueba, y las fuerzas populares de América Latina y el Caribe socialicen con ella las suyas sobre cómo convertir la diversidad social y política en fuerza social y política, cómo construir colectivamente nuevos conocimientos y posicionamientos políticos, y cómo conducir procesos participativos de concertación, construcción y renovación de la unidad social y nacional.
A todas las compañeras y todos los compañeros que durante más de cuatro décadas hemos luchado juntos, con posiciones unas veces concordantes y otras discrepantes, pero siempre constructivas, respetuosas y amistosas, en el Foro de Sao Paulo, en el Foro Social Mundial, en los Seminarios Internacionales «Los partidos y una nueva sociedad», en la Asamblea de los Pueblos del Caribe y en otros espacios, redes y campañas de movimientos populares y fuerzas políticas de izquierda y progresistas, les pido pleno respaldo a la Revolución Cubana en este momento definitorio.
Por su historia, por su obra nacional y por su labor internacionalista, Cuba merece ser apoyada y defendida. A ese mérito y ese derecho bien ganados, se le añade la realidad contundente e incontrovertible que apoyar y defender al socialismo cubano es la premisa esencial para poder refundarlo. ¿Cómo refundar un proyecto emancipador al que se dejó morir cuando se le podía salvar? ¿Cómo refundar al proyecto histórico de la Revolución de Octubre de 1917, después que la marchitaron y la dejaron morir?
Estoy consciente de que, además de invocar el mérito y el derecho bien ganados por la Revolución cubana, que la hacen merecedora de apoyo, respaldo y solidaridad, también invoco que la defensa del socialismo cubano es condición esencial hoy para su refundación mañana, un proceso de diálogo, debate, concertación y construcción de consensos que aún no se ha abierto, que no se sabe si se abrirá, ni cómo, cuándo y sobre qué base será, si es que algún día se produce, pero lo que sí se sabe es que, si no defendemos al socialismo cubano hoy, nunca se despejarán esas incógnitas.
Los que, quizás sí o quizás no, podrían ser los primeros pasos muy preliminares de ese proceso se estaban dando cuando los hechos del domingo 11 de julio y días subsiguientes nos obligaron a priorizar lo fundamental: la defensa de la Revolución. En mi caso personal hacía semanas que venía escribiendo una serie titulada «El “triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba», cuyo artículo final «se me quedó en el tintero» y, día a día, hago el ejercicio de actualizarlo y reactualizarlo a tono con el flujo de los acontecimientos, sin saber qué dirá exactamente cuando vea la luz. En ese contexto fue positivo escuchar al presidente de la República y primer secretario del PCC, Miguel Díaz Canel Bermúdez, decir en el acto por al 60 aniversario del discurso de Fidel conocido como «Palabras a los intelectuales», efectuado el 28 de junio de 2021: «Me honra ratificarles hoy que “Dentro de la Revolución” sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo». Yo espero que pronto podamos transitar por esa senda.
A todas y todos los internacionalistas hermanos les pido su apoyo irrestricto a la nueva dirección del Partido Comunista de Cuba y del Gobierno Revolucionario cubano. Es una labor titánica ser continuidad de la generación fundacional que condujo la edificación socialista a través del primer gran período histórico de la Revolución Cubana. Es titánico asumir semejante responsabilidad, con avatares añadidos como haber enfrentado, de inicio, un desastre de aviación, luego un tornado en la Ciudad de La Habana, también los embates de huracanes, a todo lo cual se sumaron el recrudecimiento sin precedentes del bloqueo decretado por Donald Trump, el azote de la COVID 19 y, para colmo, la «punción» del imperialismo norteamericano a la sociedad cubana, que registra un mayor «descontento utilizable» para la desestabilización de espectro competo.
Con ese reconocimiento concluyen estas páginas, escritas con la convicción de que el futuro de la Revolución cubana depende de la emancipación de América Latina y el Caribe, tanto como la emancipación de América Latina y el Caribe depende del futuro de la Revolución cubana.
Roberto Regalado es Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas, licenciado en Periodismo y profesor de inglés, miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
[1] Erick Hobsbawm: Historia del siglo xx, Crítica, Barcelona, 2009, p. 486.
[2] Ibíd.
[3] El término desestabilización de espectro completo es una respetuosa paráfrasis de los conceptos guerra de espectro completo y dominación de espectro completo formulados por la luchadora social, profesora e investigadora Dr. Ana Esther Ceceña, que abarcan una multiplicidad de elementos políticos, ideológicos, económicos y sociales, incluida la amenaza y el uso de la fuerza y el uso de técnicas de guerra sicológica, cuyo efecto es similar al de un terremoto que no se detiene y al de un pulpo que golpea, a un mismo tiempo, con todas sus patas. Véase: «Los golpes de espectro completo», en (https://www.alainet.org), 25‑5‑2014 (consultado 14‑7‑2021).
[4] Véase a Hugo Zemelman: «Enseñanzas del gobierno de la Unidad Popular en Chile», Gobiernos de izquierda en América Latina: el desafío del cambio, Beatriz Stolowicz (coordinadora), Plaza y Valdés Editores, México, 1999.