Durante el actual año se invierte buena cantidad de energías en tratar de pronosticar quién resultará vencedor en las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre en Estados Unidos, qué partido ganará la mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado, permitiéndole o no al primer mandatario contar con el respaldo necesario, para desarrollar su agenda en los próximos cuatro años.
Fuente: CIPI
El período 2025-2029 será uno de los más complejos de la historia reciente de ese país y del mundo, por lo que, más allá de encontrar un ambiente estable para poner en práctica sus iniciativas, quien resulte electo para ocupar la Casa Blanca deberá reaccionar ante una serie de importantes crisis nacionales e internacionales, que hacen recordar momentos anteriores de paz como un estado de cosas lejano e irrecuperable.
Por esta razón, entre otras, nadie podría afirmar que un Biden 2.0, o un Trump 2.0, serán la copia automática y exacta de sus primeros mandatos. El mundo es otro, Estados Unidos es otro.
Para el caso de Cuba, ya han quedado demostradas dos realidades que se movieron en sentido contradictorio en el período 2021-2024. La primera, es que el equipo de Biden asumió sus funciones heredando un pronóstico de inteligencia que apuntaba al fin de la Revolución cubana y decidió esperar a que la manzana cayera por su propio peso, según las enseñanzas de Isaac Newton. Por esa razón, Biden actuó más en términos de continuidad que de cambio en relación con lo dispuesto por Trump para la Isla.
La segunda realidad es que, a pesar de que se impuso tal agenda, durante finales del 2023 y principios del 2024 se ha procurado un retorno a la conversación oficial bilateral en temas considerados de interés nacional estadounidense, que siempre lo han sido también para Cuba.
Después de aplicar la táctica de máxima presión, no obtener los resultados previstos, recibir el impacto de una masa de inmigrantes no deseada y tratar de comprender e influir en los últimos cambios internos en Cuba con una presencia diplomática disminuida en La Habana, tendría poco sentido esperar que el equipo de Biden a partir de enero del 2025 retrocediera sobre sus pasos, para ubicarse en la lógica de inicios del 2021. Mucho menos, si esta variable se analiza en el contexto del desgaste infinito de su credibilidad, que le ha significado apoyar en genocidio israelí en Gaza, más la imposibilidad de mostrar avances tangibles contra Rusia en Ucrania. El reciente anuncio de la “jubilación” de la subsecretaria Victoria Nuland resulta un fuerte indicador respecto al segundo tema.
Cabría entonces hacer la misma pregunta respecto a un eventual regreso de Donald Trump, el empresario-político que prometió en su campaña lograr un better deal con Cuba, pero que aprobó una nueva directiva presidencial con cambios negativos respecto a la Isla en junio del 2017. Según se dijo entonces, su propósito era más desmontar iniciativas del legado del primer presidente afrodescenciente de los Estados Unidos, que acabar con el modelo cubano. Dicha directiva no tuvo consecuencias severas hasta finales del 2018 e inicios del 2019. Y, ¿qué fue lo que sucedió entonces?
Entre abril del 2018 y septiembre del 2019 ocupó el cargo de Asesor de Seguridad Nacional alguien nombrado John Bolton, que había tenido ya sus propios fracasos respecto a Cuba, como cuando bajo el gobierno de George W Bush pretendió demostrar que en la isla se fabricaban armas biológicas y fue contradicho públicamente por el ex presidente James Carter.
Bolton sustituyó a un pragmático H. R. McMaster, quien con su formación militar propuso a su jefe escoger bien sus objetivos y no distraerse en temas como Cuba, que no aportaban nada a la agenda de Make America Great Again. Sin embargo, la impronta de Bolton estaría marcada por un proyecto de envergadura mayor, Venezuela. En ese respecto, sus contribuciones se movieron desde crear un gobierno ficticio paralelo al de Nicolás Maduro, organizar una gran provocación en la frontera común con Colombia en febrero del 2019, hasta formular el ilusorio argumento de que el gobierno bolivariano se mantenía en el poder, gracias al respaldo de la presencia de 20 000 efectivos militares cubanos en territorio venezolano. Para vender su receta, Bolton contó entre otros con el apoyo de Elliot Abrams, veterano de los desastres de la Guerra Sucia en Centroamérica bajo Ronald Reagan, quien ocupó una oficina opaca en el Departamento de Estado durante algunos meses, empleando su tiempo en tratar de amedrentar a terceros, anunciando el apocalipsis.
Como las grandes orgías siempre se describen en tríos, ambos se vieron acompañados por un innombrable jefe de la oficina de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional, que ofreció la conexión perfecta con ex batistianos, perdedores de Playa Girón, ex alzados del Escambray y oportunistas de cuello blanco, radicados en el Sur de la Florida. La tarea de este conspirador de escritorio no tuvo un alcance estratégico, se limitó a listar a todas aquellas empresas, instituciones, o personas, que alguna vez tuvieron algún tipo de relación positiva, o simplemente neutral con los temas cubanos, para enviar a la puerta de su lugar de residencia una pareja de oficiales del FBI, o de cualquier agencia en uniforme, para recomendar el inmediato corte de sus relaciones con Cuba, o en caso contrario enfrentar las consecuencias. En la lista aparecieron desde asociaciones de agricultores, hasta renombrados académicos y expertos en temas cubanos.
Ese libreto de bajo mundo se puso en escena fuera de los medios de prensa, debates públicos, mítines. Se hizo con nocturnidad, escalamiento y alevosía.
Mientras tanto, lo que trascendía para el gran público era el famoso argumento de los llamados “ataques sónicos” o “incidentes de salud”, que sirvió de pretexto principal para reducir al mínimo la presencia diplomática en las respectivas capitales, dañar los trámites consulares y tratar de demeritar la transparente actitud de Cuba ante el cuerpo diplomático extranjero radicado en La Habana. Ninguna de las fuentes que generó la campaña pudo demostrar jamás la existencia de supuestas armas o equipos, de cualquier factura, que generaran el tipo de energía que se requería para los supuestos efectos que se citaron una y otra vez. La fábula no resistió el peso de la ciencia.
Este pretexto a la postre ingresó en la larga lista de libretos de ciencia ficción, junto a los OVNIs y los gremlys sentados en las alas de los aviones.
A pesar de ello, el golpe frontal y definitivo para afectar las relaciones con Cuba y todo lo que se había hecho en años precedentes no se produjo hasta junio del 2019, cuando un senador de pequeña estatura, que tiene como segunda lengua un español de primer grado, corrió a toda velocidad entre la colina del Congreso y la calle Pensilvania No 1600, para explicar: “Si los viajes a y desde Cuba (aéreos y por cruceros) se siguen produciendo en la magnitud actual, se acaba el negocio de la contrarrevolución. Nadie más creerá que los cubanos son nuestros enemigos y no habrá argumentos para aprobar los proyectos de cambio de régimen”.
¿Y por qué alguien escucharía su mensaje?; ¿qué vínculo afectivo tenía aquel con un presidente de quien se burló de forma reiterada cuando era precandidato?; ¿qué dinero había invertido en su campaña?; ¿a cuántos movilizó en Miami para que votaran por él?
Nada de eso, sólo había venido a proponer un trato (deal) al presidente que estaba siendo víctima de un proceso de destitución por vía legislativa (impeachment) por parte de sus enemigos demócratas. La negociación era muy simple: se impediría que el proceso transitara por el Comité de Inteligencia, si el presidente deponía su prerrogativa ejecutiva en cuando a la determinación y conducción de la política hacia Cuba. Make Marco Rubio happy fue la sentencia y visión estratégica del máximo ejecutivo.
Para cualquier entendido esta puede ser una simplificación exagerada de los procesos que tuvieron lugar entonces, y de hecho lo es. El problema radica en que fue una decisión tomada tan a la ligera, sin consultas interagenciales, sin debate congresional, o ante el público, ni reuniones de gabinete, como mismo resultaron otras políticas definidas por Trump durante aquellos días, hayan estado relacionadas con el abandono de organismos internacionales, o con el abrazo familiar a históricos rivales de Europa o Asia.
Y en medio de todo lo que podía ser pronosticable, o casi pronosticable, hizo su aparición alguien nombrado Sars-Cov-2 y su principal creación, la pandemia de COVID19. El resto de la historia y su impacto sobre la economía de Cuba lo conocemos.
Si se coincidiera sobre el hilo conductor de lo descrito hasta aquí, la pregunta sería entonces, ¿en qué se podría parecer la agenda de un Trump 2.0 al 1.0? Para acercarnos a la respuesta se podrían valorar las siguientes conclusiones parciales:
- Una buena parte de los asesores más cercanos del ex primer mandato se arrepienten de haberle servido, dudan de su capacidad intelectual y han renegado.
- Fracasaron todos aquellos que le explicaron ante gráficos y pancartas que Estados Unidos podría detener en corto plazo el avance de sus principales rivales a escala global.
- En ningún caso Trump sería reelecto “con el voto determinante de los ciudadanos de origen cubano” en la Florida, estado que se considera ganancia segura para los republicanos.
- Podrá haber nuevas embestidas contra Venezuela, pero difícilmente la maltrecha diplomacia estadounidense se embarque en reproducir el fiasco del Grupo de Lima.
- Se demostró que todos los argumentos utilizados para dañar las relaciones con Cuba fueron falsos y además contraproductivos.
- Existen nuevos actores económicos en Cuba, a los que las instituciones estadounidenses les dan un especial seguimiento como supuestos “agentes de cambio”. Las medidas de bloqueo matan esta criatura en el propio parto.
- Parte del déficit fiscal de Estados Unidos se explica por la aprobación de programas de cambio de régimen, que solo tributan a la reelección en sus puestos de los que los proponen, un diminuto grupo en el Congreso.
- Importantes empresarios estadounidense de militancia republicana vieron dañadas en forma considerable sus finanzas por la arremetida injustificada contra Cuba, a partir de la segunda mitad del 2019.
- Cada vez con más asombro científicos e instituciones estadounidenses miran hacia la sobrevivencia cubana ante la COVID19 y celebran su capacidad para enfrentar nuevos riesgos biológicos.
- El muro antinmigrante que quedó a medio construir, en caso de concluirse seria para detener todo el flujo irregular, no solo una parte del mismo.
Es cierto que la política en Estados Unidos no es un ejercicio racional, y si lo fuera, hace mucho tiempo ese país tendría otro tipo de relación con Cuba. Pero vale la pena reflexionar sobre si las mismas acciones anticubanas del pasado pueden ser repetidas con igual diseño y, en ese caso, cómo enfrentarlas.