Sobre los que creyeron que la Revolución se venía abajo el 11 de julio, ya escribí, pero, su conducta actual me obliga a repetirme.
Ellos se apresuraron a dar su apoyo a quienes el miedo los hizo visualizar como posibles triunfadores, por eso dijeron estar con el pueblo y calificaron de represión, lo que fue un acto de respuesta para frenar la violencia. En realidad tomaron partido por una ínfima minoría, compuesta principalmente por contrarrevolucionarios y delincuentes que llenos de odio trataron de implantar el terror y el caos en las calles de varias ciudades del país.
Buscando perdones se olvidaron del decoro y adoptaron el discurso enemigo, así le otorgaron la representación absoluta de los jóvenes cubanos a los que participaron en las revueltas, invisibilizando a la gran mayoría de ellos que no se dejaron confundir y se mantuvieron firmes al lado de la Revolución. Muchos salieron a enfrentar a los irracionales para protegernos a todos del paroxismo de odio de estos. Ignorar eso fue y es injustificable.
Resultó que se equivocaron y ahora cuando vuelve a reinar la calma, no pocos han quitado de sus muros de Facebook las pruebas de su flojedad y sin valor para rectificar se sumergen en un silencio cómplice. Digo cómplice porque ya se sabe que no hubo espontaneidad en el surgimiento de las revueltas y que fue el dinero el elemento movilizador de los que las orquestaron. Así lo han reconocido varios de los “pacíficos”.
Sin embargo, nada han dicho de la violencia de sus defendidos, como también callan ante: el acto de terrorismo cometido contra la embajada cubana en Francia, las incitaciones a la violencia y a los actos de terror que se hacen desde la Florida, el bloqueo, y la declaración injerencista, mendaz e inmoral de la Unión Europea con respecto a la actuación de las autoridades cubanas el 11 de julio.
Esas conductas me han hecho recordar lo expresado por Fidel cuando el país se adentraba en el periodo especial, palabras de una vigencia extraordinaria para estos momentos. El líder histórico de la revolución cubana sentenciaba: “En los tiempos difíciles el número de vacilantes aumenta; en los tiempos difíciles y eso es una ley de la historia, hay quienes se confunden, hay quienes se desalientan, hay quienes se acobardan, hay quienes se reblandecen, hay quienes traicionan, hay quienes desertan”.
El 11 de julio y días posteriores, se pudo apreciar la validez de esa sentencia.
No entendieron o el miedo no los dejó entender lo que nos estábamos jugando, algo que nos indicara Fidel en 1992, lo cito, “…esta generación de cubanos se está jugando hasta la última gota de sudor y la última gota de sangre derramada a lo largo de nuestra historia, desde 1868 hasta hoy; se está jugando la independencia de la nación cubana; se están jugando no solo la Revolución y el socialismo, se está jugando la propia nación”.
Con cosas tan sagradas en juego, no puede haber vacilaciones o confusiones.
Ellas fueron las que se defendieron el 11 de julio; y las que seguiremos defendiendo cualesquiera sean las circunstancias, los peligros o las amenazas.
No pondré nombres ni siquiera mencionaré el sector donde más aparecieron ese tipo de conductas, todos los sabemos. Sentir miedo es de seres humanos, a nadie se le puede reprochar haberlo experimentado, pero no es lo mismo sentirlo, a dejarse dominar por él, renunciar a los principios que se han dicho defender, renegar de la que tanto les ha dado y ceder ante el enemigo.
Es por eso que, los que tartamudearon, cantinflearon o se apresuraron a tratar de borrar sus “pecados” revolucionarios, lanzándole flores a los adversarios de la patria, temerosos de la victoria de estos y callan lo que deberían denunciar y rechazar, arrastrarán por el resto de sus vidas la vergüenza de haberle fallado a Cuba y a la inmensa mayoría de su pueblo en momentos en que se estaba definiendo el destino de la nación.
A Cuba hay que ponerle corazón y a ellos les faltó.
La historia los condenará.
Fuente: Blog del autor