Hacer una Revolución –lograr la liberación humana, podría decirse- es extremadamente difícil. Semeja al ascenso de una montaña jamás antes explorada.
Hay que mirar siempre la cima -aseguraba un hombre que conocía muy bien el tema: Lenin-. Partir de un lugar apropiado, escoger la ruta, limpiar el camino, retirar los abrojos y las las piedras, retroceder, comenzar de nuevo, cuidarse de las lluvias y de los lodazales, de los desprendimientos que a veces caen de la montaña, protegerse de los vientos, desandar el camino recorrido, empezar otra vez con el mismo propósito, hasta que finalmente, será posible llegar al objetivo anhelado.
Todo eso pudo comprobarlo en carne propia Salvador Allende, que hace 49 años, un día como hoy, ofrendó su vida en el empeño de liberar a su pueblo de la opresión capitalista y redimirlo, alcanzando sus propósitos por un ruta nueva: el socialismo.
Siempre tuvo la misma idea en su cabeza bullente. Pero quizá no pensó que ella estallaría un 11 de septiembre de 1973, en medio de un fragoroso combate que le fuera impuesto por las fuerzas de la reacción interna y externa.
Los documentos secretos liberados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, dan cuenta de las maniobras encubiertas, de las partidas en dólares, de los enjuagues turbios manejados en el empeño por acabar de una vez para siempre con el proceso chileno, con su gobierno y con su pueblo. La CIA y el fascismo estuvieron entonces de la mano, como en otros tiempos y en otras latitudes. Pero siempre al servicio del Capital.
Hay quienes piensan que la muerte de Allende cerró el camino de una utopía: lograr ese propósito por la vía pacífica. Pero eso no es exacto. Hoy, en distintos confines de planeta, muchos revolucionarios transitan por el mismo derrotero y están dispuestos –como él- a luchar hasta el fin, o caer en la contienda
Lo que les importa, es lo mismo que importó a este médico de Valparaíso que hizo historia: abrir las alamedas por las que transite el hombre libre. En esa tarea está su Chile hoy, y están también muchos pueblos de la tierra.
En la Patria de Neruda, el pasado domingo, tuvo lugar un referéndum constitucional. Más del 60% de los ciudadanos votó en contra del proyecto que les fuera planteado en reemplazo de la Constitución vigente. Algo menos del 40% expresó su conformidad con el texto alcanzado por la Convención Constituyente ya fenecida.
Bien podría decirse que, en el marco de esa consulta, primó el miedo: el miedo a lo desconocido, miedo a lo que vendrá. Y que se impuso el viejo adagio: más vale malo conocido, que bueno por conocer.
El resultado de la consulta, no invalida la esencia del tema. No implica un retorno al pasado, ni demuestra que la gente se aferra a la Constitución pinochetista varias veces reformada, ni al “modelo” Neo Liberal. Solo afirma que la ciudadanía no se mostró conforme con el texto que le fuera consultado. Espera otro, que recoja mejor sus sentimientos y aspiraciones.
Chile es un país de una muy rica historia. Ha conocido diversas variantes: desde gobiernos progresistas como el de Frente Popular de Aguirre Cerda, y el de Salvador Allende. También ha sabido de dictaduras siniestras, como las de Ibáñez del Campo, Gonzales Videla y Augusto Pinochet. Unas y otras, le han obligado a macerar en sangre sus anhelos y esperanzas.
Cuando a fines del año pasado eligió a Gabriel Boric como un mandatario, en realidad desestimó dos opciones: la de la derecha, liderada por Kats; y la de la izquierda más definida y coherente representada en “las primarias” por Jadue, el candidato del Partido Comunista. Su victoria, sin embargo, alentó una unidad más amplia, pero al mismo tiempo, más compleja: la de un pueblo que está buscando hacer sus experiencias políticas en el propósito de ascender al pico de la montaña.
El gobierno de Boric ha tenido, a su vez, sus contratiempos, que han incidido en el ánimo del electorado: se ha agravado la crisis económica, se ha puesto más en evidencia la inseguridad ciudadana, se ha encrespado la marea social, han hecho carne las contradicciones históricas, la vida misma de los pueblos originarios.
Y el gobierno no ha tenido tiempo, ni experiencia, para hacerle frente a esas vigorosas tormentas. Aun debe afirmarse, retomar el rumbo y seguir adelante, sin perder a brújula que le pusiera en la mano el pueblo que lo eligió para gobernar a partir de marzo de este año. Y claro, de por medio estuvo también la inmensa campaña de la derecha que buscó obsesivamente empedrarle el camino, desbaratarle el rumbo, quebrarle su voluntad; pero, sobre todo, incidir en el ánimo de la gente para que se aferre al pasado y no se atreva a otear el porvenir.
En el Perú la derecha más reaccionaria, ha batido palmas por el resultado de la consulta plebiscitaria. Lo ha tomado como si fuera una victoria suya. Y ha buscado por cierto, orillar el tema de fondo para detenerse en las formas. Y es que aquí, lo que les aterra, no es, en última instancia, una nueva Constitución; sino la convocatoria a una Constituyente de la cual pueda emerger un Poder distinto al que ostenta con vanidad y torpeza.
Para ella, lo que se ha demostrado, es que una Constituyente, no es un camino válido. Sería como abrir una Caja de Pandora, que descarta con todos sus aditamentos, plebiscito incluido. Mejor, si fuera posible, “una Junta de Notables”, que perfeccione la Carta que tenemos y mantenga su más preciado tesoro -el capítulo económico- podría admitirse; pero una Constituyente, jamás. Ahí está la voz del pueblo.
Que Chile -la estrella del sur- saldrá adelante, no hay duda, y que avanzará hasta coronar la cima de la montaña, es seguro. En ella encontrará, tallado en piedra, el verso de Neruda: “Fue dura la verdad como un arado / rompió la tierra, estableció el deseo / rompió sus propagandas germinales / y nació en la secreta primavera”.
Sabrá entonces que esa fue la victoria.
Fuente: Rebelión