Ante un mundo revuelto con crisis políticas, económicas, medioambientales, me sumerjo en el arte como refugio personal y colectivo que acrecienta las esperanzas de un futuro mejor posible. El arte es un medio y un fin, una herramienta que, en su afán de belleza, es capaz de tocar las fibras más hondas de nuestro ser.
A lo largo de la historia numerosas culturas han reconocido el valor terapéutico del arte, y también ahora su capacidad para sanar el alma está respaldada por la ciencia. De hecho, en momentos de gran sufrimiento de un pueblo hay quienes han creado obras maravillosas: como Pablo Picasso, que pintó el “Guernica”, en blanco y negro, reflejando el dolor que el fascismo franquista provocó con un bombardeo sufrido a esa ciudad del País Vasco el 26 de abril de 1937.
El arte en todas sus formas, sea pintura, música, danza, poesía o cualquier expresión creativa, tiene la capacidad de trascender las barreras del lenguaje y la razón, conectándose con nuestras emociones y experiencias internas. Con la creación artística podemos expresar lo inexpresable, dar forma a nuestras experiencias y ofrecer un espacio tangible en el mundo. Han de surgir poemas que den testimonio de la angustia y ansiedad de los tiempos vividos.
La creación artística nos permite asimismo explorar nuestra identidad y comprender el mundo de manera más cabal, decía la escritora italiana Natalia Ginzburg, quien vivió las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y nos recordó que nunca se había escrito en Italia tanta poesía y novelas como en el periodo de postguerra. Tal vez porque al crear estamos obligados a enfrentar nuestras creencias, anhelos y miedos, lo que puede llevar a una mayor autoconciencia. En este sentido, el arte actúa como un espejo que refleja nuestro yo y cultura con sus luces y sombras.
La experiencia de involucrarse con el arte, sea como creador o espectador, puede generar un estado de flujo en el que el tiempo parece detenerse y estamos completamente inmersos en la actividad. Este estado puede ser altamente terapéutico, ya que nos brinda un respiro de las preocupaciones y permite concentrarnos en el presente. En este proceso el arte se convierte en un modo de meditación en movimiento, de estar en plenitud y encontrar un refugio de la agitación y angustia constantes, sensaciones propias de nuestra era.
La terapia artística se está empleando en una variedad de entornos clínicos para tratar la depresión, la ansiedad y el trauma. La conexión entre el arte y la liberación de endorfinas –hormonas responsables de la sensación de placer– ha sido acentuada en múltiples investigaciones, lo que destaca el papel del arte en la promoción de la salud mental.
En resumen, el arte posee un poder transformador que va más allá de su valor estético. Sirve como una vía para explorar el mundo interno y social, liberar emociones reprimidas y hallar un espacio de autenticidad y expresión. La creación artística y la participación, a través de nuestros sentidos, nos brinda la oportunidad de reponernos un poco o apaciguar el dolor y exaltar la felicidad.
En un mundo donde la sanación es tan esencial como la conciencia, el arte nos lleva a dimensiones de expresión personal que trascienden hacia lo colectivo. Necesitaba escribir desde este lado de la vida, porque vivo en un entorno de artistas, desde mi poesia y pinturas hablo de este presente y los sueños de futuro. Mientras en la realidad real prima, ahora mismo, la bruma.