Como parte del reciclaje epidérmico del Capitalismo frente a la inevitabilidad de su deceso histórico, sobre todo después del  desmoronamiento de la URSS y el desplome del modelo socialista de Europa del Este y, legitimando las conclusiones de sus teóricos del fin de la Historia y del encumbramiento del neoliberalismo globocolonial frente a cualquier alternativa al sistema capitalista, comenzaron a revisar y perfeccionar sus métodos y mecanismos de dominación, “descubriendo”, que sus armas habían sido derrotadas históricamente por las fuerzas de los explotados y desposeídos, por lo que decidieron apropiarse descaradamente de los símbolos y métodos de luchas populares.

Gene Sharp, todavía embriagado con el triunfo del capitalismo sobre el socialismo en la Guerra Fría, revela que después de lecturas “…de la libertad humana y la naturaleza de las dictaduras (desde Aristóteles hasta los analistas del totalitarismo)…”[1]llegaba a la conclusión de que en la historia humana había importantes, efectivos y decisivos métodos de lucha no violentos (sin empleo de armamento convencional) capaces de “derribar dictaduras”. Desde esa fecha hacia acá se ha aplicado ciencia y millonarios recursos financieros y tecnológicos para desarrollarlos y perfeccionarlos, el último parto es el Manual de Guerra No Convencional de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.

Hoy vemos con horror e indignación el derrocamiento de gobiernos populares, legítimos y democráticos, pero incómodos y desconocidos para el poder imperial, con los métodos de lucha empleados por los explotados y desposeídos de siempre: sublevaciones populares, marchas infinitas, manifestaciones masivas, protestas gigantescas y prolongadas en el tiempo, tácticas de guerrillas callejeras, clandestinaje, sabotajes, huelgas, llamamientos, pronunciamientos públicos, peticiones grupales, el uso de símbolos de lucha nacionales, empleo del arte y la literatura para canalizar los sentimientos de justicia… y un largo etcétera.

Como todo medio, el fin lo define el portador y sus intereses.

En el caso cubano la estrategia de destrucción de la Revolución está diseñada en la diabólica combinación del desgaste económico provocado por el criminal y prolongado bloqueo comercial, financiero y económico de los Estados Unidos contra Cuba, el impacto negativo en la salud física y psíquica del pico pandémico en el país, con la rémora de gastos materiales y financieros para su enfrentamiento y la aplicación milimétrica y oportunista del Manual de Guerra No Convencional para crear, como proclama, entre otros voceros y testaferros digitales, como el autodenominado grupo subversivo “Acción Libertaria Nacional” (ALN) “…un clima de inseguridad total y de ingobernabilidad absoluta” y “…luchar  contra esa dictadura por todos los medios y hasta las últimas consecuencias y a ganar la libertad y el derecho de construir un futuro mejor”[2].  El llamado se resume en disturbios despiadados, odio, caos e ingobernabilidad, no importe la tragedia o el luto en la familia cubana.

Llegado a este punto nos cuestionamos: ¿las protestas en Cuba son legítimas o ilegítimas?, ¿quiénes se benefician con ellas?

Sobre la legitimidad se refrenda en la Constitución de la República, en sus artículos 54 y 56 que: “El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión…”[3] “Los derechos de reunión, manifestación y asociación, con fines lícitos y pacíficos, se reconocen por el Estado siempre que se ejerzan con respeto al orden público y el acercamiento a las preceptivas establecidas en la ley”[4]. Por tanto en Cuba no es ilegal manifestarse por  vía masiva, grupal o individual, lo ilegal es hacerlo de la manera en que hemos visto y se ha documentado. Lo ilegal es violar lo preceptivo establecido en la Ley.

Es importante que se recuerde o conozca que en el artículo 45 de la citada Constitución se establece: “El ejercicio de los derechos de las personas solo está limitado por los derechos de los demás, la seguridad colectiva, el bienestar general, el respeto al orden público, a la Constitución y a las leyes”[5].  Los actos vandálicos, el desorden y el caos que acompañaron las protestas de los grupúsculos anexionistas y desgraciadamente de no pocos confundidos, no tuvieron en cuenta estos preceptos constitucionales, por tanto resultaron ilegítimos.

Legítima fue la respuesta popular y revolucionaria,  amparada por el artículo 4 de la Constitución, en donde se asienta que “La defensa de la patria socialista es el más grande honor y deber supremo de cada cubano. La traición a la patria es el más grave de los crímenes, quien lo comete está sujeto a las más severas sanciones. El sistema socialista que refrenda esta Constitución es irrevocable. Los ciudadanos tienen derecho a combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”[6].

El pueblo, al llamado y ejemplo de su Presidente, ejerció legítimamente su derecho constitucional cuando quedó demostrado que la contrarrevolución y la delincuencia buscaba abiertamente derrocar el orden político, económico y social cubano.

Aunque se mantiene, como diría el destacado analista y periodista uruguayo Walter Martínez, en pleno desarrollo la matriz y objetivos de la escalada político-mediática del gobierno norteamericano, sus transnacionales socio-digitales, la OEA y algunos gobiernos lacayos del área latinoamericana, el beneficio del aspirable caos, ingobernabilidad y destrucción de la Revolución cubana, se les espantó.

Ahora son el pueblo y el Gobierno de Cuba, los que desde una profunda y revolucionaria autocrítica,  desde el análisis de las causas propias de las protestas, desde una mejor gestión gubernamental para resolver pospuestas y dilatadas soluciones a problemas individuales y comunitarios, y desde una consolidada unidad nacional, los que  se han convertido, paradójicamente, en los verdaderos beneficiarios. Así es Cuba, desde el Moncada[a], hasta acá, convierte los reveses en victorias.

Notas:

[a]El 26 de julio de 1953, el joven Fidel Castro Ruz y otros compañeros atacaron la segunda fortaleza militar más importante del régimen dictatorial de Fulgencio Batista, el cuartel “Moncada”, ubicado en la región oriental del país, en Santiago de Cuba. Esta acción militar fracasó en ese frente, pero en lo ideológico y en la acumulación de útiles experiencias, resultaron decisivas para el ulterior triunfo revolucionario. Al decir de Fidel fue el motor pequeño que echó a andar el motor grande: la Revolución.

 

[1] Gene Sharp. “De la Dictadura a la Democracia. Un sistema conceptual para la liberación”. The Albert Einstein Institute. Boston. Estados Unidos. 1993. P.  VIII del Prefacio.

[2] Maby Martínez Rodríguez. “El manual de guerra contra Cuba y quiénes lo ejecutan”. Periódico Granma. 21 de julio 2021. P. 2.

[3] Constitución de la República de Cuba. Editora Política. La Habana. 2019. P. 17

[4] Ídem. P18.

[5] Ídem. P. 16.

[6] Ídem. P. 2.

Por REDH-Cuba

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