Palabras de Silvio Rodríguez en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, al recibir el Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales y Humanidades.
Dedico estas palabras a una amiga inclaudicable de
Cuba, mi hermana española Violeta Fernández Plaza,
desde hoy temprano en la eternidad.
Presidente, Rectora, decanos, profesores, alumnos, amigos, familiares; seres que se ven y seres que no se ven ahora mismo en este recinto universitario:
Es indescriptible ser reconocido por la institución educacional por la que han pasado y han hecho historia tantas personalidades. Muy especialmente si esto ocurre en el país en que nacimos. Decir gracias es poco para un abrazo tan generoso que abruma. Gracias también a nuestro querido Manolo Calviño, por su elogio.
“Llevaré este estímulo en nombre de la trova cubana de todos los tiempos”.
Resulta que tengo vínculos históricos con esta facultad, muy particularmente con Artes y Letras. Muchos viejos y queridos amigos pasaron por aquí; algunos fueron profesores. Yo estuve a punto de entrar una vez, en Historia, pero las consecuencias de mi ejercicio de guitárrica —como diría Retamar— no me dejaron.
Hoy, en las palabras que me corresponden, muy brevemente, deseo evocar ante ustedes cuatro instantes de mi vida que tienen que ver con esta honorable institución y que recuerdo especialmente. No son los únicos recuerdos, por supuesto, pero no quiero extenderme.
La primera y más antigua memoria que tengo de la Universidad de La Habana es de una tarde, a mediados de los años 50s del siglo pasado, en que mi padre Dagoberto, mi tío Angelito y yo veníamos subiendo por San Lázaro y tuvimos que doblar de prisa por la calle N, porque colina abajo avanzaba una manifestación de jóvenes entonando el himno nacional y portando la bandera.
Mi padre estacionó en la esquina de N y Jovellar, y me dejó allí mientras él y mi tío, por curiosidad, volvían a pie hasta San Lázaro. Pero no más llegaron a la esquina aparecieron varias perseguidoras llenas de policías y tuvieron que dar media vuelta y correr de regreso. Cuando mi padre, nervioso, encendía el motor, empezaron a sonar los tiros. Y yo, todavía arrodillado en el asiento, mirando por la ventanilla trasera, vi como algunos policías apuntaban y disparaban hacia la colina.
El segundo recuerdo es de la década siguiente, en 1962. Era 13 de marzo y supe que habría un acto en la escalinata. Ya yo era un adolescente y recordaba lo que acabo de contarles de unos años atrás. Con todo aquello dándome vueltas vine para la Universidad y fui uno más en aquella multitud que escuchaba cuando leyeron un texto de José Antonio y omitieron la parte en que hablaba de Dios.
Después Fidel hizo un discurso esencialmente antidogmático, que dedicó a los jóvenes, y mencionó a los que él llamó “mancos mentales”. Incluso criticó algunas consignas extremistas de entonces, apelando a un verdadero pensamiento marxista, científico; a una seriedad intelectual. Todo esto revelaba contradicciones que después comprendí que, más que nuestras, eran humanas, porque en los 76 años que he vivido he visto obcecación y fanatismo en muchas formas de pensar. Significativo ver como tan temprano Fidel, dirigiéndose a la juventud, hacía una crítica profunda a la simplificación de lo ideológico. Lo que quiere decir que no deseaba, para nuestro futuro, el predominio del pensamiento dogmático; ejemplo que deberíamos tener siempre presente, más que por los prejuicios superados por los que no nos dejan ser mejores.
“Significativo ver como tan temprano Fidel, dirigiéndose a la juventud, hacía una crítica profunda a la simplificación de lo ideológico”.
El tercer recuerdo es, posiblemente, de 1970, de cuando Chomi Miyar me invitó a ir con mi guitarra a la televisión universitaria. Aquel gesto tenía un especial significado porque era una etapa en que los trovadores de mi generación estábamos marginados de la televisión y de la radio. Fue otra prueba alentadora, además de las de Haydee Santamaría y Alfredo Guevara, de que, en aquella revolución de mi país, que yo apoyaba, era posible una diversidad de pensamiento.
El último recuerdo que voy a mencionar es de 2002, cuando estaba de rector Juan Vela, quien con sincero entusiasmo nos abrió las puertas de esta casa de estudios para que hiciéramos un seminario sobre la trova cubana.
En aquella semana inolvidable trovadoras y trovadores de todas las generaciones coexistentes expusieron sus razones y sus sueños. Y hubo valiosos aportes teóricos de grandes musicólogos como María Teresa Linares, Danilo Orozco, Lino Betancourt, Radamés Giro, María Elena Vinueza, Clara Díaz.
Ni antes ni después de entonces hubo actividades universitarias de perfil académico dedicadas a la trova. Por eso sé que nadie se va a poner bravo si ahora digo que, en mi corazón, llevaré este estímulo en nombre de la trova cubana de todos los tiempos.
En Ojalá, el proyecto cultural en que trabajo, tenemos pendiente la publicación de aquellas conferencias, que ya trascribimos al papel. Y por supuesto que esa edición esperamos hacerla coordinada con esta Universidad.
Por último:
Nunca me creí importante
y menos imprescindible.
Me parecía increíble
poder salir adelante.
Me sentía un habitante
sin comienzo ni final,
un impreciso animal
de lo oscuro, una cigarra,
hasta que una guitarra
me sumergió en su espiral.
Y en ella me vi buscando
la melodía que faltaba,
versos que nunca encontraba
y allí estaban, esperando.
Y lo que hallé fui soltando
como mi respiración,
fuera impulso o reflexión,
fuera sueño o pesadilla,
y hasta mirando una silla
apareció una canción.
Siempre cantando de frente
nombré lo que distinguía
(si podía o no podía
me lo contaba la gente).
Siempre creí en la corriente
matinal de lo sincero
y cuando me dieron cuero
por cantar lo que pensaba,
cantando más me aliviaba
pues cantando me supero.
Sólo existir era un reto
en un mundo hecho por hombres.
Ya todo tenía su nombre
bien acuñado y con peto.
Y sin faltar al respeto
de lo que lo merecía,
ofrecí lo que creía
en mis compases y versos:
pedacito de universo
hecho de noche y de día.
Fuente: Segunda Cita