En Brasil está sucediendo un proceso de lucha de clases, de lucha de contrarios antagónicos.

¿Qué clases se enfrentan?, las sempiternas: los explotados y los explotadores. Sin embargo, el nuevo recurso, por lo sofisticado y masivo en su aplicación y manifestación, es la colonización cultural de las masas “pobretarias” y explotadas, empleadas como herramientas y armas de ataque contra sus propios intereses y cofrades de clase social. O sea, luchas entre explotados contra otros explotados, inducidos por los explotadores.

En Brasil ocurre lo que hemos visto aplicar en las llamadas revoluciones de colores, extraídas de los manuales de guerra no convencional y golpes suaves del imperialismo mundial y cultural.

¿Cómo intentar derrocar con un ejército de desposeídos al dirigente que más ha hecho por sus reivindicaciones, derechos, aspiraciones y políticas para sacarlos de tan injusta e inhumana condición?

Solo es posible colonizando sus mentes, esclavizando sus ideales, confundiendo sus intereses y anulando con siembra de reflejos condicionados y enajenados su capacidad de pensar como seres sociales, como agentes transformadores de su realidad, de la genética revolucionaria que tienen intrínsecas las clases históricamente explotadas.

El imperialismo siempre luchó porque el “Partido de los Trabajadores” nunca llegara al poder, sabían mejor que los propios militantes del PT, que si Lula y sus compañeros de lucha llegaban un día al poder político, transformarían mucho hacia lo interno del país e irradiarían “un mal ejemplo” hacia el mundo, pues por su extensión territorial, abundantes recursos naturales, materias primas, cantidad de población, rica cultura e infraestructura científico-tecnológica, Brasil muy pronto emergería como una potencia económica regional y mundial, como se demostró en los 13 años de gobierno progresista de Lula y Dilma.

En ese período 30 millones de brasileños salieron del umbral de la pobreza, se generó millones de empleos, se invirtió más que ningún otro gobierno neoliberal en salud y educación, se distribuyó mejor la renta nacional, se integró y relanzó en lo internacional los procesos integracionistas como el Mercosur, Unasur, la Celac, el proceso de inclusión de Cuba dentro del sistema de cumbres de “Las Américas” y desde la condición de 6to PIB mundial, para ese entonces, integró el poderoso grupo BRICS, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica.

Sin embargo, el imperialismo norteamericano, las oligarquías derechistas de la región, que esperaban que pasara la ola izquierdista en el poder de Latinoamérica y el Caribe en ese período, aprovecharon las brechas, sobre todo en vulnerabilidad ideológica y cultural, e introdujeron sus estrategias colonizadoras y desmontadoras de los sentidos políticos e ideológicos de las grandes masas populares.

¿Cómo es posible que no sucediera una sacudida revolucionaria o antigubernamental en los 6 años de desgobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro?, ¿Cómo es posible que la furia fascista y contrarrevolucionaria ocurra contra Lula? Es inquietantemente ilógica esta realidad.

La esencia del por qué se llega a este Brasil sin conciencia política de clase la ofreció el imprescindible Frei Beto, en su artículo “¿Dónde está el pueblo de Brasil?”[1]

“…Desde la dictadura militar (1964-1985) nuestro pueblo no sufría tanto como en los tres años de (des)gobierno de Bolsonaro, un mandato que vino para destruir, como la dinamita que provoca la implosión de un edificio. No hay sector del país (excepto la minoría más rica) que no haya sido duramente afectado por este gobierno”.

“Hay retrocesos en todos los sectores: economía, salud, educación, etc. El precio de los combustibles se disparó; la inflación superó el techo previsto; el desempleo aumentó; los salarios perdieron poder adquisitivo; la educación se degradó; la salud padece en la unidad de terapia intensiva por la indiferencia ante los precios abusivos de los medicamentos y de los seguros privados. Y, sobre todo, por el genocidio de casi 660 000 vidas perdidas debido a la irresponsabilidad de un presidente que ignoró la vacuna y propagandizó la ineficaz cloroquina”.

“En el área socioambiental, la maquinaria de la devastación avanza con la misma gula destructiva que los dientes de acero de una motosierra. Los agrotóxicos envenenan el suelo y los alimentos; la Amazonia sufre su mayor índice de deforestación; las compañías mineras y la minería artesanal contaminan ríos, calas y lagunas, y abren claros en el bosque; las tierras de los pueblos indígenas son invadidas y expoliadas”.

“¿Y dónde está el pueblo? ¿Dónde está la capacidad de movilización de los movimientos populares, los sindicatos, las pastorales y los partidos políticos progresistas? ¿Serán ahora meros recuerdos, como un álbum de fotos, la Marcha de los 100 000 (1968, en plena dictadura), las huelgas de los metalúrgicos en el ABC paulista (1978-1980), la lucha por Elecciones Directas Ya (1984), el juicio político a Collor (1992), la movilización de la juventud en junio de 2013?”

“Sí, hay manifestaciones puntuales, como las marchas del Movimiento sin Tierra, las protestas del Movimiento de los Sin Techo, la de los pueblos indígenas en Brasilia, las de gays, mujeres y negros en defensa de su identidad, la de Caetano Veloso en el Acto por la Tierra. Y hay indignación por todos lados, sobre todo en las redes digitales…”

“… ¿La izquierda perdió la guerra de las narrativas? Sí, abandonamos el trabajo de base junto a los excluidos, dejamos que el fundamentalismo religioso, el narcotráfico y los paramilitares ocuparan las periferias de las ciudades. Y es solo ahora que estamos aprendiendo a lidiar con las trincheras digitales”.

“Al apartarnos del lugar social popular, regresamos al lenguaje hermético de los círculos académicos. Hablamos para nosotros mismos. Nuestro lenguaje les resulta extraño a los habitantes de las favelas, a los sin tierra, a los sin techo. Y a pesar de todo lo que sufren –como pagar más de cien reales por un balón de gas– el apoyo de más del 30 % a Bolsonaro no se reduce. ¿Por qué?”

“Porque las personas no piensan prioritariamente con el estómago. Lo hacen, sobre todo, a partir del sentido que les dan a sus vidas. Es ese sentido grabado en su mente lo que hace que un joven se disponga a morir en la guerra. Es ese sentido lo que lleva a los fieles a someterse a los dictámenes descaminados del cura o el pastor. Es ese sentido el que causa abnegación o revuelta, sumisión o reacción, miedo o valor”.

“¿Cuál es la narrativa de sentido que emiten los segmentos progresistas? Sabemos prometer, y hasta promover (como en los 13 años de gobiernos del PT) mejoras en la vida de la población. Pero no es la barriga la que, en última instancia, gobierna a la razón”…

“Hoy día solo hay dos narrativas disponibles en el mercado epistémico: la capitalista y la marxista. La primera nos entra por los poros, en especial ahora que el planeta está globocolonizado. La otra, que rompe el círculo hermético del sistema, es el marxismo, que nos ofrece la posibilidad de un sistema de justicia y paz. Pero esta parece sepultada por los escombros del Muro de Berlín y por las muchas atrocidades cometidas por la desviación estalinista. El tabú de citar a Marx y asumirse como marxista es comprensible. Pero no el prejuicio que impide adoptarlo como método de análisis de la realidad, incluso desde la óptica religiosa, como hizo la Teología de la Liberación”.

La otra brecha que aprovechó el imperialismo con Bolsonaro fue ganar a las fuerzas militares y paramilitares, llenarlas de privilegios monetarios-mercantiles por fuera y dotarlas de la ideología fascista y el supremacismo de élite por dentro.

Por tanto, Lula y su Gobierno saben que tienen que beber de las experiencias de la Revolución Bolivariana y su unión cívico-militar, tras el golpe de Estado a Chávez en abril de 2002,  del intento de golpe de Estado a Rafael Correa en 2009 y su posterior reforma del aparato policial, de las lecciones y medidas extraídas por Lucho Arce y su muy capaz gobierno boliviano, frente al golpe de Estado perpetrado contra Evo Morales en 2019.

Lula tiene que apelar a su inteligencia y experiencia política, gobernar con y para el pueblo, aprovechar la fuerza y liderazgo de los movimientos sociales en Brasil y relanzar el papel de vanguardia de ellos en la vida político-social de su nación, acelerar el rescate de las medidas socio-económicas que beneficiaron a los más desfavorecidos y las clases medias y sobre todo, ganar las disputas que se suceden en los escenarios simbólicos, mediáticos y digitales.

Para ello cuenta con el respaldo de las mayorías populares en Brasil, la solidaridad internacional y hasta con los confundidos, si en breve tiempo dirige una campaña comunicacional a explicar las causas, responsables y potenciales beneficiarios del derrocamiento de su Gobierno, provocar en sus ciudadanos consternación y rechazo a la intentona fascista y antidemocrática y reforzar la idea de cuánto se volvería a perder si él no está al frente del Estado brasileño.

Las esperanzas de un Brasil mejor solo pueden ser posibles con Lula en el poder.

Notas:

[1] Frei Betto | internet@granma.cu 30 de marzo de 2022 22:03:18

 

Por REDH-Cuba

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