Lula fue habilitado para competir electoralmente cuando el Tribunal Supremo de Brasil lo absolvió de los falsos cargos que le formularon el venal juez Sergio Moro y su compinche el fiscal Deltan Dallagnol. Pero ello no pudo borrar la imagen de un corrupto desempeño gubernamental del lulismo en el gobierno, instalada en amplias capas de la población por la descomunal campaña de mentiras desencadenada por los medios hegemónicos brasileños e internacionales. Unido esto al avance político del bolsonarismo, Lula ha tenido que crear una gran coalición que incluye a importantes sectores de la centro derecha que antes lo adversaron, pero también a sus tradicionales aliados de la centro izquierda y los movimientos sociales más combativos de Brasil, como fórmula para asegurar una victoria convincente ante la grave amenaza antidemocrática del bolsonarismo.
Moro y Dallagnol forman parte del programa del Departamento de Estado de EU para, con el pretexto de combatir la corrupción, implementar en nuestra región el lawfare contra los candidatos o funcionarios defensores de propuestas contrarias al neoliberalismo y favorables a las causas populares con el fin de liquidarlos políticamente, una suerte de muerte civil. Todo ello en perfecta conjunción con la labor de desinformación y difamación de la avasalladora red de medios hegemónicos y nuevas estructuras de redes digitales al servicio del imperio. El lawfare se ha aplicado también contra los ex presidentes Manuel Zelaya, Fernando Lugo, Cristina Fernández, Rafael Correa, Evo Morales y varios de sus seguidores. Además, fue el instrumento para dar el golpe de Estado contra Dilma Rousseff y para inhabilitar a Lula como candidato presidencial cuando marchaba delante en todas las encuestas y así abrir el camino a Bolsonaro.
Aunque la irrupción de Bolsonaro en la arena política después de décadas de gris y corruptísimo desempeño como diputado no obedece sólo a ello, sí suprimió el formidable obstáculo que le interponía Lula. Hoy sabemos que dos años antes el ex capitán había recibido luz verde del entonces comandante en jefe del ejército, general Villas Boas, para contender por la presidencia. A la vez, resulta evidente que la crisis de las políticas neoliberales y el éxito de las políticas progresistas y redistributivas del PT habían agotado la hegemonía de la élite brasileña, que necesitaba de un personaje de fuera
como Bolsonaro: una suerte de lumpen de la política, apenas ilustrado, pero con indudable carisma, viveza y capacidad para conectar con grandes sectores de la sociedad brasileña caracterizados por su ignorancia, oscurantismo y fanatismo religioso, o sus ligas al crimen organizado –como son los famosos milicianos–, o con los militares retirados llenos de ínfulas de poder y de enriquecimiento. Alrededor de 6 mil de éstos han sido dispersados por Bolsonaro en toda la administración pública, otro problema con el que tendría que lidiar Lula.
Lula continúa dando una heroica pelea en ruta a la segunda vuelta frente a fuerzas y obstáculos muy difíciles de vencer. Uno de ellos es cómo gobernaría con un Congreso de mayoría bolsonarista y derechista, que incluso tiene los votos para aplicarle el impeachment. Su campaña ha sido un desbordamiento tal de masas que parecería enrumbarlo directamente al Palacio de la Alborada. Aunque después de los errores de las encuestas en el primer turno, los cinco puntos de ventaja que le asignan ahora abren espacio a la duda. Otra vez prefiero confiar en el optimismo de la voluntad que en el pesimismo de la razón.