Néstor Kohan nació en Argentina en 1967, el mismo año en que era asesinado el Che Guevara en Bolivia. Creció en una América Latina donde aún se respiraba la genuina aspiración de la revolución continental; la misma América que sufría sangrientas dictaduras.
Filósofo estudioso de la obra de Simón Bolívar, Karl Marx, Antonio Gramsci, Ernesto Guevara y Fidel Castro, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, donde además ejerce la docencia.
Cuba podría ser para él un segundo hogar. No solo lo atan a la nación caribeña vínculos formales, como haber sido jurado del Premio Casa de las Américas; aquí tiene amigos muy queridos, entrañables, algunos que ya no están entre nosotros, como el maestro de tantos marxistas cubanos: Fernando Martínez Heredia.
En su hoja de ruta destaca haber sido fundador de la Escuela Nacional Florestan Fernandes de Movimiento Sin Tierra de Brasil, la coordinación de espacios como el Grupo de Investigación de CLACSO «Marxismos y Resistencias del Sur Global» y la Cátedra Che Guevara, su rol de investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, o su militancia en la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad.
Coherente representante del marxismo latinoamericano, en varias ocasiones se le ha visto inmerso en polémicas con seguidores, lo mismo del eurocentrismo, el posmodernismo, el liberalismo o el marxismo ortodoxo. Sus investigaciones han sido traducidas al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, árabe, idish, euskera, gallego y catalán. De su más reciente título, publicado por la editorial Ocean Sur, estuvimos conversando.
¿Por qué escoge textos de los argentinos Haroldo Conti y Daniel Hopen como antesala del libro Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft»?
Haroldo Conti, de orígenes cristianos (estudió el seminario para sacerdotes) es uno de los grandes escritores de ficción de Argentina. Fue jurado en Casa de las Américas (Cuba), primero, y luego obtuvo dicho premio por una de sus novelas más famosas. Daniel Hopen, más joven y de sólida formación marxista, provenía de la sociología. Fue profesor de la Universidad de Buenos Aires y también periodista. Ambos estuvieron estrechamente vinculados política, ideológica y emocionalmente con la Revolución Cubana, al punto que uno de los seudónimos de Hopen era «el cubano».
Los dos fueron militantes revolucionarios y ambos denunciaron en reiteradas oportunidades los intentos de cooptación de la intelectualidad latinoamericana por parte de instituciones aparentemente «inocentes», pero en el fondo íntimamente ligadas a los aparatos de inteligencia del Estado norteamericano. Por su militancia antimperialista y por sus tareas como intelectuales críticos, los dos fueron secuestrados y desaparecidos.
Encabezo mi libro sobre los debates en torno a la hegemonía y la contrainsurgencia del siglo XXI con fragmentos de ambos por dos razones. Primero, a modo de homenaje a nuestros 30 000 compañeras y compañeros desaparecidos. Y, en segundo lugar, por la abrumadora actualidad de sus espíritus rebeldes, reacios a «acomodarse» con el poder imperial, negándose a recibir dinero «altruista» de esas fundaciones estadounidenses con fachada de «sociedad civil», pero que todo el mundo sabía en aquella época, y continúa sabiéndose hoy en día, que respondían a una política de estrategia contrainsurgente. Siguiendo sus enseñanzas, no podemos naturalizar la injerencia y el accionar de la contrainsurgencia en el ámbito de las artes, la cultura, las ciencias sociales, las letras ni tampoco en los movimientos sociales.
El pensamiento de Antonio Gramsci es medular en sus reflexiones. ¿Cuáles son las principales ideas gramscianas que sustentan las tesis del presente libro?
Gramsci ha sido manipulado al infinito. Desde la socialdemocracia y el liberalismo hasta el autodenominado «posmarxismo» (en realidad, exmarxismo) y los llamados «estudios poscoloniales». Lo han intentado convertir en un tímido partidario de los acuerdos parlamentarios y en un inofensivo posmoderno que especula en forma diletante sobre «asuntos culturales», desvinculándolo de todo proyecto revolucionario y estrategia de confrontación. ¡Como si su encarcelamiento y lento asesinato, ejercido con crueldad y a cuentagotas, a manos del fascismo italiano, hubieran sucedido «de casualidad»!
Tratando de rescatar su pensamiento revolucionario nos hemos opuesto a los intentos de pasteurizarlo, descafeinarlo y volverlo un ícono light, fácilmente domesticable y adaptable para los fines más diversos. Como pensador revolucionario, ardiente admirador de Lenin y la revolución bolchevique, pensador de las periferias y las clases subalternas, militante clandestino durante años de la Internacional Comunista, Gramsci reflexionó a partir de una derrota, la del movimiento de los consejos de fábrica de Turín.
Y en esa reflexión que parte de la interrogante: «¿Por qué perdimos?», llega a indagaciones que poseen una actualidad escandalosa. Adoptando la teoría leninista de la hegemonía, Gramsci la perfecciona, la pule, la desarrolla y la convierte en clave de bóveda del marxismo revolucionario. Rompiendo el dualismo entre «la alta cultura» y el sentido común popular, sus principales conclusiones apuntan a que la hegemonía debe recrearse cotidianamente. El sistema capitalista, el imperialismo, los diferentes fascismos y la contrainsurgencia no solo asesinan, torturan, hacen desaparecer gente, vigilan, persiguen, censuran y encarcelan a la militancia revolucionaria. Al mismo tiempo construyen hegemonía. No solo en el plano más fácilmente observable de «las grandes ideologías» sino en los ámbitos minimalistas, pero no menos efectivos, de la vida cotidiana.
El concepto de «ideología» es polisémico. El marxista británico Terry Eagleton ha identificado y sistematizado no menos de 26 nociones y significados diferentes de esta categoría. Pero en términos convencionales «ideología» suele remitir a sistemas formales de ideas, hipótesis y teorías. En cambio, la teoría de la hegemonía incorpora ese contenido, posee un plus sumamente atractivo. La influencia y la dominación de las clases dominantes y las potencias imperialistas no solo se ejerce sobre «las ideas», sino también sobre los sentimientos, emociones, valores y vivencias de la cotidianeidad, aparentemente «no políticas» y presuntamente ajenas a los discursos políticos. La hegemonía no solo constituye una dirección política y moral sobre los sectores populares subalternos y los pueblos oprimidos, sino también una estructura de sentimientos que se recrea cotidianamente en los ámbitos más íntimos de la subjetividad popular.
Por eso la reflexión de Antonio Gramsci se torna tan eficaz a la hora de pensar los mecanismos predominantes a los que apela el capitalismo tardío, imperialista y neocolonial, en pleno siglo XXI.
La generalización para todo el orbe, y en particular para Nuestra América, del tristemente célebre american way of life no se logra solo con grandes hipótesis y teorías, ni con sistemas formales de ideas. Tampoco con una editorial de un periódico oficial, sea The Washington Post o The Miami Herald. Se logra a través de películas románticas y de acción, a través de la música, la vestimenta y los gustos personales, inducidos mediante el marketing y toda una ingeniería de propaganda que opera en el campo del inconsciente colectivo, prostituyendo, incluso, los mejores descubrimientos de Freud. ¡Todo está sometido a la disputa y a la confrontación! Hasta las fantasías y los sueños más íntimos. El capitalismo no respeta nada, ni siquiera los ámbitos más privados de la intimidad que, para el sentido común, quedarían al margen de cualquier disputa geopolítica, cuando en la vida real eso no sucede.
Para el caso específico de Cuba, la inmensa red de telaraña contrainsurgente que se emplea cotidianamente desde instituciones oficiales o paraestatales de Estados Unidos, con una masa gigantesca de dinero que se le roba a la ciudadanía estadounidense y se emplea para aplastar toda disidencia, ha perseguido y continúa intentando ganar las emociones, los sentimientos y las fantasías del pueblo cubano. Ese accionar ha empleado todas las formas de lucha, apelando a diversos estilos y combinando distintos modos operativos. Desde los más violentos y terroristas como poner una bomba en un hotel turístico o hacer explotar en el aire un avión civil hasta los más «inocentes» que recurren a masificar símbolos nacionales norteamericanos en camisetas y pañuelos o promocionando música comercial de muy baja calidad, colonial, misógina y machista.
El objetivo apunta a deslegitimar la Revolución Cubana mientras se trata de vender la peregrina ilusión de que la Florida es «La Nueva Tierra Prometida». Un lugar relativamente cercano (90 millas) donde se puede llegar a ser fácilmente «norteamericano» sin saber hablar inglés, jugando al dominó con los pies descalzos y en camiseta. Una pretendida «utopía» de mesa de saldos, que reaparece en mil películas aparentemente «apolíticas».
El antiguo «sueño americano», de grandes pretensiones y descomunales promesas, hoy está hecho añicos. El imperialismo estadounidense hace agua por todos los flancos. Vive una crisis humanitaria de envergadura, con cientos de miles de personas abandonadas y fallecidas. Ya nadie se cree el cuento del presunto «reino de la Libertad», en una sociedad donde, sin Malcolm X ni las Panteras Negras, a un simple ciudadano estadounidense de piel oscura se le pone una rodilla en el cuello y se le asesina lentamente y a la vista de todo el mundo, para que el mundo afrodescendiente y latino aprenda la lección.
Como aquel viejo «sueño americano» ha perdido su antigua credibilidad ante la opinión pública mundial, ha sido reemplazado por el premio consuelo de… la Florida y Miami, donde la cultura no brilla precisamente por su originalidad. Si al pueblo argentino pretendían venderle desde hace un siglo París como imaginaria ensoñación de «capital cultural» de la modernidad eurocéntrica (haciendo abstracción del imperialismo francés, genocida y torturador en Indochina y Argelia); al pueblo cubano hoy pretenden venderle la Florida y Miami como «el mejor de los mundos posibles». Una mercancía degradada y de cuarta categoría, difícil de comprar hasta en una feria de baratijas.
Las reflexiones de Gramsci nos permiten desmontar semejantes operaciones de guerra psicológica (como las denominarían los teóricos Karl von Clausewitz y Liddell Hart), de fabricación industrial del consenso (como la llamarían Noam Chomsky) y de recreación cotidiana de la hegemonía, para emplear la terminología del marxista italiano.
Las pretensiones imperiales que pretenden minar la hegemonía socialista de la Revolución Cubana, usando sus propias palabras, han tratado de «crear artificialmente una jabonosa y falsa «izquierda» —todas las comillas incluidas—, no revolucionaria, ajena y reacia al legado inasimilable de Fidel Castro y el Che Guevara». ¿Cuán peligrosa es esta falsa izquierda? ¿De qué manera ha pretendido legitimarse?
Debemos reconocer en nuestros enemigos cierta cuota de flexibilidad. Utilizando una metáfora derivada del fútbol, el imperialismo ha tenido cierta «cintura política» (alusión a los históricos jugadores de fútbol, como Messi, Maradona, Pelé o Garrincha, que amagan ir por izquierda y luego mueven con habilidad y mucha flexibilidad la cintura y pasan a su adversario por derecha).
La investigadora Frances Stonors Saunders ha demostrado que la CIA, la más famosa de las instituciones de contrainsurgencia a nivel mundial, aunque no la única ni la primera, con tal de derrotar a sus enemigos estratégicos (la Revolución Cubana en primer lugar) se ha permitido en no pocas ocasiones apelar a otras «izquierdas» para deslegitimar el paradigma revolucionario.
Haciendo un paralelismo pedagógico, sucede lo siguiente. Si quisiéramos horadar la prédica de la Iglesia Católica Apostólica Romana, un enemigo del catolicismo podría poner dinero, hacer entrevistas, promocionar en la televisión y los grandes medios a otras religiones que disputan con la Iglesia Vaticana. ¿Por qué se cree en otro Dios? No. Sino porque resulta muy sencillo destruir al enemigo, oponiéndole discursos y corrientes aparentemente similares, que a primera vista parecen pertenecer a la misma familia, cuando en realidad trabajan en sentido radicalmente opuesto y antagónico.
Con el socialismo y el comunismo sucede algo parecido. Para destruir el prestigio y el atractivo de procesos sociales emancipadores y destruir el carisma de sus principales liderazgos, qué mejor que emplear ciertos discursos aparentemente «progresistas», pero que en el fondo apuntan todos sus cañones a deslegitimar y a destruir el atractivo popular de la tradición anticapitalista y antimperialista.
No es casual que la CIA haya empleado a Daniel Bell, exmarxista, para promover la falsa tesis del «ocaso de las ideologías». No es tampoco aleatorio que en sus proyectos de penetración imperialista y cooptación de intelectuales, la Agencia haya financiado —a través de instituciones paragubernamentales, que se presentan como si fueran «la sociedad civil» aunque reciben sus abultados millones siempre del Estado norteamericano— a antiguos sociólogos exmarxistas en proyectos contrainsurgentes. Nadie más útil para el imperialismo que una persona renegada y conversa. Porque los conversos necesitan rendir examen cada día para demostrar que ya no son lo que alguna vez fueron. Y por eso se convierten en los más entusiastas militantes de las causas contrarrevolucionarias.
En Nuestra América hemos asistido en las últimas décadas a la proliferación de ataques y campañas sistemáticas contra todos los procesos con pretensiones emancipatorias (incluso sin ser marxistas, comunistas o socialistas, sino tan solo con aspiraciones de cambios graduales) llevados a cabo en nombre de…. ¡el ecologismo!… ¡las teorías poscoloniales!… ¡el republicanismo «socialista»!… ¡el «feminismo» liberal! y varios otros discursos y constelaciones que a primera vista semejan pertenecer a la misma familia revolucionaria, pero cuando se produce un golpe de Estado como el que Estados Unidos organizó en Bolivia en noviembre de 2019 (con armamento represivo proporcionado por gobiernos de extrema derecha como el de Mauricio Macri en Argentina), varios exponentes de estos discursos «progres» salieron rápidamente a apoyar y justificar el golpe.
¿No resulta curioso? ¿Qué izquierda genuina se sumaría tan livianamente a un golpe de Estado contra el movimiento indígena que vejaba mujeres quechuas y aymaras, y quemaba en público la bandera de los pueblos originarios? Cuando uno se pone a indagar sobre los y las personajes en cuestión, presuntamente «ecologistas-ambientalistas», supuestamente «feministas poscoloniales», «autonomistas situacionistas», que apoyaron abierta y automáticamente el golpe contra Evo Morales y Álvaro García Linera, ¿qué encuentra? Que todos ellos y ellas, de modo invariable, habían recibido previamente becas Guggenheim, «ayudas desinteresadas» de la Fundación Ford, «pasantías académicas» en Gringolandia y otras escorias de la misma calaña.
En el caso de los «progres» devenidos abruptamente en antichavistas y antibolivarianos, sucedió exactamente lo mismo. Siempre aparece el mismo dinerillo asomando la punta de sus billetes en los bolsillos de esta exótica «izquierda», que no es izquierda, y que ha funcionado y opera como el Caballo de Troya del imperialismo. El supuesto «progresismo» cubano, con dinero de la Fundación de Soros y la Fundación Ebert en sus cuentas bancarias o debajo del colchón no es la excepción. Todo lo contrario. ¡Confirma la regla!
Eso sí, cuando se les pone al descubierto chillan, se victimizan, se ubican en el rol de «incomprendidos» o «perseguidos». Pretenden no pagar un costo político por ponerse al servicio del imperio y terminar viviendo de ese dinero sucio. ¡Pobre gente! No saben que el imperialismo los utiliza un tiempo y los descarta. Roma (y Washington) no respetan a los desertores ni a las personas conversas. Los usan y los tiran al poco tiempo al tacho de basura. Viven sus cinco minutos de fama. Se compran un departamento y algunos objetos suntuarios, hacen tres o cuatro viajes lujosos, visitan un par de universidades prestigiosas (creyendo que los convocan porque son «brillantes» y van para el Premio Nobel). Pero cuando ya no son útiles, quedan automáticamente fuera de escena y terminan sus vidas de manera triste y mediocre, porque renegaron de su propia identidad y su propia historia.
El caso emblemático del intelectual cubano Jesús Díaz es arquetípico. Fue brillante y acabó triste y solitario. Hoy proliferan otros de menor valía que ni siquiera llegan al nivel de Jesús Díaz, quien coronó su periplo renegando de su propia obra y como un peón servil del PSOE español, la socialdemocracia de la OTAN.
Usted habla de una disidencia cubana que posa de «socialdemócrata» y «republicana». ¿Por qué escoger esos términos para autodefinirse? ¿Qué trampas pueden existir detrás de esas adjetivaciones?
La nación cubana, que se forja en lucha contra el colonialismo español y el naciente imperialismo norteamericano, ha vivido muchas revoluciones. La que triunfa en 1959 es la más famosa, pero no es la primera ni la única. Cuando Fidel Castro y el Che Guevara todavía no habían logrado ir a la escuela primaria, ya habían sucedido otras revoluciones previas en la Isla. Por lo tanto, la Revolución Cubana que derroca a la dictadura a comienzos de 1959 se nutre de esa riquísima historia política y cultural previa. Nunca fue uniforme. Ha sido heterogénea desde su origen hasta el día de hoy.
El liderazgo de Fidel —siguiendo las enseñanzas de José Martí— logró aglutinar esa diversidad de afluentes y tradiciones que en pleno proceso de ofensiva imperialista —incluyendo una invasión militar derrotada, donde el imperio de Monroe y Adams cayó humillado ante una pequeña Isla irreverente— se terminaron conformando como una organización comunista.
Ese nuevo comunismo cubano de los años sesenta, reivindicando con orgullo la herencia insurgente de Lenin, nunca fue una copia especular de las experiencias del Este europeo. Las palmeras cubanas jamás tuvieron nieve. En ese comunismo confluyeron, se amalgamaron e incluso llegaron a fusionarse desde corrientes nacionalistas revolucionarias, pasando por vertientes cristianas revolucionarias hasta las antiguas organizaciones comunistas más tradicionales, con una historia previa al liderazgo de Fidel (recibiendo el apoyo de las religiones de origen afrodescendiente, ninguneadas y despreciadas por la Iglesia oficial de aquel momento). De ahí la enorme riqueza y el poderoso atractivo de una revolución que convoca a todo el universo revolucionario sin dogmas preconcebidos ni anteojeras sectarias.
Los pequeñísimos núcleos que hoy intentan venderse como una «izquierda novedosa» a través de un formato «socialdemócrata» y «republicano» en la feria de las ideologías, se esfuerzan por desmontar esa prolongada acumulación político-cultural de masas pacientemente construida por Fidel. Y los caracterizamos como «pequeñísimos núcleos» porque son realmente microscópicos, y ni siquiera han logrado formar una organización sólida, con un programa unificado, una ideología coherente, un liderazgo de masas. Hablemos con claridad. Tres blogs y dos páginas de internet son tan volátiles y efímeras como una nube en medio de una tormenta caribeña, aunque cuenten con mucho dinero proveniente de Estados Unidos, Alemania, y propaganda de la Florida.
No se animan a atacar con nombre y apellido a Fidel simplemente porque —si se me permite una expresión argentina— no les da el cuero. Es decir, no les alcanza la gasolina. No tienen espalda. Pero está claro que su objetivo es tumbar todo lo que Fidel enseñó (no solo en sus infinitos y kilométricos discursos, sino en su práctica política).
Como Fidel, a diferencia de Stalin o de otros líderes lejanos, no dejó monumentos grandilocuentes ni ciudades con su nombre ni nada similar… ¡difícil atacarlo! ¿Qué estatua de Fidel van a intentar demoler si Fidel no dejó estatuas y así lo hizo saber en sus últimos días de vida? Entonces la operación les resulta más complicada y difícil. Pero su intento solapado, apenas disimulado y con bastante torpeza, consiste básicamente en: (a) desmembrar la unidad de la diversidad lograda bajo el liderazgo de Fidel; (b) dentro de ese arcoíris revolucionario que en Cuba asumió el nombre de «comunismo», pero que encierra muchos universos culturales diferentes, pretenden, con un macartismo muy difícil de esconder, apelar al cuchillo y el escalpelo para diseccionar, extirpando de raíz todo lo que tenga perfume comunista y tirarlo a la letrina; (c) al interior de esa galaxia polifacética que Fidel logró agrupar, eligen destacar las vertientes políticamente más moderadas y timoratas, aquellas que en los años sesenta fueron hegemonizadas por las posiciones más radicales de Fidel, Raúl y el Che Guevara; (d) llegado este punto, se esfuerzan por pegar un saltito un poco más audaz todavía: pretenden reflotar todo lo que existía antes del triunfo revolucionario de 1959, idealizando la república (se niegan a reconocer el carácter neocolonial de esa república, la disfrazan y encubren, afirmando tramposamente que sueñan con una «república» social al estilo de los países nórdicos, pero debajo de la vestimenta se nota la hilacha); (e) al idealizar el mundo previo a 1959, no vuelven a Mella y Guiteras, antimperialistas radicales (¡que jamás hubieran recibido un billete yanqui!), partidarios de la revolución socialista y la lucha armada, sino que se detienen en la Constitución de 1940 como presunta «panacea» jurídica que resolvería mágicamente todos los males, deficiencias, falta de comida, petróleo y jeringuillas, producto del bloqueo ya sexagenario; (f) en todo ese intento de disección y desarticulación del proyecto aglutinador, antimperialista y anticapitalista, condensado bajo el símbolo de Fidel (aunque en realidad siempre ha sido y es un proceso colectivo, pues «Fidel» es el nombre con el que se conoció a nivel mundial un proceso colectivo y de masas), niegan el papel del imperialismo en las dificultades cotidianas del sistema político y social cubano.
¿Por qué hacen caso omiso del bloqueo, intentando trivializarlo y banalizarlo? Porque estos pequeñísimos núcleos «republicanos» y liberales, aunque posan de eruditos y muy formados, niegan la teoría del imperialismo y la teoría marxista de la dependencia. Como sus elaboraciones suelen ser bastante débiles y deshilachadas, con no poco plagio del eurocomunismo español y el social-liberalismo italiano, no han formulado un rechazo explícito de la teoría del imperialismo y la teoría marxista de la dependencia. No lo han formulado sencillamente porque carecen de sistematicidad. Van armando y desarmando discursos según la ocasión y según sus patrocinadores (o «mecenas», como se prefiera). Pero en la práctica, al desconocer el papel predominante, condicionante y determinante, del bloqueo norteamericano, han abandonado (y renegado de) la teoría del imperialismo.
Si fueran más coherentes, más formados a nivel teórico y más sistemáticos, estos exóticos exponentes del «republicanismo socialdemócrata» cubano deberían hacer una crítica detallada y fundamentada contra la teoría del imperialismo (que a Lenin le llevó construir desde 1893 hasta 1916 y que hoy en día han actualizado desde John Smith hasta Andy Higginbottom, por no hacer una lista demasiado extensa de teóricas y teóricos contemporáneos). ¡Ni siquiera se han tomado el trabajo! Porque para hacer esa crítica, deberían invertir años de estudio y lo que ellos necesitan, como sus patrocinadores y mecenas, son resultados rápidos e inmediatos. ¡Aquí y ahora! Por eso ni siquiera llegan a ese nivel de elaboración.
De allí que esta exótica «socialdemocracia republicana» tiene mucho más de marketing y de contrainsurgencia mediática que de teoría elaborada y programa político realista y serio. Es una chapucería ecléctica que toma de aquí y de allá, haciendo una ensalada sin mayor rigor teórico-político y con la mente puesta en el impacto que cada declaración pueda llegar a tener en Miami y Madrid. Es un discurso de ocasión.
Hoy se venden en ese formato «»epublicano» pero mañana pueden presentar otro. ¡Sin ningún problema! Según coticen las acciones de quienes patrocinan, protegen, promocionan y difunden a estos personajes que, lamentablemente, se dejan usar. Sospecho que en un tiempo los descartarán sin mayores miramientos. Sinceramente, una auténtica lástima. Porque en ese momento, cuando el imperio los descarte, no podrán dar marcha atrás. Ya han perdido el respeto revolucionario y dudo que lo vuelvan a conquistar.
Menciona con evidente dolor que personas amigas, valiosas y queribles ahora aparecen vinculados a esta contrainsurgencia «soft». ¿A qué podrá deberse ese cambio en la manera de actuar, de pensar, de militar? ¿Acaso es un nivel de pensamiento crítico honesto que somos incapaces de asimilar?
¡Esa es la pregunta del millón! No tengo la bola de cristal. Tampoco creo en el tarot. Sospecho que se han sumado diversas circunstancias. Una cuota enorme de egocentrismo y narcisismo, afán de figuración, un sentimiento difuso de que «ahora es mi hora y nadie me la va a quitar».
Quienes desde muy jovencitos hemos elegido un camino de vida, siempre supimos y seguimos sabiendo que tan solo somos militantes de base. Que nadie es insustituible. Que en las grandes confrontaciones populares y prolongadas, los militantes y las militantes aportamos nuestro granito de arena y ya. Eso te proporciona una serenidad espiritual ya que no aspiras a ser «la estrella». Pero bueno, hemos tenido suerte, porque en nuestro caso, hemos aprendido de padres que ya eran militantes y, habiendo logrado escapar de las amenazas de asesinato y desaparición del general Videla, siempre nos enseñaron eso. Somos pequeñas hojitas en el gran tornado de la revolución como alguna vez dijo, palabras más, palabras menos, un Libertador de principios del siglo XIX.
En cambio, si creemos que «llegó nuestra hora», «ahora viene el recambio y yo quiero un lugar destacado», estamos mal. El enemigo conoce las debilidades de cada persona. Nos estudia con lupa y microscopio. Alguno tiene debilidad por el dinero o los objetos de consumo suntuario. Aquella otra persona se deja seducir por alguien con mucha belleza y sensualidad. La de más allá muere por el protagonismo y «la fama». ¡Muchos talones de Aquiles! El enemigo estudia con paciencia y clasifica en forma singular. Y opera sobre esas debilidades personales de cada quien. Y comienza a operar en el momento oportuno. Quien se desespera por estar en el centro de la escena, le ofrecerán un lugar destacado. Lo invitarán, lo pasearán y lo harán «sentir importante». No le darán el dinero en el primer encuentro, no son tontos. Son pacientes. Dejan que la comida se cocine lentamente. Trabajan a largo plazo.
El enemigo mezclará la seducción intelectual y una remuneración acorde (¡justo en una época de grandes necesidades económicas para los sectores populares!), el ofrecimiento «altruista y sin pedir nada a cambio» de un sitio pago de internet «para decir lo que venga en gana» (pero sabiendo que hay que decir ciertas cosas… y no hay que decir otras… porque, sino, se acaba el financiamiento del sitio web).
Además de todo eso, probablemente haya existido alguna torpeza en algunas autoridades circunstanciales, algún funcionario que no lo trató con suficiente respeto y eso generó rencores (el enemigo lo sabe, lo estudia y lo aprovecha).
Y envolviendo esas múltiples circunstancias, estos giros políticos se producen en un momento histórico donde las ideas revolucionarias y los proyectos socialistas y comunistas no son hegemónicos. Creo que no hay entonces una explicación unívoca sino una acumulación de múltiples condicionantes.
Pero, si una persona es revolucionaria y está completamente segura de sí misma, por más discusiones que haya con un funcionario, por más necesidades materiales que se atraviesen, jamás aceptaría la manzana envenenada del enemigo. Apelo a un nombre que lo explica todo para el caso cubano. Fernando Martínez Heredia. Murió como vivió: de pie. Sin ceder jamás medio milímetro. Tuvo muchas discusiones. Tuvo necesidades materiales en su vida cotidiana (recuerdo su baño, su cocina, su vestimenta). Pero si alguna vez le acercaron una manzana envenenada, estoy segurísimo que la debe haber escupido. ¡Un maestro!
En Argentina he conocido mucha gente similar, incluyendo a mi padre, quien murió trabajando en tres empleos al mismo tiempo. Sin humillarse jamás y rechazando cargos de suma importancia para no traicionar las enseñanzas del Che y de Fidel, a quienes juntos admiramos y quisimos.
Cada uno elige el camino de su vida. Que se haga cargo. Y que no se queje luego, si decide morder la manzana envenenada, de que le hacen «asesinato de reputación», es decir, de que lo critiquen por trabajar codo a codo con el enemigo. La expresión «asesinato de reputación» me suena a una bufonada. Una falta de respeto a nuestros y nuestras miles y miles de asesinados en la vida real.
Uno de los subtítulos del texto de su libro «La pluma y el dólar» es «La CIA y las ciencias sociales». En Cuba ocurre un fenómeno interesante: periodistas, intelectuales, cientistas sociales, artistas, niegan recibir el apoyo de la Agencia —que tiene un pasado sanguinario como para que alguien admita con orgullo que recibe sus fondos—; en cambio, reconocen ser asalariados de determinadas ONGs, cuyos vínculos con la CIA han quedado en evidencia en disímiles ocasiones.
No soy quién para dar lecciones al pueblo cubano. Pero si sucede eso, evidentemente hay una crisis ideológica. Y yo agregaría: un desarme moral (como lo denominaría Karl von Clausewitz). Se puede trabajar en muchos lugares. La historia de la clase trabajadora es la historia del trabajo en lugares incómodos. ¿O a los obreros y obreras les encanta fabricar automóviles para un empresario millonario, dejando parte de su vida en esa faena? Pero hay límites, ¿no es cierto? Quien pierda esos límites, ha perdido la brújula de su vida. Le puede pasar a cualquiera. Pero eso sí. Que no pretenda hacerlo livianamente y con cara de feliz cumpleaños. Quien toma la decisión de trabajar para las fachadas culturales de la CIA que se haga cargo. El enemigo le palmeará la espalda. Y le brindará sonrisas. Pero el campo revolucionario, como mínimo, lo criticará. ¿Puede sorprenderse de esa crítica? ¿Eso implica que estamos ante un «régimen totalitario» porque se critica a quien colabora con el imperialismo a cambio de dinero? ¡Tremenda desfachatez! Quien cruce el charco, quien muerda la manzana envenenada, pagará un costo político. Naturalizar la traición como si fuera algo normal y cotidiano no es sinónimo de «libertad» y «pluralismo». Todo lo contrario. Es perversión pura. No debemos acostumbrarnos a la perversión. Lo más saludable es rechazarla y combatirla.
No hace falta recurrir a Lenin y los bolcheviques. No hace falta recordar a Fidel y al Che. Simplemente desde Sigmund Freud, que no era socialista ni comunista, me animo a contestar: ¡No nos acostumbremos ni naturalicemos la perversión!
En su libro aparecen citados con bastante frecuencia medios privados que desde Cuba o fuera de ella, sostienen un discurso de confrontación con el gobierno cubano; algunos se autodenominan «medios independientes». Como lector foráneo y a la vez conocedor de la realidad cubana, ¿qué opinión tiene de la manera en que estos medios construyen el tema Cuba?
He trabajado toda mi vida, desde jovencito; la mayor parte de ese trabajo estuvo vinculado a la educación pública. Sin embargo, durante ocho años he trabajado en el diario argentino Clarín, en su suplemento cultural, comentando libros. Este diario es el principal diario de la derecha argentina. He tenido el honor de participar de huelgas sindicales y asambleas masivas de trabajadores y trabajadoras contra los empresarios de Clarín. Algunos antiguos compañeros de trabajo utilizaban la expresión «nosotros, Clarín». Yo siempre me referí a «ellos». He aprendido mucho de esos años de «periodista». Toda la vida Clarín se presentó, hasta el día de hoy, como «periodismo independiente». Escribo esto y se me escapa una carcajada. ¿Independiente? ¡Por favor! No existe el periodismo independiente. Es el ABC de la profesión. Recuerdo haber estudiado de muy joven un libro formidable de un compañero chileno, Camilo Taufic: Periodismo y lucha de clases. «Informar es dirigir», explicaba este teórico que no solo conocía el mundo de la prensa sino que además era un experto en comunicaciones y en cibernética. Recomiendo la lectura de ese libro que se consigue gratis en internet.
Como parte de las tareas de contrainsurgencia, diversas agencias estatales norteamericanas (siempre presentadas como integrantes de «la sociedad civil» [risas del coro]) vienen tratando desde hace años de demonizar al gobierno de la Revolución Cubana. Todo lo que aparezca es un medio vinculado a las instituciones revolucionarias automáticamente —diga lo que diga, aunque explique cómo cocinar una sopa— es equiparable con la materia fecal. En cambio, todo lo que digan estos medios no pertenecientes al Estado cubano, aunque sí a otros Estados que los financian, en su gran mayoría (no todos, pero en su gran mayoría) aparece como «creíble».
Haber construido esa matriz llevó décadas. La vieja radio Martí llama a la risa y la ironía. Burda, macartista, colonialista. Sin embargo, en esta nueva etapa de la contrainsurgencia, el imperio de Monroe y Adams ha logrado avanzar un pequeño paso, satanizando la prensa vinculada a la Revolución, utilizando para ello la dictadura del algoritmo y las redes de comunicación de las que son propietarios y administradores.
Quizás, no lo sé, pero sospecho que un error importante puede haber consistido en mantener dentro de la prensa y la televisión vinculadas al gobierno cubano cierto anquilosamiento, lo que de manera indirecta contribuyó al descreimiento de la población. ¡Algo que se puede revertir con inteligencia y lucidez! Recuerdo haber visto noticieros del ICAIC sobre la vida cotidiana cubana realizados por Santiago Álvarez que eran lo opuesto a la inercia y a un discurso centrado en consignas formales.
Creo que uno de los enormes desafíos que tiene por delante la nueva generación de la Revolución Cubana es recrear ese espíritu crítico de Santiago Álvarez en la prensa gubernamental. Que se discutan allí los problemas reales de la población. Que no se esconda nada. Si se retoma el camino revolucionario, original y creativo de los noticieros de Santiago Álvarez, esos medios mal llamados «independientes» (blogs, páginas webs, etc.), financiados directamente por la contrarrevolución y la contrainsurgencia del imperialismo, seguramente perderán su atractivo y terminarán como terminó radio Martí, en la risa popular y el desprecio frente a un anticomunismo galopante y enfermizo.
¿Cuán sintonizados están los discursos de estos medios «independientes» con los de los intelectuales vinculados a la contrainsurgencia «soft»?
No vivo en Cuba. No tengo ni el tiempo ni la forma de seguir al detalle cada uno de estos medios, seudo «independientes», que de por sí me resultan a veces demasiado naive, exageradamente brutos, y aunque quieren aparentar profundidad e incluso sarcasmo (contra la Revolución) me aburren por su escasa formación política.
Hablan de «dictadura», «totalitarismo» y «represión» con tanta liviandad, que cualquier persona mínimamente informada de un país capitalista no puede menos que reírse. No lo digo para ofender ni para lastimar. Pero me dan lástima. Se los nota de acá hasta el planeta Neptuno que jamás han vivido una represión en serio y menos que menos una dictadura de verdad. Parecen escritos por niños malcriados. Son medios que magnifican y deforman las noticias como la peor prensa amarillista del mundo capitalista.
Ejemplo concreto. Las personas fallecidas por la COVID-19. Muchos de esos medios sugieren que las autoridades hoy al frente de la Revolución Cubana han perdido el control y todo es un caos. Hace poco tiempo le escribí a un amigo cubano comparando cifras de personas fallecidas en Argentina y en Cuba por la pandemia. Dado que la Argentina tiene cuatro veces más población que Cuba, habría que multiplicar por cuatro las personas fallecidas en la Isla, para poder comparar. Los datos que comparé pertenecen al día 26 de julio de 2021, Argentina tenía 104 000 personas fallecidas; en cambio, Cuba tenía ese mismo día 2 417 personas fallecidas. Dado que la población cubana es cuatro veces menor que la población de Argentina, habría que multiplicar por cuatro las personas fallecidas en Cuba.
Entonces, en aquella carta a mi amigo cubano le escribí:
Si multiplicamos 2 417 por cuatro, sería igual a 9 668 personas cubanas fallecidas. Aunque resulte doloroso, porque cada vida singular vale todo, podríamos estadísticamente redondear que Cuba tendría que tener 10 000 personas fallecidas para esa fecha, y aún así Argentina tuvo diez veces esa cantidad. Una simple comparación en términos no absolutos sino relativos. Los llamados «medios independientes» jamás hicieron ese tipo de ejercicio informativo. La presunta «falta de control» en la Isla, comparada con un país capitalista (dependiente) de desarrollo medio, como Argentina, no resistía dos segundos. Era una falacia absoluta. Manipulación pura y dura.
En cuanto al campo intelectual cubano, no creo que hoy sea homogéneo, porque nunca lo fue. Lo sé porque en 1993 entrevisté a Fernando Martínez Heredia (casualmente en medio de un apagón del «período especial») y de su mano aprendí muy rápidamente que jamás existió esa falsa unanimidad «totalitaria» que hoy se le atribuye a la sociedad cubana («el régimen», como gustan escribir en Miami, mientras denominan «democracia republicana» a un país como Estados Unidos que abolió la esclavitud 60 años después que Haití, 50 años después que Simón Bolívar, y que aún hoy tolera la tortura como algo «normal» —basta ver el cine de Hollywood, donde la tortura es algo corriente— y que admite desfiles neonazis y supremacistas en el Capitolio norteamericano sin mayor rubor).
Como no es homogéneo, creo que los segmentos intelectuales cooptados por el imperio son una ínfima minoría. Ruidosa, porque siempre tuvo privilegios de viajar al exterior y gracias a esos privilegios (y relaciones internacionales) se hace notar. Pero ni en términos cuantitativos ni en términos cualitativos, creo que represente algo sustantivo. De allí que hoy se torna urgente dejar atrás todo complejo de inferioridad y salir a contestarle a esta gente que perdió el rumbo, que dejó caer la brújula y hoy no sabe como reacomodarse en este mundo capitalista en crisis aguda.
Repiten slogans de la guerra fría, fuera de época. Pretenden reflotar la ideología del «antitotalitarismo» nacida bajo el macartismo, en la pluma de Hannah Arendt, quien en 600 páginas pretende homologar comunismo y nazismo y le dedica tan solo dos renglones —¡dos renglones!— en una perdida nota al pie al macartismo que persiguió a artistas, promovió la delación, hizo listas de «gente prohibida», cultivó el antisemitismo y la misoginia. Una capitulación lastimosa. El «peaje» que tuvo que pagar Hannah Arendt para que la dejaran sobrevivir en la Academia estadounidense, que de pluralista no tiene nada.
Basta leer la correspondencia privada de Charles Wright Mills con su familia y el modo en que vivió en zozobras, vigilado todo el tiempo por el FBI por su apoyo a la Revolución Cubana. Y eso que Wright Mills era toda una «autoridad» en el terreno sociológico. Sin embargo, tenía que dormir con una pistola en la mesa de luz por miedo a que lo asesinaran. ¿De qué «pluralismo» nos hablan? Pero reflotar hoy aquellas viejas doctrinas «antitotalitarias» pergeñadas hace setenta años, en pleno furor macartista, resulta patético.
Estos escasos intelectuales cubanos que apelan a esos guiños anticomunistas tienen altísimas probabilidades de terminar como François Furet y Ernst Nolte, quienes relativizaron los crímenes nazis, dejándose llevar por su anticomunismo visceral. Pero en el caso cubano, cualquiera de estas conductas invariablemente vendrán acompañadas por el carácter neocolonial, porque nadie en su sano juicio puede hacer abstracción de la omnipresencia norteamericana en cada uno de estos debates.
Si se logra constituir una «socialdemocracia» cubana —de lo cual tengo mis serias dudas— no se parecerá a la de Suecia o a la de Noruega. Tendrá el sello inconfundible de Puerto Rico (no el del heroico Puerto Rico que lucha desde hace largo tiempo por su independencia, sino el del Puerto Rico oficial, arrastrado, servil y sumiso ante el amo imperial).
De la mano del imperialismo y su sucio financiamiento, no hay posibilidades de «terceras vías», promovidas hace un par de décadas en Europa por Anthony Giddens y otros sociólogos de dudosa estirpe. Al lado de la cerca del amo imperial y bajo la sombra de sus árboles, quienes renieguen de la lucha nacional antimperialista y de los proyectos que con mayor o menor fortuna han intentado iniciar la transición al socialismo, terminarán humillándose sin pena ni gloria.
¿Por qué este libro? ¿Por qué ahora?
Por método, yo no escribo libros de manera «espontánea». Los planifico. Me planteo problemas, formulo una serie de interrogaciones, busco toda la bibliografía posible, la estudio al detalle, una y otra vez, escribo bosquejos, los dejo «descansar», vuelvo a reescribir, retorno a la bibliografía, encuentro nuevas fuentes y recién después de un largo proceso, publico un libro. Pero así ocurre cuando uno se plantea abordar un problema teórico de largo aliento. Algunos libros me llevaron años.
En el caso de este libro ocurrió algo distinto. Yo venía investigando hace tiempo la historia de la contrainsurgencia. Remontándome a los campos de concentración que implementaron los colonialistas españoles en la isla cubana a fines del siglo XIX y pasando inmediatamente a las doctrinas nazis. Allí me detuve no solo estudiando «clásicos» nazis como Hitler y Alfred Rosenberg, sino también estudios psicoanalíticos (Wilhelm Reich, Erich Fromm) que intentaban explicar las razones por las cuales el pueblo humilde e incluso segmentos de la clase obrera se adhirieron a los nazis.
Estudié luego la contrainsurgencia francesa en alguno de sus principales ideólogos terroristas. Pasé más tarde a la contrainsurgencia norteamericana, heredera de los nazis y los terroristas franceses (a los teóricos de la contrainsurgencia argentina, genocida, ya los tengo estudiados desde hace décadas). Y mientras estaba estudiando esa dilatada y nauseabunda historia, «me choqué» con el affaire San Isidro, el texto «Articulación Plebeya» y demás.
Eso me obligó a postergar (provisoriamente) mi libro planificado. Pegué saltos en el tiempo y me puse a leer a los teóricos actuales de las «revoluciones de colores», los «golpes blandos» y el soft power. Esos estudios me permitieron dimensionar lo que estaba pasando en Cuba. Algo que ya había sucedido en la Venezuela bolivariana y también en el golpe de Estado de noviembre de 2019 contra el gobierno indígena de Bolivia (donde estuve semanas antes del golpe). Cuba no era ni es una excepción. Aunque así lo presenten en Miami.
Discutir de modo aislado el tema Cuba tiene connotaciones clarísimas. Presupone hacer completa abstracción de: (a) todos los golpes («duros» y «blandos») que se han sucedido en los últimos años en el continente; (b) las diversas estrategias de contrainsurgencia en danza con el complejo militar-industrial de Estados Unidos, más allá de quién dirija la Casa Blanca; (c) la crisis general del sistema capitalista a escala mundial.
Ubicar metodológicamente los problemas sociales internos de Cuba dentro de ese contexto otorga sentido a sucesos aparentemente «inexplicables». Esa es la metodología dialéctica que nos enseñó Marx (desde los primeros borradores de El Capital de 1857 en adelante). A esta altura, pretender aislar una formación social del sistema mundial imperialista es un despropósito típico de ignorantes o de mercenarios.
En cambio, responsabilizar exclusivamente y ensañarse malintencionadamente contra el gobierno de la Revolución Cubana, sin mencionar la eclosión de una crisis multidimensional que ya es planetaria, no solo es una falacia, sino que carece completamente de seriedad política e intelectual. Excepto que las fuentes de «información» sean tres o cuatro pasquines indigeribles de Miami…
Pretender desconocer el resurgir de las «nuevas» derechas filo-nazis en el Estado español, en Francia, en Alemania, e incluso en el corazón de los Estados Unidos, y pensar que el mundo se circunscribe a La Habana, Matanzas y San Antonio de los Baños, ¿cómo decirlo sin ofender? Digamos que genera una leve sonrisa apenas piadosa (para ser elegantes). Taparse ojos y oídos frente a los manotazos de ahogado —recrudecimiento del bloqueo mediante— que en su declive están pegando el conjunto de instituciones estatales norteamericanas ante la evidente pérdida de su rol privilegiado como hegemón y gendarme mundial, difícilmente ayude a explicar nuestro tiempo presente.
Por eso me decidí a publicar este libro sobre la Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft». Para intentar contextualizar los debates, desmontando la red de falacias y manipulaciones que hoy se presentan en un formato aparentemente «republicano» y «socialdemócrata» pero que en el fondo intentan desmembrar los hilos tejidos pacientemente por Fidel en función de la hegemonía socialista y la defensa irrenunciable de la soberanía cubana (y nuestro-americana) frente al imperialismo norteamericano.
Fuente: Contexto Latinoamericano